Alonso Ruizpalacios

Una mirada aguda que ha definido al cine

2504
texto Johanna Murillo
fotografía Paola Vivas
locación Cineteca Nacional

Alonso Ruizpalacios es, sin duda, uno de los artistas mexicanos más completos. Ha logrado formarse como actor, dirigir teatro, escribir, dirigir y producir películas entrañables como Güeros (México, 2014), y dar un salto cuántico para dirigir series tan diversas como la popularísima Narcos (Estados Unidos, 2018-2021), la muy original Outer Range (Estados Unidos, 2022), un muy entretenido western de sci fi, Andor (Estados Unidos, 2022), una saga de la inmensa franquicia de Star Wars, hasta meternos íntimamente a acompañar a un grupo de migrantes en una caótica y neurótica cocina en medio de Times Square en La cocina (México, Estados Unidos, 2024).

Nunca olvidaré la noche en que conocí a Alonso, hace más de 10 años, en una cena en el MUNAL. En compañía de una muy embarazada y hermosa mujer, Ilse Salas, su esposa. Me tocó compartir mesa con ellos y la velada no pudo ser más agradable. Sentí de inmediato que ya eran mis amigos y desde entonces me he dirigido hacia ambos con una confianza y cariño que, con los años, se ha construido tangiblemente y que, por suerte, se trasladó de mi imaginación a la realidad. Lo que me hizo tomarme esa licencia fue el gran sentido del humor que Alonso tiene, su rapidez mental y su siempre interesante punto de vista de las cosas.

 

En esta ocasión, charlé con él de una manera más formal. La confianza con la que siempre me había dirigido a él, se vio invadida por una profunda admiración y nervios. Revisar el enorme cuerpo de trabajo que tiene su carrera me intimidó tremendamente —como si me acabara de enterar de todo lo que ha hecho—. De pronto me abrumó la angustia de que mis preguntas no fueran interesantes, o no hacerle justicia a su genialidad; incluso sentí la necesidad de empezar a hablarle de usted.

 

Después de unas horas de haberle escrito, respondió a mi mensaje para ponernos de acuerdo y realizar esta plática. En la primera palabra que leí en su respuesta, volví a sentir esa calidez y cercanía que me inventé tantos años atrás.

 

Alonso es un amoroso —de su familia, de sus amistades, de la música, del cine y del teatro—, creo que por eso su enorme y agudo talento no es algo que lo rebase, es algo que nos rebasa a los demás al ver su obra. Qué lujo poder sentir esa cercanía y distancia que me recuerda lo humano y especial que es Alonso Ruizpalacios.

Johanna Murillo (JM): La comienda es hablar sobre qué es ser hombre. Está “complicadito”, porque si a mí me hicieran la pregunta al revés, no sabría qué decir. Creo que es algo que me sigo preguntando todos los días. ¿Tienes una respuesta a qué es ser hombre hoy en día?

 

Alonso Ruizpalacios (AR): Me temo que no. Me gustaría decirte que sí, que tengo una buena respuesta, pero no, ¡no mames! Me agarraste así, como una vez que fui a Ucrania a presentar una película y me di cuenta de que no tienen small-talk. Sus preguntas también son de ese tipo. Así de que llegas y “hola, Alonso! ¿Qué tal el vuelo?” “Muy bien.” “Oye, ¿crees en Dios?”

 

JM: ¿Hubo un momento en el que te diste cuenta de que tenías sensibilidad, una especie de preferencia por lo creativo, por el arte? O más bien fue un camino que fuiste encontrando con los años…

 

AR: Siempre orbité hacia eso y soy el más chico de tres hermanos. El mayor me lleva seis años y conocí lo que es el bullying en los 80, muy intenso. Y con mis primos también. Cuando platico de estas cosas con Ilse [Salas], me dice: “es que los hombres…”, refiriéndose a todos sus conceptos de lo que son los hombres. Le digo: “sí, pero también existimos otros”. Yo también he rehuido de esas mismas nociones de tener que ser… digo, soy chaparro, por ejemplo, y ser chaparro y hombre es una gran…

 

JM: Tienes que ser tirano…

 

AR: Tienes que ser un tirano, como los ha habido en la historia, pero tampoco se me da. No tengo la disciplina para ser un tirano, creo. Me acuerdo de ese chiste de Eddie, cuando explica la agenda de Hitler: “Me levanto a las ocho de la mañana, café, y después death, death, death, lunch, death, death”. No, yo no tengo la energía para…

 

JM: Para ese tipo de listas.

 

AR: Entonces, regresando a la pregunta, siempre he orbitado hacia lo creativo, contar historias, sobre todo. Es algo que hacía desde chiquito, mis primos tenían una cámara de video (en mi casa no había); me encantaba ir a su casa y hacíamos cortitos de stop-motion. Desde ahí supe que eso es lo que quería hacer toda mi vida, no fue algo que descubriera tarde, más bien siempre me costó no ser bueno en futbol y en todas esas cosas en las que los “dudes” se supone que tienen que ser buenos.

 

JM: Lo heteronormativo.

 

AR: Exacto.

 

JM: Esos momentos, en donde tomabas una cámara y se juntaban tus primos en tu casa, ¿los percibes como un lugar al que pertenecías? ¿Por qué te sentías cómodo con lo que implica contar una historia desde ese lugar? ¿Lo percibías como un espacio seguro?

 

AR: Sí. Siempre fue el lugar más seguro y el lugar más divertido: la ficción. También iba mucho al cine, era muy cinéfilo desde niño. Recuerdo cuando fui a ver Roger Rabbit. ¿Viste esa peli? ¿Quién engañó a Roger Rabbit? ¡Es una obra maestra! Me acuerdo de verla y decir: “esto quiero hacer”. Ese fue un momento muy claro de darme cuenta de que había un güey que estaba atrás de la cámara y de querer hacer lo que él hacía. Veo a mis hijos y juegan a ser el que está enfrente, pero hubo un momento en donde adquirí esa conciencia de que había alguien atrás, y fue con esa película. A partir de ahí siempre fue un lugar muy seguro, divertido y libre.

 

JM: Libre. Pongámosle un pin a esa palabra porque más adelante entraremos en definiciones de lo libre, la libertad, “La liberación”. Me da mucha curiosidad escuchar esto porque tenía la idea de que habías empezado como actor. ¿Cómo fue ese brinco hacia la actuación? ¿O fue al revés?

 

AR: Pues supongo que haciendo teatro en la escuela. Era una escuela donde el teatro era una parte importante, era como el evento. Ahí empecé a meterme a las obras y me empezó a gustar mucho, a divertir. Y después, no sé, al día de hoy, no sé bien por qué diablos estudié Actuación, pero sí llegué a creer en algún momento que podía ser actor. Más cuando estaba dentro de la carrera, pero en el fondo sabía que era un farsante y que era director. Mi maestro de dirección fue Margules, que seguro has oído muchas historias de él.

 

JM: Mucho. Es una figura muy importante en la actoralidad chilanga, por lo menos.

 

AR: Sí, definitivamente. Tuvo mucho que ver con Margules; fui a hacer la audición para su escuela para actor, y me dijo: “Voy a abrir una carrera de Dirección; creo que eres más director, ¿por qué no haces el propedéutico de Actuación y luego te vienes a la carrera de Dirección?”. Y eso hice. Pero la carrera de Dirección duró un año, solamente, y entonces regresé a la carrera de Actuación. Después me fui a Londres, también a estudiar Actuación. Ahí sí me atrapó un tiempo el bicho de la actuación. Margules me sembró esta inquietud por conocer al actor, por experimentarlo en carne propia y por rodearme de ellos. Fue un virus que me contagió —y a muchos de los directores de cine como que no les gustan los actores, o es la parte que menos les prende.

 

“Crear es un acto violento. Hay algo de cierto en el dicho ‘por donde pase el cine no crece el pasto’. Para crear algo, tienes que destruir.”

JM: Tiene que ver con no saber cómo vincularse con los actores y con las actrices; no saben cómo crear ese vínculo entre director y actor. Pero yo percibo esa relación como una complicidad siempre. Y es que sientes que es un espacio seguro para poder expresarte, para explorarte, para pertenecer. Todos estamos buscando el lugar donde pertenecemos.

 

AR: ¿Tú lo tenías claro desde chiquita?

 

JM: No sé si lo tenía claro, pero sí me acuerdo de un primer momento en donde pisé un teatro y sentí el ambiente y cómo la energía cambió para mí; cómo estaba entrando a un espacio místico del que no me quería ir. Era el escenario, el detrás del escenario, los recovecos del teatro, el cómo todo eso funcionaba para inventar una historia, o representar una historia inventada para contar cuentos. A mí sí me gusta ponerme al frente, aunque lo padezco enormemente. Me tuve que entrenar mucho porque al principio mi nivel de sufrimiento era tal que se me paralizaba la cara, me daba un terror absoluto.

 

AR: ¿Ah, sí?

 

JM: Sí, era lo que más me gustaba y apasionaba, pero también era lo que más terror me provocaba. Esa dualidad de disfrute y terror ha sido compleja de explorar. Pero volviendo al tema, notas una diferencia en la percepción que se tiene de la masculinidad en estos últimos tiempos? Las cosas han dado un giro demasiado abrumador, post #MeToo. Sobre todo en nuestra industria, el cine, hemos visto muchas opiniones encontradas, exigencias, casos horribles. Como director y creador, ¿percibes algún cambio en el “set”?

 

AR: Es una muy buena pregunta. Claramente hay un cambio. Primero te hablo de la escuela —empecé a dar clases en el CCC hace como 12 años—. Me tocó ver cuando fue el tendedero. Sucedieron muchas cosas para bien, situaciones que eran insostenibles, gente muy pasada de lanza que tenía que ser traída a rendición de cuentas, no sé, una sacudida profunda. Pero también creo que viene con una cosa más complicada. De entrada, les ha costado mucho encontrar maestros. La gente ya no quiere ni se atreve a dar clases, o no sabe cómo dar clases en este nuevo contexto. Todos estamos aprendiendo cómo es este nuevo capítulo. El CCC tomó muchas decisiones, de pronto radicales, como “ahora los hombres tienen que hacer un curso de género”. Todos: alumnos y maestros. Y evidentemente también con el tendedero, pagaron justos por pecadores.

 

JM: En este movimiento del péndulo, de repente se hace una barrida completa y se va a un extremo.

 

AR: No estuve en medio de la tormenta, pero cuando regresé a dar clases, después de todo ese movimiento, sentí un clima rarísimo. Uno tiene que aprender a vivir en ese clima porque es la nueva realidad y no hay que tenerle miedo, sino aprender. Después del primer año, que fue el más pendular, incluso los alumnos están ávidos de más confrontación en la enseñanza.

 

Y hay otro tema: la gran subjetividad de la enseñanza del arte. Es un tema fascinante que me vuela la cabeza. Sin el elemento del género ya es suficientemente complejo, y luego le agregas ese ingrediente. Tú, yo, todos, nos educamos en un clima con situaciones que serían inaceptables hoy en día, evidentemente. Pero también venía con una búsqueda y un rigor y una cero tolerancia a la complacencia. Estaba más puesto el ojo en los temas centrales que sé y no tanto en todo lo periférico a la materia, o sea, el cine, ¿no? Crear historias, aprender lenguaje, etcétera. Pero ahora, por ejemplo, los alumnos a mí me piden casi que “hazme mierda, critícamelo”. Porque siento que hoy los maestros se van muy a tientas. La manera de dar feedback se ha vuelto muy cautelosa. Y también está bien ser cauteloso y que ya no te puedas pasar de lanza. Lo que decía Margules muchas veces era brutal. En mi opinión, sí hay algo que se ha perdido con eso, que creo que hay que aprender a rescatar y no a tirar. Como dicen, “no tirar al bebé con el agua”. Estoy diciendo un anglicismo fatal; en inglés es don’t throw the baby with the bathwater”, que es cuando terminas de bañarte…

 

JM: Vacías la tina.

 

AR: Exacto, tira el agua sucia, pero no al niño… Actualmente vivimos un momento en donde empieza a haber una necesidad, desde la academia misma, de repensar la cultura de la cancelación. Y en el set… esa es una buena pregunta.

 

JM: Has tenido sets muy internacionales, no sé si dependiendo de la cultura, es una sensación distinta, son protocolos distintos o no.

 

AR: Como te dije al principio, no me considero un tirano. Una de mis lecciones, justo durante mi periodo en la escuela de Margules, fue en el primer año de la carrera de Dirección. Teníamos que montar una escena que tenía que durar exactamente un minuto, y si se pasaba un segundo, la tenías que volver a hacer. Los alumnos de actuación del último año te hacían el paro para poder realizar el ejercicio. Yo había hecho un guion de dirección, así superintenso, todo hiperpreparado, y los tenía ahí, montando mi escena. Empecé a hablarles como creía que un director les debería hablar a los actores, como había visto a Margules hacerlo: “no, pendejo, a ver, güey…” Hasta que uno de ellos me dice: “Tú me vuelves a hablar así, y me voy en este instante; ¿quién te crees, güey?” Fue una gran lección de humildad de decir: “yo no soy un polaco que estuvo en un campo de concentración, soy un güey de Tlalpan de clase media y tengo que aprender a dirigir desde ahí”.

 

Esa fue la última vez que conscientemente fui ojete, tirano o pendejo. Mi acercamiento a la dirección siempre es más a través del juego, porque es lo que a mí me estimula. Y creo que los sets, desde que hicimos Güeros, eran sets muy lúdicos. También trabajé con amigos queridos, con Ilse, o sea, era una pachanga. Parte del objetivo era pasarla bien. He tratado de no construir un “set” en donde soy una figura que tiene que ser temida. Eso es algo que se quedó en otra generación, espero.

 

JM: Yo también lo espero.

AR: Lo que sí he visto, por ejemplo, son un chingo de protocolos nuevos. Sobre todo cuando he trabajado en televisión, en cosas que no controlo. En Estados Unidos o en Inglaterra, las plataformas llegan y te dan una serie de… te dan hasta clases, dan pláticas…

 

JM: Sensibilizaciones. Lo aprendido es lo que replicamos, sobre todo cuando admiras a alguien, o cuando se trata de tus mentores, guías o maestros. Ahí está la importancia de reflexionar sobre nuestras prácticas y sobre qué es lo que repetimos inconscientemente porque crees que así tiene que ser, porque tu figura de autoridad o la persona que te lo enseñó así lo hace. Pero ahora está bajando el péndulo —o esa es la sensación que tengo—, y con eso la urgencia que se sentía en los “sets” de implementar protocolos, de hacer sensibilizaciones, de firmar cosas y acuerdos, y hacerlo demasiado protocolario. Yo por supuesto que siento que sirve, que funciona para hacernos estos cuestionamientos de cómo evitar prácticas violentas, que afectan o que oprimen y que no te habías dado cuenta. Nuestra chamba es muy jerárquica y en las jerarquías puede haber tiranía.

 

AR: Hay todo un movimiento, que viene obviamente de los más jóvenes, por democratizar el cine. Ahora que he estado presentando mi última película, vi, por ejemplo, un corto de un colectivo con seis directoras, seis directoras. La gente les preguntaba: “¿Cómo trabajan?” Y decían: “Sí, las seis dirigimos”. Y creo que funcionó; según lo que pensaban ellas, era un colectivo. Sé que hay muchos de esos impulsos. También he escuchado historias de fracasos de eso.

 

El cine tiene una estructura jerárquica y militar, además, por una razón de eficiencia. No podrías tampoco movilizar un ejército así. Hay ciertas cosas que son violentas por naturaleza. Una movilización militar no tiene nada de democrático y no tendría ningún sentido tratarlo. La democracia y el cine no son dos grandes compañeros. Sí se necesita una cabeza, se necesitan tomar decisiones porque hay que terminar un plan de trabajo. La realidad se impone de una manera que no permite la negociación y el tiempo que necesita la democracia. Creo que hay ideas muy románticas que no sé. Digo, me interesa, tampoco estoy diciendo que no sea posible, pero pienso que crear es un acto violento. Hay algo de cierto en el dicho “por donde pasa el cine no crece el pasto”. Para crear algo, tienes que destruir, pienso.

 

JM: Sí, de acuerdísimo. Esto que dijiste de que hacer cine es violento me lleva a pensar algo más filosófico: la violencia del acto creativo. Pensar en una idea, pensar en algo que te inquieta como creador y luego entregársela a un equipo y hacer de esa idea un acto colectivo… ¿Qué tanto acabas viendo —en el resultado final— lo que en un principio te cuestionaste? Después de pasar por tantas personas, por tantos colaboradores, ¿acabas viendo esa idea, esa semilla? ¿Cómo han sido para ti esos procesos, desde esas semillitas hasta el resultado final, pasando por esta colectividad?

 

AR: Lo primero que pienso es que me conmueve. Durante el proceso de hacer una película, el momento que más disfruto es cuando hacemos la función para el crew. Es un momento muy, muy especial, porque es una celebración conjunta. No hay una cosa nueva, no es una experiencia de un público normal, porque toda esa gente estuvo involucrada. Cada uno va a ver algo diferente y se van a ver a sí mismos desde los puestos técnicos, van a verse a sí mismos en lo que hicieron ahí. Me conmueve mucho esa experiencia. Soy un romántico del acto colectivo. Tengo un amor particular por eso, también por eso hago teatro. Hay directores a quienes les gustan más otras cosas del cine, no la parte colectiva o social. A mí sí, sí es algo que disfruto. Me gusta que la idea original se deforme y se contamine, si quieres llamarlo así, y verla a través de todas las sensibilidades.

 

El cine tiene un gran componente de control, el teatro no, es mucho más caótico. Eso es fascinante. El control del director es una ilusión en el teatro. Pero, en el cine sí existe; sin embargo, disfruto mucho ceder. Me cuesta trabajo, pero me obliga. Ceder es muy buena medicina —descubrir una idea mejor que la tuya en el “set”, en la postproducción—. A veces es duro. Los directores somos necios y ególatras y todas esas cosas horribles, es verdad, pero creo que en el fondo ansiamos el momento de una gran contradicción, de un gran reto, de una gran confrontación.

JM: Tengo dos preguntas hiladas… ¿Eres de buscar qué es lo que quieres crear? O de pronto te haces una pregunta que empiezas a tejer y se convierte en una idea para un proyecto…

 

Y dos, ¿sientes que te cuestionas desde una perspectiva meramente masculina o es una pregunta que no te haces? La mayoría de tus personajes son hombres, me imagino que porque esa es tu experiencia, aunque también tienes personajes femeninos. De ahí nace esta pregunta que tiene que ver con el “female-gaze” y el “male-gaze” —términos que se escuchan ahora frecuentemente.

 

AR: No tengo un sistema de donde nazca la siguiente historia que quiero contar. Viene de diferentes lados. Tengo un cuaderno donde escribo muy seguido, está lleno de ideas y de semillas de historias; a veces es una escena o un personaje, pero eso no necesariamente es una película. Creo que cuando una de estas ideas no te deja, y regresa y regresa y regresa…

 

JM: Eso es. Tenemos grandes preguntas que siempre nos van acompañando. Aunque explores diferentes caminos, pero casi siempre son las mismas “grandes preguntas”.

 

AR: Sin embargo, sí procuro —y esto se liga con la segunda pregunta— respetar el proceso como algo intuitivo y misterioso. Me gusta respetar el misterio. Cuando más creativo me siento, es cuando no sé bien qué sigue. Si me pusiera a decir: “voy a hacer una narrativa con una female-gaze, ta ta ta, no sabría ni por dónde empezar. No es algo que sea para mal, pero la verdad es que no lo pienso. Y seguramente desde ahí es de donde cojeo. No lo niego. Sin embargo, no sé hacerlo de otra manera y me parece peligroso tratar de forzar algo así en una cosa tan intuitiva como escribir. Ahora que estoy escribiendo dos guiones paralelamente en diferentes etapas…

 

JM: ¡Andamos creativos!

 

AR: Me encanta cuando te sorprende, cuando escribes algo que no sabes de dónde vino, ni por qué está ahí —y no pasa tan seguido—. Sé que hay escritores a los que eso les pasa todos los días. A mí no, a mí me pasa una vez cada semana, si tengo suerte. Lo que más me divierte y atesoro son esos momentos cuando improvisas en la actuación, cuando tienes un impulso. En el momento en el que cuestionas de dónde viene un impulso, “si es un impulso, si es genuino”, es cuando vale madres. Y creo que a mí me pasaría eso con tratar de programarme para tener una female-gaze. Lo que sí hago, más y más, es consultar a Ilse [Salas, su esposa], que es la única mujer de la casa, y que sé que me va a destruir con cómo escribo a las mujeres. Por ejemplo, con “La cocina” [México, Estados Unidos, 2024] me sirvió mucho su perspectiva. Le di a leer unas escenas del personaje que hace Rooney, como la trama del aborto del personaje, porque ahí sí tuve que usar otra parte del cerebro, menos intuitiva, más analítica y consciente. La trama del aborto fue algo que reescribí mucho y que escribí con la parte menos intuitiva de mi cerebro.

 

JM: Sé que “La cocina” es una historia con la que coincidiste años atrás. Es una obra de teatro que montaron en ese entonces, cuando la conversación sobre la perspectiva femenina o masculina no estaba tan popularizada como en estos momentos. En ese entonces te hiciste, a lo mejor, preguntas parecidas sobre la experiencia de una mujer que decide abortar.

 

AR: Era una obra de teatro y el proceso es muy distinto. Ahí tienes a la mujer que está defendiendo a su personaje y además tienes la tiranía del guion. El guion fue escrito por un hombre en los años 50. Ahí sí, para que veas, había cero perspectiva de género. Fue algo que fuimos reescribiendo sobre la marcha y que ataqué más esta vez con el guion; me sirvió mucho hablarlo con Ilse y recibir todas sus mentadas de madre y sus burlas para mejorarlo. Hubo un par de ideas muy concretas que me dio ella que están en la película y que agradezco.

 

Definitivamente es un buen ejercicio dárselo a una mujer y tener su retroalimentación. Sí es algo que enriqueció el guion y que me llevo para las siguientes experiencias. Pero no puedes partir de ahí, tiene que ser un paso posterior, porque si no, matas la intuición. Es como crear con una agenda de corrección política… es la muerte.

 

“Soy un romántico del acto colectivo. Tengo un amor particular por eso, también por eso hago teatro. Me gusta que la idea original se deforme y se contamine, si quieres llamarlo así, y verla a través de todas las sensibilidades.”

JM: Es lo antiliberador. En términos de mística, ¿eres alguien que tiene o hace rituales? Yo, por ejemplo, necesito hacer una especie de conexión con la naturaleza, porque si no, siento que la cabeza se me chifla. Es una especie de ritual para desintoxicarme y poder tener la cabeza lo más limpia posible.

 

AR: La cocina estuvo llena de ese tipo de cosas porque tuvimos un periodo de ensayos muy nutritivos. Ensayamos casi cuatro semanas.

 

JM: Qué delicia.

 

AR: Sí, estuvo muy chido. Fue un sueño poder tener a todos los actores cuatro semanas. Creo que el cine es poco tolerante y se presta poco para los rituales, pero me gustan. Me gusta agarrarnos de las manos cuando es posible. Lo hago, pero bueno, fuera de eso, no tengo un ritual específico.

 

JM: Y ¿tienes amuletos?

 

AR: No… Ilse se burla mucho de mí porque soy muy racional y nada místico.

 

JM: Pues muchas gracias, espero que esta conversación sea de utilidad, para mí lo fue.

 

AR: Más bien, espero que sea de utilidad para ti, yo creo que divagué absolutamente.

 

Johanna Murillo es actriz y productora de cine, teatro y televisión. Su última producción —de la que también es protagonista— es la serie para TV La liberación. Es feminista, mamá y señora gozona.


Ediciones anteriores

192

Raúl Briones

Raúl Briones no solamente es un actor extraordinario. Lo mismo inunda los teatros con su presencia magnética […]

1205
192

Andrés Jiménez: Crear espacios seguros

El mundo de Andrés Jiménez es uno donde la moda y la música fluyen con naturalidad, sin […]

2304
192

Laura Carrillo: Sobre la feminidad y el diseño

Susan Sontag tiene una frase que dice que “lo más hermoso en los hombres viriles es algo […]

2204
192

Víctor Barragán: El menswear después del cuerpo

En el paisaje incierto de la moda contemporánea, donde el exceso y la ironía coexisten con la […]

2004
192

Hermanos Koumori: Menswear como laboratorio creativo

Así como hay imágenes que dicen mil palabras, el método dice mucho de las personas. En un […]

1604
192

Diego Zúñiga: La moda es un camino introspectivo

Vestir nuestro cuerpo es quizá una de las actividades más solitarias que existen en el mundo. A […]

1504
192

Antonio Zaragoza: Diseñar el tiempo

La moda, en su expresión más transgresora, se convierte en un poderoso lenguaje que desestabiliza las convenciones […]

1404
192

Tenue

“Todo autor se convierte, en menor o mayor medida, en arquitecto, porque tiene que escribir sobre lugares […]

2803