Frida Escobedo

Imaginando futuros a través del diseño

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texto Isabel Abascal
fotografía Izack Morales
estilismo Fabiola Zamora y Danaé Salazar
maquillaje y pelo Hiro Yonemoto
asistente de fotografía José Luis González Hernández
toda la ropa Louis Vuitton Otoño-Invierno 2025

Casi cualquier persona que forme hoy en día parte del mundo del diseño en México, Estados Unidos o Europa, conoce el nombre de la arquitecta Frida Escobedo. Yo escuché hablar de ella por primera vez en 2013 cuando un amigo en común, el curador José Esparza Chong-Cuy, la invitó a realizar un pabellón en la Trienal de Lisboa. Desde ese momento, muchos meses antes de conocerla —en la oscuridad que precede el ver por primera vez el rostro de alguien y sentir su energía—, la imaginé como una figura singularmente bella. Es un lugar común, en el rango de las relaciones humanas, idealizar a una persona, su sensibilidad, su talento, su tenacidad, para que la vida nos revele después, poco a poco, que la exaltación con la que percibíamos aquella imagen sublimada era excesiva. En el caso de Frida, las cualidades que la han llevado a alcanzar a muy temprana edad un éxito sin precedentes —su sutileza, su perceptividad, su elegancia, que son comunes a su trabajo y a su persona— han ido, sin embargo, creciendo junto con su propia oficina y su notoriedad internacional.

A lo largo de casi dos décadas de práctica, Escobedo ha redefinido los límites de lo que significa dirigir un estudio de arquitectura y ha transformado valores históricamente asociados con el mundo masculino, como la ambición y el rigor, en suaves herramientas para poder decir, con un amplísimo abanico de materiales constructivos, lo que quería decir. Los retos que uno enfrenta y las largas horas necesarias para mantener un alto nivel de ejecución en cada proyecto, ya sea una instalación efímera o un edificio de vivienda, son incuestionables, y cualquier arquitecto pasa por momentos de incertidumbre, se equivoca y vuelve sobre sus propios pasos. Pero Frida consigue que todo ese esfuerzo intelectual y anímico parezca sencillo y sospecho que, con ello, inspira a toda una generación de jóvenes —tanto como nuestra generación fue inspirada por personajes como Lina Bo Bardi o Eileen Gray.

Espiar entre los hilos que el futuro teje nos está vedado, y es imposible saber con seguridad cómo se desarrollará el resto de la carrera de esta arquitecta sorprendente. Sus mayores proyectos, tanto en área y programa como en presupuesto, están en estos momentos en proceso y podrán ser visitados en algunos años. Pero al día de hoy, y por muchos motivos, la cadencia con la que bloques de concreto o cerámica se suceden unos a otros en muchos de sus proyectos, la delicadeza con la que mueve los finos dedos de sus manos al hablar dibujando formas en el aire, la agudeza con la que logra conectar temas e imágenes, Frida me parece ilustrar de manera perfecta una edición como esta, titulada La belleza.

 

Isabel Abascal (IA): Vamos a hacer un ejercicio en el que no te pregunto nada sobre arquitectura, que imagino es el eje en torno al cual giran casi todas las entrevistas que te han hecho. Aunque estoy consciente de que la arquitectura acabará saliendo a flote.

 

Mi primera pregunta tiene que ver con la Ciudad de México en la década de los 80. ¿Cuál era el lugar al que más te gustaba ir por aquel entonces?

 

Frida Escobedo (FE): Pasé mis primeros años en la colonia Condesa, a un par de cuadras del Parque México. Crecer cerca de un parque es un privilegio. Me gustaba especialmente ir al lago artificial del centro para darle de comer a los patos —para decepción de mis papás, mi primera palabra fue pato—. También había una fuente con una especie de cascada en espiral desde donde lanzaba barquitos de papel para correr a recibirlos en la parte más baja.

 

Después del temblor de 1985 nos mudamos. Me encantaba que mi mamá me llevara a tomar té y pastel a Snob, en Pasaje Polanco, sobre todo en días de lluvia. A mi papá le gustaba caminar por la ciudad los fines de semana: salíamos temprano, desayunábamos y visitábamos museos como el Tamayo o el ya desaparecido Centro Cultural de Arte Contemporáneo. Después pasábamos a Sanborns a hojear revistas durante horas y comer algo. Con amigas o primas, el plan cool era ir por hamburguesas a Chaz, en Pedregal o Plaza Inn, donde también estaba Papsa—papelería con lapiceros y plumas japonesas, cuadernos y calcomanías— y la tienda de Hello Kitty, que para nosotras era el paraíso.

 

IA: ¿Recuerdas la primera vez que viajaste a otro país, cómo lo experimentaste? Al regresar, ¿viste tu propia casa con otros ojos?

 

FE: Mi primer viaje fue a Nueva York, con mi mamá. Nos quedamos en el departamento de una amiga suya que trabajaba en las Naciones Unidas. Me parecía el lugar más interesante del universo: restaurantes de todas partes del mundo, la densidad de edificios y de gente, la energía… incluso viniendo de la Ciudad de México, me sorprendía. Recuerdo el vestíbulo del MET (Metropolitan Museum of Art) con sus enormes arreglos florales y el Rockefeller Center decorado para Pascua. Nunca había visto tantos tulipanes juntos. No creo que mi perspectiva sobre mi casa cambiara, pero sí me despertó un gran apetito por viajar más.

IA: Estoy tratando de trazar un universo visual y emocional para entender en qué contexto se formó tu relación con la idea de belleza. En tu libro “The Book of Hours”, invitas al lector a observar atentamente una serie de 24 pequeños objetos, muchos de ellos del mundo natural. ¿Es posible encontrar belleza en cualquier cosa que uno observe con el suficiente detenimiento?

 

FE: Creo que hay objetos que nos hablan: por alguna razón nos atraen. A veces resumen experiencias vividas o condensan un momento particular. No se trata tanto de “encontrar” belleza como de estar lo suficientemente presentes para que ésta se revele. La vida se vive hacia adelante, pero se entiende hacia atrás.

 

IA: Sé que te gustan mucho las plantas. ¿Cuáles son aquellas de las que te gusta rodearte y por qué? ¿Piensas mucho acerca del cambio climático y sus implicaciones?

 

FE: Claro, es algo de lo que ya nadie puede escapar. Incluso desde una posición de mucho privilegio, lo veo y lo siento. En casa tengo, entre otras, una Monstera deliciosa que me ha acompañado unos 12 años, varios cactus y una glicinia (wisteria) que, por suerte, adora el calor.

 

IA: Teniendo una de las sedes de tu estudio en la Ciudad de México y otra en Nueva York, ¿cómo se siente una vida que sucede en paralelo en dos lugares y en dos realidades sociopolíticas?

 

FE: Es fascinante y agotador a la vez. Las dos son ciudades con una energía tremenda. Juan Villoro comparó la Ciudad de México con el “vértigo horizontal” que Drieu La Rochelle usó para describir la pampa argentina: una extensión infinita, donde caben todas las historias. Vivo entre el vértigo horizontal de cdmx, el vértigo vertical de la ciudad de los rascacielos, y el vértigo del avión entre ambas.

IA: Cuando se habla de tus logros profesionales, se acompaña del hecho de que eres la primera mujer en conseguir esto o aquello. ¿Cuál es tu relación con la teoría feminista, con la comunidad lgbt+ y con la militancia por la igualdad de derechos?

 

FE: Me encantaría vivir en un mundo en donde eso ya no fuera relevante. Al mismo tiempo, me siento muy afortunada y privilegiada de tener la oportunidad de ser la primera en romper ciertas barreras, ya sea por mi edad, mi origen o mi género. No lo doy por hecho nunca, y agradezco la labor de todas las mujeres que estuvieron antes de mí para abrir este camino.

 

Entiendo que las cosas han cambiado, pero no tanto, y que aún queda mucho por avanzar. Sigue habiendo disparidad en oportunidades, salarios e incluso en cómo se valoran otras facetas de la vida según el género. No soy madre ni tengo personas a mi cuidado, pero creo que es urgente entender el trabajo doméstico como un pilar fundamental de la vida y de la economía. Sin ese reconocimiento, las mujeres seguirán subsidiando con su trabajo una parte esencial del sistema económico. Mi mamá, que es demógrafa, ha dedicado gran parte de su carrera a los derechos de las mujeres, así que es un tema presente para mí desde la infancia.

 

IA: ¿Qué tipo de cosas coleccionas, desde las más mundanas hasta las más inaccesibles?

 

FE: Colecciono pequeños objetos que me recuerdan un lugar o un momento específico —piedras, fragmentos de edificios, tierra, hojas, talismanes— como los que aparecen en The Book of Hours. También me encantan los libros: tenemos una buena colección en el estudio y tengo otra en casa. Me gusta comprar cerámica cuando viajo, desde un plato pequeño hasta una vajilla completa. Entre mis piezas favoritas están unos floreros hechos por mi hermana María. Y también me gusta mucho la moda: colecciono piezas de archivo de la era de Phoebe Philo en Céline, así como algunas piezas de sus nuevas colecciones.

IA: ¿Cuál es el museo al que más disfrutas ir?

 

FE: En este momento, los museos que más disfruto son el MET y el Pompidou, porque he tenido el privilegio de conocerlos desde dentro. La arquitectura tiene algo mágico: te permite apropiarte de un espacio, hacerlo tuyo porque lo entiendes de otra manera. Es como dejar de ser visitante y convertirte en alguien que vive con el edificio.

 

En 2022, mi oficina fue seleccionada para diseñar la nueva ala Tang en el MET: un honor y a la vez una gran responsabilidad. El proyecto se basa en la historia del museo, pero al mismo tiempo teje conexiones entre sus colecciones, la ciudad y el mundo. Nos inspiramos en la herencia arquitectónica del MET y en tradiciones artesanales —del tejido a la piedra— para crear una fachada modular de piedra caliza que cambia con la luz y la escala, evocando tanto la industria como la mano de obra artesanal. El diseño también reorganiza la circulación para reconectar las alas adyacentes, abrir nuevas vistas hacia Central Park y generar espacios de encuentro y contemplación. Para mí, este proyecto trata de honrar la pluralidad del met: una ciudad dentro de la ciudad, un hogar para la cultura que pertenece a todos.

 

Desde el año pasado también estamos al cargo de la renovación del Centro Pompidou en París, junto al estudio a cargo de Moreau Kusunoki. Este proyecto no es sólo conservación, sino una reimaginación de lo que una biblioteca y un espacio cívico pueden ser hoy. Nuestro diseño para la Biblioteca Pública de Información (bpi) y el Centro de Nueva Generación (png), retoma el lenguaje original del edificio —su apertura y espíritu de intercambio—, recupera vistas hacia el interior y hacia París, e introduce una paleta material más calmada y refinada. El Pompidou siempre ha sido más que un museo: un organismo vivo, un espacio democrático de encuentro donde la cultura se entiende como parte de la vida cotidiana. Fortalecer y renovar la bpi y el png reafirma esta visión radical y asegura la vitalidad de la institución para las generaciones futuras.

IA: Si pudieras despertar cada día y ver cierta obra de arte en tu sala, ¿cuál sería?

 

FE: Es una decisión difícil porque me gustan muchos artistas y muchas piezas, pero me encantaría tener una de Álvaro Urbano en casa.

 

IA: ¿Cuál fue el último libro que leíste que te abrió una nueva perspectiva? ¿Qué tanto piensas en palabras y qué tanto en imágenes?

 

FE: Pienso más en imágenes. Estoy empezando Wars and Capital, de Éric Alliez y Maurizio Lazzarato, pero mi tolerancia a las tristezas del mundo se ha vuelto más corta.

 

IA: Vivimos en un momento mundial desafiante, en el que vemos el sufrimiento ajeno a través de imágenes. ¿De dónde saca uno la convicción para sentarse a diseñar cada mañana y sentir que lo que hace puede tener un impacto positivo?

 

FE: En la belleza que nos rodea. Hay que agradecerla y recibirla siempre.

 

IA: La última pregunta es muy abierta y no tengo claro hacia dónde va. ¿Cuál es la relación entre la belleza y el amor?

 

FE: ¿No son la misma cosa?

Isabel Abascal es una arquitecta e investigadora madrileña que radica desde hace una década en la Ciudad de México, después de haber pasado tiempo en São Paulo y Berlín. En 2015, Isabel fundó el taller de arquitectura LANZA, junto a Alessandro Arienzo, quien le presentó a Frida de la que siempre le había hablado maravillas.


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