“A todos, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como algo particular, intransferible y precioso”, me recuerda Octavio Paz. Con él encuentro el refugio de leer en mi lengua materna, y de sincronizarme con la paciencia de tomar un libro y hojearlo bajo el sol que tanto esperé después de meses de invierno en mi vida holandesa, de lluviecilla interminable y nubes gris oscuro. En paralelo a la paciencia que me tiene sentada en la silla, encorvada y con los pies en la silla opuesta, ahí mismo, corren las ansiedades del exterior.
“Foreplay”, Londres, 2020. Polaroid, doble exposición.
Se hace más por mantener el cuerpo vivo que bien y en el quehacer corporal. Ensimismados por el encierro, uno se encuentra con intimidades y telarañas que habíamos dejado a un lado por estar afuera. La casa recobra el cuerpo, como otro ritual de limpieza semanal. Cada semana que pasa mi casa tiene un nuevo reacomodo y mi cuerpo un nuevo dejo. El centro de gravitación de mis necesidades oscila entre mantenerme dentro de mi casa y aún más dentro de mi cuerpo. Estar adentro, nos hizo salir de nosotros mismos. “Vivir a solas, sin testigos. Solamente en la soledad se atreve a ser”, continúo leyendo a Paz. El confinamiento se experimenta diferente a la soledad, pero en sí es bastante parecido. El efecto brutal de estar en el interior por tiempo prolongado y sin fecha de restablecimiento, de pertenecer al cuerpo social del allá afuera, a solamente estar en la carcasa de mi casa nace una ruptura. A partir de ésta, me quedé como admiradora de las necesidades de mi cuerpo que eran saciadas por el exterior. La afirmación de ser quien soy cuando estoy afuera. ¿Y cuando estoy adentro y nadie me ve?
“Foreplay”, Londres, 2020. Polaroid, doble exposición.
La ruptura nos vino de manera súbita. De un día para otro el espectro de lo prohibido creció y las restricciones, que no debemos moralizar, rigen el exterior, pero no el interior. Los bordes de lo prohibido se conflictúan con mi placer: el de estar afuera y manifestarme frente a otros, reafirmar quién soy cuando soy vista. Expandir el placer en el confinamiento resulta algo improvisado y con pocos recursos a la mano. Esto último resulta un tanto sardónico y sin embargo mi antídoto.
Querer extender lo táctil se contradice con la necesidad de sincronizarnos en línea, por voz y video. Reproducir mi imagen ante otros en forma rectangular me muestra esa contradicción de querer sincronizar con otros pero sin la fisicalidad que es la que verdaderamente anhelo. En ese perímetro del interior y la simulación del exterior surge una conquista genuina. Una reconciliación del cuerpo con mi propio imaginario.
“Foreplay”, Londres, 2020. Polaroid, doble exposición.
A tientas encuentro una corporalidad que siempre estuvo ahí. En cueros me doy rondas por la casa a horas que no cumple con ningún ritual anterior. Otros gestos del cuerpo que brotan simplemente porque no están siendo son vistos. El cuerpo se aúna de sentidos con estados, mientras la casa de horarios con rutinas. Los cambios que ha generado la ruptura, nos deja acceso al refugio del interior. Sabiendo cuando entramos, sin saber cuándo saldremos. La distancia entre éstas derrumba el tiempo, los rituales cultivan otro sentido, otra emoción, otra atracción al interior.
“Foreplay”, Londres, 2020. Polaroid, doble exposición.
Este texto no hubiera sido concebido sin la cercanía de Ana. De dejar sonar el teléfono para que del otro lado espere una soledad en sincronía.
“Foreplay” pertenece a la selección de obras artísticas elaboradas bajo los conceptos “Distancia, aire y cercanía”, de nuestro proyecto #ELARTEDELENCIERRO. Síguenos en nuestras redes sociales para conocer más sobre esto: Instagram @192_revista, Facebook Revista 192 y Twitter @revista192.
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