Tenía seis años cuando tuvo claro que quería ser actriz. Sus abuelos la llevaban a menudo al teatro, y fue Marcelino, pan y vino, basada en un argumento original de José María Sánchez-Silva, la obra que logró conmoverla de una forma tan particular, que les dijo a sus abuelos que quería dedicarse a la actuación, “para revivir una y otra vez la emoción que experimentó ese día”.

Veintisiete años transcurrieron desde entonces, hasta que (justo el día en que Mabel y yo conversamos) se inaugurase el primer centro cultural de Minatitlán, lugar que la vio crecer y del que conserva memorias poderosas. Un aula de este recién estrenado recinto lleva su nombre. Rodeada de una familia que siempre impulsó sus sueños, Mabel no pierde oportunidad para rendirles homenaje, pues, a pesar de las limitaciones que pudieron tener, enfatiza que nunca le pusieron freno.

Disciplina y constancia férreas la llevaron de Minatitlán a conquistar Atlanta en el Universo Marvel con la película Black Panther: Wakanda Forever, donde le dio vida a Namora. Pero ni visión de rayos X ni volar son superpoderes que poseen las heroínas que inspiraron a Mabel de niña, sino la resiliencia de mujeres que rodearon su entorno. Las heroínas que la actriz admira, en sus palabras, “tienen el poder de encontrar, a pesar del dolor y las heridas, una posibilidad para reinventarse, inspirarse y motivarse”.

Desde hace varios años, Mabel asiste a foros a escuchar las historias de vida de otras mujeres, a través de las que es capaz de encontrarse a ella misma, y servir de espejo para que otras puedan reflejar su grandeza y tesón. Heroínas “de a pie”, con historias como la de Eufrosina Cruz Mendoza, a quien escuchó por primera vez en el foro Decididas (DMI Decididas Summit), y la motivó a mirar el mundo desde otro lugar.

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