La unión a través de la música
texto Israel Pompa-Alcalá
estilismo Alberto Rebelo
maquillaje Efrén Espinoza
asistentes de fotografía Adriana Flores y César Rodríguez
asistente de estilismo Santiago Araico
video Zunshu
toda la ropa Levi's
Si existe un artista en la cresta de la ola, ese es el Chamako de Valle, quien, gracias a su carisma, talento y disciplina, se ha convertido en el monarca absoluto del reggaetón mexicano, al tiempo que lidera una generación que no tiene miedo de comerse el mundo… aunque el mundo no quiera.
La primera vez que supe del Malilla fue a través de TikTok. En el video, una niña llora de emoción por encontrarse con su ídolo en la calle. Éste, visiblemente nervioso, sólo atina a responder: “no llores, no llores, por favor”, para luego saludar y abrazar a la pequeña. “Un gustazo, Fernando”, dice el artista también conocido como el Chamako de Valle. Acto seguido, se toman una foto frente a una miscelánea, y el TikTok termina.
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Aunque la secuencia pudiera parecer un cliché en la relación músico-fan, las reacciones al video demuestran que aquí hay algo más: con 1.8 millones de likes y 10 mil comentarios del tipo “ella nos representa”, “la niña cumplió mi sueño”, “lo único que necesito es que el Malilla me diga ‘no llores’”, “enamorada del Malilla hasta la muerte” y “ay, qué chido el Malilla, soy lencha, pero hasta a mí me gusta”, es innegable el furor que despierta el músico originario del Estado de México.
Quizá la única pregunta que queda en el aire es: ¿cómo hizo un joven de 24 años para convertirse en el máximo referente del reggaetón mexicano y una de las figuras más queridas del momento? Recientemente tuve la oportunidad de charlar con el Malilla en plena sesión de fotos para Revista 192, donde se esbozaron algunas respuestas.
BONITO Y SOÑADOR
Empecemos por lo obvio: el Malilla es muy guapo. Labios carnosos, mentón cuadrado, físico atlético, ojos de mirada profunda, piel canela, pelo y cejas perfectamente pulcros… su imagen es un magnetismo total.
“Te voy a confesar algo”, me dice, luego de preguntarle por el pegue que tiene con la gente, sin duda un elemento clave de su éxito. “La neta, gracias a Dios y a mi mamá, siempre he sido bonito, entonces nunca me ha vuelto loco esa parte. He tenido varias novias, me he enamorado, así que es algo que me tomo muy tranqui. Además, respeto mucho mi chamba y valoro lo que está sucediendo, nunca le faltaría al respeto. Crecí en un ambiente de puras mujeres: mi abuela, mi madre, mi carnala. Mi hermana tiene 15 años, así que pienso: ‘qué pasadito de verga que llegue un cabrón y aproveche su fama para enamorarla o tener un beneficio’. No, no, no, eso es ser muy de la verga, yo no sigo esos códigos. Además, hoy todas te pueden amar, pero el día que se vaya esto, ni quien se acuerde…”, concluye con una sonrisa que deja ver un par de hoyuelos coquetos en las mejillas.
Luego de romper el hielo (y eliminar al elefante blanco en la habitación), platicamos de sus primeros pasos en la música. “Cuando tenía 15 años, les decía a mis amigos de prepa: ‘vamos a hacer canciones’. Me gustaba esa idea porque como fan del reggaetón, me di cuenta de que no había referentes del género en México, sólo algunos productores, pero nada más. Entonces yo decía: ‘hay que hacer un Chencho & Maldy, pero mexicanos’. Ningún loco se atrevió a compartir esa visión conmigo, pero eso no me detuvo: ahí me veías en mi cuarto haciendo música, todo escondidito. Empecé a mostrar esas rolas a mis amigos más cercanos. No te voy a mentir, eran unas pinches canciones bien feas [risas], pero bueno, ése fue el inicio del proyecto del Malilla: soñando, haciendo música y trabajando”.
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UN “WEY” LOCO
Con esto en mente, el Malilla empezó a considerar el reggaetón como un posible camino de vida. “Cuando cayó la pandemia, estaba en la universidad. Mis clases empezaban a las 7 de la mañana y acababan a las 2 de la tarde, pero la neta a veces me dormía de 7 a 11 [risas]. Entonces, por el simple hecho de no querer hacerme wey todo el día, decidí meterme a un estudio que estaba en Neza”, platica con los ojos cerrados mientras ajustan su maquillaje, creando una imagen muy linda: parece relatar esa etapa de su vida entre sueños.
“El productor con el que empecé se llama Nando Produce. Justo a él le contaba, bien feliz, bien morro: “no mames, carnal, voy a ser una verga y voy a hacer esto y lo otro”. Nando me decía que sí (a la fecha seguimos trabajando juntos), pero había otros productores y artistas que me veían feo o me decían ‘pinche wey loco’. Yo era un chavito de 17 años que no tenía miedo de decir lo que quería hacer. En ese entonces, recuerdo que el perreo estaba bien pegado, pero uno en especial, ese electrónico de pianitos [comienza a tararear]. A mí no me gustaba esa onda, entonces llegaba con ellos y les decía: ‘hice esta canción’, que era un reggaetón más romántico, más meloso, más de Farruko y Arcángel. Ellos me respondían: ‘estás loco, esa madre no va a pegar’. Después hice un R&B y lo mismo, un ‘eso no va a jalar’, pero estaba seguro de lo que quería hacer, cuál era mi sueño y, la neta, me visualizaba justo como soy hoy en día”.
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Entonces se levanta de la silla y nos dirigimos a su segunda foto. Lleva puesto un pantalón de mezclilla y una playera ajustada, lentes y joyería: sólo con esos elementos, le basta para recibir elogios por parte del fotógrafo, quien le dice que es un modelo natural. Entre tomas, retomamos nuestra conversación.
“Soy bien aferrado, carnal, eso me ha llevado lejos. Por ejemplo, hace poquito viví uno de los mejores días de mi vida: tengo una canción que se llama “B de Bellako”, a la cual le hicieron un remix Jowell y Randy. En la secu era full fan de ellos. Quizá no tenía un póster pegado en mi cuarto, pero en mi colección de ropa sí había piezas de su marca, Akolatronic. Los admiraba y admiro porque, además de ser artistas, son empresarios: tienen su marca de ropa, producen, ven más allá. Súmale que llevan 20 años de carrera… no mames, eso es una primaria, secundaria, prepa. ¡Una carrera, pues! [risas]. Entonces, que se hayan tomado el tiempo de invitarme a cantar el remix en vivo fue muy satisfactorio, la verdad”. Y termina: “Disfruté mucho el momento, no me clavé en sentir la presión de ‘chale, ¿y si la cago?’, simplemente fue disfrutar como cuando era un chavito y decir: ‘estoy cantando con estos weyes, cuyas canciones me sabía desde morro’”.
ORGULLO Y PREJUICIO
Tomamos una pausa en lo que el equipo editorial revisa las fotos que se acaban de tomar. El Mali me pide un segundo para grabar un video, que subirá después a sus redes sociales. Platicamos acerca del impacto que tienen en la gente y cómo le han ayudado a mostrar parte de su vida cotidiana. “Creo que siempre debes defender tu cancha, tu bandera, estar orgulloso de lo que eres y haces. Obviamente a mí no me tocaron los madrazos del Big Metra o La Dinastía, pues ellos fueron los primeros reggaetoneros de México, pero sí me han tocado los golpes de ser marginado, de barrio, porque en ese momento, cuando empecé, era el wey más naco del barrio. Entonces sí me tocó defenderme de que me miraran feo por ser reggaetonero. Ahora eso ya se popularizó, cosa que agradezco, porque así tengo más chamba”, responde con una sonrisa.
Nos sentamos un rato en el piso y le pido que me cuente más. “Siempre estuve orgulloso de decir que soy del Valle de Chalco, porque mucha gente que quizá no se siente identificada con su barrio, lo puede hacer a través de mí. Desde morro siempre fui callejero, entonces conocía a la vecina, al wey que hacía maldades, al morro bien portado, y yo era parte de eso, del Valle de Chalco. Al principio tenía un lema que a muchos se les hacía tonto: ‘del Valle pa’l resto del mundo’. Cuando pegué con mi primera canción, la subí con ese caption: ‘del Valle pa’l resto del mundo’”.
Antes de levantarnos para un nuevo cambio de look, Malilla me da una palmada en la espalda y dice: “estoy muy orgulloso, hoy me pego en el pecho y me siento feliz de abrir un camino para muchos morros que se quieren dedicar a esto, porque yo soy la muestra de que sí se puede. Antes la música no era negocio para el artista, todo se lo llevaba el productor. Es más, ni el productor, ¡su mánager! [risas]. Ahora hemos demostrado que existe una alternativa, que sí se puede vivir de los sueños, entonces eso le habla al morro que anda robando, delinquiendo, perdido en su camino: ‘A ver mi carnal, intente hacer música, haga cosas que le gusten, no nomás andar en la calle de cábula’, ¿sabes? Creo que sí estamos abriendo camino”.
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“TRAEMOS OTRO CHIP”
Caminamos hacia el camerino mientras hablamos de la nueva generación del reggaetón mexicano, donde destacan nombres como Yeri Mua, Dani Flow, Bellakath y el Bogueto. “No es por acá, pero considero que esta cepa de reggaetoneros está hecha con weyes muy trabajadores, muy enfocados, que van por todas. Conozco bien a la Yeri y la Kath, son viejas bien chambeadoras, lo mismo el Bogueto, el Dani, Gianluca, todos bien chambeadores. Además, compartimos esa cosa de que no le entramos a la loquera, pues nos tocó ver a gente que ya no está en la escena porque se perdieron en la fiesta, las mujeres, la vanidad. La neta sí traemos otro chip”.
Mientras se cambia de ropa, Malilla ahonda sobre este último punto. “Es cosa de mentalidad. Yo, por ejemplo, siento que aún me falta un putero en mi carrera. Te voy a ser bien sincero: a diferencia de otros, he analizado mucho lo que quiero y sé que todo es paso a paso, un proceso, porque obvio he visto llegar a gente que de un día a otro se va. Yo llevo haciendo esto por ocho años, y mucha gente me dice: ‘no manches, es un chingo”, pero yo siempre les digo: ‘pues sí, pero Roma no se construyó en un día, papito’. Yo seguí un plan: primero pegar en mi calle, luego en la colonia, después en el barrio, luego el barrio de junto, el municipio, el Estado de México, la CDMX, hasta alcanzar la locura que es hoy el Malilla por todo México, y llegar al gabacho, que ya tenemos esa gira pactada. O sea, somos una generación consciente de que todo es un proceso de visualizarse, chambear y aprovechar las oportunidades”.
De pronto, sin pensarlo demasiado, me suelta otra de las claves de su éxito: “Carnal, llevo desde los 11 añitos siendo fan del género, he visto el proceso de todos, y creo que ahí está el secreto: antes que músico, he sido admirador. Desde morrillo me clavaba con artistas, los analizaba y estudiaba, todo para crear algo nuevo. Por ejemplo, en la prepa era un pinche copión [risas], pero en la universidad me hice a la idea de jamás copiar. Un día me cayó el veinte de que en mi carrera (Ingeniería Civil), hay vidas que dependen de ti. De nada sirve sacar 10 si mañana el director de obra me pone a hacer algo y yo nomás pongo mi cara de wey. Ese principio lo apliqué a la música: nunca copiar, ser constante y disciplinado. Tú sabes que cuando eres fanático de algo, no hay tornillo que quede suelto: te pones a estudiar, a practicar, de pronto dices: ‘necesito un plus’, por eso me metí a clases de canto, para vocalizar mejor. Antes echaba puras barras sobre versos de reggaetón, y los raperos me veían como el patito feo, porque pues ellos sí hacían rap y yo no. Total, que me valía y le seguía dando, aún hoy lo hago: estoy estudiando para dominar mi voz porque quiero tener más rango, alcanzar notas agudas, hacer otras cosas”.
“Hoy me pego en el pecho y me siento feliz de abrir un camino para muchos morros que se quieren dedicar a esto, porque yo soy la muestra de que sí se puede.”
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UNA MONEDA CON VARIAS CARAS
Llegamos a la tercera foto. Ahora el Malilla luce dos pantalones (uno sobre otro) y una camisa abierta, dejando ver su abdomen plano. Mientras unos lo piropean, él dice que le falta meterle al gimnasio. De fondo se escucha una canción de los Strokes, por lo que aprovecho para preguntar sobre esas otras cosas.
“Siempre crecí con mucha música, carnal. Mi jefe escuchaba U2, Enanitos Verdes, era más rockero. La fiestera de la casa era mi jefa, se ponía unas salsas bien chidas. Ahí surgió mi amor por Willie Colón, Héctor Lavoe, Galy Galiano, Jerry Rivera, ya sabes, pura salsa romántica. Soy muy fan de esa música. De hecho, mi sueño más grande es una colaboración del Malilla y Maelo Ruiz”.
Ya encarrerados, conversamos sobre su lado romántico. “La verdad, como persona, como Fernando, soy muy enamoradizo…”. Hace una pausa, mira hacia el techo, sonríe y continúa. “También soy un hijo de puta, la neta [risas]. Pero carnal, no es por romantizar ni nada, pero cuando vienes del barrio, tienes que ponerte verga pa’ todo: la música, la vida, el amor. En el cantón te enteras de tantas cosas que dices: ‘si no me pongo verga, no la voy a armar’. Ahora que estoy más tranquilo y estable, la neta me enamoro de todo, wey, y lo agradezco mucho, porque sí es un sueño”.
Nuestra charla lo pone reflexivo, así que mientras posa para la lente, me suelta: “también pienso en lo social, porque ahí es donde veo los dos lados de la moneda. Hoy soy consciente de que somos más pobres que ricos. Entonces sí es una diferencia abismal, porque uno no decide dónde nacer o las adversidades, pero cuando vas creciendo, sí puedes encargarte de tu camino. Lo lindo de esto es que hace poco me di cuenta de que no importa si eres de barrio, si eres fresa o tu papá es diputado o el malandro de la colonia; hay algo más cabrón que nos une, y eso es la música. Lo comprobé en el Blackberry [escenario que le vio triunfar por tres noches seguidas, nota de la redacción], donde vi un chingo de niñas fresas junto a banda que le tuvo que ahorrar para ver al Malilla. Creo que fue en el segundo show donde les dije: volteen a su alrededor, a las personas a su izquierda y derecha; aquí no importa la orientación sexual, los gustos, la edad: todos compartimos el gusto por el Malilla”. Y se me hizo bien lindo, porque luego les dediqué una canción que se llama “Bien, bebé”, que habla justo de eso, de que, a pesar de los malos momentos, todo va a estar bien. Puedes tener días o llevar una semana de la chingada, pero, ¡neta, todo va a estar bien! Que nadie se preocupe, porque todo va a estar bien”.
Respecto a las diferencias sociales, finaliza: “todo eso me pone a pensar. Es una realidad con muchas caras. Por ejemplo, he podido estar con Balvin, platicar con Jowell y Randy, convivir con artistas muy pesados, para luego regresar al Estado de México y ver a mi vecino que se para a las 7:00 h para chingarle, o a la otra vecina que sale de su casa a las 5:00 h para agarrar la combi, si no se la come el tráfico y llega tarde a su chamba. Ahí es donde dejo de ser el Malilla y soy una persona normal. Estoy muy conectado con eso, carnal, es algo de lo que siempre voy a estar consciente”.
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TALENTO DE BARRIO
Terminadas las fotos sin camisa, el Malilla se cambia para tomar un descanso. Entonces subimos a una pequeña habitación para platicar con más calma.
En tono de broma le digo: “Al fin solos”. Me responde con una sonrisa: “Hasta que se nos hizo”. Ese simple detalle deja ver otro de sus encantos: es un tipo de coquetería natural, simpático, de sangre ligera, elementos que sólo algunos elegidos tienen de nacimiento y que, generalmente, los llevan a la cima de sus carreras.
Ya instalados, recuperamos la conversación sobre el barrio. “Ahora estoy montando un estudio en el Valle de Chalco. Yo decía, están bien chidos los estudios en la Roma [risas], pero no está chido que un artista quiera colaborar contigo y no puedas mostrarle más de ti. A mí no me gusta colaborar nomás porque sí, o sea, somos personas, entonces me gusta llevarlos a conocer el barrio, porque hay quienes me preguntan por él. Por eso me decidí a montar un estudio chingón en el Estado, por si el día de mañana quiere venir la Rosalía a grabar conmigo, entonces la pueda llevar al barrio, aventarle una miche y decirle: ‘mira, Rosi, vamos a darnos una vuelta por el mural del Malilla, y por acá echan la reta los del cantón, de este lado está la bandita migrante, por acá la Malimansión, ora sí, acá el estudio chingón, pásele, mamita’”, me platica entre risas mientras come una manzana.
“También me gustaría impulsar el talento del barrio. El Malilla ya es el Malilla. Pienso que este proyecto puede durar unos cinco años, pero si trabajo más, alcanza para toda la vida. Ya tengo mi equipo de trabajo, gente de confianza que entiende mi visión y cree en mí, que me comprende como persona. Junto con ellos armé un sello que se llama La Esquina, Inc., donde la neta nadie está firmado: todo es de palabra, porque, wey, no te vas a poner con un morro a explicarle todo el pedo de la industria, nomás lo vas a espantar [risas]. Pero eso sí, como en mi vida y mis negocios, siempre soy honesto, por eso es puro trato hablado. Ahorita tenemos a dos artistas, Omarcito Glock y Joss ML. Joss es de Pantitlán, y se mudó al Estado hace poco. A Omarcito lo conozco de toda la vida. Ellos trabajaban conmigo en el área de los shows. Omar era mi corista y Joss el ingeniero…bueno ingeniero, porque no sabía nada [risas], pero ya sabes carnal, acá es buscarles chamba a los amigos, demostrarles que confías en ellos. Un día les dije: ‘carnales, esto es una realidad, si yo le pude hacer una casa a mi mamá, comprarme un carro, estar tranquilo, ustedes también pueden’. Se prendieron y ahí van: apenas llevan seis meses en esto, pero son proyectos sólidos, pues tienen esta escuela de un Malilla trabajador y centrado. Ven eso y dicen: ‘no, pues si el Malilla es el que nos dio la mano, el que chambea, no copia y trae una propuesta diferente, pues no le podemos fallar’. Estoy muy orgulloso de ellos, la neta carnal, y no es por pararme el cuello ni nada, pero el estudio va a ser un proyecto cabrón. Cuando empecé a hacer música, mi sueño no era una Lambo, sino pararme en una tarima y que la gente cantara mis canciones, que me pidiera una foto en la calle, que me reconocieran por mi música”.
¿Cómo mantenerse fiel a esos sueños?, le pregunto. Cierra los ojos, termina de comer su manzana, lanza el corazón a la basura y responde: “Te voy a ser bien sincero. Cuando eres el Malilla, tienes acceso a todo, no existe el no como respuesta, te lo juro por Dios. Por eso me rodeo de gente que me conoce desde hace cinco o seis años, algunos incluso me topan desde chavito. Ellos me paran de culo y me dicen en la cara: ‘wey, la estás cagando aquí y acá’. Afortunadamente no me lo dicen muy seguido [risas], porque soy una persona, la cago como todos, pero no soy un artista que va parándose de culo por todos lados, nomás me dicen lo que es. Igual cuando les enseño una rola, si no está buena, me lo dicen, no me endulzan el oído. Me dicen qué no les gustó y no me lo tomo personal, al revés, me motivan para hacer cosas mejores. Agradezco mucho tener este equipo y colaborar con gente que, además de buenos artistas, son amigos con los que he compartido un plato de comida y el amor por la música”.
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LA CALLE SABE
Nos avisan que ya casi es tiempo de pasar a la cuarta foto. Antes de terminar nuestro “descanso”, no puedo dejar de pensar que, a pesar de su juventud, el Malilla es un tipo muy consciente de sí mismo y lo que le rodea. Lo que para otros sería un ladrillo en el cual marearse, para él es un escalón hacia metas más grandes.
Con eso en mente, le pregunto hasta qué lugar le gustaría llegar. “Ahí te va”, responde mientras se reclina al frente de la silla y pone los brazos sobre la mesa, “dos semanas después de sacar Ñerostars —su álbum más reciente—, aproveché unas dos-tres horas que tuve libres para ver a mi jefa. Me llevé a mi personal manager. Estuvimos con mi mamá, la saludamos, comimos y todo. Cuando salimos, le dije a mi personal: ‘vamos a ver qué escuchan en la calle’, porque sólo ahí te das cuenta de si estás pegando o no estás pegando, papito, la neta. O sea, sí, soy el artista 45 de Spotify México, pero la calle es la calle. Total, agarramos la camioneta, fuimos al autolavado y estaba sonando un funk brasileño que tengo en el disco. Ahí dije: ‘a huevo, la primera, la primera’. Cruzamos la calle, donde hay unas máquinas y tenían un perreo bien duro: era mi canción “Inspector”. Fue un: ‘¡va, va, la segunda, la segunda!’. Después pasamos por una secundaria y estaban sonando dos rolas mías. No, no mames, yo dije: ‘con razón soy el pinche presidente municipal de aquí, ¡todos me escuchan!’” [risas].
Antes de que siga, le digo que debe sentirse orgulloso de eso, a lo que contesta: “Como el Malilla sí estoy orgulloso, pero como Fernando, a veces me siento mal. Pienso que un niño no debería estar escuchando mis canciones. No todas son groseras, hay algunas como “Coronada”, que son de superación y amor; igual “Dime”, es romántica, pero las que se pegan más fácilmente son las groseras. Es por el morbo. Crecimos en una educación de televisión donde todo es morbo, por eso jalan las de ‘pégate y te pego’, ‘Malilla, clávame’ y puro jijií-jajajá. Por eso estoy haciendo esa transición a música más versátil, más clean, porque mi público ha crecido. Ahora hay niños, mamás… ayer que estuvimos tocando en el Valle de Chalco, le digo a mi equipo: ‘¿vieron a la señora que estaba bailando?’, me responden que sí, y un wey dijo: ‘pensé que estaba drogada’, pero no, yo la estuve viendo fijamente, y nomás se puso a bailar “Coronada”; hacía ademanes bien chidos y movimientos muy acá. Entonces pensé, qué bonito, es una señora de 40 o 50 años, gente que viene a mis conciertos además de la chavita que dice ‘mi novio es el Malilla’”.
“Quiero que esto dure toda la vida, por eso me atrevo a hacer más cosas. Ya viene mi marca de ropa, en noviembre haré un capítulo con Vix, en enero sale la serie Ugly, que no es un cameo, salgo en nueve capítulos. Aventurarme es parte de este viaje: quiero que el Malilla no sólo sea el wey que canta, sino que sea tu novio y actor, y el que te escribe las canciones, el que las produce. Quiero que el Malilla sea una marca, una plataforma creativa, pues sólo así se genera cultura”, termina emocionado.
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NO TE IMAGINAS TODO LO QUE VA A PASAR
A punto de concluir la sesión de fotos, no me queda más que caer en el lugar común. Primero, le agradezco el tiempo y la buena onda. Me da la mano y dice: “no, a ti, papito, ha sido muy lindo”. Entonces le suelto las dos últimas preguntas.
¿Te da miedo que esto se acabe un día?
“Pues mira, no quiero que se acabe nunca, pero todo puede suceder. Por eso pienso, hoy, agosto de 2024, es el mejor momento del Malilla, porque ya trabajé para eso. Luego digo: mañana martes va a ser el mejor momento del Malilla. Todos los días pienso en ser la mejor versión de mí mismo. Me levanto y le digo al espejo: ‘estás guapísimo, eres una pistola’. Ése es mi ritual. Así encuentro motivación, porque, de nuevo, uno nunca sabe. Sólo queda disfrutar del sueño que tuve desde morro”.
¿Qué le dirías al Fernando chavito ahora que eres el Malilla?
“Si pudiera hablar con el yo de morrito… me lo han preguntado varias veces y siempre digo mamadas como ‘sigue soñando’, pero la neta no. Nomás me le quedaría viendo, le tiraría una sonrisa y le diría: ‘ni te imaginas todo lo que va a pasar’”.
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Israel Pompa-Alcalá es doctor en cosas y experto en temas, se define a sí mismo como sociólogo pop, filósofo del post-punk, enemigo (y amante por contradicción) del capital, escritor profundo de lo superfluo y guerrero nostálgico de la radio. Conocido por ser un incendio de metro y medio, ha participado en diversas frecuencias radiales como chalán-locutor-gerente-editor, al tiempo que saca a pasear la pluma en distintas publicaciones, todo con la misión de hacer que la cultura se transforme en puente de lo humano.
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