Basta con cerrar los ojos para darnos cuenta de que el negro no es una propiedad, sino un espacio de vibraciones, ideas, sensaciones e historias. Cada color carga con imágenes, palabras y emociones: el verde nos da paz porque lo asociamos con la naturaleza, mientras que el azul lo llenamos de cielo y mar. Entre nosotros hay personas que dedican su vida al color: la pintura es el medio encargado de preguntar por qué la cólera es roja y el aburrimiento gris. El arte no representa al mundo, más bien propone un modo distinto de mirarlo, como cuando los impresionistas tiñeron el horizonte de naranjas, violetas y rosas.
En el estudio de Beatriz Zamora (Ciudad de México, 1935) todo es negro. La artista ha dedicado más de tres mil pinturas y 40 años de carrera a conjurarlo. Sin embargo, para ella este color no remite a la oscuridad, a la tristeza o al duelo; por el contrario, el negro es el color de la vida, de la alegría, del inicio del universo. Beatriz, que además de ser una enorme pintora es una gran poeta, nos lee un texto de su autoría para iniciarnos en su singular mirada.
“En aquel tiempo, de cuya memoria no tengo recuerdo, cuando la magna explosión decidió darse a luz y con ella el infinito de infinitos, el tiempo, el espacio, en ese huracán de furor sagrado, en esa formación de partículas, átomos, electrones e interrelaciones cósmicas, nacimos todos y todo. Los eones no tienen medida. La sabiduría, la inteligencia, es al mismo tiempo espacio e infinito. Los físicos dicen que el 98% de toda la materia del universo es materia oscura, es negro, negro absoluto, es vacío, es silencio, es la nada, y a ese espacio que está entre galaxia y galaxia los físicos le llaman el potencial total de la ley natural, los místicos sabios le llaman el corazón de la madre oscura, yo le llamo el negro, la verdadera esencia de la vida”.
Para Beatriz, llegar a este color no fue un acontecimiento fortuito, sino una búsqueda constante. En 1972, se mudó a París para estudiar en la École Nationale Supérieure des Beaux-Arts. En la Ciudad de la Luz abandonó la figuración e insistió en la búsqueda de su singularidad, la cual la llevó a convertirse en un referente ineludible en la pintura actual. Parte importante de su ruta fue dedicar un mes entero a recorrer el Louvre desde el amanecer hasta que caía la noche, todo en búsqueda de su pintura y del color. No fue en el Louvre sino en el Grand Palais donde sucedió un evento que cambiaría su vida.
BEATRIZ ZAMORA Llegué enferma, con fiebre, dolor de cuerpo, lastimada toda, toda, toda. Entré a una sala de exposición, empecé a recorrerla y de pronto me di cuenta de que me sentía mejor y de que estaba feliz. Entonces me pregunté por qué. Me dije: “Cállate, ahorita no es el momento de estar investigando”. Salí de ahí y me senté en una banca. El Grand Palais de París está a unos 50 metros de los Campos Elíseos. Entonces salí, me senté y dije: “ahora sí, a pensar. Ajá. ¿Ahora qué pienso? No tengo nada en la cabeza para pensar”. Yo que era tan buena para pensar. Me puse a ver un edificio de ladrillos y me subí hasta el último. Me empecé a dar cuenta de que cada ladrillo es un aglutinamiento de átomos en movimiento, invisible, que todo el edificio era eso. Vi la sombra del edificio y me dije: “Eso también”. Después, todo lo demás. Los coches que iban pasando, la banca donde estaba sentada. Yo misma. ¿Qué quiere decir ser pintor? Ser pintor quiere decir ser dueño de todo o no eres nada, eso es lo que yo había visto y por eso me había curado.
Entonces me dije: “¿Yo dueña de qué soy? Pues de nada”. Todavía hacía figurativo, un poco surrealista, cosas de esas… Regresé a donde estaba sentada y me pregunté qué me pasó. Me acordé de una frase de [Gleb Ivánovich] Uspénski que dice: “para ser lo que verdaderamente eres, primero tienes que dejar de ser lo que no eres”. Dije: “Ahí está el punto, ahí hay que ir”.
SANDRA SÁNCHEZ En varios momentos de nuestro encuentro, Beatriz apela al silencio y al vacío como actitudes que preparan al cuerpo para recibir algo. La pintora tuvo que deshacerse de prejuicios y enseñanzas previas para llegar al negro. Cuidarse para estar lista. Mientras relata sus aventuras y desventuras noto que mi cuerpo comienza a ser invadido por una leve ansiedad, casi sin quererlo la interrumpo y le pregunto: “¿No te dio miedo que el negro no llegara? ¿No temiste pasar toda la vida en su búsqueda?”. Contraria a mi sensación, su respuesta fue una negativa tajante.
BZ Cuando quieres algo, te llega. ¿Cómo te llega? ¿A qué hora te llega? Quien sabe. El negro llegó solito, pero para que me llegara, tuve que amarlo y prepararme durante 11 años. Físicamente quitarme toda la basura que tenemos en la cabeza, quedar vacía, quedar en silencio. Y no sabes si eso vaya a tener resultado alguna vez. Es un volado en la vida. Nunca me dio miedo. Además, no sabía si iba a llegar. Yo lo quería y me preparé para eso.
SS En el tránsito para llegar al color, Beatriz se encontró con la tierra. La artista hizo varios viajes por México para encontrar arcillas que colocó sobre lienzos preparados. La mezcla incluía insectos y otras materias orgánicas. En 1977, Beatriz presentó La Tierra en la sala Verde del Palacio de Bellas Artes (ahora llamada Sala Diego Rivera). En formatos de tres, dos y uno y medio metros, y bajo la curaduría de Raquel Tibol, la muestra fue el umbral no sólo para su carrera artística, sino también para el tan añorado pigmento negro. Beatriz describe el encuentro como si se tratara una experiencia mística frente a una fuerza intemporal.
BZ La primera vez que molí carbón y negro, aún no sabía si iba a funcionar o no. Pero al terminar, la casa se iluminó. Se prendió algo como un trueno muy poderoso, entró y me dijo: “El negro es esto y se hace así, y así, y así, y así”. Se hace por planteamientos. Cada planteamiento tiene su forma, su técnica y su materia. Cada planteamiento te está diciendo cómo es. Te callas y oyes.
SS Transmutar el sentido de un color no sólo es encontrarlo, sino experimentar con él. Aunada a toda la poética del negro, hay una técnica pictórica precisa y trabajada. El negro que usa se conoce como negro de humo y consiste en un polvo que se saca de petróleo y luego se combina con un medio acrílico y otros materiales.
BZ El negro de humo es un pigmento que viene del petróleo. En el lugar donde hacen el negro de humo, que además importan, tienen una gran cápsula. La cierran herméticamente y ponen un bote de aceite de petróleo. El aceite es casi un desperdicio del petróleo, le ponen fuego y cierran la puerta. Calientan todo, calientan esa cápsula, puede tardar cinco días o más en quemarse. Ese aceite quemado se va pegando en las paredes de toda la cápsula. Para sacarlo le rocían algo, lo hacen bolitas para encostalarlo, si no quedaría el puro polvo. Estuve en ese lugar y les pedí que el material, el polvo, me lo dieran tal cual sale, porque disolver esas bolitas te cuesta la vida. No había dónde comprarlo hasta que llegué a la fábrica. Básicamente mis materiales son negro de humo y acrílico. Después sigue lo que yo quiera hacer, como un craquelado. Todo lo hago con esa mezcla.
SS Aunque el negro de humo es el principio alquímico en la obra de Beatriz, el color no depende sólo de la mano de la artista, sino de su composición química y de las reacciones que surgen con otros materiales presentes en cada cuadro, lo cual hace evidente cómo el negro nunca está aislado; al ser principio de vida, siempre está ligado a ecosistemas y flujos diversos.
BZ El resultado me lo da la materia cuando seca y cuando en su proceso ella misma hace cosas. Yo hago lo mejor que puedo.
SS Este uso de la materia es común en artistas contemporáneos, sobre todo en prácticas atentas al cambio climático y a la vida en la Tierra. Sin embargo, Zamora ha trabajado con distintas materialidades desde hace décadas. Esto ha generado tanto curiosidad como molestias. En 1978, dos años antes de mudarse a Nueva York para vivir ahí durante ocho años, la artista ganó el primer lugar del Premio Salón Nacional de las Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes, con una de las primeras piezas de su serie, El Negro, titulado Serie 2, Negro no. 4. Zamora cuenta que esperó hasta el final con los trabajadores, quienes la tenían en buen aprecio, y antes de cerrar se dio cuenta de que un grupo de artistas estaba esperando a que todos se fueran para destruir la obra. El pintor Enrique Guzmán, molesto ante la decisión del jurado, descolgó el cuadro de la sala y lo intentó destruir con un extintor.
BZ Salió la plebe escondida, se metió a la sala, descolgaron el cuadro y lo empezaron a golpear con el extintor, lo arrancaron, lo hicieron pedazos. El cuate encima del cuadro, golpeándolo. Después se subió otro para quererlo quitar y no podía, luego se subió otro para quitarlo. Yo veía eso y decía: “Ya lo hicieron pedazos. Ya quedó hecho pedazos”. Pues nunca haces un cuadro para tal. A los gritos, al escándalo, la gente de la calle se regresó. Raquel Tibol [crítica de arte y museógrafa], que era como la mamá de todos, los regañó. Salieron del cuadro. Yo les dije que lo levantaran. Nos quedamos todos con la boca abierta porque el cuadro estaba impecable. Ahora lo tienen en el Museo de Arte Moderno.
SS Si algo causa incomodidad es porque está rompiendo un paradigma, lo que cambia el estado de las cosas produce extrañeza, miedo, alerta. Sin embargo, la pintura de Zamora venció las barreras del miedo para abrir el negro al vitalismo y a la vibración de la vida, lo cual hizo que su trabajo tuviera un lugar en el imaginario y en la historia del arte.
Sus negros vida —llenos de materias orgánicas, de piedras (como la obsidiana), de crudo y de gestos humanos y materiales— tienen una resonancia que nos permite abrir la mirada a las fuerzas del comienzo, que no están allá, en el principio de los tiempos, sino que perviven hasta el presente, en la ropa, en el maquillaje y, de modo ilustre, en su pintura.
El negro: orígen infinito, en exhibición hasta el 8 de octubre de 2023, en el Salón de la Plástica Mexicana, Colima 196, Roma Norte.
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