Tiene una voz correosa como el viento arrastrando la tierra. Graciela llega a la sala de su casa, saluda sin recordar nuestros nombres, se disculpa por la tardanza. Nos ofrece café negro, enciende un cigarro, nos habla de uno de sus últimos sueños —dentro de su bolsa había un pájaro muerto que al sacarlo se convierte en serpiente—. Un par de palabras y te atrapa, enseguida te hace sentir en casa.
Graciela cuenta su propia crónica de años irrepetibles con emoción, con una redondez de felicidad. Recuerda, apunta y piensa sobre cada una de sus fotografías, sobre cada viaje, sobre cada personaje que la acompañó en sus aventuras. Lo cuenta de una forma simpatiquísima y, aunque se le ve un poco cansada —es una imparable del trabajo—, vuelve a cada anécdota con palabras como lanzas, firmes, y titubea poco. Lo de ella es la perspicacia, y nosotras volamos entre sus palabras.
Con su cámara ha conocido el mundo y a su país. Es su pretexto. A sus 76 años sigue cargándola y cambiando rollos, viajando en búsqueda de sueños que encontrarán su realidad en un papel impreso. Sigue leyendo como una loca, soñando, construyendo altares para sus dioses y demonios. La que fue única cabeza visible de una familia tradicional mexicana, la rebelde que decidió hacer fotografías, atreverse a divorciarse y trazar su propia ruta con tierra y viento, nos recibió en su casa. Desde la calle se ve la ventana adornada con semillas —esa idea que, cuentan, tomó prestada de su amigo Francisco Toledo—, y a unos metros y sin poder perderse de vista, se asoma su fabriquita de ladrillos, el estudio que le hizo su hijo, Mauricio. Éste es el relato de una tarde maravillosa, casa y estudio, al lado de la mejor fotógrafa latinoamericana de este tiempo.
192: Actualmente vivimos una búsqueda por reencontrarnos con lo nuestro tanto en forma como en fondo — algunos le llaman a eso raíces—. Alrededor de lo creativo, por ejemplo, existen distintos proyectos que vuelven su mirada a esa raíz: hay un proyecto que trabaja con obsidiana para hacer objetos de casa y joyería, en la arquitectura el tezontle y la piedra volcánica reaparecen, el trabajo de las comunidades indígenas en la parte textil y con el barro, o el interés para hacer una mejor tortilla, encontrando un buen procesamiento del maíz. Tu trabajo se ha enfocado alrededor de comunidades en México y en otras partes del mundo, y refleja profundamente lo que somos y de dónde venimos. Para nosotras tenía mucho sentido conversar contigo.
Graciela Iturbide (GI): Trabajo en distintas partes del mundo, pero tengo mucho trabajo con las comunidades indígenas del país, no sólo es el trabajo de Juchitán y la foto de Nuestra señora de las iguanas, de quien estoy haciendo un libro, porque es un ícono. Ellos le llaman la medusa juchiteca. Mi idea nació después de verla en Los Ángeles, San Francisco, grafiteada en Juchitán y usada por los muxes para sus obras de teatro.
Clément Chéroux, quien escribió el Error fotográfico, es mi amigo, y le dije que voy a hacer el libro con él, aunque en realidad él no lo sabe. Ángeles Espinosa, que es una de las dueñas del museo Amparo, pero vive en París y tiene una editorial, ella me dijo que me publica el libro.
192: Manuel Álvarez Bravo fue parteaguas en tu vida. ¿Cuál es el primer recuerdo que te viene a la mente al escuchar su nombre?
GI: Como persona, un poeta, pero también es el silencio, su poco arribismo en todo, un hombre solitario que, al fin y al cabo, era un poeta. Como fotógrafo pienso que él es el gran fotógrafo, mi maestro. Recuerdo la luz y el tiempo que usaba para tomar las fotos. Guillermo Sheridan me hizo un texto muy bonito que habla sobre una foto que tomé, donde Álvarez Bravo está en el campo, esperando con su cámara el momento indicado para fotografiar. Él cambió mi vida. Simplemente al conocerlo, cambié.
Generalmente los fotógrafos que conozco (yo misma incluida), estamos haciendo mucho clic, clic, clic. Álvarez Bravo no. Él me decía: “Graciela, hay que tener tiempo, que vengan las exposiciones cuando tengan que venir, usted tranquila, tome fotos y dese el tiempo.”
Más que aprender de fotografía, mi aprendizaje era mirarlo, en realidad no hacía mucho más que observarlo. Aprendí a tener ese tiempo que, para mí, era un momento poético y serio. Entre semana, Manuel hacía fotos para la Plástica Mexicana, para los libros de Diego Rivera, de Posadas. Me decía: “los fines de semana son para trabajar, Graciela, así que nos vamos en el coche y a ver qué encontramos. Pero eso sí, como dice el Evangelio, copiaos los unos a los otros, lo que significaba “ni se le ocurra tomar la foto que yo tomé’”. Todo eso lo fui aprendiendo día con día, su manera de ver, su amor por la pintura, por el arte popular, por la música. Era como un maestro de la Edad Media y yo era su aprendiz. Nunca me dijo si mis fotos eran buenas o malas, y cuando le pregunté cómo revelar un rollo, queriendo que me diera consejos, me respondió: “Graciela, vaya a cualquier tienda de fotografía, compre un rollo y lea las instrucciones”.
192: Tu vida fue cambiando poco a poco, pero de forma radical; estudiaste Cine, olvidaste la Filosofía y empezaste a fotografiar…
GI: Mi familia siempre fue muy conservadora y me educaron para ser así. Primero quería estudiar Filosofía y Letras, y mi padre me decía: “las mujeres son para la casa, no para estudiar”. Entonces me casé muy joven y, al final, estudié Cine. Y es que, ¡¿cómo le hacía con tres hijos?! Un día en la radio escuché que había clases de Cine en la nochecita, y me metí para estudiar guion. Por suerte me aceptaron. Mis amigos de la escuela de cine me veían como la burguesita, pero mis primeros cortos fueron buenos y me empezaron a respetar. Ahí comenzó a abrirse mi visión de este mundo maravilloso de jóvenes que quieren aprender y de buenos maestros como Jorge Fons. Un día me encontré a Álvarez Bravo y me atreví a pedirle que me firmara su libro, pero antes le pregunté: “usted es hermano de Lola Álvarez Bravo, ¿cierto?”, me respondió: “no, ¡ella fue mi primera mujer!” Ahí mismo le pedí que me dejara entrar a sus clases. Nadie iba más que yo.
192: Pero desde ese momento ya te gustaba la foto.
GI: Siempre tomé fotos, desde niña, pero fotos con una Brownie. Mi papá era fotógrafo, yo me robaba sus fotos hasta que me castigaron, y creo que por eso soy fotógrafa. Sí hacía fotos, pero nunca pensé en seguir ese camino, yo quería ser escritora. Cuando empecé a conocer mejor a Álvarez Bravo, me quedaba a comer en su casa y escuchábamos música en la tarde, pero lo que me hizo cambiar fue su concepto de vida, que no tenía nada que ver con el de mi familia. Mi familia viene de obispos, arzobispos… ya sabes. Así fui educada. En cambio él tenía una mentalidad muy diferente. “No creo en nada, Graciela. Los divorcios sirven para muchas cosas: uno vuelve a tener cuadros, obra prehispánica, uno vuelve a tener todo lo que uno quiere”. Para mí era muy interesante esa forma de pensar, eran conceptos que me ayudaron a ser más libre. Escuchar a una persona que yo respetaba tanto decir que había cosas que no sólo están permitidas, sino que son lo más normal del mundo, me cambió (aunque también me fui acomodando a los pensamientos que me convenían).
192: ¿En qué momento te alejaste del cine?
GI: Un día lo dejé porque Álvarez Bravo me ofreció ser su achichincle. Vivía muy cerca de la escuela de mis hijos y mientras ellos estaban en clases, yo iba a verlo trabajar —no crean que yo trabajaba: iba a verlo trabajar—. Él vivía a dos cuadras de lo que hoy es mi casa, y por eso vivo aquí. Después de separarme de mi esposo, me sugirió mudarme más cerca, y encontré un terreno. En ese momento me dieron tres premios de fotografía, lo cual fue maravilloso para mi seguridad y porque pude comprar el terrenito. Poquito a poco, Mauricio (Rocha), mi hijo, me hizo esta casa, fue su primera casa. Y me decía bromeando: “mamá me voy a meter a psicoanálisis”, porque cómo era posible que le estaba haciendo la casa a su mamá. Yo le decía: “No te preocupes, haz lo que quieras, conoces mi gusto, y tenemos este dinero que es poco, pero con eso se puede hacer”. Mauricio me hizo esta casita, y ahora me acaba de hacer un estudio. Así cambió mi vida. Al año y medio dejé de trabajar con Álvarez Bravo, pero iba a verlo una vez a la semana, con su familia, íbamos al campo. Fue un tipo de enseñanza que le agradezco porque no era algo de “esto está bien o esto está mal”, sino, al contrario, era: “vea mucha pintura, vaya a exposiciones”… Cuando le dije que me iba a ir a París seis meses, me dijo: “¡¿Cómo!? No se puede ir a París”. “Pero maestro, ¿no dice usted que hay que ver exposiciones? Qué mejor lugar que París”. “Pero hay muchos libros, Graciela…”.
192: Ahí conociste a Cartier–Bresson…
GI: Me fui seis meses a París y sí, ahí conocí a Cartier-Bresson. No saben cómo me cuidaba, era muy bueno conmigo y en ocasiones salíamos a tomar fotos. A veces me invitaba a su casa, para ese entonces casi no hacía foto, sino que dibujaba, tenía un cuaderno para dibujar, porque él en un principio quería ser pintor. Fue una experiencia muy linda conocerlo. Eso se lo debo a Álvarez Bravo, eran muy amigos. Fueron sus incentivos (los de Álvarez Bravo), lo que me hizo ir cambiando poquito a poco. Yo estaba abierta, era rebelde, era una joven que estaba buscando algo, y cuando me encontré con que había gente que pensaba igual que yo, se me hizo una maravilla. Eran los años 70… fui la primera que me divorcié…
192: En ese sentido, y por ser mujer y lo que implicaba en ese momento, ¿te consideras una rebelde? Naciste en la década de los 40, en una generación que cambió radicalmente muchas cosas de nuestra cultura, la década en la que nacieron Bob Dylan, Muhammad Ali, John Lennon, Martin Scorsese, Annie Leibovitz…
GI: Hice lo que quise. Estudiar Cine, estudiar Foto, divorciarme y seguir mi vida adelante. No me costó ningún trabajo ser mujer, tengo que decirlo porque siempre trabajé en comunidades en donde las mujeres me cuidaban. Me iba a Juchitán, estaba con ellas en el mercado, trabajaba con ellas, ahí fue donde tomé la foto de las iguanas porque la señora apareció de pronto. Después me fui con los indios Seris para hacer un trabajo de archivo etnográfico del INDI. Pero ser mujer, en lo que hago, no es muy difícil. Si hiciera publicidad, sería difícil, habría competencia con mujeres o con hombres, pero en mi caso, los hombres y mujeres de los pueblos me ayudaban y nunca sentí eso.
192: Hoy estamos viviendo estas manifestaciones que hacen parecer que la mujer todavía está luchando por su lugar. Es curioso: pensamos en nosotras mismas como dos que han peleado por su proyecto editorial, y realmente ser mujer no ha sido un limitante, al contrario. Nos sentimos ajenas a esta idea.
GI: Yo también, claro que soy feminista de corazón, pero ahora que existe la discusión entre los grupos de feministas, voy por las más serias, las que dicen que no hay que exagerar. También como mujeres tenemos que calmarnos y respetar a los hombres. Hay hombres cabrones, claro. Pero también hay que estar juntos y luchar. Hay muchas mujeres que desafortunadamente provocan muchas cosas, por eso me gustó leer el discurso de las feministas francesas —que no sé si exageran o no—, pero están poniendo las cosas en orden, debe haber una igualdad. Por ejemplo, ahora que Christopher Domínguez dijo que Frida Kahlo no le parecía tan buena pintora, tiene toda la razón en decirlo, es personal. Pero muchísimas personas, principalmente feministas, se ofendieron. Estuve trabajando con Frida en su baño, y sí hay pinturas que no son tan buenas y no tiene nada de malo expresar eso, como para que todas las feministas de México se le fueran encima. Es como si yo digo que Gabriel García Márquez no me gusta y todos los escritores se me echan encima: pues yo tengo mis gustos. No hay que llegar a un punto donde se limite la libertad de expresión.
192: Graciela, hablas mucho de libros, de tu deseo de ser escritora. ¿Qué papel juega la literatura en tu fotografía, cómo se mezcla?
GI: Se manifiesta de muchas formas y me influencia mucho. Leo mucho, me gusta leer. Precisamente ahora me mandaron el libro del Dr. Atl., Cómo nace y crece un volcán: el Paricutín. Así que iremos al Paricutín porque quiero ver todo lo que leí. Por un lado, describe cómo se callan los pájaros y se escucha el aullar de los perros; describe un día en los charcos de lava y cómo una iglesia quedó enterrada en ella, pero la cúpula quedó intacta; describe cuando se pararon muchas mariposas amarillas y se vieron todos los tonos de amarillo posibles, y cómo regresa al día siguiente y eran puras alas de mariposas porque todas murieron por la lava. Todo lo que viaja y su forma de describirlo me hicieron decirle a Oswaldo (asistente de Graciela): “¡Vamos al Paricutín!”
Generalmente cuando viajo, trato de tener un guía, un escritor; por ejemplo, fue Pasolini cuando estuve Roma. La mayor parte del tiempo lo estaba leyendo e iba mucho a Ostia, que es donde lo mataron, de ese lugar es de donde tengo más fotos. Me atraía ver dónde y cómo murió, imaginarme si fue un crimen político o pasional. Fotografié muchas palmeras enredadas, que eran como verdugos para mí: la literatura me influye mucho. En todos los ensayos de Pasolini leo su actitud anárquica en la vida; escribió El evangelio según San Mateo y la Iglesia lo corrió; era del partido comunista y lo corrieron por pederasta. Era tremendo. Pero como decía Álvarez Bravo: “Por sus obras los conoceréis”. Leo todo lo que escribía y pienso que quizá no está bien lo que hacía y no voy a ser moralista, pero tanto lo que escribió como su cine son maravillosos. Tengo muchos libros de Pasolini en mi recámara.
La literatura es una guía, es un incentivo para la imaginación que es necesaria en todas las disciplinas. En la fotografía ves la realidad, pero depende mucho de tu imaginación qué haces con lo que te vas encontrando.
192: Dices que Álvarez Bravo te hablaba del tiempo. Tú, cuando viajas, ¿no te despegas de tu cámara, o estás pensando en lo que vas a ver, en la experiencia? ¿Cómo es ese proceso de desenvoltura durante el viaje?
GI: Siempre llevo mi cámara, y lo que me mueve para hacer fotografías es la sorpresa, nunca pienso un guion de lo que voy a fotografiar. Lo que me encuentro y lo que tiene que ver con lo que yo sé de algún autor o con mi propia vida. Es la sorpresa y la imaginación lo que me hace apretar el gatillo.
Cuando hice un trabajo en Roma, me despertaba a las cinco y media de la mañana, tomaba mi croissant, un capuchino, y caminaba. Así me encontré con todo lo que fotografié. Lo que me mueve es la sorpresa, y para eso tienes que leer, ver pintura, arte popular, tienes que tener influencias que ocurren en el momento en el que vives y tomas una foto. Es indispensable en la educación de uno estar al tanto de la literatura, el cine, la poesía… mantenerse sensible y abierto.
192: ¿Y los sueños?
GI: Y los sueños, sueños son…Sí, mis sueños son importantes. A veces los escribo si tengo tiempo. El otro día soñé que había un pájaro muerto en mi bolsa, lo sacaba y era una serpiente. Mis sueños son así.
Siempre hablo de que tengo sueños premonitorios. Como el señor de los pájaros, a él lo soñé así. En mi sueño, yo decía: “en mi tierra sembraré pájaros”, lo repetía varias veces, y el señor excavaba y salían pájaros y pájaros y pájaros. Cuando estaba en Nayarit con este señor que cuidaba los pájaros de la isla, que son miles, pensé: “claro, esto lo soñé.” Mis sueños tienen mucho que ver tanto en mi vida, como mi vida en mis sueños. No puedo desprenderme de ellos.
192: Qué nos dices sobre tus premios. Has ganado prácticamente todos los premios que existen en fotografía. ¿Cómo vives eso? Desde los primeros, que fueron muy importantes, que te permitieron tu independencia y seguridad hasta ahora, ¿qué significa para ti tenerlos?
GI: Significan incentivos. Y no sólo los económicos; todos son incentivos para seguir trabajando. Aunque son un poco demandantes, tienes que hablar, dar conferencias, preparar exposiciones. Pero las becas como la Eugene Smith o la Guggenheim o el premio Hasselblad me han permitido construir mi vida económica, no sólo para vivir bien, sino también para tener material fotográfico, rollos… pero no trabajo para obtener premios; esos llegan, como decía Álvarez Bravo.
Marcha política. Juchitán, 1984.
192: ¿Qué parte disfrutas más del proceso fotográfico? Desde el momento de tomar la foto, la sorpresa de revelar, editar, la otra sorpresa que es la impresión…
GI: Primero la sorpresa de encontrarme algo en el mundo que me gusta, eso ya es un placer, puede ser algo egoísta, pero es para mí. Fotografío para mí. Si después lo ve la gente o se hacen libros, qué bueno, pero nunca estoy pensando en el otro. Estoy pensando en la satisfacción que me da encontrarme y descubrir a través de mi cámara a la cultura y el mundo… cómo vas descubriendo, a través de una foto, a tu país. Gracias a mi cámara, conocí bien México.
Después, la sorpresa del revelado y poderlo editar. Trabajo en análogo, me encanta recortar mis contactos y saber cuál negativo va a cuál caja o a cuál proyecto. Si regreso a Juchitán y tomo una buena foto, pues se va a la caja de Juchitán. Me gusta mucho fotografiar plantas —desde la primera vez que fui al jardín botánico de Oaxaca, y que (Francisco) Toledo me avisó que había unas plantas maravillosas—. Yo le decía: “para qué, si Blossfeldt ya tomó fotos de las plantas más maravillosas que hay en el mundo”. “Tú ven”, me dijo, y claro que quedé fascinada. Eran puras plantas de terapia que están cubiertas de una malla y de plásticos y enredos. Ahora sigo buscando eso en el mundo, y cuando lo encuentro, lo tomo.
Cartier-Bresson decía que hay un momento decisivo: el momento de tomar la foto. Creo que no, que hay dos. Uno es el de tomar la foto y segundo, cómo eliges tu foto entre tus contactos. Porque a veces pasa el tiempo y reviso mis negativos y me doy cuenta de que se me fueron algunas, o de que había otras fotos que tenían más que ver.
Y luego llegan los sueños, donde pienso que debí fotografiar algo de diferente manera, es una continuidad. También Brassaï lo decía, los sueños en la fotografía tienen que ver mucho.
Pájaros. Nayarit, 1984.Carretera 61. Mississippi, Estados Unidos, 1997.
192: Tú que eres curiosa, ¿tienes algún lugar de la Ciudad de México especial para ti?
GI: El Zócalo, el centro. Ahora es un poco caótico, pero me gusta fotografiar objetos tirados. Es muy rico en todas sus manifestaciones, los aparadores, el ruido, los olores.
192: En tu día a día, ¿tienes algún ritual, algo que siempre haces?
GI: Lo que hago siempre es despertarme, tomar mi café, trabajar con Oswaldo en la computadora, contestar los mails… trabajar. Mi ritual siempre es el trabajo.
192: Eres muy disciplinada.
GI: Pues sí, no me queda de otra. Pero es el ritual necesario. Ahora, mis rituales placenteros son leer en la noche, escuchar música clásica, música de los Sufis, es algo que me da mucha paz, pero que últimamente no he hecho por falta del tocadiscos que se fue a mi estudio. Mis rituales son pensar un poco en la noche, me encanta leer. Pensar…
Khajuraho. India, 1998.
Sin título. Bangladesh, 2000.
192: Ahora que hablas de música ¿cómo fue tu visita a Avándaro?
GI: Fui de casualidad, porque de rock no sé nada hasta la fecha, y Jorge Fons (que fue mi maestro de Cine cuando yo empezaba a hacer foto), me dijo: “voy a ir a filmar Avándaro, un festival de música sobre ruedas, quieres venir?”. Claro que sí quise, pues cualquier cosa que se me ofreciera, iba. Entonces llegué al festival, me pareció fascinante. Esto de los escándalos… hubo una encuerada, y la mota y todo, pero dentro de lo normal —de casualidad me tocó la encuerada de cerca, y de casualidad llevaba una buena cantidad de rollos para poder fotografiarla—. Hice un libro, un librito del festival que se volvió inconseguible. Después se le ocurrió a editorial Trilce hacer un libro de Avándaro, grande y con un texto muy bueno de Federico Rubli que explica el momento político, social y cultural. Pero hasta ahorita no sé ni quiénes estaban ni quienes tocaban, caminaba por ahí y los fotografiaba, a los de pelo largo y la guitarra. Recuerdo que llovía.
192: Caíste en Avándaro por casualidad.
GI: Pero encantada porque podía tomar fotos. Inmediatamente le enseñé mis fotos a un editor, Emmanuel Carballo, e hizo este librito que tuvo mucho éxito entre los jóvenes y que ahora los coleccionistas lo están buscando. Yo, ni idea, pero me la pasé increíble y aprendí mucho. Vi que en México había otras cosas, que además fue algo muy fuerte, un parteaguas en la cultura, porque después se prohibió la música rock cantada en español y mil tonterías más, se prohibieron los conciertos por muchos años. Pero fui por la mera curiosidad de ver qué sucedería ahí, no nos imaginábamos el significado social, se esperaban 20,000 personas y llegaron ciento y pico mil. Impresionante.
192: Qué experiencia.
GI: Pero nunca le di importancia a esas fotos. Nunca. Sólo fue un registro.
192: No era parte de un proyecto, no lo estudiaste.
GI: No, ni siquiera después. Pero sí me sorprendió. Le insistí a Fons que nos quedáramos hasta el final porque quería fotografiar toda esa última parte de Avándaro, donde sí me imaginé que iba a ser un desastre al siguiente día. Y de casualidad estaba un cuate con una manta con el signo de Avándaro recogiendo cosas, también un campesino que llevaba la revista de Avándaro, eso mientras yo tomaba fotos. Pero en realidad el final fue bastante bueno, con todas estas torres vacías, sin gente, sin músicos, ya no había nada.
192: Hablabas de tu estudio, te lo hizo Mauricio (Rocha), tu hijo. ¿Te imaginaste alguna vez tener un estudio así?
GI: No, ni siquiera me imaginé tener un estudio. Con lo pobre que soy. Algunos museos me han comprado obra, entonces tuve dinero y vi un terrenito, como éste, que se vendía aquí al lado. Le dije a Mau: “¿Y si lo compramos para hacer mi estudio? Aquí ya no quepo, ni con los libros ni con mi archivo”. Como es chiquito pude comprarlo. Le dije a Mauricio: “quiero algo de ladrillo y que sea como una fabriquita para poder trabajar.” Pero él hizo lo que quiso, para bien o para mal… Un día hubo un problema de una gotera y le dije: “¿para qué quiero una casa bonita lloviendo por dentro?”
Pero me encanta mi estudio, sobre todo el piso de en medio, donde pusimos una tele muy grande para ver películas con mis nietos. Empezaremos a hacer un ciclo de cine, quiero que vean a Visconti, a Fellini, aunque no lo entiendan.
La exposición “Graciela Iturbide: cuando habla la luz”, cuenta con 270 fotografías que abarcan casi cinco décadas de trabajo de la fotógrafa, desde finales de los años 60, hasta la actualidad. Bajo la curaduría de Juan Rafael Coronel Rivera, la exposición incluye principalmente fotografías en formato de 16×20”, impresas en plata sobre gelatina, la técnica más empleada por la artista. La muestra se presenta en el Palacio de Cultura Citibanamex, en la Ciudad de México hasta el 12 de abril.
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