María José Cuevas: La devoción al cine documental

La cultura popular como documento de nuestros tiempos

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texto Jesús Iglesias (Peli de la Semana)
fotografía Javier Senón

Como siempre, voy tarde. El horror de ser impuntual se atenúa porque María José Cuevas es mi amiga. Bueno, mi conocida, bueno, no sé. Percibo que tenemos el vínculo de esos seres humanos que se han visto pocas veces, pero detectan códigos comunes que les transmiten la ilusión de sentirse similares en algún plano existencial.

 

Subo las escaleras de uno de los complejos habitacionales más icónicos de la Ciudad de México y ella me recibe sonriente en la puerta. Hay humanos a los que es difícil imaginar molestos o agresivos: María José es uno de ellos. Con un gesto amable me invita a pasar al hogar que ha construido a partir de las ruinas de su vida. Pero no ruinas en el sentido decadente de la palabra, sino en el más luminoso sentido identitario. A final de cuentas, todos los humanos vivimos en las ruinas de lo que hemos sido y en los vestigios de lo que intentamos ser.

Atravesamos la sala y llegamos al estudio que se muestra como un bello caos controlado. Carpetas repletas de evidencia forense del caso de la Mataviejitas; litografías de Cuevas padre, y a lo lejos un lindo cuadro de gran formato de un pintor que desconozco y del que olvido preguntar el nombre. Antes de movernos al comedor, abro una de las carpetas y veo la fotografía de un pie desnudo. “Es el pie de Juana Barraza”, me dice, “y mira, ése es su juanete: el juanete de Juana”. Reímos.

 

Llego tarde a la cita, pero el café que María José había colocado sobre la mesa del comedor sigue caliente, y mientras sus dos gatos se pasean sensualmente entre las tazas, activo la grabadora.

 

JESÚS IGLESIAS (PELI): Ésta es una entrevista formal, pero no quiero que lo sea. Más bien quiero que sea una plática entre amigos que se quieren, pero que se ven poco. Y hay muchas cosas de ti que no sé. Por ejemplo, intuyo que tú no partiste de cero. Cuando activaste tu carrera cinematográfica, ya eras una mujer reconocida, una diseñadora exitosa y, por si fuera poco, toda tu vida has estado inmersa en el endogámico mundo cultural mexicano. En resumen: no es que hayas salido de la nada.

 

MARÍA JOSÉ CUEVAS (MJC): Bueno, en realidad partí de una crisis de identidad muy fuerte. Porque como todos los jóvenes tuve que escoger mi destino a los 17 años, y ahora ya ni siquiera reconozco a esa adolescente. No la encuentro. La veo en fotos y no entiendo quién era esa persona. Yo tenía que estudiar una carrera y escogí Diseño, pero la verdad es que escogí al aventón, porque no sé dibujar ni un muñequito de nieve y, para acabarla de amolar, todos los diseñadores famosos del momento eran hombres. Yo veía eso y por momentos sentía que estaba estudiando una de esas carreras de “mientras te casas”, y al final ni me casé ni ejercí el diseño. Vamos… trabajé un tiempo en diseño y me hartó. Siempre había querido estudiar Cine, pero mi hermana Ximena ya había escogido ese camino. Me entró el síndrome de no querer repetir, y por eso escogí otra carrera, pero el cine había sido algo importantísimo durante mi juventud.

PELI: No me gusta hablar de los ancestros, pero yo tengo el mito de Cuevas casi como un tótem. Un gran dibujante, un gran pintor, pero, sobre todo, uno de los personajes que más sabía de cine mexicano. He escuchado varias historias que atestiguan su cabeza como una auténtica filmoteca.

 

MJC: Claro, mi papá se había convertido en un rockstar del arte de los años 60 y 70. Era guapo y muy mediático, y siempre estuvo en el punto medio entre el mundo intelectual y el mundo de la cultura popular. Por un lado, convivía con todas las rumberas de la época, como Tongolele, y por otro lado, con hombres como Gabriel Figueroa o Luis Buñuel, que eran muy cercanos a él. Entonces para mí era muy normal llegar a casa de la escuela y ver a Luis Buñuel, a Ripstein o a John Houston.

PELI: Y como buena adolescente, seguro te daba igual que esos señores estuvieran en tu casa.

 

MJC: Creces así. Lo ves normal y no te lo cuestionas. También en ese sentido recuerdo a mi padre viendo eternamente los canales de cine mexicano. Esa cinefilia que mi padre me transmitió era una cosa complicada, porque de niña mis dos películas favoritas eran Los 400 golpes y Los olvidados —supongo que porque los protagonistas en esas dos películas eran niños—. Inevitablemente me convertí en la niña rara. Aunque crecí en París, los niños de la escuela veían Star Wars y yo les hablaba de Los olvidados. Mi hermana Ximena era súper cinéfila. Íbamos camino a la escuela y me decía: “¿qué tal si nos volamos la clase?” Y entonces nos bajábamos del camión y nos íbamos a las matinés de la Cineteca de París y veíamos un montón de cine clásico europeo y gringo. Pero cuando volví a México a los 17, dije: “no, yo no quiero estudiar lo que estudió mi hermana y no quiero hacer arte como mi papá”. Y así acabé en Diseño Gráfico.

 

PELI: La típica decisión impulsiva adolescente que todos tomamos y que acaba definiendo para bien y para mal nuestros primeros años de vida adulta. Pero entonces tu crisis vino después de la carrera.

 

MJC: Sí, trabajaba en diseño y no me gustaba. Entonces mi hermana Ximena me dijo que tomara un taller de videoarte que ella impartía en el Laboratorio Arte Alameda porque anímicamente me veía mal, y ese taller me cambió la vida y me devolvió la necesidad de contar historias. Ximena me regaló una camarita Mini DV para hacer los ejercicios del taller, y empecé a hacer autorretratos y a documentar los eventos a los que iba. Me lanzaba a todo tipo de fiestas. La fiesta de una revista nice, el mundo del underground gay, la boda de mi amiga de la prepa, y después editaba esos mosaicos culturales por puro placer. Así empecé.

Recortes de hojas de contacto de las protagonistas de Bellas de noche. Fotografía Jesús Magaña

PELI: ¿Y cómo pasaste de esos ejercicios amateur a Bellas de noche?

 

MJC: Varios de esos ejercicios los empecé a meter en festivales de cine experimental o videoarte y me empezó a ir muy bien. Y ese afán de grabarlo todo y de trabajar mucho con la figura del autorretrato me sirvió para atreverme a voltear la cámara en Bellas de noche. Bellas sale porque Manuel, mi novio de ese entonces, estaba escribiendo el guion de la película Museo, y tenía toda la investigación que había realizado sobre el robo al Museo de Antropología. Para completar esa investigación decidimos ir a buscar a los personajes reales, y mientras escogíamos a quién entrevistar, vi la foto de los detenidos por el robo, y pienso: “todo bien, pero qué demonios hace ahí una vedette en medio del robo más grande de la historia de México”.

 

Y ese interés que me despertó ver a la Princesa Yamal en medio de esos maleantes no era gratuito, porque yo desde niña iba al Teatro Blanquita a ver a Lyn May y a Olga Breeskin con mi papá, y me fascinaba verlas. Las vedettes eran mis personajes de Star Wars cuando yo tenía 10 años.

 

PELI: Diez años… Tu contacto con la sensualidad del cuerpo y con esa parte de reconocerte a ti misma a través de esos ideales de belleza fue a muy temprana edad.

 

MJC: Sí, bueno, pero había niveles. El Teatro Blanquita era como un teatro de revista. No era cabaret ni burlesque, y todo dependía también del tipo de vedette. Por ejemplo, Olga Breeskin tenía un centro nocturno que se llamaba Belvedere, que estaba en el hotel Continental que se cayó en el temblor, y Olga estuvo ocho años ahí dando shows nocturnos y no se desnudaba. En cambio, si ibas a un show de burlesque en el Teatro Esperanza Iris, ahí Lyn May sí se desnudaba y yo no podía entrar.

PELI: Y entonces te fuiste a buscar a la Princesa Yamal.

 

MJC: Sí. Le dije a Manuel: “vamos por favor a buscar a la Princesa Yamal”. Nos fuimos a Acapulco a conocerla y ahí es donde empieza Bellas de noche, porque me hago amiguísima de Yamal. Nos conocimos y fue un clic inmediato. Regreso a la ciudad y Yamal me habla y me dice: “tienes que volver porque te quiero dar un regalo”. Volví a Acapulco, pero esta vez sola, me daba una curiosidad enorme pensar lo que quería darme. Me recibe en su casa —en ese momento ella estaba en una época completamente decadente, vamos, te shockeaba verla, era una atmósfera muy Grey Gardens— y me dice: “a ver, siéntate aquí en la sala, y cuando te diga, le das play a la casetera”. Entonces desaparece y al rato sólo escucho su voz diciéndome: “ponlo”. Y al activar la casetera empieza a salir una música como árabe, y la veo bajar por las escaleras completamente vestida de vedette. ¿Pero con polvo, sabes? Bajando las escaleras.

 

PELI: Como la escena final de Sunset Boulevard, pero en plan vedette.

 

MJC: Tal cual, y yo traía esta famosa camarita Mini DV. Le dije que me dejara filmarla y, sentada en la mesa de su comedor, me hizo un show de vedette. Yo estaba con la boca abierta, y en cuanto terminó, me dijo: “te quería regalar esto, llevo 40 años que no me pongo este vestido y 40 años que no bailo; no sé por qué cuando te conocí sentí la necesidad de regalarte esto”. Se me hizo estupendo. Era Yamal diciéndome: “también soy esta persona, también fui esta persona”. Entonces regresé a México, vi la grabación y ahí es donde dije: aquí hay una historia, aquí hay un retrato fascinante.

PELI: Y pensándolo en ese sentido, tus dos largometrajes tienen ese oficio de retratista. Siento que no te interesa hacer un documental histórico tipo Paco Stanley donde se narre un ecosistema gigante político y social, sino más bien buscas la conexión humana por encima del morbo histórico.

 

MJC: Sí, y mis dos películas también son muy distintas entre sí. En Bellas de noche yo no sabía que estaba haciendo una película; al principio era yo con mi camarita, pero después fue como: pues sí, se oye fatal y necesito un sonidista, qué lata. Y ahora tengo que ir a entrevistarlas con una persona adicional y un boom. Así fue creciendo poco a poco, con prueba y error.

 

PELI: Un proceso muy punk. Muy do it yourself.

 

MJC: Eso era lo que quería. De entrada les advertí: “nunca les voy a decir qué hacer, ustedes invítenme a su mundo”. Llegaba a casa de Rossy Mendoza y ella me abría la puerta con unas alas de ángel, y esa autenticidad era la que yo no quería que se perdiera sugiriéndoles “ponte estas alas o hagamos la entrevista en una cama de pétalos de rosa para que se vea más exótico”. Todo lo que se ve en la película lo propusieron ellas. Así empezó a crecer el proyecto. Necesitaba dinero porque resulta que Olga Breeskin vive en Las Vegas y las otras también en puntos alejados; ahí fue cuando apareció la necesidad de un productor que levantara el proyecto.

 

PELI: ¿Y no te da un sentimiento de incomodidad o de culpa? Funcionas como una especie de espectador que mueve unos engranes tremendos, trastocas la vida de estas mujeres, ellas se visten para ti y se exhiben en una pieza documental, y luego tú te retiras una vez alcanzado tu objetivo.

 

MJC: Es que nunca me retiré, yo podría hacer la continuación de Bellas de noche si quisiera. Tenemos una relación muy cercana. Nunca terminó Bellas de noche para mí, y eso tiene mucho que ver con cómo me relaciono con mis proyectos: yo me encariño, me enamoro, y me confronto con los personajes. En La dama del silencio me hice muy amiga de Joel, siempre armo vínculos.

PELI: ¿Y no es terriblemente desgastante apostarle a un proyecto que toma 10 años en hacerse?

 

MJC: Claro, pero en Bellas de noche tenía que ser así ese proceso. En cambio, La dama del silencio me tomó año y medio porque son modelos completamente diferentes. Netflix aprueba el proyecto y lo necesita al día siguiente. Pero Bellas fue lo más. Para ellas y para mí fue lo más, aunque también es cierto que no hice dinero con Bellas de noche. Lo más caro fueron las licencias musicales, pero todo lo demás fue filmado con una cámara casera y tres personas. Era muy escueto el presupuesto, y a pesar de eso y de que al documental le fue muy bien, no puedes pensar que es un negocio.

 

PELI: Y, ¿cómo vive un documentalista en México entonces? ¿Cómo es el proceso de existir? Porque vamos, son años de desarrollo de proyecto, años de pensar, años de establecer ese vínculo de confianza con los protagonistas.

 

MJC: Pues es que por eso pasa lo que está pasando. Ahorita las plataformas son las que realmente están creando contenido y dando trabajo. ¿Cómo vives? Buscas un trabajo. Yo veo a Everardo González, por ejemplo, que está lleno de proyectos que se nota que son para vivir, y así estamos todos. ¿Cuánto te llenan y cuánto logran sacar tu creatividad esos proyectos? Claramente por eso hablo mucho de la libertad, porque las plataformas van a mil por hora, pero lo importante son tus procesos personales como artista. Hacer Bellas de noche en una plataforma sería imposible. Ninguna plataforma te va a aguantar 10 años para que desarrolles un concepto.

PELI: ¿Pero tienes buenos recuerdos de La dama del silencio o sentiste menos libertad?

 

MJC: Estuvo padre porque fue completamente lo opuesto a mi primer largo. Pasé de tener mi camarita a tener todos los juguetes disponibles para hacer lo que quisiera. El primer día de llamado me sentía Spielberg, había miles de luces, 15 personas jalando cables para entrevistar a un señorcito sentado, y te das cuenta de que hay todo un mecanismo perfectamente establecido para que las cosas pasen. Y pasan, y tú eres la cabeza.

 

PELI: La dama abre con una secuencia de créditos bellísima a la Saul Bass. ¿Qué tanto te influenciaron los cineastas con los que creciste en tu carrera como documentalista?

 

MJC: Con La dama del silencio, desde el día uno en que leí la historia de Juana Barraza, no pude quitarme de la mente a Hitchcock. Todo el tiempo está presente ese guiño, porque sentía que el personaje de Juana Barraza —que al principio es un ente homicida que las autoridades están buscando, y que se transforma de hombre a travesti y luego a mujer— era una sombra que se iba metamorfoseando a lo largo de la historia. Y al principio me costó trabajo porque no entendían bien por qué estaba yo hablando de Hitchcock si estábamos haciendo un documental, no entendían cuál era la necedad por la estética y por el lenguaje, y sobre todo, por convertir un documental en un thriller. Pero le apostaron y me dieron toda la libertad creativa.

 

PELI: ¿Y en términos de lo que buscaba la plataforma, no hubo consideraciones que alteraran tu idea original?

 

MJC: Al final es interesante porque son documentales que tienes que pensar que los van a ver en la India, ¿no? Los van a ver en México y en otras latitudes, por ende te piden que seas más didáctico para que todos entiendan. Obviamente, cuando estás haciendo un documental jamás vas a pensar en el hindú, hasta que te cae el veinte cuando te dicen que en la India lo vieron 15 personas. Para la empresa esos números son muy importantes.

 

PELI: No quiero caer en el cliché del entrevistador masculino que te pregunta por tu historia de mujer empoderada, pero es algo que me interesa porque hay que pensar quién está llevando la batuta actualmente en el cine mexicano. A lo mejor hace 10 años decías que Reygadas, Franco, Escalante, etcétera, pues eran los que cosechaban premios a nivel internacional. Ahora el recambio generacional involucró un cambio de género, y las directoras son las que tienen el liderazgo indiscutible en la creación cinematográfica mexicana. Fuiste de las primeras directoras modernas que inauguraron esa corriente. ¿Tuviste algún problema? ¿Intentaron bloquearte de alguna manera?

 

MJC: Es que en mi caso es distinto justo porque no vengo del cine de ficción y también porque me aventé como el Borras a filmar Bellas de noche. Creo que debe ser muy diferente el mundo de la ficción al mundo del documental.

 

Cuando estaba haciendo Bellas de noche, ya estaban trabajando documentalistas mujeres más allá de los grandes documentalistas hombres como Everardo o Rulfo. Estaba Maya Goded, Lucía Gajá, Tatiana Huezo. Siento que la discriminación contra las mujeres en el cine es menos obvia en el documental, y sobre todo en el documental independiente, porque es más libre.

PELI: Tienes toda la razón. Me gustaría cerrar esta entrevista hablando un poco de tu próximo proyecto: el ambicioso documental sobre Juan Gabriel que estás trabajando con Netflix. Sobre todo, porque siento que tus documentales pasados parten de historias controladas y hasta cierto punto íntimas, pero hacer un documental sobre Juan Gabriel es como hablar del himno nacional, y eso implica un riesgo mucho mayor. Ahí sí va a entrar un flujo de espectadores que no están familiarizados contigo como cineasta, y que van a llegar por una avenida monstruosa a querer conocer la historia de Juan Gabriel, el ídolo.

 

MJC: Terminamos La dama del silencio y un día me habla Laura Woldenberg y me dice: “¿qué significa Juan Gabriel para ti? ¿Quién es Juan Gabriel?” Yo pensaba: Te puedo hablar desde lo personal hasta lo comunitario, ¿no? Y me dice, “bueno, pues tenemos este proyecto, pero hay que presentarle opciones al legado de Juan Gabriel para que escojan”.

 

Afortunadamente me escogieron y me encanta, porque la cultura popular es un reflejo de lo que somos y de nuestro contexto histórico. Si escarbas en la cultura popular, ahí es donde encuentras realmente la identidad. Entonces, pues claro, igual que con las vedettes, crecí viendo Siempre en Domingo y a Juan Gabriel. Pero, en efecto, también es una responsabilidad enorme. El truco está en encontrar el balance entre el personaje público y el personaje privado, o sea Juan Gabriel versus Alberto Aguilera. Ahí es donde encuentras la complejidad, porque Alberto Aguilera es reflejo de todos, es un ser humano, y a veces se nos olvida que los grandes ídolos son seres humanos, y no aceptamos que los grandes ídolos tengan los errores humanos que todos tenemos.

PELI: Me gusta mucho verte tan emocionada con este proyecto tan potente en una era en la que todo parece a veces desechable.

 

MJC: Eso es clave. Desgraciadamente, creo que estamos viviendo un mo- mento en donde todo ya es muy desechable. Lo sentí con La dama del silencio. Las dos primeras semanas después del estreno en Netflix, la película era el documental más visto en México, y después el quinto lugar a nivel mundial, o sea, el hindú lo vio. Y estás en una vorágine durante dos semanas pensando en que muchísima gente lo está viendo, y de pronto surge la nueva sensación, y desapareces tan rápido como llegaste.

 

PELI: Es justo así. Por un lado, las plataformas generan mucho trabajo y han revivido la industria del cine mexicano. Pero también hay una obsesión por generar “contenido”, que ya de entrada llamarle contenido a una película es casi peyorativo, pero así están las reglas del juego ahora. ¿Cómo ves el futuro del cine en ese sentido?

 

MJC: Creo que es un arma de doble filo. Por un lado, no hay nada como ir al cine y ver una película, y eso espero que nunca se muera. Fui a ver La sociedad de la nieve al cine y es totalmente otra experiencia, pero la mayoría de los espectadores la vieron en sus casas, en su tele o en su teléfono. La pregunta es compleja. ¿Quieres que la gente vaya al cine a ver tu película y que sean 30 personas? O que la vean millones desde sus casas sin la posibilidad de retroalimentarte y sin saber realmente qué pensaron de la película. Los números de las plataformas se convierten en algo muy abstracto.

PELI: Como suele suceder hoy, mañana y siempre, el futuro parece incierto y peligroso. Qué rico, la mera verdad. Si todo funcionara bien, la vida sería tremendamente aburrida.

 

María José se ríe y me dice: “Estoy completamente de acuerdo, querido”. Decido apagar la grabadora porque quiero chismear un poco más con ella sin el registro digital de nuestras palabras. Mi admiración por ella es total. Su devoción al oficio artístico que ha perfeccionado durante todos estos años me inspira y me maravilla. Seguimos. Habrá que volver a rellenar las tazas de café.


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