Una idea que nace del sentir, del cuerpo y del paisaje
fotografía Tanya García López
retrato Daniela García
estilismo Zunshu
maquillaje y pelo Alberto Pérez
modelo Sofía Puerta @ Queta Rojas
En 1950, la revista Madame publicó una serie de ensayos del modisto Henri de Châtillon en los que abordaba algunos asuntos que, a su parecer, todo diseñador de moda debía tener en cuenta para ser exitoso, tales como las joyas, las flores, el entusiasmo o la fe. El más interesante de todos es un texto corto e indolente titulado La importancia de las cosas inútiles y superficiales. En él, sostiene que el sentido de la vida radica en la belleza de sus aspectos cosméticos. En sus palabras:
“Para VIVIR, en el sentido propio de la palabra, se necesitan MUCHAS COSAS, pero para EXISTIR muy pocas: Comer, beber, dormir, ¡pero qué aburrimiento! ¡Qué falta de interés y de ideales demuestra el ser humano que sólo se conforma con esto! Después de todo, ¿qué sentido tiene la vida sin la belleza, la amistad, el amor, los viajes, los libros, la música, la pintura, en una palabra, todos los elementos que dieron luz al arte?”
En el texto, que no reproduciré completo por falta de espacio, Châtillon utiliza como guía al rey Luis XIV, de quien afirma es más recordado “por la importancia que le dio a las cosas ‘dizque inútiles y superficiales’”, que por sus glorias militares. Incluso asevera que esta es una situación universal: que las obras de arte y los monumentos son la razón principal, sino es que la única, por la que recordamos a los reyes y que, de adoptar una política orientada al fomento y mantenimiento de lo superfluo, tendríamos una sociedad más pacífica, “sin dictadores ni bombas atómicas”.

vestido Steph Orozco zapatos Cruda
Su postura es radicalmente opuesta al utilitarismo. Para Châtillon, la demostración de que se vive en una sociedad civilizada es el derroche improductivo y la atención a la belleza. A gran escala, su ejemplo es el Palacio de Versalles que, según su planteamiento, de ser un mero proyecto hecho por vanidad, no habría sido concluido por los reyes que sucedieron a Luis XIV, que murió sin verlo terminado.
A menor escala, un ejemplo de “la importancia de lo sin importancia”, es la satisfacción que provoca regalarle a un ser querido un suntuoso arreglo de rosas, a pesar de que tenga un precio elevado y dure tan sólo unos cuantos días. Una acción opuesta al sentido común, pero valiosa para el diseñador, quien remata su ensayo con esta sentencia: “Sólo un animal prefiere la raíz que lo nutre que la flor que no se come”.
Henri de Châtillon fue uno de los primeros diseñadores reconocidos en el país, pionero en muchos aspectos, participante en el hito inaugural de nuestra disciplina: el debate que se sostuvo en 1945, en el programa de radio Lunas Velarde, sobre la existencia de una moda mexicana junto con la poeta Rosario Sansores —que entonces escribía sobre moda y sociales en El Universal— y los diseñadores Armando Valdés Peza y Ramón Valdiosera.
No ahondaré en los pormenores de esta discusión, pero es prudente señalar un aspecto importante de ella: todos sus participantes escribían, o tenían presencia en medios misceláneos de circulación nacional. Sansores tuvo audiencia, tribuna y reconocimiento como poeta y columnista. Valdiosera seguido escribía para Mañana y era entrevistado regularmente en distintos medios, donde compartía sus opiniones sobre cómo debería ser la moda nacional, las cuales condensó años después en su libro 3000 años de moda mexicana. Valdés Peza, aparte de ser el mejor vestuarista de México, también fue columnista por 30 años; escribió ensayos formidables sobre la historia del vestuario de cine para Zócalo, luego colaboró en Jueves de Excélsior, en Mañana y finalmente en El Heraldo. Es curioso, al explorar estas revistas, encontrar sus nombres a lado de los de plumas tan importantes como Salvador Novo, Efraín Huerta, Renato Leduc, Salazar Mallén… la lista es larga. A veces pareciera que se tomaban a la moda más en serio antes, cuando sus expertos figuraban con naturalidad entre estos personajes, que ahora, que existe un esfuerzo considerable por dignificarla como asunto de índole intelectual.
Por eso mismo, en esta ocasión, quisimos tomarnos en serio las ideas de Châtillon y retomarlas para convocar un diálogo intergeneracional entre él y cinco diseñadores de moda mexicanos que han expresado abiertamente ideas claras sobre la estética, el lujo y la belleza. Para llevarlo a cabo, los diseñadores recibieron y leyeron el ensayo para comentarlo en entrevista días después. Sírvanos esta conversación no sólo para mantener viva su memoria, sino también para hacer algo nuevo con ella.
STEPH OROZCO
Steph Orozco es peculiar. Lo es en su ropa, lo es en sus gustos, también en su circunstancia: es una diseñadora regia que vive en Estocolmo y de alguna manera se coordina entre las dos ciudades; su ropa se vende aquí. Supe de ella por un amigo que trabajaba en un museo; luego coincidí con una curadora que llevaba puesto un vestido suyo. Tras ver su trabajo expuesto en una muestra de diseño en el Franz Mayer, me quedó claro que Orozco pertenece al género de diseñador intelectual para la gente culta, que comenzó a popularizarse a finales del siglo pasado, y ha agarrado fuerza en esta década. Algunos de los nombres que dominan este terreno son Yohji Yamamoto o Martin Margiela, en quienes ella reconoce una influencia directa. Nuestra entrevista sucedió con 15 horas de diferencia: se encontraba en Japón cuando hablamos, era su primera vez en el país. Decidí empezar por ahí.

vestido Livia Dress, Steph Orozco
Carlos Didjazaá (CD): Seguido hablas de la influencia de Japón en tus diseños, un país que, pese a tener un profundo sentido de la estética, suele diferir bastante de Occidente respecto a lo que les parece bello y lo que no. Tú encontraste algo ahí que te inspiró. ¿Qué fue y cómo lo balanceas con lo que es bello en Monterrey y en Estocolmo, donde ahora resides?
Steph Orozco (SO): Mi acercamiento a la cultura japonesa se dio a través del cine. Me llamaban la atención las estructuras sociales de los guerreros o las geishas. De ellas, me atrajo la manera en que, por ejemplo, un kimono las unifica, y su silueta protege el cuerpo en vez de descubrirlo; cómo la sensualidad se expresa de un modo distinto. En Estocolmo, que no destaca mucho por ser una capital de moda, la gente, sobre todo las mujeres, suelen tener un look más simple, andrógino. Usan capas y capas de ropa por el clima y, en cuanto sale un poco el sol, desaparecen esas capas y se muestran completamente femeninas, en vestidos cortos, pegados. Es interesante verlo. En Monterrey es otro clima, otra dinámica. Siempre quise hacer algo distinto. En la escuela me decían que ciertas telas servían para ciertas cosas, o que tal acabado era sólo para ciertas prendas. Y al regresar a mi casa, me ponía a experimentar. A hacer otra cosa que no fuera lo que me dijeron, quería ir más allá; usar otras telas que a veces compraba en los tianguis, y no las que vendían en el Parisina donde compraban todos, por ejemplo. Me gusta lo raro. Incluso mis proveedores me lo dicen: “esta tela tiene un defecto”, o “esta tela salió bien rara y te la guardamos”. Así se fue dando.
CD: En varias entrevistas tuyas que he leído, e incluso en la bio de tu sitio web, insistes mucho en que con tu trabajo expresas la “esencia del vivir y sentir”; en tiempos recientes has añadido “con un toque norteño contemporáneo”. ¿A qué te refieres exactamente y qué papel juega la belleza en esta esencia?
SO: Todo lo que hago parte del sentir, es decir: de lo que siento en el momento en que lo estoy haciendo, que finalmente es la esencia del vivir. Eso tiene un lugar de enunciación que es el de una mujer norteña, que soy yo. Respecto a la belleza: todos somos capaces de percibir lo bello; forma parte de nuestra esencia.
CD: ¿Consideras que la belleza es un valor universal y eterno? A todo esto: ¿Qué te pareció el ensayo?
SO: Tiene algunas ideas interesantes, como que la identidad, cualquier identidad, es algo que se construye colectivamente. Sobre la otra pregunta: ayer fuimos a un templo budista y me he sentido muy afectada. Ahora entiendo que la belleza, entre otras cosas, es algo que nos narramos a nosotros mismos; ya no creo que sea un valor, ni siquiera una cualidad, sino una experiencia.

vestido Steph Orozco
A inicios de los 70, tras sufrir una hemiplejia que lo dejó discapacitado, el médico de Châtillon le prohibió beber, le prohibió fumar, le prohibió desvelarse, comer azúcar y grasas y salir de viaje. Ante el desolado paraje de una vida asceta, el modisto respondió de la única manera que podría esperarse: viajó a París para entregarse por unos días al vicio y el despilfarro. Tras su regreso a México, tardó sólo una semana en morir. “Henri de Châtillon se suicidó de placer”, me explicó su sobrino, el artista Éric
Lédoux, en 2021. Una vez muerto, esparcieron sus cenizas en el lago de Tequesquitengo, cerca de la casa que tenía en el poblado. Pudo haber tenido o no razón, pero Henri de Châtillon vivió de manera coherente con sus principios, desapareciendo en el momento en el que la vida dejó de serle bella. La belleza no era sólo un aspecto cosmético de su vida, sino la vida misma para él. Conclusión que, al parecer, comparten, de maneras variadas, algunos de sus colegas hoy en día. Tenía razón en aquel planteamiento: la belleza hace que la vida deje de ser una mera realidad biológica. No era solamente un aderezo, no era un sobrante, no era un capricho, ni un lujo: era una razón para vivir la vida. Resulta falsa aquella dicotomía entre raíz y flor. La belleza constituye una necesidad elemental, como el agua; y otra de las muchas complicaciones del lenguaje que dan sentido a la existencia. Es la fundición del fondo con la forma. Es el ímpetu que nos hace despertar por las mañanas. Es el origen de la fe, el encuentro del sol con nuestros rostros. Es el aire, es la aurora. Es la flor que nos nutre.
Carlos Didjazaá (CDMX 1998) es periodista. Cree en la capacidad de los diseñadores mexicanos para crear belleza, y ha tomado la tarea de preservarla y promoverla. Desde 2018 colecciona diseño de moda mexicano y está escribiendo un libro sobre su historia.
Ediciones anteriores
Manto Extensional
Una amplitud de nuestro ser, un reflejo de nuestra energía y testigo de cada historia, el cabello […]
La flor que nos nutre: María Ponce
MARÍA PONCE María Ponce diseñadora “Pienso que a estas alturas es un lugar común decir que […]
Equaliza, un manifiesto de identidad que protege la audición
El oído es un hilo conductor de la vida. A través de él hablamos, escuchamos, compartimos, habitamos […]
La flor que nos nutre: Vanessa Bon
VANESSA BON Vane Bon diseñadora Hace unos años, cuando Vanessa Bon apenas se consolidaba como una […]
La flor que nos nutre: María Isas
MARÍA ISASMaría Isas diseñadora De todos los entrevistados, María Isas es la que tiene la línea […]
La flor que nos nutre: Kris Goyri
KRIS GOYRIKris Goyri diseñador Sería incorrecto decir que el trabajo de Kris Goyri es minimalista o […]
Yo no te pido la Luna: Rubra
EL GUSTO POR LA EXISTENCIA DEL COLOR Y DE LAS COSAS (EN RUBRA Y EN CUALQUIER OTRA […]
Yo no te pido la Luna: Sushi Kyo
EL ÚLTIMO GESTO: ORDEN Y DESPEDIDA EN KYO Sushi Kyo restaurante En Kyo, un plato no […]