Orlando Mondragón: Poeta del dolor

Pensar en la muerte, experimentar el dolor cuando perdemos a un ser querido; pensar en la enfermedad, vivirla en carne propia. Para muchos, al menos para mí, ambos conceptos —enfermedad y muerte— resuenan fuerte en mi mente, porque he experimentado ambas. Y no hay nada más real y visceral que estos conceptos, porque, como dicen por ahí, lo único seguro es la muerte.

Para Orlando Mondragón (Guerrero, 1993) las ideas de enfermedad y muerte transitan en planos diferentes. La primera, parte del simple hecho de que su profesión de médico cirujano —actualmente estudia la especialidad en Psiquiatría— lo ha enfrentado a la enfermedad y la muerte de una manera cruda, constante y pragmática. Y luego está el poeta, que le ha permitido afrontarla con una mirada contemplativa a través de la cual ha traducido todo aquello que experimenta y observa en su labor diaria de profesional de la salud y que plasma en líneas de una brutalidad y belleza muy complejas.

 

En 2021, Mondragón se convirtió en el primer poeta menor de 30 años en recibir el Premio Loewe de Poesía, por su obra Cuadernos de patología humana (Visor, 2022), una serie de oscuros momentos, experiencias y acontecimientos que han marcado el transitar de Orlando en su faceta de médico y que gracias a la escritura le permiten resignificar esos dolores y angustias que se viven en el día a día de su labor profesional.

 

Vestido con una playera azul, pantalones y zapatos casuales, Orlando llega puntual a nuestra cita para conversar sobre su galardón, su obra y cómo percibe los ejes de su poesía. Su saludo es firme y seguro, pero reconoce que está un poco nervioso por las fotografías. Pide un café, sin azúcar, sin crema, toma un profundo respiro y me dice: “estoy listo”.

 

EMMANUEL SANDOVAL: Vayamos al origen de Orlando Mondragón y tu acercamiento con la literatura y las artes. ¿De dónde nace la pasión por escribir?

 

ORLANDO MONDRAGÓN: Uy, vamos a remontarnos al origen, muy bien. Soy de un pueblito de Guerrero que se llama Zirándaro de los Chávez —se llama de los Chávez porque ahí nació el doctor Ignacio Chávez Sánchez, por el que lleva el nombre el Instituto Nacional de Cardiología—, y ahí pasé toda mi infancia y fue cuando tuve los primeros contactos con la literatura. Había un pequeño teatro, recitales, música regional y con el tiempo me interesó ir a ver, porque evidentemente no había otros divertimientos. Después me mudé a Ciudad Altamirano y más tarde llegué a la Ciudad de México a estudiar Medicina. Los primeros poemas que escribí eran jocosos y picarescos, de la mano de la copla, de tintes eróticos, y en la adolescencia esos primeros versos iban encaminados a entretener a mis amigos. Me gustaba mucho la forma del soneto y me sigue gustando, así que escribí “el soneto a la clase de matemáticas”, “el soneto al grano”, cosas así. Claro, conforme fui creciendo me fueron interesando otras cosas, entre ellas, preguntarme sobre la muerte, el amor, y empecé a escribir sobre ello.

 

ES: Enfrentarte a la adultez, a las experiencias que se viven cuando uno empieza a crecer, sirve de pauta para encontrar esa voz y estilo como escritor. ¿Cómo evolucionó el concepto y tu aproximación a la muerte una vez que empezaste tus estudios de Medicina?

 

OM: En un principio este germen creador era volcado hacia el exterior, el entretenimiento, pero con la adolescencia todo también se vuelca hacia uno mismo, y empecé a hacer preguntas, muchas relacionadas con la muerte, claro, porque desde pequeños aprendemos que ésta es definitiva e irreversible. María Negroni decía que la muerte es una de las angustias del ser humano —saber que vamos a morir y desconocer lo que pasa después—, y la otra cosa que nos causa angustia es que todo cambie y la impermanencia del mundo y del ser mismo. Una vez que empecé a estudiar Medicina, las experiencias se volcaron a una cosa material y sólida y dejaron de ser esta nube que te sigue para materializarse en algo más inmediato. Durante el internado me entendí partícipe de un desenlace en el que yo tenía un papel activo. No sé si sea un mecanismo de autoprotección o una forma de evadirme, pero no recuerdo al primer paciente que se murió frente a mí; ya ha pasado varias veces y seguirá pasando, pero no tengo claro cómo y cuándo fue esa primera experiencia.

 

ES: La muerte, como lo mencionas, es el desenlace, pero hay quienes antes de morir experimentan la enfermedad, un proceso del que también escribes en tus pasajes poéticos. ¿Cómo enfrentas este proceso desde el punto de vista médico y literario?

 

OM: Pues de una manera muy socarrona. Un libro de patología humana dice que el principal factor de riesgo para enfermarse es, y sigue siendo, estar vivo. Una de las muertes que más me ha atravesado fue la muerte de mi abuelo, porque después de la muerte de mi abuela —que fue de una manera muy súbita—, él se vino a vivir con nosotros y en ese momento no lo entendía, pero comenzó un proceso de deterioro demencial, empezó a perder funciones, y de repente esta persona dejó de ser la persona que yo creía que era. Se convirtió en un cascarón que antes era mi abuelo. Vivir ese proceso tan doloroso fue uno de los motores que me alentó a continuar mi carrera de Medicina.

 

La enfermedad es una entidad a la que todos nos tenemos que enfrentar en algún momento. Susan Sontag decía que, aunque todos paseemos con el pasaporte de los sanos, eventualmente vamos a utilizar el pasaporte de los enfermos. Y la visión de la enfermedad cambia cuando te enfrentas directamente a ella, pero siempre está la angustia de que puede empeorar y ser muy dolorosa.

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ES: ¿Los médicos ven la enfermedad como quienes no somos profesionales de la salud?

 

OM: [Risas] Dicen que los médicos somos los peores pacientes, porque así como nos gusta jactarnos de que podemos ser factores de cambio de la enfermedad, también nos angustia saber que vamos a morir, que somos finitos y no sé si se aprende, pero se vive en la Medicina. Todos los médicos estamos angustiados con lo que sabemos y constantemente cuestionamos cómo evitar, cómo curar, cómo mejorar la calidad de vida. La responsabilidad que tenemos hace la diferencia entre cómo veo la enfermedad y cómo la puedes ver tú, que confías y esperas que tu médico tenga las respuestas y las soluciones.

 

 

Vivimos una época en la que apropiarse del vivir del otro es muy cuestionado, porque hay cosas que no nos atañen o que no podemos entender, pero en el caso de la poesía, se trata de un acontecimiento del lenguaje que se desdobla de emociones, de dolores, de sensaciones.

 

ES: ¿Es posible una coincidencia en el lenguaje de la medicina y la poesía?

 

OM: La poesía y la medicina tienen sus puntos de convergencia y de fuga, como todo. Si bien la medicina nos enseña a ver detenidamente los detalles del cuerpo, las posibles traducciones que se hacen de lo orgánico a la enfermedad y de la enfermedad a la sanación, también hay un pensamiento muy estructurado, muy rígido, muy lineal que dicta el orden de las ideas. En cambio la poesía es todo lo contrario, la poesía es enfrentar ideas dispares o aparentemente contradictorias para crear algo nuevo. Ruy Pérez Tamayo, un patólogo y escritor mexicano, decía que considerar a la ciencia como algo creativo no significa romantizarla, sino que es uno de los pilares para desarrollarla. Y la creatividad es también el origen de la palabra “poesía”, así que ahí hay un punto fundamental de encuentro. Creo que mis labores se contaminan la una a la otra; por ejemplo, a veces me quedo pensando sobre una frase que dijo un paciente, sobre una anécdota. En esta imposibilidad de transformar una dolencia física en palabras, los enfermos recurren a la poesía, a la metáfora. Por ejemplo, muchos pacientes que sufren de gastritis dicen que sienten un vacío, o en el caso de las parestesias, que en lenguaje médico describe sensaciones de hormigueo, alguna vez escuché decir que una paciente sentía como burbujas de Coca- Cola en las piernas.

 

ES: Podríamos decir que ese acercamiento con los pacientes es una fuente de inspiración en tu trabajo poético.

 

OM: ¡Claro que sí! Hay hallazgos muy serendípicos en una conversación con un paciente y estos vértices vienen a priori. Hay toda una tradición médica-poética, porque sus orígenes son afines. Existían por ejemplo estas danzas catárticas, pero no la aristotélica, sino la catarsis entendida como una especie de baile y música donde se declamaba poesía para honrar a Apolo, padre de Asclepio [dios de la Medicina], y que llegara la sanación a través del rito.

 

ES: ¿Consideras que hay belleza en la fragilidad de nuestra vida y los lazos personales que se crean en la vulnerabilidad de la enfermedad?

 

OM: La fragilidad es bella y radica en la capacidad de verse en el otro, porque estar frente a un cuerpo enfermo es un juego de espejos y una manera de compadecerse, pero en el sentido de acompañarnos en ese padecer. Y es bella, además, porque el sufrimiento de otros es un reflejo de nuestros propios sufrimientos. Fragilidad es también reconocer que todo es finito, que nada se repite y que hay que saber disfrutar los instantes.

 

ES: Ahora que estás en el proceso de terminar tus estudios en Psiquiatría, ¿qué coincidencias has encontrado con la poesía?

 

OM: Muchas, la neurociencia es una rama que me fascina porque pone sobre la mesa los mecanismos por los cuales nos gusta el arte o la literatura. Pero lo más importante en la relación entre psiquiatría y literatura es que cada una se propone analizar desde su cancha el fenómeno de lo que es el ser humano. La literatura es la historia sobre nuestras emociones y pensamientos; la psiquiatría es el análisis de cuando estas emociones y pensamientos se enferman y cómo restaurar esa salud perdida con todos los problemas epistemológicos que puedan surgir. Si algo he aprendido de la poesía es esta noción de que el pensamiento y la emoción son indisolubles entre sí.

Nos gusta pensar que son carreteras paralelas y que nunca se topan, pero son más bien espirales que se cruzan muchas veces. Ya lo decía Saint-John Perse en su discurso del Premio Nobel, que la poesía se niega a disociar el arte de la vida y el amor del conocimiento, en el sentido de que nuestro pensamiento está lleno de subjetividad y que la ciencia se pone trampas para no dejarse llevar por esta subjetividad. Pero cómo tomamos decisiones y cómo nos movemos día a día es a través de esta subjetividad, porque, aunque nos gusta pensar que somos seres racionales y que estamos por encima de los animalitos, la realidad es que muchas de nuestras decisiones tienen una fuerte carga emocional aprendida.

 

ES: Cuadernos de patología, el poemario que te convirtió en el ganador del Premio Loewe de Poesía 2021, es un compendio de eventos de enfermedad y muerte descritos poderosamente, pero que al mismo tiempo sugieren una belleza inexplicable. ¿Hay algo bello en la patología humana y sus mutaciones o es el lenguaje poético lo que las embellece?

 

OM: La patología se encarga del estudio de la anormalidad en el desarrollo de un cuerpo y la belleza tiene algo que nace de la anormalidad desde la extrañeza, una que a veces se interpreta como asombro, como algo fuera de lo común. Lo que decía Rubén Darío en el ensayo de Los raros, esta noción de que la belleza tiene en sí algo raro y ahí nacen los rasgos comunicantes entre la belleza y la patología. Con la poesía se llega más rápido a la extrañeza por la misma propiedad de la palabra y la metáfora, una de sus piedras fundamentales, que diluye dos conceptos y los transpone entre sí. Esta herramienta es tan poderosa que además de activar nuestras áreas para el lenguaje, activa otras más sensitivas. Como si te digo que tienes piel de terciopelo, estoy activando no sólo el área táctil del cerebro, sino otras emociones, y en eso radica la efectividad de la poesía para comunicar emociones. T.S. Elliot decía que la buena poesía llega a comunicar mucho antes de que ésta pueda entenderse. Y es que más allá del significado tácito de las palabras que se dicen en un poema, hay otro tipo de prioridades como el ritmo, la belleza misma de las palabras y estas sensaciones que se van despertando a lo largo de la lectura.

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ES: Muchos de los pasajes que cuentan tus poemas, de momentos crudos y sumamente dolorosos, ponen al descubierto a tus pacientes. ¿Te has cuestionado alguna vez si es ético compartir estos eventos tan íntimos?

 

OM: Todo el tiempo me lo pregunto y fue por eso que me atreví a escribir este libro desde mi perspectiva como médico, para dar a entender que esta subjetividad me atañía también a mí. Es una experiencia compartida la que se vive en el libro, no es la historia del paciente aislado, no es un acercamiento morboso hacia la enfermedad, sino que es lo que me atravesó a mí en ese momento de ese paciente. También algunos poemas los pedí prestados de experiencias de otros compañeros, pero bajo esa misma lógica. Claro que al momento de publicarlo me preguntaba a cada rato ¿es ético?, ¿es necesario?, ¿es correcto?, ¿es bueno?

 

ES: Pero finalmente los escritores cuentan lo que viven, ven y experimentan, y esto es a lo que te enfrentas a diario.

 

OM: La literatura está llena de encrucijadas éticas y absorbe de maneras irregulares otro tipo de experiencias. Juan Rulfo dijo algún día que dejó de escribir porque se murieron las personas que le contaban los cuentos. Ahora vivimos una época en la que apropiarse del vivir del otro es muy cuestionado, porque hay cosas que no nos atañen o que no podemos entender, pero en el caso de la poesía, se trata de un acontecimiento del lenguaje, que se desdobla de emociones, de dolores, de sensaciones.

 

ES: ¿Cómo te afecta llevarte los eventos dolorosos de la enfermedad y la muerte del hospital, tu lugar de trabajo, a tu espacio personal, desde el cual los transformas en poesía?

 

OM: Recordar es doloroso, y ése es el mal necesario de la literatura. Lo hago desde la mayor distancia posible, y si algo me atraviesa de una manera más complicada, hago anotaciones y regreso con la cabeza más fría en otro momento. El objetivo es despertar en el lector las mismas emociones que me causaron a mí estos eventos.

 

ES: ¿Seguirás escribiendo sobre la enfermedad y la muerte?

 

OM: Ahora mismo no sé qué escribir [risas]. Ha sido todo tan rápido que siento que no tengo nada qué contar, pero no lo sé; sin duda, los temas de la enfermedad y la muerte son parte fundamental de quien soy porque es lo que hago a diario. Pero por qué no, como poeta, explorar otras emociones, otras sensaciones y otros temas está ahí, esperando a que me enfrente al papel y la pluma y que las ideas regresen y se escriban.

 

ES: ¿Es curativo escribir?

 

OM: ¡Totalmente! Mucho tiempo me mostré reticente a esta pregunta porque es la pregunta de “¿para qué sirve?”, pero sí. Si bien el primer fin de un texto literario o poético es crear un goce estético a través del lenguaje o del desdoblamiento de éste, escribir sí tiene un poder curativo. La palabra nos ordena, nos da sentido, desenreda los cables de la mente, y podemos vernos más claramente con la materialización de nuestros pensamientos y emociones, y eso tiene un poder curativo, una capacidad de reordenamiento.

 

Hace unos días Orlando Mondragón ganó el Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Estepona” en España.


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