Anaïs Nin: la revolución silenciosa del cuerpo

La vida es una vorágine vertiginosa

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texto Javier Moro Hérnandez

Hay personas que revolucionan el mundo sin haber levantado jamás la voz; personas que no necesitan gritar para ser escuchadas, que transforman a partir de su propio cuerpo, de su propia sexualidad, su propio deseo. Éste es el caso de la escritora nacionalizada americana Anaïs Nin, nacida en 1903, e hija de los músicos cubanos Rosa Culmell y Joaquín Nin. De este matrimonio nacería una niña de apariencia delicada, de grandes y hermosos ojos negros.

 

Anaïs vivió sus primeros años entre Cuba, Barcelona, y con tan sólo 19 años, fue aceptada en una compañía de danza y se estableció definitivamente en Nueva York, en donde conoció al banquero norteamericano Hugh Guiler. Hugh jugaría un papel muy importante en su vida al convertirse en su pareja sentimental, pero además fue su apoyo moral y económico a lo largo de buena parte de su existencia, a pesar de que Anaïs nunca se caracterizó por su fidelidad sexual hacia él.

 

Así es que con sólo 19 años y un montón de hojas escritas de sus diarios,  Anaïs se trasladó a París junto con su esposo. El futuro se presentaba promisorio. Eran jóvenes, bellos y tenían dólares norteamericanos en los bolsillos, en un momento en el que Francia atravesaba por los estragos económicos de la Primera Gran Guerra, y cuando la Gran Depresión se encontraba a unos cuantos años de estallar.  Anaïs tenía una vida que a muchas mujeres les hubiera encantado tener, pero no a ella, a quien esa existencia monótona de ama de casa le parecía aburrida e insípida; le faltaba el estímulo del arte.

 

Anaïs decidió que quería dedicarse a escribir, y para eso contó con el apoyo material de Hugh y con la fortaleza de un carácter apasionado, imaginativo, herencia de sus dos padres, quienes recorrieron buena parte de Europa y los Estados Unidos demostrando su talento musical. Para dedicarse a la literatura, Anaïs no podía haber encontrado un mejor lugar que el París de los años 20, el centro del mundo, la capital del arte, donde pululaban los artistas y escritores que cambiarían la forma de entender y de hacer arte: los surrealistas, una camada de jóvenes furiosos, brillantes, exaltados, que se sentían herederos del marqués de Sade, de Rimbaud, Baudelaire, y entre los que se encontraban Breton, Apollinaire, Louis Aragón, Dalí, Miró.

 

Aquellos fueron años de explosión cultural, de experimentación, de cambios culturales y sociales; sin embargo, la mujer era vista aún como un ser incapaz de hacerse responsable de su propia vida. Son los años en los que las teorías de Freud triunfaron y se extendieron por Europa como reguero de pólvora. Sin embargo, el padre del psicoanálisis veía con desconfianza el hecho de que las mujeres asumieran una actitud más vital, más abierta hacia el sexo. Freud era un conservador que quería ver a las mujeres sumisas y silenciosas en sus casas, y si alguna de ellas intentaba salirse de ese papel, era porque seguramente tenía un problema psicológico.

 

A pesar de eso,  Anaïs encuentra en la terapia que tomó con el doctor Otto Rank, discípulo de Sigmund Freud, una vía para comprender esa necesidad de aventura, de pasión, de libertinaje y libertad sexual. Según el Dr. Rank, al igual que su padre, Anaïs ansiaba profundamente la libertad, situación que la corroía, y que las relaciones normales o tradicionales no satisfacían. Ella siempre necesitaba más.

 

Al respecto, Anaïs escribió en Fuego, Diario amoroso (1934-1937) (Siruela, 2008): “La vida es una vorágine vertiginosa. Rank me conquista con su comprensión; con su imaginación, que es infinita. Con su mente intrincada y deslumbrante; con Huck, el Huck que hay escondido dentro del Dr. Rank – pecoso, hogareño, harapiento, payaso, tallado groseramente–. “

 

 

Anaïs creció en constante enfrentamiento con su madre, pues ésta intentaba controlar hasta los aspectos más nimios de su vida; incluso llegó a decir que su madre la asfixiaba con sus “prejuicios burgueses”. Tal vez ésta haya sido una de las razones por las que se casó tan joven e interpuso todo un océano de distancia con ella, a quien además culpaba por el abandono de su padre, que se fue cuando Anaïs tenía tan solo 11 años. Como buen músico, Joaquín Nin era un bohemio, y comenzó una vida llena de aventuras y amantes.

 

En el fondo, la escritora sabía que para una mujer era mucho más difícil encontrar la plenitud, la libertad sexual, y no podía dejar de admirar y envidiar a su padre, el cual se dice enamorada abiertamente, a pesar de que el abandono la marcaría de manera permanente. De hecho, una de las leyendas que cubre el mito de Anaïs Nin es que ella le escribió una carta a su padre mientras viajaba en un barco hacia Europa. Esta carta sería el origen de los Diarios que la harían tan famosa, y en los que trataría con absoluta libertad su vida privada. En Incesto, Diario amoroso (1932-1934) (Siruela, 2008),  Anaïs describe lo siguiente:

 

Soñé que tú me masturbabas con dedos enjoyados y que yo te besaba como un amante. Sentí terror por primera vez en mi vida. Fue después de la visita a Louveciennes.
-Yo también soñé contigo.
-Mis sentimientos hacia ti no son los de un padre.
-Ni los míos los de una hija.
-Qué tragedia. ¿Qué haremos? ¡Acabo de conocer a la mujer de mi vida, mi ideal, y resulta que es mi hija! Ni siquiera puedo besarte como quisiera.  ¡Estoy enamorado de mi propia hija!

 

Varios años después, exactamente en 1933,  Anaïs se reencontraría con su padre y mantendría con él una relación que ella misma describió como incestuosa (narrada así en su libro Incesto, que forma parte de los Diarios censurados) Una pasión desbordante. Una relación que los acercaba sexualmente a pesar de los lazos filiales que los unían. Un amor pecaminoso, pero al mismo tiempo profundo y hermoso. Años después, el hermano de Anaïs desmentiría lo anterior.

 

También por ese tiempo Anaïs entablaría relación con los personajes más ilustres de las vanguardias literarias que se desarrollaban en esos locos años en la Ciudad Luz. La guerra no solo había destruido a toda una generación de jóvenes talentosos, entre los que se encontraba Guillaume Apollinaire, entre otros artistas y escritores que fallecieron en el frente de la batalla; también había contribuido para que cayera lentamente la vieja pátina conservadora que durante buena parte del siglo XlX había dominado en las relaciones sociales con respecto a la sexualidad femenina. El conservadurismo tachaba de impúdica cualquier actividad sexual a través de las miles de prostitutas que pululaban en los barrios bajos de las grandes capitales de Europa.

 

Algunos años antes, el mismo Guillaume Apollinaire había rescatado el “Infierno” de la Biblioteca Nacional los libros del marqués de Sade, y los surrealistas lo habían tomado como un antecesor nombrándolo “el Divino Marqués”.

 

Más adelante, la joven conocería al escritor, poeta y actor de teatro Antonin Artaud, quien a pesar de su genialidad, vivía en un permanente estado de exaltación que lo llevaba a consumir morfina y otros opiáceos, a través de los que buscaba aliviar los dolores físicos y psíquicos que lo aquejaban, además de satisfacer su necesidad de conocimiento divino. Artaud quien viajaría años después a México a probar el peyote, buscaba ansiosamente encontrar un camino hacia la verdad absoluta.

 

Artaud y Anaïs se volvieron amantes por un corto periodo de tiempo. Entonces ella se convertiría en un islote de tranquilidad en medio de la turbulencia que asuela al autor. Artaud vivía dominado por demonios que lo llevaría a ser internado en varias clínicas mentales, en donde su salud declinaría irremediablemente. Una pérdida enorme para  Anaïs, quien lo defendía como un iluminado, un hombre que irradiaba energía, fortaleza, un obsesionado. Al respecto de una conferencia en la que el autor habló sobre la peste y el teatro: ella comentó: “Su rostro estaba contorsionado de angustia; sus cabellos empapados de sudor. Los ojos se le dilataban, se le tensaban los músculos, y sus dedos pugnaban por conservar su flexibilidad. Nos hacía sentir que tenía la garganta reseca y ardiente, el sufrimiento, la fiebre, la quemazón de sus entrañas. Estaba torturado. Gritaba. Deliraba. Representaba su propia muerte, su propia crucifixión”.

 

Artaud estaba obsesionado con la pureza del arte, al igual que Anaïs, quien creía que el arte iba más allá del éxito mercantil: el arte es belleza y la belleza es pura; nada la puede corromper, nada la puede tocar. Así, su vida fue una búsqueda frenética por encontrar la palabra exacta, la palabra pertinente, escondida en el arte, presente en lo grotesco, en lo perverso, en lo escatológico.

 

 

Después llegó un torbellino a la vida de Anaïs: Henry Miller, el escritor norteamericano que se convertiría en su gran amor, y lo más importante: el hombre que ejercerá sobre ella una influencia permanente a lo largo de su obra. De Anaïs, Henry Miller llegó a decir que era especial porque carecía de conciencia de culpa, porque podía vivir cualquier situación sin inmutarse.

 

Miller, nacido en Nueva York en 1891, llevaba varios años viviendo en París, adonde había viajado para dedicarse definitivamente a la literatura. Sin embargo, había malvivido con trabajos informales, durmiendo en la calle, comiendo donde se pudiera, pero siempre decidido a triunfar, a escribir la obra que transformó la literatura norteamericana y que golpeó los fundamentos puritanos de la época a través de sus libros. Para ello, desarrolló una escritura violenta, desgarradora, repleta de sexualidad explícita. Muy criticados en su momento, los libros de Miller fueron censurados en su país y acusados de obscenos.

 

Para esta empresa moral emprendida por Miller, el apoyo de Anaïs fue fundamental, ya fuera como amiga a la que leía los adelantos de sus textos, o como la amante-mecenas que lo cuidaba, le daba dinero, le llevaba comida. Vivieron un romance intenso, se amaron y escribieron con pasión, pues los dos habían encontrado a la persona con la que recorrerían un camino creativo.

 

En el cuartucho de Miller, ambos escritores leían durante horas. La relación con Miller la impulsó a dedicarse a su propia obra, a sus diarios, que crecen y crecen relatando la dualidad y vida sexual de la mujer que fue la amante de Miller al mismo tiempo que cumplia con los compromisos sociales de la esposa de un renombrado banquero.

 

En sus Diarios, Anaïs descubre que el placer sexual también le es propio, y que las mujeres no sólo son el elemento pasivo, el que recibe, sino que también pueden ser el elemento que busca, el que ansía. Ella experimenta con su cuerpo, rompe tabúes, conoce las fronteras del placer y habla de ellas con plena libertad, a sabiendas de que estaba tocando un tabú.  Hay que recordar que las mismas teorías de Freud hablaban de la sexualidad femenina como de una anormalidad. Sin embargo, para ella el sexo es descubrimiento, una revelación y, al mismo tiempo, una liberación.

 

Mientras vive esa relación con Miller, los dos escriben intensamente: Anaïs sus diarios y Miller el libro por el que saltó a la fama: Trópico de Cáncer. Publicado en 1934 gracias al apoyo decidido de Nin, quien además, como se muestra en su correspondencia, sugirió ese título para su libro. Debido al contenido del mismo, Miller fue acusado ante los tribunales, pero el autor no se detuvo y decidió publicar Trópico de Cáncer, Sexus, Plexus y Nexus, entre otros. A continuación se reproduce una carta que escribió Anaïs a Henry el 5 de agosto de 1932 [tomada de Una pasión literaria. Correspondencia (1932-1953) (Siruela, 200)]:

 

“Henry, amor mío, rompe la carta que te envié ayer. Entre dos caricias de Hugh te necesito desesperadamente. Necesito tu fortaleza y tu dulzura, tus manos, todo tú; no sabes las cosas que recuerdo y anhelo. Me saca de mis casillas imaginar, sentir, o expresar todo esto con el rostro de Hugh abriéndose para constatamente entre mi y el papel. “Cariño, ¿ qué estás escribiendo? ¿En qué estás pensando?” Tiene la manía de preguntarme cada hora o así ¿me quieres? Todo eso me atormenta y me paraliza. Esta noche soñé que regresaba. Tal vez te gustaría venir a Louveciennes. Estaríamos completamente solos en la casa. Henry, Henry, me acuerdo de todo: los días en el bosque, y las noches en Clichy, y el cortacéspedes. (No importa lo que dijeras aquella noche. Te necesito a mi lado para tener la experiencia de ser amada”.

 

 Anaïs es libre a pesar de estar casada, de tener una vida en apariencia tranquila, conservadora, de mujer dedicada a su casa y a su marido, cuando en realidad estaba rompiendo tabúes y prejuicios a partir de las letras. Miller llevaba tiempo lejos de su esposa June Mansfield, quien viaja a París para pedirle que regrese a Nueva York. Este viaje es el pretexto del que se sirve el cineasta norteamericano Philip Kaufman para centrar la historia de la película Henry and June (1990) que, sin ser exactamente biográfica, retrata muy bien el drama que vivían los escritores al no poderse entregar en cuerpo y alma. Sin embargo, no pueden contra los convencionalismos sociales de la época, y se separan.

 

Miller regresa a Estados Unidos en 1940 y se instala en California, desde donde sigue escribiendo sus obras y manteniendo una nutrida correspondencia con Anaïs, quién regresa a los Estados Unidos en 1934, antes de que el fantasma de la guerra tome otra vez Europa. París ha dejado de ser una fiesta, y una guerra aún más sangrienta está a punto de estallar. Anaïs se instala en Nueva York y adquiere una pequeña imprenta que coloca en el ático de su casa. Con ella imprime y publica sus primeras novelas: Invierno de artificio y La casa del incesto, que convierten a Anaïs en la primera mujer en escribir y publicar literatura erótica.

 

Poco tiempo después, sale a la luz el libro Delta de Venus, una obra erótica que Anaïs escribió en París con la única intención de ganar dinero. En algún momento, un extraño coleccionista se había acercado a Miller con la propuesta de pagarle 100 dólares al mes con la condición de que el autor le escribiera obras pornográficas exclusivamente. Miller invita a  Anaïs, y llegan a un acuerdo con el misterioso coleccionista para que el pago sea de un dólar por cuartilla entregada.

 

La verdad era que Anaïs jamás pensó en publicar estas obras que había visto siempre como un pasatiempo y una forma de ganar dinero más que como una obra literaria digna de ser publicada con su nombre. De hecho, veía a sus personajes como seres extremos que practican una sexualidad abierta, llevándolos a un grado caricaturesco.

 

A partir de la década de los 60, Anaïs publicó sus Diarios en versiones expurgadas, ya que algunas personas mencionadas todavía estaban vivas en ese momento y no quería herir susceptibilidades, en especial de su esposo, o recibir alguna demanda legal.

 

A partir de la muerte de Anaïs en 1977, se empieza a publicar las versiones no censuradas, por lo cual en estos momentos se encuentran dos versiones diferentes de Diarios en circulación editorial. Incluso editados, el valor de Anaïs para publicar estos diarios es de admirarse: ¿quién se atreve a confesar ante el mundo sus fantasías sexuales o miedos íntimos, y tiempo después un amor incestuoso o infelidades?

 

La primera versión está conformada por cuatro libros: Henry y su mujer, Incesto, Fuego y Más cerca de la luna, en el que da cuenta de su vida tras el regreso a Nueva York, y tiene una visión más serena de sus amoríos y sus amantes. Èstos son los diarios censurados en donde, en algunos casos, se cambiaron nombres y versiones de los hechos.

 

De la otra versión existen siete libros, conocidos comúnmente como El diario de Anaïs Nin que abarcan su vida desde 1931 hasta 1974. En español es difícil encontrarlos, y por lo regular solo circula el primero de los tomos, que abarca los años de 1931 a 1934.

 

Nin fue una mujer transgresora, que rompió moldes tanto literarios como sociales y culturales a través de la sexualidad. Además se atrevió a plasmar esa sensualidad en la escritura, convirtiéndose en una voz femenina que relata el placer, la sensualidad sobre la piel del otro; revolución que escandalizó a una sociedad que consideraba que el placer era una posesión completamente masculina.

 

Podríamos tratar de encasillar a Anaïs en muchos de los movimientos y grupos que transformaron el arte durante el tumultuoso siglo XX; sin embargo, Anaïs Nin sigue siendo un universo diferente que nos habla desde la sensualidad, la pasión, el placer, una óptica que revolucionó al mundo y nos ayudó a descubrir un universo totalmente nuevo: el del placer femenino.

 

Este artículo apareció en nuestra edición impresa no.27

 


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