Nancarrow

La música es para los pájaros

1806
texto Óscar Benassini
fotografía Andrés Navarro

El problema con los personajes míticos es que se ha dicho todo sobre ellos. El mito se explica solo. Paradójicamente, lo poco que conocemos acerca de las figuras misteriosas es lo único que hay por conocer. El misterio reside justo en ese puntual reducto oscuro y luminoso que nos seduce a los mundanos. No resistimos la tentación de elaborar un mito alrededor del mito, para explicar el mito. ¿Por qué queremos saber los motivos de Butes para, en altamar, saltar del Argo y entregarse al canto de las sirenas? ¿Por qué fascina la leyenda moderna del compositor musical estadounidense, ermitaño y comunista, que se refugió en México en 1940, después de haber luchado contra Franco en la Guerra Civil Española? ¿Por qué queremos conocer más de Conlon Nancarrow aparte de su música?

Conlon Nancarrow nació en Texarkana en 1912. A pesar de estar inscrito en una escuela local, prefirió estudiar por su cuenta, en el ático de su casa, los temas elementales, leyendo libros de conocimiento general. Un autodidacta sin permiso de sus padres y maestros, una enigmática introversión que lo acompañaría el resto de su vida. Aunque en su casa de infancia había un piano, nadie en su familia practicó música.

 

Cuando Conlon Nancarrow le dijo a su padre que quería hacer una carrera musical, recibió como respuesta la negativa más alentadora: Hijo, la música es para los pájaros. Después de una incipiente incursión en la carrera de Ingeniería en la Universidad de Vanderbilt, en los siguientes años Nancarrow se entrenó en aspectos muy particulares de la composición y de la interpretación musical (estudió con Roger Sessions y Nicolas Slonimsky, incluso se topó con Arnold Schoenberg en Boston, en 1933).

 

Atraído por el jazz durante sus años de educación musical, el instrumento de su preferencia fue la trompeta. Ya en sus años de mexicano, afincado en su casa-estudio de la calzada de Las Águilas (diseñada por su entrañable amigo Juan O’Gorman), Nancarrow escuchaba a Louis Armstrong, a Nat King Cole y a Pérez Prado (Mako, su hijo, cuenta que en una ocasión Philip Glass visitó el estudio de su padre, casi como un peregrino del arte, y Nancarrow le dijo que su música“era como de elevador”. (Al parecer Nancarrow era, voluntariamente, como buen ermitaño, un desentendido de las modas estéticas de su tiempo.)

Hay historias del Nancarrow soldado en España —aparte de su fama de rolar cigarrillos con una sola mano— de cómo tocaba la trompeta durante las mañanas serenas en las trincheras, en la Brigada Abraham Lincoln (la misma en la que se enroló Hemingway). Sin embargo, aparentemente, sus afectos políticos nunca fueron evidentes en su música, pero: ¿qué mayor transgresión política que la invención de una nueva estética, de un lenguaje inédito, y por lo tanto inútil para las retóricas del poder?

 

Acerca de la singularidad de Nancarrow, el compositor mexicano Julio Estrada escribió:

 

Antes de oír su música, el personaje me parecía algo excéntrico por el mero hecho de pertenecer a la cultura estadounidense del underground, con la que teníamos poco contacto en México. Su singular “cueva” y su rara vocación por una música confeccionada a base de perforar rollos parecían repetir su capacidad de lucha, como si este hombre rondando entonces los 60 años toda- vía permaneciera atrincherado en un combate, ahora solitario. En aquella ocasión, la música que me hizo oír me causó el goce de escuchar las proezas que lograba con su instrumental.

 

Nancarrow compuso para una máquina análoga porque nadie podía tocar su música de tiempos delirantes. Antes compuso para orquesta, pero le molestó el error humano, la inexactitud orgánica de los músicos. De nuevo el ensimismamiento, el afecto a los artefactos: primero el libro y luego su ruidosa pianola de cabeza metálica. Vale la pena citar lo que el compositor y artista sonoro mexicano Carlos Sandoval escribió sobre las máquinas de Nancarrow para la revista La Tempestad en octubre de 2016:

 

La pianola no hace milagros y las pianolas de Nancarrow, mecedoras bien domesticadas, parecían obedecerlo sólo a él. Por eso su influencia no se puede medir en referencias directas, entrecomillados o prestissimos desatados. Sus estudios para pianola son más hondos y premonitorios porque cada uno se deriva de reflexiones profundas y serias sobre la relación entre el ser humano (y su noción escurridiza del tiempo) y la máquina (sin noción escurridiza alguna).

Nancarrow solía encerrarse en su cámara de composición (una “caverna” anecoica también diseñada por O’Gorman) prácticamente el día entero, pero siempre después de desayunar y de llevar a la escuela a su hijo, e ir al mercado del barrio por los comestibles para la comida del día. Nancarrow fue un padre liberal, que pasaba el día entero en su pianola o leyendo un libro, según cuenta Mako, el hijo del compositor con la arqueóloga Yoko Sugiura, la compañera imprescindible de Nancarrow. Hay que recordar que Conlon Nancarrow, artista ensimismado, a pesar de haber trabado amistad con John Cage en 1975, no fue reconocido internacionalmente sino hasta que en 1981 el compositor húngaro György Ligeti apadrinó, asombrado, su música:

 

Esta música es algo grande e importante para toda la historia de este arte. Su música es brutalmente original, divertida, perfectamente construida y al mismo tiempo emocionante… Para mí, al día de hoy es la mejor música de cualquier compositor vivo.

 

La escritura musical de Nancarrow consistió en la perforación de rollos para ser tocados o reproducidos automáticamente, mecánicamente, por una pianola. Nancarrow fue un Varèse o un Xenakis underground. Un artista para artistas. Un visionario sonoro amante de Bach. Un anarquista similar a Silvestre Revueltas y a Siqueiros. En 1932, el compositor Revueltas cristalizó el espíritu de la época mexicano que recibiría el calambre artístico de Nancarrow:

 

¿Por qué un artista, un creador, ha de sufrir hambres y miserias? Aquí descansa, entre nosotros, el secreto del fracaso de la cultura de México como pueblo. Somos un país de descamisados y de zánganos. Se desprecia al músico, al pintor, al poeta, por considerarlos como a los bufones que cabriolean en los banquetes de los burócratas. Pero es que se les hace bufones por la fuerza del hambre. Aunque muchos nos rebelemos, la rebeldía es la soledad, la soledad infecunda, el abandono, la miseria.

Incluso hoy, igual que pasa con Julio Estrada, cómplice excepcional de Nancarrow, la música del compositor permanece en el azoro de unos cuantos. La casa-estudio de Las Águilas, capricho afectivo de Nancarrow y de O’Gorman, la que guarda su biblioteca personal, el taller de carpintería para sus experimentos mecánicos y la sala aislada donde componía, no están protegidos por ninguna institución cultural mexicana.

 

Y no es que su legado artístico corra el riesgo de perderse: otras instituciones fuera del país están conservándolo y su música crece cada vez más en el imaginario colectivo de la comunidad artística, que es bastante amplia. Lo realmente sintomático es que una música “rara”, que se hizo a finales del siglo pasado, sigue incomodando tanto que no se le brinda el cuidado necesario para asegurar su vitalidad.

 

La originalidad estética, la música atípica y compleja, siempre va a amenazar nuestro confort. Butes fue el único argonauta que, a pesar de la confortable música de Orfeo, dejó su lugar de trabajo en el barco para entregarse al llamado de las sirenas (que se confundía con la música de los pájaros):

 

La alta mar no les va. Tienen miedo de perderse, de zambullirse, de abandonar el grupo, de morir. De modo parecido el psicoanalista y el analizado, con los brazos y las piernas inmovilizados, uno en su sillón, el otro sobre su lecho de dolor, escuchan, hablan, no saltan fuera del grupo, no saltan fuera del lenguaje. No abandonan el navío. Tal vez desciendan a la cala, pero no saltan al mar. Butes sube al puente y salta. Allí donde el pensamiento tiene miedo, la música piensa (Butes, Pascal Quignard).


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