Estuve dando muchas vueltas a este texto porque no sabía cómo empezarlo, pero decidí que no necesita mucho preámbulo más que ir directo al grano. Hace unos días tuve la oportunidad de ver Die My Love (2025, Estados Unidos, Inglaterra), una película de Lynne Ramsay, conocida por We Need to Talk About Kevin (2011, Estados Unidos, Inglaterra) —desgarradora, perturbante y aguda—. Este nuevo lanzamiento retoma la maternidad, la agarra con fuerza y la mira de frente… para quizás enfrentarla.

No me siento a escribir estas líneas pretendiendo entender o saber lo que es ser madre, porque la verdad es que no lo sé. Pero Die My Love logra transmitir su complejidad desde sus distintos tonos: el amor, la belleza, el miedo, y esas yuxtaposiciones en las que el personaje principal, Grace (Jennifer Lawrence), siente un vacío a pesar de siempre estar acompañada. La maternidad se muestra como una felicidad que también exige fortaleza, y como ese acto de despojarse de una parte de ti —del cuerpo, de la identidad, del tiempo— para hacerle espacio, físico y emocional, a una nueva vida.

La consciencia de que las cosas ya no volverán a ser como antes es un golpe de realidad difícil de digerir, pero que, a pesar de todo, Grace demuestra un amor incondicional a su recién nacido. Es un amor que se manifiesta en los pequeños gestos: en la manera en que lo sostiene, en cómo lo observa dormir, en el silencio con el que aprende a acompañarlo. Ramsay muestra la ternura desde lo cotidiano, desde esa conexión instintiva que surge incluso cuando las palabras no alcanzan. Hay algo profundamente luminoso en esos momentos —una entrega que no nace del sacrificio, sino de la simple certeza de amar—, como si, a pesar del cansancio o la confusión, la presencia de su hijo le recordara a Grace que todavía hay algo puro, algo que vale la pena cuidar.

Comenzar de nuevo, renunciar a hábitos pasados o interesarse por algo novedoso puede ser agotador al punto de ya no saber quién eres. Esa búsqueda por reencontrarse también atraviesa la película; en una relación que parece desmoronarse, Grace y Jackson (Robert Pattinson) no logran un punto de encuentro, y sin embargo, hay algo que persiste entre ellos: la necesidad de entenderse, aunque sea desde la distancia. Ramsay ofrece una mirada honesta sobre el amor en todas sus formas —el que se transforma, el que duele, el que sostiene—.

El filme muestra que la individualidad y el espacio son necesarios para estar en constante evolución, para redefinirse, reinventarse y encontrar momentos de reflexión. Se nos ha enseñado a necesitar compañía, a adoptar la narrativa de los demás, vivir y aprender a través de la experiencia colectiva, a validarnos desde la mirada del otro, de lo ajeno… cuando la verdadera pregunta que deberíamos hacernos es: ¿quién soy desde mi perspectiva, desde mi vivencia? 

Salí del cine con una sensación difícil de nombrar, algo entre la tristeza y la comprensión. Tal vez porque la película no busca consuelo, sino verdad. Me hizo pensar en las veces que una parte de nosotros muere para que otra pueda nacer, en cómo los afectos también pueden doler, y en lo valiente que es sostenerlos. Ramsay logra que la maternidad —y la vida misma— se vean no como un sacrificio, sino como un territorio de contradicciones donde el amor, aunque a veces duela, sigue siendo el único refugio posible.

Die My Love ya está disponible en cines.