La belleza en el equilibrio
fotografía Tanya García López
estilismo Zunshu
maquillaje y pelo Alberto Pérez
modelo Sofía Puerta @ Queta Rojas
En 1950, la revista Madame publicó una serie de ensayos del modisto Henri de Châtillon en los que abordaba algunos asuntos que, a su parecer, todo diseñador de moda debía tener en cuenta para ser exitoso, tales como las joyas, las flores, el entusiasmo o la fe. El más interesante de todos es un texto corto e indolente titulado La importancia de las cosas inútiles y superficiales. En él, sostiene que el sentido de la vida radica en la belleza de sus aspectos cosméticos. En sus palabras:
“Para VIVIR, en el sentido propio de la palabra, se necesitan MUCHAS COSAS, pero para EXISTIR muy pocas: Comer, beber, dormir, ¡pero qué aburrimiento! ¡Qué falta de interés y de ideales demuestra el ser humano que sólo se conforma con esto! Después de todo, ¿qué sentido tiene la vida sin la belleza, la amistad, el amor, los viajes, los libros, la música, la pintura, en una palabra, todos los elementos que dieron luz al arte?”
En el texto, que no reproduciré completo por falta de espacio, Châtillon utiliza como guía al rey Luis XIV, de quien afirma es más recordado “por la importancia que le dio a las cosas ‘dizque inútiles y superficiales’”, que por sus glorias militares. Incluso asevera que esta es una situación universal: que las obras de arte y los monumentos son la razón principal, sino es que la única, por la que recordamos a los reyes y que, de adoptar una política orientada al fomento y mantenimiento de lo superfluo, tendríamos una sociedad más pacífica, “sin dictadores ni bombas atómicas”.

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Su postura es radicalmente opuesta al utilitarismo. Para Châtillon, la demostración de que se vive en una sociedad civilizada es el derroche improductivo y la atención a la belleza. A gran escala, su ejemplo es el Palacio de Versalles que, según su planteamiento, de ser un mero proyecto hecho por vanidad, no habría sido concluido por los reyes que sucedieron a Luis XIV, que murió sin verlo terminado.
A menor escala, un ejemplo de “la importancia de lo sin importancia”, es la satisfacción que provoca regalarle a un ser querido un suntuoso arreglo de rosas, a pesar de que tenga un precio elevado y dure tan sólo unos cuantos días. Una acción opuesta al sentido común, pero valiosa para el diseñador, quien remata su ensayo con esta sentencia: “Sólo un animal prefiere la raíz que lo nutre que la flor que no se come”.
Henri de Châtillon fue uno de los primeros diseñadores reconocidos en el país, pionero en muchos aspectos, participante en el hito inaugural de nuestra disciplina: el debate que se sostuvo en 1945, en el programa de radio Lunas Velarde, sobre la existencia de una moda mexicana junto con la poeta Rosario Sansores —que entonces escribía sobre moda y sociales en El Universal— y los diseñadores Armando Valdés Peza y Ramón Valdiosera.

No ahondaré en los pormenores de esta discusión, pero es prudente señalar un aspecto importante de ella: todos sus participantes escribían, o tenían presencia en medios misceláneos de circulación nacional. Sansores tuvo audiencia, tribuna y reconocimiento como poeta y columnista. Valdiosera seguido escribía para Mañana y era entrevistado regularmente en distintos medios, donde compartía sus opiniones sobre cómo debería ser la moda nacional, las cuales condensó años después en su libro 3000 años de moda mexicana. Valdés Peza, aparte de ser el mejor vestuarista de México, también fue columnista por 30 años; escribió ensayos formidables sobre la historia del vestuario de cine para Zócalo, luego colaboró en Jueves de Excélsior, en Mañana y finalmente en El Heraldo. Es curioso, al explorar estas revistas, encontrar sus nombres a lado de los de plumas tan importantes como Salvador Novo, Efraín Huerta, Renato Leduc, Salazar Mallén… la lista es larga. A veces pareciera que se tomaban a la moda más en serio antes, cuando sus expertos figuraban con naturalidad entre estos personajes, que ahora, que existe un esfuerzo considerable por dignificarla como asunto de índole intelectual.
Por eso mismo, en esta ocasión, quisimos tomarnos en serio las ideas de Châtillon y retomarlas para convocar un diálogo intergeneracional entre él y cinco diseñadores de moda mexicanos que han expresado abiertamente ideas claras sobre la estética, el lujo y la belleza. Para llevarlo a cabo, los diseñadores recibieron y leyeron el ensayo para comentarlo en entrevista días después. Sírvanos esta conversación no sólo para mantener viva su memoria, sino también para hacer algo nuevo con ella.
KRIS GOYRI
Sería incorrecto decir que el trabajo de Kris Goyri es minimalista o austero; el hombre tiene una gran sensibilidad para la riqueza de las telas y el color. Sin embargo, es verdad que, desde hace unos años, ha tomado una cualidad purista, al dejar que la silueta tome un papel preponderante en sus diseños mediante el uso de colores sólidos, con una presencia mínima de bordados o estampados. Sin dejar de ser lujosa, su ropa es de una elegancia completamente depurada que contrasta de lleno con la opulencia que caracterizaba a Châtillon. Por lo que me interesaba saber qué pensaría un diseñador así de las ideas de un antecesor diametralmente opuesto, cuya idea de perfección estaba orientada hacia la voluptuosidad.
Carlos Didjazaá (CD): Un concepto recurrente en tu obra es el equilibrio, normalmente entre conceptos no del todo opuestos: lo esencial y lo futurista, el color y la forma, cuerpo y alma… Pienso que esto se traduce en las siluetas depuradas que sueles elegir. En ese sentido, me interesa saber qué tanto compartes con Châtillon la idea de que la belleza está ligada al derroche, y también si, para ti, el equilibrio es sinónimo de belleza.
Kris Goyri (KG): Para mí, el equilibrio sí puede ser una forma de belleza: cuando opuestos dialogan sin anularse, cuando una silueta se mueve con el cuerpo sin forzarlo y una pieza expresa algo íntimo sin necesidad de gritar. Lo hermoso radica en ese punto medio entre lo invisible y lo impactante. Hoy más que nunca necesitamos volver a crear belleza que nos una y nos devuelva la capacidad de asombro haciéndonos sentir parte de algo más grande que nosotros. Que transforme la realidad y no sólo la adorne. Me interesan el deseo, la seducción, pero también lo esencial: el alma. En mi trabajo busco profundidad y coherencia estética más que derroche.

camisa Kris Goyri
CD: En términos generales, ¿qué te pareció el ensayo?
KG: Provocador y necesario. Comparto completamente esa visión de que la belleza no es un lujo, sino una necesidad humana. Sin embargo, también creo que la belleza que de verdad transforma no nace del derroche vacío, sino de una intención clara: un deseo de conectar, de conmover. Entiendo que haya gestos grandiosos, como Versalles, que buscan dar forma a un ideal, pero me es imposible no ver el otro lado.
Muchas veces, todo ese esplendor nacía del deseo de imponer, diferenciar y marcar jerarquías. Admiro profundamente el precedente estético y cultural que marcó la Francia de Luis XIV; sin embargo, me cuesta trabajo imaginar que un gesto así pudiera nacer en el presente. De ahí que empiece a cuestionarme qué tipo de belleza estamos llamados a crear hoy.
Vivimos en un mundo donde todo se estandariza, donde las ciudades se parecen entre sí y los espacios se diseñan sin alma. Me pregunto si eso no es también resultado de una desconexión profunda con la naturaleza y con nosotros mismos. Tal vez por eso todo se siente tan plano. Crear desde el ego nos ha llevado a una humanidad cada vez más separada, más perdida, más vacía. Y la belleza, cuando está verdaderamente pensada, no tiene que ver con el exceso, sino con la intención. Para mí, la belleza con propósito, aquella que más que impresionar busca elevarnos, es la que vale la pena defender.
CD: Gilles Deleuze escribió: “Una salud frágil favorece la escucha de la vida.” Pienso en cuán abiertamente has hablado sobre tu diagnóstico de Lyme, y también en el lugar central que ocupa el cuerpo en tu trabajo. Tu eslogan, incluso, es: “Siluetas que se mueven con el cuerpo”. ¿Esta nueva relación con tu cuerpo ha generado una sensibilidad estética distinta? ¿Ha cambiado tu forma de apreciar y distinguir lo bello?
KG: Definitivamente. Haber atravesado una enfermedad como el Lyme me ha devuelto una relación más consciente con la vida y con los ritmos del cuerpo, su fragilidad y su capacidad de transformación. El cuerpo se ha vuelto mi principal maestro. Hoy veo belleza en lo que antes pasaba inadvertido: una textura natural, un susurro de tela sobre la piel, el silencio entre dos notas. Esta nueva sensibilidad ha hecho mi trabajo más honesto, más suave, más conectado. Ya no diseño desde una idea de perfección, sino desde el deseo de acompañar al cuerpo y celebrarlo tal como es, en movimiento, en sanación, en pausa.

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A inicios de los 70, tras sufrir una hemiplejia que lo dejó discapacitado, el médico de Châtillon le prohibió beber, le prohibió fumar, le prohibió desvelarse, comer azúcar y grasas y salir de viaje. Ante el desolado paraje de una vida asceta, el modisto respondió de la única manera que podría esperarse: viajó a París para entregarse por unos días al vicio y el despilfarro. Tras su regreso a México, tardó sólo una semana en morir. “Henri de Châtillon se suicidó de placer”, me explicó su sobrino, el artista Éric
Lédoux, en 2021. Una vez muerto, esparcieron sus cenizas en el lago de Tequesquitengo, cerca de la casa que tenía en el poblado. Pudo haber tenido o no razón, pero Henri de Châtillon vivió de manera coherente con sus principios, desapareciendo en el momento en el que la vida dejó de serle bella. La belleza no era sólo un aspecto cosmético de su vida, sino la vida misma para él. Conclusión que, al parecer, comparten, de maneras variadas, algunos de sus colegas hoy en día. Tenía razón en aquel planteamiento: la belleza hace que la vida deje de ser una mera realidad biológica. No era solamente un aderezo, no era un sobrante, no era un capricho, ni un lujo: era una razón para vivir la vida. Resulta falsa aquella dicotomía entre raíz y flor. La belleza constituye una necesidad elemental, como el agua; y otra de las muchas complicaciones del lenguaje que dan sentido a la existencia. Es la fundición del fondo con la forma. Es el ímpetu que nos hace despertar por las mañanas. Es el origen de la fe, el encuentro del sol con nuestros rostros. Es el aire, es la aurora. Es la flor que nos nutre.
Carlos Didjazaá (CDMX 1998) es periodista. Cree en la capacidad de los diseñadores mexicanos para crear belleza, y ha tomado la tarea de preservarla y promoverla. Desde 2018 colecciona diseño de moda mexicano y está escribiendo un libro sobre su historia.
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