Contar historias da miedo

Una profesión en donde lo paralizante deja de ser irracional

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texto Gabriela Jauregui
fotografía Sergio Orospe

Cuando pensamos en periodismo de investigación en este país, desgraciadamente y en automático lo vinculamos con el miedo. Vivimos en uno de los países en los que ser periodista es uno de los trabajos más peligrosos, y si a eso le sumamos ser mujeres periodistas, los riesgos parecen aumentar. Por eso me hago la pregunta del miedo, se la hago a tres de las periodistas más generosas y que más admiro, que hacen de las labores más valientes y a la vez necesarias para entender nuestra realidad. Para nombrarla, para hacernos mejores preguntas y poder imaginar futuros posibles: Lydiette Carrión (autora de La fosa del Agua), Daniela Pastrana (autora de la Guía de autoprotección para periodistas) y Daniela Rea (autora de Fruto). Escriben y editan en Pie de página, y entre las tres se han ganado cinco premios nacionales de periodismo y dos Premios Gabo, entre muchos otros reconocimientos. Además, todas somos mamás, entonces el miedo es algo que nos atraviesa también desde ese lado: el ser madres arroja otra luz a su trabajo como periodistas y a los riesgos que deciden, o no, tomar.

 

El otro día escuché un podcast que habla sobre el miedo y menciona que hicieron un estudio en los años 70, en Estados Unidos, en el que un psicólogo del comportamiento estuvo observando infancias: notó que los papás los dejaban pasear libres en un radio de varios kilómetros por su pueblo, podían llegar hasta un lago y los padres no temían que se fueran a ahogar; ir al bosque, andar por todo el pueblo. Treinta años después, volvió a hacer el mismo estudio. Todas esas infancias ya eran adultes, muchas viven en ese mismo pueblo y sus hijes tenían un radio de distancia mucho, mucho menor. Ahora los papás tienen miedo de que los secuestren, violen, descuarticen, atropellen o que caigan al lago y se ahoguen; se les redujo de kilómetros a metros, y el psicólogo estaba tratando de entender qué pasa con la sociedad contemporánea, las mamás, los papás y el miedo, y lo vincula a las noticias. Argumenta que nuestra percepción del miedo ha cambiado con el tiempo. Sacó las estadísticas de crimen, y no hay más crimen en ese pueblo; lo que cambia es la percepción del mundo de acuerdo con las noticias que se publican más y tienen más espacio: las noticias de violencia. Ahora, eso es en un pueblo pequeño en EUA, en el que las condiciones no han cambiado en 30 años, pero en nuestro país sí: podríamos sacar las estadísticas, y el contexto en el que están creciendo las infancias hoy es muy distinto a cuando nosotras éramos niñas —entonces el tema del miedo no es tanto una percepción de la realidad, sino una realidad que nos acompaña o acecha.

 

Escribir y pensar sobre el miedo tiene algo de peligroso, pero también es necesario porque nos da luces posibles dentro de esa tiniebla.

 

GARBIELA JAUREGUI Todo este preámbulo para generar un contexto desde el que les pregunto, Lydiette Carrión, Daniela Pastrana y Daniela Rea: ¿para ustedes qué, cuándo o cómo se les abren las puertas al miedo? Antes de tener hijes, ¿trabajaban igual y no les daba miedo? ¿O quizá no sienten miedo cuando están trabajando, pero sí sienten miedo en relación con sus hijes?

 

DANIELA PASTRANA Tengo identificado un momento muy definido, que es a partir de ir a hacer cobertura en Veracruz [de 2012 a 2016] —alguna vez escribí una columna al respecto—. Soy tan negada a perder el control que hasta en mis pesadillas, en las que soñaba que me iban a matar, terminaba con los que me mataban y les decía: “tú no me puedes matar”. Ni en los sueños dejo que rompan todas mis barreras emocionales. Y con Veracruz, se me quebró eso.

 

Al estar yendo a Veracruz, escuchaba historias que me parecían absolutamente inverosímiles y que se ligaban con cosas extrañas que me sucedían allá y que me hacían sentir permanentemente vulnerable. Por ejemplo, entrar a mi cuarto de hotel y ver pisadas muy evidentes; no era que te quitaran nada, pero era para que tuviéramos claro que nos estaban vigilando. Son formas de operar para hacerte sentir inerme, pues sabías que alguien estaba cerca o que te estaban vigilando a cada paso que dabas. Ahí fue cuando empecé a sentir miedo y a entender el miedo de los periodistas en Veracruz, que hacía que tuvieran el silencio tan terrible cuando los conocí.

 

También comencé a tener pesadillas relacionadas con mi familia y con tortugas, que es el animal que yo guardo y colecciono, es mi animal mitológico favorito. Alguien me decía que la tortuga representaba la seguridad de mi familia —yo sentía que estaba amenazada—. A partir de ese momento sentí ese miedo, no sé cómo describirlo […] es un miedo permanente y constante que se mete a tu intimidad y rompe todas tus defensas. Es el miedo de que algo les pase a mis hijos; me volví bastante más aprensiva a partir de esa cobertura.

 

Tengo una ventaja porque mis hijos ya están grandes, entonces son mucho más conscientes de que me tienen que avisar. Hemos platicado de que no me puedo controlar, me angustio demasiado y necesito saber dónde están, no importa en qué lado del planeta me encuentre. Eso es todo lo que puedo decir sin ponerme a llorar, porque sí es un sentimiento horrible.

 

DANIELA REA Reflexionando en qué abre la puerta al miedo, una de las cosas que pienso ahora tiene que ver con el saber, con el tiempo de información que consumimos y que producimos. Cuando estábamos investigando lo de [el libro de] La tropa, hubo una amenaza dentro de la cárcel, uno de los soldados me dijo: “te van a hacer la desaparecida”. Todo el conocimiento de los expedientes que habíamos revisado se hizo súper presente y pensé: “claro, sabes que lo pueden hacer, lo has leído o lo has visto”. Entonces toda esa información se activó y me hizo confirmar que sí podría suceder.

 

La información de las cosas que son posibles que sucedan, me activa el miedo. ¿Y en qué momentos? Cuando estoy en contacto con tanta información de violencia y, en sí, el contexto de violencia. Esto me hace pensar en la responsabilidad que tenemos al escribir sobre violencia y cómo encontrar un equilibrio entre la información que publicamos, necesaria para romper zonas de silencio, pero también cómo se publica para que no paralice, para que no imposibilite, como me pasa a mí cuando accedo a tanta información sobre el horror. También la propia dependencia que tienen mis hijas, la maternidad, son cosas que en este momento han hecho una temporalidad constante y permanente que posibilita que el miedo opere de otras maneras. No es que antes no operara, pero para mí sí hay algo muy cabrón y corporal entre percibir el miedo ahora y cuando no tenía a mis hijas. Podía irme y sabía que, si me pasaba algo, no iba a haber una consecuencia más allá que el sufrimiento de ese momento.

 

“Tengo derecho a contar lo que quiera sin tener que sentir miedo, sin necesidad de vivir con tortura
o de que alguien me arrebate la vida.”

—Daniela Pastrana

LYDIETTE CARRIÓN Identifico muy bien el tema del estrés postraumático, el cual padecí. Cuando platicabas del estudio en los niños, me recordó un poco a la película de Michael Moore donde explica cómo todos en Estados Unidos están armados porque siempre están al borde de una guerra civil, y cómo en Canadá dejan las puertas abiertas, y generalmente hay pueblos donde hay una tasa alta de crimen violento u homicidio, pero existe este miedo, y hay lugares donde no existe.

 

Yo también crecí así, como pequeños salvajes en la calle. En Veracruz no es que no pasaran cosas; había otras violencias, pero realmente ahora no me imagino dejando ir a mi hijo solo a la tienda. Es distinto porque aquí sí hay un contexto de violencia, pero en otros lugares es diferente porque hay otra narrativa.

 

Obviamente existe una cultura de propagación del miedo, y también las narrativas que se hacen desde la prensa estadounidense son tremendas, es una violencia… En el contexto mexicano, es real que en los últimos años se triplicó la tasa de homicidios y el tipo de violencia que enfrentamos es distinta en muchos aspectos.

 

Se juntan dos cosas, una narrativa muy mainstream y una realidad que todas, todos y todes hemos vivido. Entonces vuelvo al estrés postraumático. Pongo un ejemplo. Hace ocho o nueve meses fuimos a una zona cercana a Xalapa para ir a unos rápidos. Noté el estrés postraumático muy cabrón porque la noche anterior mi cabeza empezó a pensar: “vamos a ir a una pinche brechita y van a ver las placas y notar que no somos de aquí”, y me acordaba del tema de los cinco de Tierra Blanca. Uno de mis primos fue abogado y llevó el caso —siempre nos platica los casos—, y estuve a punto de decir que no fuéramos a los rápidos: “tengo una intuición cósmica de que no debemos ir mañana”, pero no lo hice. No sé por qué, porque mi cabeza estaba convencida. Al día siguiente nos levantamos, fuimos, no pasó nada y estuvo padre.

 

Esta anécdota es una de muchas que me han pasado, en donde estoy a punto de decir algo, o digo algo que me causa fricciones con mi pareja. Y es que la otra persona no va a entender que tienes un exceso de información y que tu reacción, en tu cuerpo, hace todo el sentido del mundo. Decir “no, wey, uno no se mete en una brecha sin asfalto si traes placas de tal lado” —en mi cabeza así funciona—. O mandar a la chingada la cobertura porque entro en pánico —eso sí me ha pasado—. Eso es el estrés postraumático.

 

A nivel social creo que hay dos cosas: una narrativa que genera mucho miedo y tensa el cuerpo, el pecho, las costillas, los brazos y la quijada, y es muy agotador, acabas desgastado y estás al borde. Además de eso, es real que en la crisis de violencia que platicaba Daniela, es muy distinta esta dinámica que sí se da en otras partes del mundo y que no deja de ser dolorosa, pero tienen otro matiz. Nosotras no podemos decir “relax, paz y amor”, porque el miedo nos salva la vida en muchas ocasiones.

 

GJ Creo que esto es algo que no sólo sucede en contextos de periodismo en donde ustedes tienen un montón de información para tomar decisiones, como en la noche, “okay, voy a salir o no voy a salir”; “dejo que mi hijo salga o no dejo que mi hijo salga”. Nietzsche alguna vez dijo que el oído es el órgano del miedo, pues por lo que escuchamos (y ahora también vemos) llegamos a saber muchas cosas y al mismo tiempo hay un momento en el que tenemos que ponerle pausa a todo lo que sabemos y pensar: “adelante, que siga la vida”. Entonces, podríamos decir que hay miedos útiles y no tan útiles. Claro que si tienes estrés postraumático, es más difícil discernir porque tu amígdala está activando todos los mecanismos reales del miedo, aunque quizá no sea real.

 

¿Cómo le hacen para saber “le voy a poner pausa a esta locura”, o “esto es algo que me está diciendo mi cuerpo entero y le voy a hacer caso esta vez”? ¿Qué señales tienen para saber si un miedo creció y creció como bola de nieve con las noticias o con redes sociales? ¿Cuándo puedes decir “ya no le voy a dar de comer a este miedo que se almacena en el pecho o en la quijada” y cuándo dices, “ah no, esto está de la chingada, por ahí no me voy a meter”? ¿Han identificado cómo hacerle?

 

DP Hay miedos que son incontrolables. Gaby, mientras te escuchaba, pensaba que desde niña le tengo miedo a los lugares oscuros. Cuando Dani contaba lo de la amenaza militar, me acordé de que nos vimos y le dije: “Dani, la imaginación es el peor enemigo”, porque sientes el miedo, pero si dejas volar la imaginación, te vas. He ido identificando por qué me dan miedo la oscuridad y las alturas, y en qué momento de mi infancia empezaron. Era un miedo que no representaba un obstáculo para hacer cosas. Por ejemplo, si iba a Six Flags con mi hijo, había dos opciones: que él se subiera solo y verlo desde abajo con las patas para arriba, o subirme con él, cerrar los ojos y gritar durante un minuto; optaba por la segunda opción: veía las posibilidades, pero eran controlables.

 

Cuando empezó la cobertura de “la guerra contra el narco” y lo de Veracruz, me aceleró muchísimo. El tema de las alturas se volvió una fobia, y debí tratarlo con un psicólogo porque se volvió una fobia que tenía que disimular; no me gusta que me vean vulnerable. Antes, para que yo llorara en público era un rollo; si recibía noticias horribles, me encerraba en el baño a llorar —eso antes de la guerra—; ahora lloro con cualquier cosa.

 

Ese miedo que tenía desde niña y que era controlable para mí, ya cuando estuve expuesta a situaciones horribles, tocando el dolor y viendo lo de [la masacre de] San Fernando [Tamaulipas] —cuando nos encerraron en un hotel para que no fueran a dispararnos—, ese miedo se convirtió en una cosa incontrolable.

 

Lo que tuve que hacer fue dejar esas coberturas y regresar a mis pueblos, a mis pobres y a la educación, a mis temas de siempre. De plano dejarlo, porque después de que mataron a Rubén [Espinosa, fotógrafo] era incontrolable, se cruzaba con mi otro miedo que fue generando una situación terrible.

 

Creo que debería haber un psicólogo para que tengamos más atención en estas situaciones. Esta exposición constante a la información de lo que, como decía Dani, es real y posible, te va detonando cosas, y hay unas incontrolables.

 

Por otro lado, sobre la responsabilidad de las personas que dependen de ti, creo que ese miedo lo vas adquiriendo y dosificando, aprendiendo que no te puedes descontrolar tanto porque sabes que tienes que regresar. Es un miedo más controlable, al menos para mí. No sé cómo lo dejé, pero desde 2017 evito ir a coberturas, sólo cuando no me queda de otra lo hago, pero lo de los pueblos son violencias más viejas, más sistémicas y menos impactantes que me permiten también pensar en tener alegrías y no sólo dolores.

LC Algo que me ayuda es que un amigo de una ONG me pasó un protocolo de análisis de riesgos, muy metodológico, y así puedo evaluar la situación porque no todos los riesgos son para mí. Si se me dispara el miedo emocionalmente, entonces necesito anclarme en algo muy metodológico y racional.

 

DR En términos de seguridad y confianza, me sostiene saber que las personas con las que voy a trabajar son personas que, por el cariño que hay de acompañamiento de hace muchos años, no me van a exponer al peligro. Aunque esto también va acompañado de verificar con fuentes, hablar, checar. Sí hay protocolos, pero este país es tan diverso que no siempre hay que ir al palacio municipal a avisarle al presidente del pueblo que estás ahí. He aprendido que algo que me puede proteger es demostrarles a las personas que no represento una amenaza —eso lo aprendí trabajando con los soldados—: entender que nuestra presencia también les representaba a ellos un riesgo.

 

Cuando entrevistamos a unos chicos sicarios, uno de ellos llegó con una pistola y yo dije: “puffff, ¿qué hacemos en esto?”. Nos los llevamos a tomar un café para explicarles de qué se trataba, porque íbamos a entrevistar a uno, pero llegó su amigo, el del arma, y fue muy cagado porque les platicamos: “les vamos a preguntar tal, se trata de esto”, para hacer evidente que no tenían nada que temer y que no representábamos una amenaza. Siempre lo recuerdo porque los chicos pidieron una malteada Oreo con doble chocolate; no se me olvida ese gesto tan “infantil”, tan cándido de dos tipos que habían hecho cosas terribles y que estaban sentados frente a nosotros con un arma.

 

GJ Y, a pesar de todo esto,¿qué es lo que te anima o te da fuerza y te hace poner todo ese miedo a un lado o llevártelo contigo, pero seguir adelante?

 

DR Podría decir que he seguido, pero no he seguido. Siento que he tomado la decisión de moverme de lugar y no seguir en lo mismo por muchas razones. Una: porque no quiero volver a sentir el miedo que tuve cuando el soldado me amenazó en la cárcel. No quiero volver a tener esa sensación. Dos: porque no sólo es una cuestión de miedo, sino también es una cuestión de ser, de vivir… me oscurece demasiado y no quiero estar así de oscura. No quiero volverlo a vivir, ni que se traslade de una manera dañina a las niñas, no quiero tener esa sensación. Podría decirte que no es que yo siga, sino que me moví un poco de lado.

“Esto me hace pensar en la responsabilidad que tenemos al escribir sobre violencia y cómo encontrar un equilibrio entre la información que publicamos, necesaria para romper zonas de silencio, pero también cómo se publica para que no paralice”.

—Daniela Rea

 

LC No es polemizar decir que la angustia y el miedo son más potentes en ciertas profesiones u oficios. Lo veo con mis colegas que cubren policía: es otra cosa. Obviamente hay sectores de la población que viven con ese miedo. Por supuesto, las poblaciones que están en los lugares más álgidos o donde ha ocurrido algo, hay todo un trauma colectivo muy fuerte. Pero no creo que lo que esté ocurriendo en el país atraviese a todes por igual. Es importante decirlo porque de alguna manera no visibilizamos los puntos donde es tan fuerte el desgaste por empatía que ocurre de psicólogos o peritos. Me he encontrado a muchas chavas que hicieron trabajos periciales y también tienen un proceso que no me imagino lo duro que debe de ser, la forma en que te va cambiando.

 

Insisto, no en el afán de polemizar o de negar el sufrimiento o el miedo que podemos sentir todas las personas que estamos en este espacio, que estamos expuestos de alguna manera. En mi tesis de maestría, veía que una misma representación del feminicidio atraviesa diferente a las mujeres según sus experiencias de vida y sus edades, entonces esto es un poco así.

 

Parte de meterme a una maestría fue porque ya estaba muy tronada, tenía pesadillas tremendas de arañas y todas las noches revisaba que le hubiera puesto candados a las ventanas. Esa frase tan boba de una película —que no es buena, pero la actuación de Joaquin Phoenix sí lo es— en la que citan a Nietzsche —“Cuando combatas monstruos, procura no convertirte en uno”—, es cierta. No es que nos convirtamos en monstruos o que los estemos combatiendo, pero sí te endurece o te lastima. Y es una inquietud sobre si realmente lo que estamos haciendo está funcionando o estamos contagiando más miedo. ¿Cómo narramos esto sin hacer pasar a la sociedad por estados terribles? Sobre eso trato de reflexionar en mi tesis.

 

Sigo haciendo coberturas y a veces me meto otra vez en los temas, porque aparte me llama, me apasiona y me engancho. Pero cada nota que hago, cada vez me cuesta más, cada vez me deja más agotada, no sé si es porque ya estoy vieja para ser periodista. Tiene que ver con ese desgaste por empatía que es muy real. Por otro lado, me invadía la sensación de traicionar a todos los que siguen ahí, a todos los comprometidos en la lucha.

 

DP Recordé una conversación en casa de un amigo en Coatzacoalcos, con su suegro, un marino retirado, y decía que los periodistas eran maravillosos pero desesperantes. Contaba que a veces llegaban [los periodistas] y querían ver a su jefe, pero no estaba; decía que empezaba a sentir un calorcito en la oreja porque los periodistas estaban tan necios… y yo pensaba: “qué terror, y yo aquí comiendo un pescado con este señor que se le pone la oreja caliente porque los periodistas lo desesperan”. Tú sabes que estás todo el tiempo en eso y sí es un miedo muy distinto porque te va rompiendo a pedacitos. Además, creo que es distinto en un país con los niveles de feminicidio, de agresiones a mujeres, que hay en México. Un país en donde somos tan incapaces de narrar cosas porque todo es tan sin sentido, porque hay algunas violencias que tienen un motivo político, religioso, ideológico, económico, pero hay unas donde te preguntas “¿esto por qué?”.

 

Es un miedo que se te va metiendo como en las historias de Aldous Huxley, que le ponían la grabación en la noche para condicionarlo. Te lo van metiendo y después de cinco o 10 años ya no sabes realmente. Te deja muy vulnerable.

 

¿Cómo le hacemos? Pues te aferras a la gente que te quiere, como dice Dani, puede ser tu familia o tus amigas o espacios donde te sientas segura. Hay que moverte y entender que no puedes con todo, que llega un punto en el que ya no puedes ayudar —menos por cómo estás.

 

Cuando mataron a Miroslava [Breach], me entrevistaron para un canal de televisión argentina o chilena, y no sé qué les dije, pero cuando me mandaron la entrevista y oía lo que decían los conductores y la entrevistadora de mí, decían que me habían notado muy alterada y que quería llorar y pensaba: “¿esa era yo?”. No podía pararme en un foro sin ponerme a llorar. Te tienes que mover cuando ya no estás ayudando ni transmitiendo lo que quieres.

 

Dentro de todo esto, ¿qué es lo que hace que siga ahí y no me dedique a otras cosas más agradables, como organizar fiestas infantiles —que antes se me daba muy bien—? Es la idea de tener derecho a ser feliz haciendo lo que decidí que quería hacer: contar historias.

 

Antes pensaba que era por mis hijos, porque quería que fueran más felices, pero también veo que en la situación presente no sé si alguien pueda cargar con esas responsabilidades. También porque quieres salvar al mundo, creo que todos los periodistas queremos salvar al mundo. También porque quieres ayudar, quieres que algo mejore… y sí lo quiero todavía, quiero que cambien las cosas, por lo menos las de mi entorno, y por eso hago esto.

 

Lo que yo más quiero es contar historias. ¿Por qué tiene que ser tan difícil? ¿Quién decide que mi vida tiene que ser otra y tengo que dedicarme a organizar fiestas? Es un tema para defender mi derecho a ser periodista. […] Tengo derecho a contar lo que quiera sin sentir miedo, sin necesidad de vivir con tortura o de que alguien me arrebate la vida.

 

DR A mí me ha servido mucho pensar que hay relevos y que no va a pasar nada si nosotras dejamos de contar, creo. En esta profesión hay un entendimiento de un miedo compartido que permite que no haya una exigencia de “tienes que estar siempre aquí”.

 

GJ ¿Cuáles son sus amuletos contra el miedo?

 

DR A mí las niñas me hacen amuletos cada vez que salgo de viaje, y eso me da mucha paz. Bueno, aunque el otro día me mandaron dos peluchotes que no cabían en la mochila.

 

Una vez que fuimos a Tamaulipas, mi hermana nos colgó unas guirnaldas en el parabrisas y nos dio incienso para prenderlo durante el camino. Ya sé que nada que ver, y que desde el protocolo de los hermanos Cerezo nos regañarían, pero a mí me da tranquilidad para poder hacer mi chamba. Es horrible que el miedo no te deje chambear. También me dijo mi hermana que al llegar me diera un baño, porque el agua corta no sé qué energías… En fin, todo lo que sea, suma.

 

GJ Sí, son cosas que te permiten seguir haciendo lo que haces.

 

DP A nosotros como periodistas nos enseñaron que la nota es lo anómalo, así es la escuela. El periodismo del siglo XIX era sobre guerras, tragedias, señoras con barba: lo insólito y los crímenes… y eso es lo anómalo. Tenía sentido hasta que hubo internet, y ahora todo el día es anómalo, todos los reportes y las noticias que tienes son de lo anómalo. Muchas veces me cuestiono no hacer periodismo. A veces es como estar en La naranja mecánica, como el señor al que le ponen cinta y “¡ve, ve, ve este horror!”.

 

Eso sí me lo cuestiono, creo que no hay que tener miedo a cambiar de lugar de lo que nos han enseñado y de lo que hemos pensado que era lo que teníamos que hacer. Y cuesta trabajo.

 

LC Para mí es también contar los procesos de construcción del enemigo. Es decir, seguir tratando de entender la violencia, pero desde otro lugar menos estruendoso. Mi protocolo “objetivo” es un amuleto más, como los de Dani. Aunque también me hago limpias, tengo un superyó muy “racional”.

 

GJ Mirar desde otro lugar y no sólo contar desde lo anómalo, que además se ha hecho normal como dicen, me parece crucial. Lo que vemos todo el tiempo son noticias terribles, y no historias de vida y resistencia en tiempos de muerte. ¿Qué piensan que podemos hacer como público de a pie, para que ustedes puedan seguir contando las historias que quieren, sin tanto miedo? ¿Cómo podemos apoyar el periodismo en este contexto?

 

DP Parte de la gran preocupación de mi familia también era eso: pensaban que cuando iba a hacer cobertura a Coatzacoalcos, iban a estar los Zetas allí esperándome en el aeropuerto con un cartel —por lo que leían, por las noticias.

 

Toda la vida hemos contado lo anómalo y ya sabemos cómo contarlo. No hemos contado lo cotidiano. La destrucción tiene mucho más impacto que la construcción. Además, la destrucción va mucho más rápido que la construcción. Parte del cuestionamiento que ahora me hago, no es a hacer periodismo, sino a moverme de lugar dentro del periodismo. Es importante pensar en esto después de haber cubierto cosas tan horribles.

 

LC Se puede apoyar económicamente, sí, pero sobre todo que se involucren, que pregunten, que manifiesten qué les gusta o no, sus dudas, qué necesitan. Necesitamos que crezcan como audiencia.

 

DR Creo que más que alejarnos, lo que hemos hecho es rodearlo, mirar desde otro lugar. Esos entendimientos también nos ayudan a tratar con el miedo. Podemos contar las historias desde las víctimas que resisten, desde los perpetradores, desde la imaginación de un futuro, desde cómo lo narramos.

 

“Hay una inquietud sobre si realmente lo que estamos haciendo [como periodistas] está funcionando o estamos contagiando más miedo. ¿Cómo narramos esto sin hacer pasar a la sociedad por estados terribles?”

—Lydiette Carrión


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