Los lenguajes de la Mon

"Física y metafóricamente soy autopoiética"

3008
fotografía Fabiola Zamora
texto Luis Rosales
estilismo Alberto Rebelo
maquillaje Octavio León
pelo Isra Quiroz
invitada Mon Laferte
retoque digital Ahuehuete
asistentes de fotografía Adriana Flores ,
Javier Pérez y Michelle Mandoki
asistente de estilismo Santiago Araico
video Zunshu

todos los lentes Carrera


Hay ciertas personas que no necesitan una gran introducción. Sí, claro que podría ponerme a escribir sobre los miles de logros, premios, Grammys, giras, conciertos, colaboraciones y todo lo que gravita en torno a Mon Laferte, pero la verdad es que me gusta más esta versión de la entrevista con una introducción muy breve, sin enredos, sin mayor preámbulo.

 

Así como ella es: completamente auténtica, sin máscara alguna, sin pretensión de nada. Así tal como se muestra, como sus canciones. Total, así se enamoró de la música y de México: todo muy fluido, sin planeación alguna, sin premeditación. Pues así también esta entrevista. Con ustedes, Mon Laferte.

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LUIS ROSALES URIBE (LRU): De alguna manera, Chile es una isla. Está conectado por tierra al continente, pero está flanqueado por la cordillera más larga del mundo; del otro lado el Pacífico y, al norte, un desierto. Da la impresión de que esto genera una identidad muy única, como una sensación de aislamiento cultural, político. ¿Crees que la geografía chilena influye en la expresión artística? ¿Sentiste alguna diferencia entre el lugar en el que creciste y el entorno de México?

 

MON LAFERTE (ML): No sé si le pasa esto a toda la gente, sentir que sus países son raros o especiales, pero a mí me pasa cuando voy a Chile. Siento que es un país muy especial, que está del otro lado de la cordillera, y genera una sensación de estar en el culo del mundo, ¿sabes? Siempre todo llega tarde allá. Quizá no todos, pero los chilenos sentimos que estamos un poco olvidados, olvidadas, al culo del mundo, literalmente. Hasta geográficamente. Entonces sí es un lugar muy particular.

 

LRU: ¿Desde siempre pensaste en salir?

 

ML: No, para nada. Nunca me pasó por la cabeza que iba a vivir en otro país. Jamás. Pero de pronto un día vi que todo el mundo empezó a viajar a México y pensé, bueno, ¿por qué no? Chile es un país muy pequeño y quiero vivir del arte y hacer música. Pensaba: “aquí es muy difícil, voy a probar suerte en México, a ver qué pasa”. Pero no estuvo planeado. De hecho, cuando tomé la decisión de venirme a México, fue casi, casi de un día para otro, como esa locura del impulso que te da la juventud. No sé si ahora haría algo así: irme de un día para otro a vivir en otro país.

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LRU: Una decisión muy “a la mexicana…” Tal vez desde entonces ya te estabas empezando a nacionalizar.

 

ML: [Risas] Exacto, fue como: ¡chingue su madre! Vámonos para México.

 

LRU: Pues como dicen: los mexicanos nacen en donde se les pega la gana…

 

ML: Me encanta esa frase, me encanta. Se la asocian a Chabela, no sé si es real, pero cuando llegué a México, me sentí mucho más identificada con este país, con el pensamiento de los mexicanos, con la filosofía del chingue su madre… Una invitación a hacer las cosas. En Chile todo es más burocrático, más lento, incluso ordenado, aunque no sé si ordenado es la palabra, pero sí, puede ser que Chile sea más ordenado. Total, que yo me siento más identificada con el otro desmadrito de México.

 

LRU: Tampoco se me hace el gran logro de la vida ser un país más ordenado que México…

 

ML: [Risas] Ay, pero yo amo. En Chile, por ejemplo, la puntualidad es todo un tema. Yo nunca lo he sido, porque las divas tienen que llegar un poco tarde, ¿sabes? Pero cuando llegué a México, dije: aquí sí llevan eso al extremo. Aquí te dicen “nos vemos a las cuatro”, entonces yo llegaba a las cuatro y cuarto, según yo para no ser tan puntual, y en eso me llamaban para ver si siempre sí nos íbamos a ver. Y yo: “¡¿Qué?! ¡Pus ya estoy aquí, güey! Me quise hacer la diva y acabé esperando horas a mis amigos.

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LRU: Venirte acá fue una decisión de último minuto, pero, ¿por qué México? ¿Había algo en especial que te llamaba o algo que te jaló para acá? En 2007, me acuerdo de que empezaban las redes sociales, la era del MySpace. ¿Qué estaba pasando en tu vida?

 

ML: ¡De hecho sí, era la era de MySpace! Conocía a mucha gente de la música en Chile que se vino a vivir a México y todos hablaban de las maravillas, de la abundancia y de lo generoso que era México. Una amiga también dijo: “me voy a México”, y eso fue el llamado que necesitaba.

 

Me gustaría decirte que tuve todo un proceso de análisis de la situación en México, pero en realidad lo único que sabía provenía de la fuente número uno de información de México en el extranjero: las telenovelas y El Chavo [risas]. Mi mamá y mi abuela no se perdían Cuna de lobos, todas las de Thalía, Dos mujeres un camino, Volver a empezar, con Yuri… entonces, como verás, tengo una larga lista de referencias, pero todas son de Televisa.

 

Todo apuntaba a que México era increíble. Me encanta la música. Y bueno, soy muy fan de Juan Gabriel desde siempre, y mi abuela de toda la música mexicana y del Cine de Oro. Entonces, pensaba “México está cool, es un país lindo, muy musical. Y, si todo mundo se está yendo para allá, pues vámonos”.

 

“Cuando llegué a México, me sentí mucho más identificada con este país, con el pensamiento de los mexicanos, con la filosofía del chingue su madre… Una invitación a hacer las cosas.”

 

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LRU: ¿Qué me dices de la influencia musical de México en Chile? Es mucho más de lo que pensaba. Hace tiempo vi un documental de la música ranchera en las regiones rurales de Chile. Incluso hacen festivales y se toca música norteña en las calles.

 

ML: Ya sé, es una locura. La música mexicana es casi todo el folclor de la zona, porque triunfa, y es el norteño de México el que más triunfa en la zona sur del país. Hay grupos chilenos como Los Llaneros de la Frontera que son un hit y son los que más tocan en esos festivales, pero es música súper mexicana. La gente que hace música mexicana en el sur de Chile es la que gana más plata, definitivamente.

 

LRU: Es otra evidencia de que la música tiene la particularidad de no tener fronteras. Cuando algo pega en un lugar y se lo apropian, hasta pierde su nacionalidad original. En ese caso, creo que los chilenos tomaron ese género, y ahora es otra línea evolutiva de las rancheras chilenas.

 

ML: Me encanta cuando se hacen esas mezclas. Aquí también pasa, que hay un género musical que se toca mucho en Guerrero y Oaxaca, que está inspirado en la música tradicional de la cueca chilena. No sé en qué año habrá sido que llegaron aquí unos inmigrantes y lo tomaron en la zona de Oaxaca; son muy famosas las chilenas que se tocan con las bandas de viento.

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LRU: Creo que fue cuando los marinos chilenos iban a California por la fiebre del oro, y pasaban por Acapulco y Puerto Escondido. Ahí dejaron una herencia musical que ahora es como cueca chilena guerrerense. Es fascinante el tema de la exportación de géneros y el impacto cultural que tienen los fenómenos migratorios.

 

ML: Sí, la música es una mezcla impactante. Por ejemplo, pensamos en la música del norte de México, que tiene mucho acordeón, pero, el acordeón… ¿cómo llegó acá? Y cómo se adaptó a la música local… O, ¿cuándo llegó la guitarra? ¿Cómo fueron llegando todos los instrumentos que son necesarios para componer la música de un lugar? Y luego ver cómo se crearon todos estos géneros a partir de estas mezclas. Pensar en todo esto se me hace súper lindo.

 

LRU: Tu abuela era cantante de tangos, ¿no? ¿o de boleros?

 

ML: ¡De los dos! De tangos y de boleros. Y de valses peruanos también. Mi abuela era de música popular, muy dramático todo, pero también escuchaba a Juan Gabriel, a Rocío Durcal, y ahí venía todo lo romántico.

 

LRU: ¿De ella vino tu influencia musical?

 

ML: Bueno, y de mi mamá. Ella es súper melómana. Escuchamos de todo, desde música clásica, las cuatro estaciones de Vivaldi, hasta música que cantaban Edith Piaf, Charles Aznavour, Los Beatles, Led Zeppelin, Queen, Chicago, Fleetwood Mac… con mi mamá se escucha de todo. Siempre fue de un espectro internacional muy abierto. Y con mi abuela, cosas más clásicas, en español, folclóricas incluso, como Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui. Toda esa música la escuchábamos en casa.

 

LRU: ¿Y cuáles eran tus cosas? ¿Qué escuchabas tú en secundaria?

 

ML: Crecí en los 90 y recuerdo que me volaba la cabeza el Jagged Little Pill de Alanis Morissette. Me tocó la mera época de Nirvana, Alice in Chains, todo el grunge noventero incluyendo Fiona Apple y, por supuesto, Radiohead, que era la música que más escuchaba y consumía. También algo de Red Hot Chili Peppers, y en español a Café Tacvba, Los Aterciopelados, Los Tres, que era mi banda favorita en español, junto a Café Tacvba.

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LRU: ¿Fuiste al concierto de Pearl Jam en Santiago?

 

ML: Sí, claro, los llegué a ver en vivo cuando tenía 19 años. Estaba lloviendo, me acuerdo mucho, lloviendo muchísimo, con frío en invierno, y me fui al slam, ahí empujándome con todos. La juventud a tope, fui muy feliz.

 

LRU: ¿Te sigue gustando ir a conciertos?

 

ML: La neta, no tanto, aunque depende del concierto. A ver: sí me gustan los conciertos, lo que no me gusta es el festival, porque me engento, y además no veo porque soy chaparra, entonces prefiero ir a lugares donde esté sentadita. Ya soy una señora; entonces, no disfruto tanto en conciertos. Aunque el año pasado fui a un montón de conciertos; fui a ver a Kendrick Lamar, que hoy se ha vuelto mi artista favorito de los últimos no sé cuántos años.

 

LL: ¿”To Pimp A Butterfly”?

 

ML: Amo ese disco, es una locura. Y fui a verlo a San Francisco, tocó en un festival y me fui hasta adelante a empujones, estuve saltando y me sentí de nuevo jovencilla viendo a Kendrick. Pero realmente prefiero sentarme a ver un show. Vi a Madonna el año pasado en Brooklyn y fue brutal.

 

LRU: También me imagino que tiene su parte de hueva ir a conciertos y festivales y que a cada rato te estén reconociendo y pidiendo fotos…

 

ML: Justo no puedo ir a todos los conciertos que quisiera, a veces porque no se da, a veces porque estoy trabajando o de tour. Tampoco es porque me reconozcan, porque además tengo un superpoder de camuflaje. Yo digo que me draggeo, en realidad soy un personaje que se transforma en Mon Laferte, pero en mi día a día soy una mujer bastante sencilla, hasta en metro ando, me meto a los tianguis y nadie se da cuenta de que soy yo. Sí es un don.

 

En Chile, ahora que fui hace poquito, anduve en metro para todos lados y nadie se imagina que estoy allá. Soy muy libre, pero lo que sí hago es que a veces tengo que viajar a otros países para poder ver conciertos que me interesan y voy a verlos a modo de estudio también. Me cuesta mucho ir sólo a disfrutar de un show, porque estoy viendo todo, estoy viendo la puesta en escena, el equipo que traen, qué cámara, voy en modo de estudio, con ojos de creadora.

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LRU: Hablas de la puesta en escena. Y veo que tienes gustos muy teatrales, como que el drama siempre presente. ¿Qué crees que tengan en común todos estos artistas que son los que te tocan profundo?

 

ML: Tienen algo de genialidad y algo que es muy único. Por ejemplo, en el caso de Juan Gabriel, además de que era un intérprete estúpidamente bueno, era un compositor fuera de serie. Y además era súper punk, todo un rupturista, era una loca en un México machista y conservador. Tiene muchas cosas que lo vuelven uno de mis artistas favoritos.

 

Todos tienen, además, algo qué decir: aunque hagan música romántica, siempre hay algo que va más allá… No creo que sean artistas sosos, superficiales. Me importa mucho que tengan capas y capas, pero que también sean oscuros. No me gusta la gente muy blanca en la música, o muy rosita. Me gusta esa intensidad y oscuridad de Chabela, por ejemplo, la amo también. Y sí, por supuesto, amo lo teatral. Ahora, también Radiohead, a lo mejor tú puedes decir que no, pero para mí sí. Estaba tan enamorada de Thom Yorke cuando era adolescente. Es un espectáculo. Muy histriónico, sus movimientos y todo; su expresión corporal, todo lo que transmite es impresionante.

 

LRU: Casi que con una miradita te lleva a estados depresivos, ¿no?

 

ML: Totalmente. Freddie Mercury también. Es otro que de hecho pongo conciertos de él solo para inspirarme y verlo.

 

LRU: Freddie es como si estuviera permanentemente cantando en un musical de Broadway.

 

ML: Totalmente, sí, sí, sí.

 

LRU: Entonces, eres de teatro musical…

 

ML: Me gusta. No conozco tanto, pero justo ahora que estuve de tour en Europa, fui a ver Cabaret en Londres y me voló la cabeza. Me voló la cabeza. Es muy impactante.

 

LRU: Incluso dentro del teatro musical, existen todos los colores. Hay obras que son más rosas, más claritas y otras más oscuras, como lo que te gusta. En el caso de “Cabaret”, regresamos a la temática que te jala, volviendo a la referencia de Juan Gabriel, pero en este caso es la chica la que está remando contra la cultura.

 

ML: Sí, son temas que me atrapan automáticamente. Quizá por mi propia historia. Y además Cabaret se sitúa en la Alemania nazi, durante su ascenso al poder; es dura y tiene muchas capas. No es sólo la chica del cabaret, sino que estamos hablando de un momento histórico muy pesado.

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LRU: Hablando de lo que dices sobre tu propia historia y el acto de rebelión. ¿Cómo estuvo eso de haber recaudado tus propios fondos para hacer una gira de conciertos gratuitos?

 

ML: Lo único que quería era tocar y, pues, nadie me contrataba. O me decían que sí, pero, “pues tú llegas, ¿no? Por tu cuenta…” Y yo así de: “¡chale, pero cómo llego a Monterrey! Si me estás pagando bien poquito”. Entonces dije: “voy a armar un crowdfunding”. Me acuerdo de que era muy estresante, porque además con esas madres vas en contra del tiempo, entonces hice de todo. Fiestas en mi casa, vendiendo chelas, cobraba entradas, tocaba en el parque. Hice mil cosas para juntar plata. Y estuvo buenísimo porque juntamos el dinero. Luego salió un tipo, un millonario chileno que siempre le regala plata a la gente, alguien le mandó un tuit y le dijeron: “oye, apórtale money”. Y sí me aportó como 20 o 30 mil pesos.

 

Al final nos pasamos de la meta, que eran como 150 mil pesos, juntamos como 170. Y con esa platita, que era en realidad para ponerle gasolina a la camioneta y pagar las casetas, nos fuimos mi banda y yo. Nos la aventamos manejando, íbamos parando, tocando, empezando por Querétaro y llegamos hasta Austin. De hecho, fue la primera vez que toqué en el South by Southwest.

 

LRU: La máxima declaración de independencia en la música, porque a ti lo que te gustaba era tocar y no esperaste a que alguien te lo resolviera. Tomaste lo que tenías para compartir, que era tu música, y decidiste tomar acción para hacerlo suceder. Esa actitud de generar lo que uno quiere versus esperar a que te caiga del universo. Hablando de autopromoción, ¿en algún momento también regalaste tus propios discos? ¿Quizá te inspiraste en “In Rainbows”?

 

ML: Lo que quiero es que la gente me escuche. Tenía una guitarra, que había pagado con mucho esfuerzo en varias cuotas, y la usé para grabar un disco. Pero decidí vender la guitarra y con ese dinero mandé a hacer una maquila de mil discos. Cuando tocaba en el metro, o también tocaba mucho en el Parque España, lo que hacía era que, si alguien quería un disco, que lo tomara, y si me querían dar algo a cambio, pues bienvenido. Había gente que se llevaba el disco, pero había otros que de repente pasaban, se los regalaba, y me lo regresaban. Pero la mayoría, tengo que decir que eran chidos, y sí me pagaban el disco.

 

LRU: Es fascinante hasta dónde has llegado después de regalar tus discos en el metro. Hay una escena muy al principio de “Un alma en pena” [documental de Mon], en la que estás visitando tu ciudad, y estás sentada en unas escaleras diciendo que ves a tu mamá envejecer y te das cuenta de todo lo que te has perdido por estar lejos. Cuánto de la vida pasa inadvertido hasta que el tiempo te lo muestra.

 

ML: Eso es de las cosas más difíciles del tema migratorio, de estar tan lejos. Porque sí, estoy muy lejos de Chile. Son ocho horas de vuelo y, claro, se te va la vida. De repente vuelvo y veo a mi mamá cada vez más vieja. A mis sobrinos, que tengo uno que ya va a cumplir 19 años, y digo: “¿en qué momento ya es un adulto, si era un bebé?” Esas cosas sí pesan, la verdad.

 

LRU: ¿Vas seguido?

 

ML: Según yo, sí. Por lo menos dos veces al año. Igual mi familia me viene a visitar, se vienen a quedar acá.

 

LRU: ¿Has pensado en regresar?

 

ML: No, nunca. Me siento muy bien aquí. Pero cuando mi hijo esté más grande, me dan ganas de ir y pasar más tiempo en Chile, para que él también vea dónde creció la mamá, y la comida, no sé.

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LRU: Al final la cultura se lleva también en la sangre, y para él va a ser como ir de vuelta a casa, ya que esas cosas se llevan intrínsecas en el cuerpo.

 

ML: Sí, quiero que conozca y que sepa de Chile. No quiero que sea algo desconocido. Él habla palabras que yo digo, porque al final yo soy una mezcla. En el día digo cosas como: a huevo, qué bacán. Soy súper mezclada. Y él también ya tiene palabras chilenas dentro de su vocabulario.

 

LRU: Y, ¿cómo fue que le entraste al viaje de la “poiesis”? Entiendo que tiene que ver con el proceso creativo, con el juego, todo lo lúdico y hasta poético, pero me parece que tú le estás dando un giro.

 

ML: La primera vez que entré en contacto con el término autopoiesis, que es el que yo uso en el disco, lo leí porque lo acuñaron unos biólogos chilenos, Humberto Maturana y Francisco Varela. Ellos hablaron de esto, es un término de biólogos y sucede a nivel celular. Significa que los organismos son capaces de crearse a sí mismos. Por ejemplo, uno se hace una herida en la mano y tu cuerpo solito lo sana. La vida se crea a sí misma y se sana a sí misma. Algo así, básicamente. No soy una experta porque no soy bióloga, pero viene de ahí la idea de la autopoiesis.

 

 

“Soy un personaje que se transforma en Mon Laferte, pero en mi día a día soy una mujer bastante sencilla, hasta en metro ando, me meto a los tianguis y nadie se da cuenta de que soy yo.”

 

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LRU: ¿Es la capacidad de autorregeneración que tenemos?

 

ML: Exacto. Es como autorrepararse. Cómo la vida crea vida. Soy muy fan de Maturana; me lo he leído y he visto sus entrevistas. Me parece un tipo muy sabio, muy inteligente. Y cuando estaba armando el disco, me encantó este concepto de la autosanación. Lo tomé y obviamente me lo llevé para un lado metafórico que no tiene nada que ver con el origen de esto, que es netamente biológico, y me lo llevé a lo poético.

 

LRU: ¿En referencia a un proceso en particular?

 

ML: Creo que no, en general. Los seres humanos somos autopoyéticos. Pero también metafóricamente lo somos. Ni siquiera tiene que ver con un acto o un momento específico de mi vida, sino que más bien está sucediendo todo el tiempo.

 

LRU: E incluso procesos que pasan todos los días de manera inconsciente y forman parte de nuestra expresión. Pero bueno, y a todo esto de la sanación y de la catarsis, ¿te gusta el karaoke?

 

ML: La verdad, lo odio. Lo odio con toda mi alma. Odio ir a un karaoke. Odio a la gente que canta horrible, desafinada. Soy la peor, soy el Grinch. No hay nada que odie más que ver a gente que canta espantoso intentando cantar bien. Ahora, que exista el karaoke, me encanta. Que la gente cante y se divierta, lo amo. Lo que pasa es que a mí no me gustan porque sufro. Pero claro que veo el acto de cantar y gritar y sacarlo todo en un karaoke como algo totalmente terapéutico y liberador. Catártico.

 

LRU: Todo mundo debería de ir al menos una vez en su vida a un karaoke y entregarlo todo. Entre más ridículo, mejor.

 

ML: [Risas] De acuerdo. Ayuda tanto, tanto. Entonces, que sigan existiendo muchos karaokes, pero nunca me inviten a uno. Por favor.

 

LRU: ¿Cuál es tu canción que más se canta en karaoke?

 

ML: “Tu falta de querer”. Es impactante cómo la gente, los niños de dos años que nunca han tenido un problema de amor en su vida, canta esa canción y sufren y lloran. Ésa es la canción.

 

A Luis Rosales le encanta el cine noventero y el karaoke, especialmente las canciones absurdas y románticas. También es ingeniero, fotógrafo, editor de libros por encargo, restaurantero frustrado y en algún momento quizá intente venderte algo. Hace años fue editor de Revista 192. Se la pasa jugando Wordle y aprendiendo cosas que tal vez no le sirvan para nada. Pero tal vez sí.


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