
Los alcances creativos de la creación de personaje
fotografía Fabiola Zamora
estilismo Eva Bernal
grooming Davo Sthebane
asistente de fotografía Adriana Flores
asistente de estilismo María José Chavelas
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Darío se ha dejado la barba. Tras ese bonche de pelos alrededor de su rostro —siempre afable— hay una seguridad rotunda. No es el mismo actor que hace cinco años, cuando apareció por primera vez en esta publicación. Le pasó encima una pandemia, varias producciones cinematográficas —Nuevo orden (2020), La casa de las flores: la película (2021), No voy a pedirle a nadie que me crea (2023), Good Savage (2023), Pet Shop Days (2023)—, y una más como productor —Solo para mujeres (2025)—. El Darío Yazbek de hoy es, sin duda, más maduro, pero también más claro, más seguro de sí mismo. Su visión acerca de la masculinidad, de su propio ser hombre en un sistema que nos limita y hace titubear, permite que la plática se extienda.
Un matcha con leche de avena y la última gota helada de un capuchino después, salimos caminando de la cafetería. Son dos calles antes de que él tome la calle de Atlixco y yo siga derecho.
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Danaé Salazar (DS): Te dejaste la barba; te sienta muy bien. Gajes de ser actor, ¿no? Pero resulta que ya eres productor. Me llegó la noticia de tu participación en el documental “Solo para mujeres”.
Darío Yazbek (DY): Lo de Solo para mujeres fue como una epifanía. Estaba filmando la película No voy a pedirle a nadie que me crea en Barcelona, con Alexis Ayala. Un día, después de grabar unas escenas, decidimos ir a comer juntos. No sabía que Alexis había sido parte de Solo para mujeres, ni tenía mucha idea de lo que era, más allá de lo que recordaba de niño: el accidente y que Sergio Mayer estuvo involucrado. Lo recordaba porque Sergio había sido diputado y lo conocí en algún evento.
Durante la comida, le pregunté a Alexis: “¿Cómo estuvo eso?” Me parecía una locura el proceso de subirse a un escenario y quitarse la ropa. Y él me respondió: “¿Tú sabes a qué huele el deseo?”. En ese momento, algo en mi cabeza hizo clic. Le pregunté: “¿Cómo qué el deseo? ¿A qué te refieres?”. Y él me explicó que, al pararse en ese escenario, había un olor, un ruido, una luz. Me dijo: “No sabes lo que es estar ahí. La luz es perfecta, y si mueves un dedo, la gente grita por ti. Eso te transtorna y te cambia la vida. Se vuelve adictivo”. A partir de ahí, empezamos a platicar más sobre el tema. Para mayo de 2024 ya habíamos filmado el documental. Se trata de cuatro episodios en la que contamos todo sobre Solo para mujeres.
DS: ¿Cuándo sale el documental?
DY: En junio de este año. Estoy feliz, volando, porque logramos hacer de las cosas más interesantes que he visto. Tenemos material de archivo inédito sobre el accidente, el detrás de cámaras y todo lo que pasó. Además, logramos una mezcla muy interesante de la mano de la directora, Liora Spitz: un diálogo entre un mundo frívolo, como TV Notas, de chismes y espectáculos, y un análisis serio con académicos de la UNAM y periodistas especializados. Se genera una conversación cara a cara entre estos dos mundos, quitándole la frivolidad que algunos podrían pensar que tiene. Ayuda a entenderlo por lo que realmente fue: un fenómeno cultural. Es una discusión muy interesante porque no se trata sólo de un grupo de actores quitándose la ropa; tuvo una repercusión en una sociedad que en ese momento estaba en un punto de cambio. Fue la primera vez que el deseo femenino se puso en la esfera pública. Por primera vez, las mujeres tenían un espacio para ver este tipo de espectáculos. El documental muestra ese cambio de paradigma y lo histórico que fue.
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DS: Para encontrar al hombre, hay que trazar su origen. ¿Cuándo supiste que querías ser actor?
DY: Mi historia es rara porque, en mi familia, la actuación siempre estuvo presente, pero yo era el rebelde. Quería ser político. Siempre me ha interesado la historia y hasta la fecha soy muy nerd; me encanta aprender sobre todo tipo de temas. En ese momento, iba por un camino muy distinto, alejado de la actuación, aunque siempre me gustó el cine. Un día me suspendieron de la escuela, en la prepa, junto con dos amigos, y mi mamá me dijo: “Ni madres, no te quedas en la casa, te vienes conmigo, tengo un casting”. Fui de mala gana, era adolescente. Mientras esperaba, le dijeron a mi mamá: “La escena es con un hijo de 17 años”. La escena trataba de un chico suspendido de la escuela. Decir que actué en ese momento sería injusto, fue casi documental. Mi mamá empezó a regañarme y nos peleamos en plena audición. Irónicamente, yo me quedé con el papel y mi mamá no.
El director de ese proyecto era Michel Franco y la película era Daniel y Ana (México, 2009). Ahí dije: “Bueno, lo haré”. Hicimos casting durante seis meses para encontrar a la actriz que haría de mi hermana. Durante ese tiempo, mi relación con Michel se volvió muy estrecha. Me daba películas para ver, hablábamos de cine y de mil cosas. El proceso de hacer la película me cambió por completo. Algo se destapó en mí y terminé enamorándome del cine y su proceso.
DS: Haber entrado así al universo del cine fue un poco brusco, ¿no? Es curioso que para Michel y para ti, haya sido su primera película.
DY: Sí, se puede decir que fue un salto al agua fría, muy brusco, de golpe. Pero fue el proceso junto con Michel lo que me enamoró. A partir de ahí me fui a estudiar actuación y entendí algo muy interesante sobre la vida. Cuando la gente me pregunta cómo encontré mi vocación, siempre respondo que se trata de dejarte llevar por ese enamoramiento, permitir que se convierta en tu motor. Eso me pasó a mí, dejé que el proceso me atrapara, que me enamorara de lo que estábamos haciendo y hasta dónde podíamos llegar.
DS: Y debe de haber algo ahí que fluyó en ti, porque la actuación no es para todos.
DY: La relación con la actuación es extraña. Cuando haces algo bonito, te enamoras. Pero cuando algo sale mal, te hundes, piensas: “En mi vida lo vuelvo a hacer”. Es una relación tóxica.
“Dentro del universo masculino, sentir tristeza o vulnerabilidad se percibe como una derrota. No se nos permite ser frágiles.”
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DS: ¿Cómo cambió tu carrera el hecho de que tu primera película fuera estrenada en Cannes?
DY: Fue muy loco, porque fue nuestra primera experiencia en Cannes y un montón de festivales más. Yo tenía sólo 18 años. Estaba muy apantallado, confundido… Terminé la prepa, tuve mi graduación y, al día siguiente, me fui a Cannes, y nunca volví a vivir en mi casa.
DS: Estuvo radical. Después de eso, ¿cómo escoges tus proyectos? ¿Qué es más importante para ti, el director o el guion de la película?
DY: Es una mezcla. También influye el personaje. En realidad, es más lo que me dice la corazonada. Si un proyecto me da buena espina, entro. Para mí, siempre debe haber algo de dónde jalar, como un hilito: cuando encuentras algo, te agarras y empiezas a tirar. Y eso te lleva a cualquier profundidad que quieras. Lo importante es encontrar esa curiosidad que te impulse. Una vez que tienes ese punto de partida, comienzas a construir.
DS: ¿Cuál es el mayor aprendizaje que te ha dejado el cine?
DY: Una gran enseñanza es que todo está en el proceso y hay que disfrutarlo. Marina Abramovic ́ dice que el arte viene del sufrimiento y del sacrificio. Pero en la actuación, he descubierto que la creatividad funciona mejor cuando disfrutas, cuando te entregas al proceso. No significa que no te lo tomes en serio o que no cueste hacer una escena dramática y pesada, sino que el disfrute es lo que te lleva a cuestionarte, a jugar con lo que haces.
DS: Es un proceso de adaptación, porque también debe de haber una parte que se padece, que se sufre.
DY: Claro, hay momentos de sufrimiento, pero creo que el origen de todo es el juego y el disfrute. Hay muchos actores, sobre todo de la vieja escuela, que creen que todo debe nacer del sufrimiento, que el arte debe ser un sacrificio constante. Personalmente, creo que esa visión no aplica para todos. Además, puede ser una limitante creativa. Prefiero verlo desde el asombro y el disfrute. A partir del disfrute puedes explorar lugares oscuros o difíciles, dejarte llevar y ver qué surge. Por eso el proceso es tan importante. Como actor, nunca sabes cómo va a quedar la película ni cómo la recibirá el público. Lo único que puedes hacer es saborear el proceso, vivir la experiencia y luego soltarlo.
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DS: ¿Hay alguna película que te haya cambiado?
DY: Depende de la etapa de mi vida. Cuando fui a Cannes con Daniel y Ana, vi Un profeta —de Jacques Audiard… ahora que está de moda—, recuerdo mucho esa película. Es espectacular, un peliculón. Me hizo ver las posibilidades del cine, y eso me emocionó mucho. Me impactó su libertad creativa y su personalidad, la seguridad con la que está hecha. En ese momento iba saliendo de la prepa, estaba asustado por lo que iba a pasar con mi carrera.
DS: Pero también eras una esponja.
DY: Sí, aunque con miedo. Después de Daniel y Ana, pensaba: “¿Y si esta es la única película que hago y nunca vuelvo a trabajar?”. Ver Un profeta me dio esperanza de que sí se podían hacer cosas buenas. Eso es lo bonito del cine. Sales de una película con la sensación de que hay un mundo mejor o de que puedes hacer algo significativo.
DS: ¿Alguna vez has sentido miedo en tu carrera, más allá de ese momento de incertidumbre?
DY: Todo el tiempo. Han sido años complicados, no te voy a mentir. En 2020 hubo una pandemia, la industria logró regresar, pero a marchas forzadas. Luego llegó la huelga —que tenía toda la razón de ser—, pero volvió a frenar todo. Y cuando por fin parecía que 2025 sería el año en que todo se estabilizaría, se queman las casas de los ejecutivos y todo vuelve a detenerse. Tengo miedo del cine. Siento que mucha gente está tomando demasiado en serio lo que dijo Tarantino, que el cine murió en 2019. La industria está necesitada y desesperada por un cambio.
DS: ¿En qué sentido?
DY: Hay dos extremos muy marcados y separados: el cine comercial y el cine de festivales. Muchos directores sólo apuntan a los festivales. Como espectador, me encantan esas películas, pero muchas de ellas no están pensadas para un público general, no logran conectar y no salen de su círculo.
Y hay genios dentro de ese universo, pero por distintas razones no trascienden. Y del otro lado está la industria hipercomercial, que tiene miedo… miedo al qué dirán, miedo a equivocarse, a ofender, a meterse en problemas. Y por eso todo es muy plano, sin riesgo, sin profundidad. Como espectadores, especialmente las generaciones más jóvenes, no les estamos prestando atención. Les decimos en la cara que es su culpa, que están todo el tiempo en el teléfono, pero hace falta entender qué les gusta, qué quieren ver. La industria necesita autocrítica. Tenemos que hacer algo que conecte.


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DS: ¿Crees que ha habido una limitación en la libertad de expresión debido a que todo quiere ser “politically correct”? ¿Movimientos como el “MeToo” o la inclusión han restringido la creatividad?
DY: Creo que las discusiones en torno al abuso, el MeToo y la inclusión, han sido muy importantes. Aún falta mucho por hacer. De hecho, en Hollywood, el porcentaje de roles principales para latinos no ha crecido, sigue igual. A pesar de todos los cambios y debates, la representación de latinos en Estados Unidos sigue siendo mínima, a pesar de que un tercio de la gente que va al cine somos latinos.
En ese sentido, la discusión ha sido muy benéfica. Pero creo que el punto clave no es sólo que existan estas conversaciones, sino cómo podemos abordar estos temas de manera creativa. Por ejemplo, The Holdovers (2023), una película que vi el año pasado, trata el tema racial en Estados Unidos de forma muy natural y conmovedora. La entiendes por completo sin que se sienta forzada. No se trata de que la inclusión mate la creatividad, sino de encontrar formas creativas para abordarla. Entonces, está bien que haya más visibilidad, pero lo que realmente quiero ver son historias contadas por creadores indígenas, “trans”, de comunidades marginadas. Ésas son las historias nuevas, arraigadas, distintas. Si vamos a apostar por la inclusión, hagámoslo bien, que no sea sólo una fachada.
DS: Se ha convertido en una fachada obligatoria.
DY: Sí, en muchos casos es algo impuesto.
DS: En lugar de reparar en el talento, nos enfocamos en cumplir con ciertas cuotas. Lo ideal sería centrarnos en la calidad de las historias.
DY: Claro, lo importante debería ser la película en sí. Y creo que en la industria se ha hecho un esfuerzo en todos los niveles. Ahora hay muchas más directoras, lo cual está muy bien. Con el tiempo se va a estabilizar y llegaremos a un punto donde lo que importe realmente sea quién hace la mejor película.
DS: Es parte del proceso.
DY: Exacto.
“Hay muchos actores que creen que el arte debe ser un sacrificio constante. Pero esa visión puede ser una limitante creativa. Prefiero verlo desde el asombro y disfrutar el proceso.”
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DS: ¿Qué opinas del feminismo? Es un tema amplio que también está buscando su equilibrio.
DY: Es un tema complejo, sobre todo en México. Quizá no guste lo que voy a decir, pero creo que es importante que los hombres también se consideren parte del movimiento feminista. No sólo como aliados, sino entendiendo que el sistema también los afecta. Obviamente, no se compara con la realidad de las mujeres en México, que es muchísimo más dura. Es importante entender al feminismo no sólo exclusivo de las mujeres. Pero si el feminismo no se abre a incluir estas reflexiones, tampoco se va a entender completamente. Los hombres también son parte de este sistema y, aunque en muchos casos somos victimarios, en otros también somos víctimas. Lo he vivido de cerca, en un proceso más personal, por ser un hombre sensible, por tener rasgos considerados femeninos. Si no se abre la conversación para incluir esas experiencias, el cambio no será completo.
DY: Hace poco tuve una pelea con un tío. Mi familia es de Sinaloa, son muy rancheros, muy tradicionales. Después de ver la primera temporada de La Casa de las Flores, me llamó. Cuando vi su nombre en el teléfono, pensé: “Este cabrón seguro me va a soltar unos comentarios bien rudos”. Pero no. Me quedé esperando el comentario homófobo y nunca llegó. Ahí entendí que cuando una historia está bien contada, la inclusión puede cambiar la mentalidad de las personas. Me dijo: “Yo no soy feminista, pero respeto a las mujeres”. Es el argumento clásico de “yo amo a las mujeres”, sin darse cuenta de que hay un problema estructural más grande, del cual él también es parte. Y, en cierto modo, este sistema también lo ha afectado. Mi tío es un tipo muy sensible, aunque tiene esta fachada de ranchero. Para él, aceptar su ternura es algo revolucionario dentro de su entorno.
DS: Eso que decías sobre la feminidad es real: no es que tengas que encajar en un molde, sino que está bien aceptar que hay una parte de ti que es más sensible, más tierna.
DY: Y también creo que las mujeres, en cierta forma, son cómplices de este sistema. Desde pequeños, cuando lloras, la abuela te dice: “No llores, los hombres no lloran”. Somos parte de un sistema más grande y, como hombres, debemos hacer el ejercicio de ampliar esa conciencia y compartirla. Es lo que se dice sobre romper el pacto patriarcal, que es muy difícil.
Me interesa seguir explorando el tema de la masculinidad. No soy un hombre hegemónico en muchos sentidos, no me imagino cómo debe ser para alguien que tampoco encaje en ese molde. La masculinidad es muy rígida…
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DS: Y en México aún más.
DY: En realidad, es un fenómeno global. Ya lo había notado desde La Casa de las Flores, cuando preparaba mi personaje, por ejemplo, les preguntaba a amigos gays: “¿Saldrías con un bisexual?” Y me respondían: “No, porque al final del día es gay”. Luego les preguntaba a mis amigas: “¿Saldrías con un hombre bisexual?” Y me decían: “Nunca, porque es gay”. Eso me hizo pensar en cómo, inconscientemente, existe esta idea de que el hombre femenino o el hombre con una masculinidad distinta a la hegemónica no puede existir. Lo noto todo el tiempo, en las expectativas que hay sobre los hombres en una relación. Todo es muy heteronormativo, basado en la idea de que un hombre tiene que ser de cierta manera. Me parece muy interesante.
DS: Ciertos discursos van cambiando y terminan en contradicciones, incluso en injusticias.
DY: Es un tema confuso que no se ha entendido bien y hay muchas injusticias de un lado y del otro. Es un proceso de reflexión donde… Como hombres, nos estamos quedando atrás en muchos sentidos. En el feminismo hay miles de formas de ser mujer, pero en la masculinidad parece que solo hay una. Si no encajas en ese molde, te etiquetan. Me pasa mucho con hombres heterosexuales hegemónicos: si no actúo como ellos, simplemente no me ven. Pero soy como soy, y en muchos aspectos, hasta podría decir que soy más masculino que ellos. No hay una discusión abierta sobre esto. No están dispuestos a hablarlo, y creo que es ahí donde hace falta una conversación más profunda.
“La industria hipercomercial [del cine] tiene miedo al qué dirán, miedo a equivocarse, a ofender, a meterse en problemas. Y por eso todo es muy plano, sin riesgo, sin profundidad.”
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DS: En estos años, las mujeres han reflexionado mucho y han alzado la voz sin restricciones. Los hombres se han quedado atrás.
DY: Nosotros no hemos hecho ese trabajo. También creo que es un error pensar que el feminismo es sólo para mujeres. El trabón empieza desde niños. Por ejemplo, un niño está en la escuela, dibuja un dinosaurio peleando con otro dinosaurio y la maestra le dice: “No puedes hacer esto, es violento”. El niño recibe el mensaje de que lo que hizo está mal, cuando en realidad simplemente era lo que quería dibujar. Ese tipo de malinterpretaciones terminan desmotivando a los niños, alejándolos de la escuela. Entonces, la pregunta es: ¿cómo podemos recuperar a esos niños? ¿Cómo podemos incluirlos en la conversación y entenderlos desde su enojo, su frustración? Porque si no lo hacemos, ellos mismos terminan replicando patrones machistas o violentos, sin siquiera ser conscientes de ello.
Esto también está relacionado con el tema del suicidio masculino —la tasa es altísima en comparación con la femenina—. Y creo que parte del problema es que, como hombres, no podemos pedir ayuda. Me he dado cuenta de que cuando estoy triste, no recurro a mis amigos hombres heterosexuales; busco a mis amigas o a mis amigos gays, pero no a ellos, porque sé que no puedo hablarles de mis emociones sin que me vean débil. Dentro del universo masculino, sentir tristeza o vulnerabilidad se percibe como una derrota. Es una pendejada, pero es real. No podemos abrazar a un amigo sin que parezca raro. No se nos permite ser tiernos, ser frágiles. Por eso creo que nos hemos quedado atrás en este tema. Es una conversación que tenemos pendiente.
DS: ¿Hay algo aparte de la actuación que te dé curiosidad, que te llame la atención?
DY: Muchas cosas, me encanta todo. Sigo curioso, leyendo y aprendiendo de política, historia y filosofía. Me interesa y me gusta, aunque no de manera activa. Quisiera hacer otra maestría.
DS: ¿Dónde hiciste tu maestría?
DY: En LSI en Londres. Seguir aprendiendo es esencial. Lo que te mantiene joven es el asombro y la curiosidad. No es que me sienta viejo, pero creo que una de las cosas más bonitas de la vida es aprender y conocer. Una de las experiencias más valiosas es cuando alguien te enseña algo. Hay que seguir por ese camino, porque aprender es un acto de generosidad muy bonito.
DS: Finalmente, cuéntame de tus dos nuevos proyectos “Pet Shop Days” (Estados Unidos, Italia, 2023), que se estrena este mes [marzo, 2025] en Estados Unidos, y “Buen salvaje” (México, 2024), que se estrenará en mayo.
DY: Buen salvaje es una película que hicimos durante la pandemia y trata sobre estadounidenses en México, sobre la relación entre ambos países. Fue un proyecto complicado de sacar adelante, pero lo logramos. Es un western contemporáneo, medio loco. Fue una de las mejores experiencias cinematográficas que he tenido: cuatro semanas en un rancho en Jalisco, filmando entre amigos, muertos de risa. Todo tenía un tono fársico, más grande que la vida misma, y creo que eso es importante.
Y Pet Shop Days es una película muy especial porque fue una apuesta completamente distinta. Trata sobre dos chicos que se enamoran en Nueva York y terminan envueltos en una historia de amor pasional mientras cometen robos. Trabajé con Willem Dafoe, Louis Cancelmi, Emmanuelle Seigner, Jordi Mollà, Maribel Verdú… fue un elenco de sueño.
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Danaé Salazar está por cumplir 17 años al frente de Revista 192. Es periodista de profesión, editora de oficio y runner. Es signo de aire, pero su mayor tranquilidad es tener los pies en tierra firme, convencida de que la disciplina es el único camino para la libertad.
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