La reconstrucción del canon...
fotografía Enrique Leyva
estilismo Sophia Garduño y Zunshu
maquillaje Isra Quiroz
pelo Octavio León
asistente de fotografía Cesar Guilhoux
asistente de pelo Jessica Díaz
locación Casa fuerte de Emilio 'El Indio' Fernández
toda la joyería Panthère de Cartier y Love de Cartier
Sus ojos, un hechizo. Son ojos de curiosidad abiertos al mundo, a la gente, a lo que venga. Son ojos, como dicen, con chispa —grandes y energéticos—, como los de un recién nacido a quien todo le maravilla. Son oscuros pero brillantes, como la tierra, como la piel, igualitos al carbón.
Su pelo. También es negro y largo, larguísimo, tanto que alcanzaría para abrazar las estrellas y hacerlas trenza. Y su piel, que declama sin miedo la historia de una maestra de un poblado llamado Tlaxiaco, en la Mixteca Alta oaxaqueña, que se convirtió en actriz.

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Tengo que decirlo, Yalitza Aparicio no es una actriz convencional —ni en forma ni en fondo—, y tal vez eso sea lo que llame tanto la atención. Ser actriz nunca fue su sueño; el cine apenas le interesaba y lo de Roma (2108) fue una casualidad —vaya suerte—. Sin embargo, Yalitza transformó nuestro modo de ver cine.
Su participación en Roma sigue siendo el acto parteaguas en su carrera, porque fue un acto de honestidad, una verdad contundente que lo removió todo para transformar el canon de belleza global: lo desmanteló y reconstruyó desde dentro con la audacia de las pioneras.
Desde ahí, su belleza cuestionó los estándares estéticos globales —sin saberlo y sin quererlo, con ingenuidad—, y cambió la forma, tal vez para siempre, en la que apreciamos los estereotipos de belleza convencionales.
Poco a poco su voz —que es su imagen, su rasgos físicos, su raíz, su presencia— se fue alzando a través del otro, del público que la veía, la reconocía, se reconocía en ella y la respetaba. Yalitza gritaba hacia afuera sin saberlo y sin alzar lo voz, simplemente estando ahí. Su sola presencia lo cambió todo.

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Danaé Salazar (DS): Yali, ¿me escuchas?
Yalitza Aparicio (YA): Te escucho. Una disculpa por la demora. Ayer cayó una tormenta tremenda por acá y pensé “ya valió…” y sí, valió, por lo que veo. Qué lata. En la mañana tuve otra junta por Google Meet y funcionó perfecto, pero ahora no quiere.
[En eso recibo una foto en mi teléfono, es la vista de Yalitza con la computadora en primer plano. Está en Oaxaca, en el monte —por lo que se puede ver en la foto—, el paisaje es verde casi en su totalidad y, claramente, la señal de internet se ve interrumpida con frecuencia.]
DS: Me llegó la foto ¡qué lugar!
YA: Sí, me subí hasta arriba para tener señal y poder enviarla.
DS: La interminable historia de la intermitencia del wifi. Me encantaría verte, porque siento que siempre es más cercano hablar mirando los ojos. Lo haremos entonces por teléfono. ¿Cómo estás, Yali?
YA: Muy bien, sufriendo con el internet, pero feliz de estar en Oaxaca. Cada vez que puedo, corro para acá. De hecho, para las fotos en 192 sólo fui y regresé.
DS: Sí, nos dijiste. ¿Cómo te sentiste en la sesión de estas fotografías?
YA: Muy bien. Fue algo que nunca había hecho, fue algo distinto.
DS: Queríamos sorprenderte y que nos sorprendieras. Te hemos visto retratada de muchas formas y queríamos que esta vez fuera distinto, ver otro ángulo de Yalitza.
Después de Roma, tu relación con el cine cambió radicalmente. ¿Cómo fue tu primer acercamiento con el cine? ¿Tú familia tuvo algo que ver?
YA: Mi familia era muy apasionada. Todos los domingos nos sentábamos a ver películas. Yo era la única que siempre estuvo un poco alejada de ese ritual. No tengo recuerdos míos viendo cine. Los domingos eran días de flojera y, aunque mi mamá era muy estricta —“si comes, comes, nada de ver la tele”—, los domingos era la excepción, y podíamos comer frente a la televisión. Aun así, nunca ponía atención a nada de lo que sucedía en la pantalla.
DS: No te llamó la atención, pero terminaste dentro de ese mundo. ¿Te imaginaste alguna vez haciendo cine?
YA: No, el cine era algo extraño para mí, muy lejano. Lo único que me llamaba la atención era la música, pero no era de sentarme a ver una película completa, las veía por pedazos.
DS: Y entonces, ¿cómo llegaste al casting de Roma?
YA: Los castineros de Roma llegaron hasta Tlaxiaco, donde yo vivía, lo cual no es común. Entiendo que en el cine a veces es difícil recorrer todos los lugares para audicionar, pero esta vez hubo la posibilidad de que llegaran hasta el centro de Tlaxiaco. Mi hermana es muy conocida allá porque canta desde pequeña —tiene esa chispa—, y fue la primera a la que se acercaron, aunque tampoco le interesaba audicionar en ese momento; estaba centrada en su trabajo como maestra de Artes.
La acompañé a la audición, pero terminé ingresando para asegurarme de que todo estuviera bien. Nos interesaba conocer otra rama del arte, porque en el aula —soy docente de profesión— se ve de forma superficial el teatro, la música, la danza, pero nunca se profundiza tanto como para entusiasmar a un niño y decirle “esto también existe, hay un proceso, hay audiciones”. Eso fue lo que la llevó al casting y me convenció de acompañarla a descubrir de qué se trataba.

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DS: ¿Te sentiste natural en la audición, como si actuar fuera algo natural en ti?
YA: Iba muy apática. Sólo había pedido entrar a conocer, no a hacer la audición. Pero Graciela Villanueva, quien estaba a cargo del equipo de audiciones en esa zona, necesitaba que más chicas participaran. Me dijo: “Mira, haz la audición, vive la experiencia, así también te servirá para contárselo a tus alumnos”. No estaba de acuerdo, pensaba que con verlo bastaba y no me interesaba del todo. Sin embargo, Graciela insistió y fue una especie de negociación: ella necesitaba audiciones y yo quería aprender, así que nos ayudamos mutuamente.
Ya dentro del proceso, todo fue sorpresa. No conocía absolutamente nada. No sabía qué era una audición, qué se tenía que hacer ni cómo se hacía. Hoy sé que hay distintos tipos, que la productora o el director siempre buscan personajes en específico. Muchas veces ya tienen al personaje en mente; otras, si está basado en alguien real, buscan un parecido físico. Estoy segura de que hubo mujeres mucho más talentosas que yo para el personaje de Cleo, pero en esta ocasión también importaban los rasgos físicos.
Son muchos factores que se cruzan y que en ese momento yo desconocía. Luego entendí que eso es lo que te puede ayudar a quedarte con un papel. Recuerdo que me pedían caminar hacia adelante o a los lados, y pensaba: “¿para qué?”. Pero cuando estás dispuesta a aprender, empiezas a disfrutar el proceso. Al principio fui renuente, pero en cuestión de segundos me encontré diciendo “qué interesante, ¿por qué lo hacen así?”.
DS: ¿Te imaginas cómo habría sido tu vida si no hubieras quedado en el casting de Roma?
YA: Siempre he imaginado que sería igual de feliz. Esta oportunidad me dio un camino más amplio para aprender cosas que no conocía, para conocer personas que me han ayudado en este proceso. En algún momento me preguntaron si me habría arrepentido de no tomar el papel, pero creo que, cuando no conoces algo, es difícil extrañarlo.
DS: Entraste a Roma siendo una y saliste siendo otra. ¿Cómo lo vives a distancia?
YA: Fue un cambio muy grande. Lo noté desde el primer momento en que hablé con las chicas del equipo de casting. Pero, más allá de la ilusión de quedarme en la película, tenía la ilusión de platicar con las personas que estaban trabajando en el filme. Me contaban sobre los lugares a los que habían viajado, las películas en las que habían trabajado, en qué consistía su labor… para mí, eso ya era un mundo increíble.
Muchas mujeres, ya con cierta edad, me decían que no estaban casadas ni tenían hijos. Yo todavía tenía esa idea de que debía trabajar y luego tener hijos, porque la edad, porque “ya toca”. Así que escuchar que no estaban obligadas socialmente a casarse, a cuidar de una familia, que tenían derecho a viajar, a conocer gente, a expresarse… eso me cambió.
Tu contexto social te incrusta ciertas ideas que piensas que son las correctas. Y, aunque tenía ese deseo interno de aprender, de conocer, de viajar, socialmente todavía estaba atada. Después de ese primer viaje, cuando regresé a Tlaxiaco, alguien me dijo: “Qué bueno que ya terminaste tu carrera, pero ¿y la familia?”. Y ahí fue cuando pensé: “no, ya no me engañan”. Durante la filmación de Roma, conocí a mujeres mayores que yo, y eso fue muy poderoso: me dijeron que podía hacer lo que quisiera con mi vida. A partir de ese instante, todo cambió. Fue un despertar a otra realidad, me dio la libertad de soñar. Eso me marcó y me ayudó, cambió mi forma de pensar. Fue un proceso hermoso, desde el día uno.
DS: Te transformó en otra persona o despertó algo que ya estaba vibrando dentro.
YA: Durante el proceso de grabación, me sentía en un mundo mágico. Cada persona que conocía era como una puerta que se abría y me mostraba su universo. Sentía que volaba, descubriendo tantas cosas nuevas.
Cuando terminó la filmación y regresé a casa, mi mamá me dijo: “Bueno, hija, ¿y ahora qué vamos a hacer?” Ella había pedido sus días de descanso, que además no le pagaban, sólo para acompañarme. Yo le preguntaba lo mismo: “¿Y ahora qué sigue?” Y ella me respondió: “Ya fuiste a aprender, ya conociste, ya sabes más que ayer. Tú ya ganaste con todo lo que descubriste”.
DS: ¿Y cómo fue el tránsito de caminar por las calles de Oaxaca a pisar alfombras rojas en todo el mundo?
YA: Fue muy bonito el recibimiento del público, la calidez, el cariño… Incluso muchos actores, actrices, directores, se acercaban a darme palabras de aliento. En ese momento no sabía si quería seguir haciendo cine o no, pero lo estaba disfrutando. Para mí era mágico.
Por otro lado, muchos de los comentarios que me hacía el público, la gente de a pie, se me quedaron grabados: “Gracias, porque al verte ahí, es como si yo estuviera, y eso me ha enseñado que sí se puede.” Cada alfombra que pisaba era felicidad pura. En mi mente pensaba: “no estoy pisando sola esta alfombra, la estamos pisando todas; estamos viajando juntas, viviendo esta oportunidad” [refiriéndose al hecho de que una mujer indígena mexicana estuviera representando a toda una comunidad]. Tal vez ahora soy la primera en estar aquí, pero no seré la última. Porque cuando una puerta se abre, no debemos permitir que se cierre.

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DS: Te convertiste en la representación de una belleza diferente, casi marginada.
YA: Creo que el público tuvo mucho que ver. Si no se hubieran acercado con esa apertura, diciéndome “gracias, porque al verte es como si yo estuviera ahí”, tal vez no lo habría entendido. Me habría quedado sólo con el “gracias por la oportunidad”, sin dimensionar que no se trataba únicamente de mí, sino de una representación mucho más grande.
DS: ¿Y cómo es tu vida ahora? ¿Qué te interesa?
YA: Mi vida cambió completamente. Antes era una mujer que no disfrutaba socializar. Siempre decía: “Soy feliz dando clases a niños, pero no me pongan a hablar frente a adultos, porque se me olvida todo”. Y ahora… bueno, todo es distinto.
Hoy en día, tener seguridad en mí misma me ha llevado a hacer una especie de recapitulación. Pienso mucho en la representación que las mujeres indígenas podemos llegar a tener en pantalla, en cómo se construyen esas imágenes. También me doy el tiempo de decidir en qué proyectos quiero estar y en cuáles no, porque entendí que todo lo que hacemos comunica algo. Hay mensajes subliminales que lanzas a la sociedad sin darte cuenta.
Si me encasillo en un solo tipo de personaje, lo que estoy diciendo es: “sólo pertenecemos aquí”, y eso tiene un impacto en quienes se identifican conmigo. Pienso mucho en la Yali chiquita, la que no se sentaba a ver películas, a la que no le interesaban los programas de televisión. Me pregunto qué sentía, por qué se negaba a formar parte de eso. Y claro, era porque no me veía representada. O si me veía, era en roles muy limitados. Estoy en ese proceso, tratando de involucrarme desde el arranque en algunos proyectos, desde la raíz.
También he estado investigando desde mi comunidad, revisando cosas históricas. Recientemente, vi una foto de 1991 y me dolió ver que no había nadie que se pareciera a mí. Agradezco que en esa época hubiese, por ejemplo, una directora mujer en un bachillerato muy importante, pero las demás mujeres que aparecían eran edecanes o secretarias. Y eran mujeres con otras características físicas —blancas, con rasgos occidentales—, y aunque sé que eso representaba un avance en su momento, también me llevó a entender muchas cosas. Pero si profundizo más, descubro que sí existían mujeres sobresalientes, que hacían el triple de esfuerzo para abrirse camino. Es un proceso de deconstrucción —creo que así se llama—, para poder reconstruirme y entender mejor lo que ocurre a mi alrededor.
DS: Roma es una película bella, por cómo fue filmada y por el equipo que participó. ¿Hay alguna otra película que te transmita belleza? ¿Alguna que tengas presente?
YA: Perfume de violetas. Me gusta porque son de esas películas mexicanas donde conoces otro rostro de México, uno que sí existe, pero que no es tan reconocido. Cuando llegué por primera vez a Ciudad de México, de turista, me hospedaron en la colonia Condesa y decía: “¡Ay, qué bonita es la Ciudad de México!” En eso, una persona de casting me dice: “En tu día libre vamos a recorrer lo que es realmente la CDMX.”
Y cuando vi Perfume de violetas y recorrí la ciudad, me di cuenta de que no es sólo lo bonito que uno ve a simple vista; hay una diversidad inmensa que no está plasmada.
DS: ¿Cómo fue verte en pantalla, siendo retratada por el equipo de Roma?
YA: No pude verme hasta el resultado final.
DS: Debe de ser más fuerte aún verte en el resultado final, ¿no?
YA: Claro, pero no dimensionaba todo lo que pasaba. Estaba más inmersa en la felicidad de conocer a las personas y en todo lo que estaba aprendiendo, que en pensar qué pasaría con la película. Cuando terminamos la filmación, Nancy y yo, que éramos uña y mugre, le dijimos a Alfonso [Cuarón] que había sido un gusto conocerlo y que ojalá nos viéramos de nuevo. Él preguntó: “¿De qué hablan? Se van a aburrir de mí”. Y dentro de nosotras pensábamos: “Ojalá nos inviten a ver la película”.
Cuando finalmente la vimos, fue muy curioso notar ese contraste entre lo que viví y el resultado final que incluía todo el trabajo detrás. Pensé: “¡Wow! No puedo creer que esta sea la magia del cine”.

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DS: Debe de haber sido un acto mágico para ti. ¿Piensas que te convertiste en un ícono de belleza? Después de la película, te han fotografiado los mejores, has estado en la portada en revistas importantes.
YA: Eso me cuesta trabajo entenderlo y hay muchas cosas que aún necesito asimilar. Lo que sí sé es que Roma abrió una conversación sobre la diversidad en nuestro país y sobre qué es la belleza para cada quien. Para mí, la belleza es aceptar lo que tenemos y lo que somos, y eso va muy ligado a lo que hay internamente.
DS: Sí, la belleza es más de lo que vemos.
YA: La belleza no es el estereotipo que siempre nos han vendido, es todo lo que nos rodea y nos identifica como únicos.
DS: Y justo te tocó vivir esa transición, ese movimiento de aceptación y apreciación de la diversidad en rasgos y colores. Eres parte importante de ese proceso.
YA: Sí, creo que Roma ayudó a poner este tema en foco. Muchas cosas que pasaron después no fueron planeadas para hablarse hacia afuera: fue una reacción del público. La sociedad empezó a debatir, a juzgar si era correcto o no, si yo merecía estar ahí o no. Ese debate surgió solo y fue la gente la que lo generó.
Fui objeto de muchas críticas que me hicieron cuestionar si realmente merecía estar ahí, si debía formar parte de ese equipo. Al principio, me cuestionaba si mi característica era digna de ser mexicana. Hubo comentarios que decían: “No representa a México, porque los mexicanos no somos así.” Pero yo decía: “Sí soy mexicana, mis papás son mexicanos, ¿cómo que no?” Y volteaba a ver a mi alrededor, a tanta gente que se parecía a mí, y pensaba: “Claro que estamos, ¿por qué dicen que no somos mexicanos?”
Una señora de mi pueblo me dijo: “Estás muy chiquita, las actrices son altas y tú no cumples con eso”. Pero yo respondía: “Soy mixteca y los mixtecos somos chiquititos”. Me di cuenta de que aún tenemos un largo camino para reconocernos, para mirarnos al espejo y ver a nuestros iguales y decir “no nos parecemos al 80% de lo que se ve en pantalla, pero existimos, siempre hemos estado aquí, y somos mexicanos”.
DS: No tenemos que parecernos entre sí.
YA: Exacto. Cada estado tiene características físicas únicas. En Oaxaca, que somos tan diversos, la gente de la Mixteca no se parece a la del Valle o a la de la costa. Son rasgos muy distintos. Sólo falta que prestemos atención.
DS: ¿Cuál ha sido el momento más bello de tu vida?
YA: Creo que fue estar con mi mamá durante todo el proceso de Roma. Fue agradecerle por la educación que nos dio y por su esfuerzo, y decirle: “Aquí está el resultado de la gran madre que eres”. Mucha gente me decía: “¿Por qué no respondes? ¿Por qué te quedas callada? ¿Por qué no insultas?” Pero esa no es la educación que me dieron. Me enseñaron que, para recibir respeto, debes dar respeto. Y es algo que me ha marcado.
Hay tantos momentos bellos en mi pasado, como cuando decidí que podía hacer lo que quisiera, ser libre. Cada una de las personas que me han rodeado, en lo personal y en lo profesional, me ha abierto los ojos. No niego que también hay momentos que duelen, como las críticas, pero de ellas aprendes. Tienes que hacer conciencia y decidir si esos comentarios son para ti o vienen de las heridas de otros.
DS: ¿Eres una persona que busca la belleza o no es algo importante para ti?
YA: Es que me enamoro de todo lo que encuentro a mi alrededor. Amo mi estado, sus paisajes, disfruto la lluvia, el calor, la neblina, la noche. Todo me encanta.
Cuando veo tanta diversidad de modelos en tonos de piel, tipos de cabello, cuerpos, me encanta porque es una forma de sanar heridas que fueron socialmente creadas. Decir: “Ella no tiene esa estatura, pero se ve increíble. Yo tampoco, pero puedo estar ahí”, o “ella tiene un cuerpo distinto, pero qué bien que le dieron esa oportunidad, yo también podría hacer ese trabajo”. La belleza está en cada rincón.

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DS: ¿Crees que la belleza da privilegios?
YA: La belleza que cada quien valora en sí mismo, la seguridad propia, es la que puede dar privilegios. Esa seguridad te impulsa a buscar oportunidades; las oportunidades no llegan solas. Para eso primero hay que confiar en uno, creérsela, y luego insistir. En mi mundo Yali, en mi mundo ideal, la belleza es eso: creernos todas nuestras cualidades y confiar en nosotros más allá de prejuicios y comentarios externos. Así podemos seguir insistiendo en nuestros sueños. Me encantaría que estos conceptos estereotipados de belleza pudieran hacerse a un lado para que la sociedad pueda avanzar.
DS: Históricamente, la belleza del cuerpo es algo que ha sido un símbolo importante para el artista, ¿qué significa para ti mostrar tu cuerpo y tu piel, como en las fotos para esta edición de 192?
YA: Al principio me costó trabajo. Cuando me comentaron la idea, dije: “Por supuesto que no, ¿qué voy a hacer en esas fotos?” Por eso es importante tener una red de apoyo. Estoy agradecida con mi equipo de trabajo, porque me ayudaron a entender conceptos que aún me cuestan, a tener apertura hacia el arte y el amor propio. Al mismo tiempo es lo que quiero transmitir, que se identifiquen conmigo, dar seguridad, más allá de morbo o críticas, es arte, apreciación y valoración de lo que somos.
Enrique Leyva (el fotógrafo a cargo de estas imágenes) me dijo que mostrar el cuerpo es una libertad hacia uno mismo, una expresión que uno siempre ha buscado, aunque a veces cuesta encontrar cómo hacerlo. Que no todo está mal sólo porque la sociedad lo diga. Yo le decía: “¿Qué dirá la gente de mi pueblo si me estoy desnudando?” Y él me explicó que no era un desnudo, sino una expresión artística, y que cuidarían mucho que todo se viera con respeto, porque es un arte y todo está en cómo se hacen las cosas. Y me explicó que ustedes eran un medio serio y todo el equipo iba a estar cuidando cada detalle. Eso me dio confianza para mostrar mi piel.
Danae Salazar cree en la piel como una de las bellezas más honestas del ser humano: porque es viva, transpira, huele, dice todo de ti. Esta especie de tributo es intrínseca a su trayectoria como periodista de moda y cultura. Su principal logro: los 17 años de co- creación de Revista 192, donde las páginas, como la piel, se han convertido en espejo de lo que ella es.
La Casa Fuerte de Emilio ‘El Indio Fernández’, ubicada en Coyoacán, Ciudad de México, condensa más de 70 años de historia del Cine de Oro mexicano. Durante las décadas de los 40 y 50, fue escenario de más de 140 películas y, a lo largo del tiempo, se ha mantenido como un espacio vivo para el arte, la creación y la memoria.
Hoy funciona como un lugar de preservación y homenaje al legado del actor, director y productor Emilio El Indio Fernández. Visítala en Ignacio Zaragoza 51, Santa Catarina, Coyoacán, CDMX
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