Versace, Versace, Versace

Durante 20 años, estas prendas Versace permanecieron guardadas en una bodega, hoy las piezas tienen una segunda oportunidad

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fotografía Fabiola Zamora texto Fernanda Sela estilismo Nayeli De Alba
maquillaje Gustavo Bortolotti pelo Alberto Pérez
manicure Liliana Esquivel y Madelein Ramírez para CND / Beauty Art
modelos Brianna @ New Icon, Kelin Dillon @ GH Management, Karolina @ Baxt, Danielle @ Paragon
locación Atoyac 69 asistente de fotografía Juan Luis Lemus asistentes de estilismo Francisca Pardo y Lalo Cortez

Todos conocemos esa “pátina de tiempo” que se añade con los años a un objeto, y que, en consecuencia, aumenta su valor. Durante 20 años, una colección de Versace permaneció guardada en una bodega en la que las piezas se preservaron. Todas son prendas con las que la actriz Susana Dosamantes tuvo un flechazo.

 

A principios de los 90, Susana abrió tres tiendas en México: Firmas Italianas de la Moda. Más de dos veces al año viajaba a Milán para visitar el showroom de distintas marcas y elegir en persona lo que más le gustaba. En una conversación difícil de resumir en estas páginas, Susana me contó cómo Versace causó una revolución. Me habló de esa moda que le parecía tan divertida y del efecto de estas piezas que hoy reconocemos tan fácilmente: los jeans de cinturas diminutas y en todos colores, los trajes de baño de animal print y las telas estampadas con Medusas y motivos griegos y de arte barroco.

 

Por donde lo veamos, esta historia está impregnada de tiempo. Habían pasado sólo ocho años cuando Susana se mudó al extranjero y decidió cerrar el negocio. Entonces metió en cajas todo lo que no se había vendido, y lo conservó, como en una cápsula, durante años. La colección es ahora un archivo de más de 300 piezas, que, si bien podrían estar en un museo, están a la espera de que alguien las vista.

 

Ahora las piezas tienen una segunda oportunidad en el sitio de moda Troquer, donde están a la venta.

 

Kelin: bikini Versace, anillos y arracadas Fernando Rodríguez, collares y pulseras Mani Maalai, botas Calvin Klein Jeans. Karolina: traje de baño Versace, anillos y arracadas Fernando Rodríguez, cinturón y cadena Topshop, botas Lorena Saravia

Pensamos en Versace y enseguida nos hacemos una imagen clara de su definición. Lo asociamos con colores como dorado o amarillo, con estampados opulentos, con Medusas y motivos S&M. Un estilo que reconocemos fácil y que fotógrafos como Richard Avedon y supermodelos como Cindy Crawford o Naomi Campbell ayudaron a moldear. A 40 años de la fundación de la marca y 20 del asesinato del diseñador, no es exagerado decir que una de estas piezas significa un pedazo de historia. De hecho, las raíces de la firma están cimentadas en la Magna Grecia, el arte barroco y en la propia cultura italiana, de donde Gianni Versace tomó los elementos que supo combinar con la moda que estaba naciendo en las calles, para crear una estética propia que provoca siempre rechazo o atracción, pero nunca indiferencia.

 

Si Versace nos gusta o no, queda en segundo plano. El diseñador marcó el curso de la moda durante los 90 y su aportación merece ser elogiada. Su ropa era una manifestación de esas “ganas de vivir” que tan bien expresan los italianos, contraria a la intelectualidad de la época representada por los diseñadores japoneses y belgas, y al minimalismo de Armani y Calvin Klein. Pero regresemos a México y pensemos en lo que aquí estaba pasando. En los 90, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo fueron presidentes; en la televisión se estrenaba la telenovela Muchachitas; restaurantes como Taco Inn y el bar Premier estaban de moda, y McDonald’s todavía eran la sensación. Aunque en el país se estaba gestando una crisis, la gente iba de compras al Centro Comercial Perisur o a Plaza Satélite; compraban sobre todo en tiendas departamentales y el acceso a marcas internacionales era todavía muy restringido. En esos días, Susana Dosamantes empezó a viajar a Italia, a Milán, sobre todo, para visitar las fábricas de marcas como Armani, Gianfranco Ferré, La Perla y Versace, y comprar ropa para sus tres tiendas, Firmas Italianas de la Moda, ubicadas en San Jerónimo, Pedregal y Masaryk. “Un día, una amiga me dijo: ‘si tanto te gusta la moda, por qué no te metes de lleno’”, y así lo hizo. “En lugar de comprar para mí, empecé a hacerlo para los demás”, cuenta.

saco, pantalón y mascada Versace, bolso Calvin Klein Jeans, anillos Fernando Naranjo, aretes AVEC

traje de baño Versace, anillos Fernando Rodríguez, cinturón y cadena Topshop

 

Susana escogía las prendas que compraba basándose en su propio gusto: “lo que me gustaba y lo que más me llamaba, aunque ponía atención en las tendencias y el clima en México”. Apenas volvía de los viajes y ya tenía una lista de clientes esperando ver piezas insólitas. Aún no entrábamos en la era digital, no había Instagram para compartir imágenes ni Facebook para crear un evento; la difusión de las tiendas se hacía de boca en boca. Susana tenía una red de compradores y a muchos los atendía personalmente en una casa en el Pedregal donde podían ver la ropa con calma, tomarse un café y elegir con qué quedarse mucho antes de que las piezas llegaran a las tiendas. “Querían algo especial, y en lugar de tener que ir a Europa o a Estados Unidos, venían conmigo. Yo tenía lo último, las colecciones más nuevas, y no compraba sólo tres cosas, compraba para tres boutiques; en muchos casos hasta tenía que comprar colecciones completas. Además, tenía contratos muy fuertes con clientes como Televisa. Les vendí ropa para los personajes estelares de 16 telenovelas”.

 

Entre sus clientes más frecuentes estaban Ricky Martin y Luis Miguel. Susana le vendió el vestuario completo para el Aries Tour de 1993, camisas de seda Versace y trajes Hugo Boss, que él y sus músicos usaron durante la gira que empezó en Acapulco, siguió en el Auditorio Nacional y terminó en Estados Unidos. Y lo mismo la chamarra negra de cuero con una cruz de pedrería que Versace presentó en otoño 1991/92: Paulina Rubio, su hija, la utilizó en el video de “Mío” (1992). “Paulina veía las cosas y quería arrasar con todo”, dice su madre.

pantalón Versace, collares Mani Maalai, arracadas Aristocrazy

blusa Versace, arracadas H&M

 

Un sinónimo de atrevimiento

 

No es que Susana tuviera un gusto particular por Versace o que se identificara con todas las prendas. Pero la marca en sí le significaba la entrada a un mundo de glamour ligado a una mujer fuerte. En eso radica la importancia de esta casa italiana que se sostiene bajo un mito: el del ideal contemporáneo de una imagen nueva de la feminidad y de la sexualidad.

 

“Me encanta la moda”, dice Susana. Desde que ella era una niña veía la ropa de su madre, sus faldas y sus vestidos amplios, y le parecían alucinantes. “Mi mamá se vestía divino, como las mujeres del cine del Siglo de Oro de México o de Hollywood”. Pero en el guardarropa de Susana había otro tipo de prendas. “Siempre me ha gustado vestirme de negro, con jeans y cosas más sencillas. Aunque, si iba a algún evento, buscaba algo espectacular”. Su debilidad eran los diseñadores italianos. “Me fascinaba Armani, que era más serio o profesional; se me hacía elegantísimo para ir a una junta. Y si iba a una fiesta o a una discoteca como el Baby’O, elegía algo de Versace, con estampados y colores”. Tiene las palabras precisas para describir lo que la marca provocó: “Fue una revolución”, dice, “era algo completamente novedoso, barroco, lleno de dorado, de Medusas y serpientes. Me parecía una moda divertidísima, las mujeres no siempre tenemos que ser tan serias. No es que te vistas de Versace todos los días, pero con una de esas prendas te sientes soñada”.

pantalón y traje de baño Versace, cinturón Mango, aretes vintage, lentes Dior

saco y pantalón Versace, guantes José Sánchez, cinturón NDA, cadenas Topshop, aretes Aristocrazy

 

Hay cierto placer en ponerse algo que te encanta. Eso experimentaba Susana con piezas como éstas, y reconoce también que ponerse algo del diseñador era sinónimo de atrevimiento. Y sí. No creo que ninguna mujer vestida de Versace pase nunca inadvertida.

 

La moda es así: caprichosa y con carácter. La vestimenta noventera tenía una intención; los 80 fueron una década de feminismo radical, y por lo tanto, en los 90 reinaba una mayor libertad para elegir qué vestir y qué decir con eso. La pelea por la individualidad comenzaba con lo que traías puesto, y Versace participó en el movimiento eliminando los prejuicios morales y sexuales, y engrandeciendo a una mujer que contaba con su feminidad para ser ella misma. “Una mujer descuidada es un antídoto contra la lujuria”, opina Susana. La firma está representada por la cabeza de la diosa griega Medusa, un símbolo que en palabras del diseñador significaba precisamente eso: seducción y atracción. Aunque su ropa no sólo era sugestiva o sexy, también tenía un valor comunicativo, un discurso que transmitió a través de sus campañas y de las modelos que eligió para sus pasarelas, antes de convertirse en supermodelos. Versace buscaba una manera distinta de conectar con el público y para lograrlo necesitaba de los personajes adecuados. Cindy Crawford, Naomi Campbell, Christy Turlington, Carla Bruni y Linda Evangelista reforzaron un mensaje que tenía que ver con una actitud y venía de la mano con una imagen definida. “Me parecía fantástico que esos mujerones que parecían diosas, sin miedo ni timidez, y vestidas de dorado y con taconazos, pudieran representar al género femenino”, recuerda Susana.

pantalón Versace, cinturón NDA, cadenas y arracadas propiedad de la estilista, anillos Fernando Rodríguez

 

Un archivo intacto

 

Era ya finales de los 90 cuando Susana se mudó a Miami y decidió cerrar las tiendas después de casi ocho años. Entonces metió en cajas todo lo que no se había vendido y lo guardó. “Estoy hablando de mucha ropa que no podía regresar, así que empaqueté todo con mucho cuidado, lo metí en las cajas originales y lo guardé en una bodega donde las prendas se preservaron”. Esa bodega funcionó como una cápsula del tiempo en la que, gracias al aislamiento y la total oscuridad, las piezas se conservaron en perfectas condiciones. La pequeña colección de ejemplares poco comunes ahora es como un archivo intacto de más de 300 ejemplares. Todas las prendas son nuevas, nunca han sido utilizadas y algunas todavía conservan sus etiquetas. Son prendas que, por su rareza, casas de subasta como Christie’s o especialistas en ropa vintage pueden incluir muy de vez en cuando en sus catálogos, mientras coleccionistas ávidos las esperan por su exclusividad. Es moda que significa un momento clave en la historia y que, gracias a la intervención de Susana, que supo adivinar su trascendencia, hoy es una oportunidad para ver de cerca piezas que de otra manera no podríamos ver.

Karolina: blusa y pantalón Versace, lentes Virgo LA, aretes H&M. Brianna: pantalón Versace, arracadas Aristocrazy, anillos Fernando Rodríguez, cadenas vintage. Kelin: pantalón y bolso Versace, aretes, collares y pulseras Aristocrazy, lentes Dior, cadenas vintage. Danielle: camisa y pantalón Versace, cinturón Topshop, arracadas Virgo LA.

 

“Aunque sean jeans, todas tienen un plus, todas tienen un grado artesanal impresionante”, dice Susana, para quien la moda, más que diseño, es arte. Estudiándolas de cerca podemos ver la calidad de los materiales como la mezclilla o la seda, y los cortes para cuerpos muy distintos a los de hoy, con curvas, cinturas diminutas y caderas anchas. Nos imaginamos a Claudia Schiffer usando los mismos jeans de colores con tacones de aguja, a Naomi Campbell con los pantalones a rayas en la campaña que Steven Meisel fotografió en el 93, y a las modelos Karen Mulder y Stephanie Seymour con trajes de baño de animal print y trésors de la mer en la pasarela de 92. Las colecciones de esos años marcaron una diferencia por la excentricidad, el exceso y la potencia de los looks. Para recordarlo, el año pasado, en paralelo al aniversario de la muerte de Gianni Versace, la marca presentó una colección de homenaje en la que reeditaron algunos diseños. “Parece que resucitaron mis prendas”, dice Susana, y se acuerda de las piezas que compró hace más de 20 años, y a las que ahora está dando una segunda oportunidad a través del sitio web Troquer que, basándose en la idea original del trueque, recupera objetos de lujo usados y los pone de vuelta en el mercado.

 

El tiempo pasa sobre la moda, pero la moda no muere, deja una vida para empezar otra. Así lo hará esta colección con el proyecto de moda iniciado en 2013 por Ytzia Belausteguigoitia y Lucía Martínez-Ostos. “Me da mucho gusto poder pasar a alguien más una prenda que escogí, que compré, por la que fui hasta Europa y que ahora esa persona la aprecie”, dice Susana, satisfecha.


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