Gabriel Orozco: politecnicismos aplicados

El arte como archivo humanitario

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texto Zunshu
retrato Ana Hop
fotografías cortesía de Museo Jumex

Lo politécnico se refiere a un cúmulo de ciencias, técnicas o disciplinas aplicadas en conjunto para llegar a un resultado final. Yo entiendo la politecnicidad como un ente más etéreo que físico, como si del todo se hablara: de ti, de mí y de ellos también. Un poli-conocimiento colectivo del hacer, del sentir y del pensar que se aplica en todas las actividades que realizamos como seres funcionales y sentimentales. Un poli-tecnicismo nacional lo interpreto como las vivencias comunes de los nacionales, como si de una conexión de micelio se tratara.

Mi visita a la muestra ‘Politécnico Nacional’, de Gabriel Orozco en el Museo Jumex, me transportó a tiempos de inocencia, donde la creación fluía de manera natural; ese tiempo lejano donde la curiosidad visceral por descubrir invade la mente con la búsqueda de respuestas a infinitos por qués, concebidos por el desconocimiento. Ese día, en las salas del museo, retomé esa hambre que ahora, más que ser de respuestas, es de preguntas.

 

La asunción de la realidad, el dar por sentado el suelo bajo mis pies, la naturaleza, las calles de mi ciudad, mi existencia misma, han sido conceptos que durante la adultez se instauraron como conocimiento inamovible. Paradigmas casi indelebles como no caminar solo después de la medianoche, no comer sandía antes de dormir, usar tenis para hacer ejercicio y, por supuesto, que al llegar a un museo debo observar bellezas técnicas renacentistas imposibles de replicar; de esas que te hacen sentir como un inepto por romperle la punta a un lápiz cuando lo afilas.

No, 1999

 

Hablando de las expectativas en un museo, puedo imaginar la sorpresa de personas ajenas al mundo del arte al ver que, el cartel que anuncia ‘Politécnico Nacional’, es una caja de zapatos vacía sobre fondo blanco. Quiero decir: LA CAJA (Caja vacía de zapatos, 1993). Así, con mayúsculas, porque así de titánica es esta obra en la carrera de Orozco. Concibo el arte —y esta pieza lo ejemplifica— como meme. Una buena pieza, de esas que te hacen cuestionar, necesita irreverencia, necesita retar, incluso insultar a algunos. Me intrigan las múltiples lecturas que puede despertar una caja de cartón como pieza escultórica. Una obra que recorre los museos más importantes del mundo, que hace sacar el celular a todo observador para tener una parte de ella, un testimonio de su existencia frente al arte, como si de una celebridad se tratara.

Caja vacía de zapatos, 1993

 

Durante todo el recorrido, me impactó pensar en la resignificación que ha vivido el arte en los últimos cinco años. Testimonio de ello es el video en formato TikTok que habita en el sótano del museo, una recopilación de audiovisuales de redes sociales y noticieros que se burlan del trabajo de Orozco. Particularmente, de esta memeficación de las grandes exposiciones, porque siendo honestos: si quieres tu momento de atención, algo de meme debes de tener.

 

Claro que Orozco no pensó sus piezas para ser comentadas por adolescentes e intelectualoides del internet treinta años después, pero que eso suceda habla de la trascendencia y atemporalidad de su obra. Cosa de la cual pocos artistas pueden presumir.

 

La vida y trayectoria de Gabriel es interesante. Nació en Xalapa, Veracruz, en 1962. Hijo de un muralista que trabajaba junto a Siqueiros, creció en un ambiente profundamente artístico. Un nepo baby original, Lily-Rose Depp pero de los 60s, pero hombre, pero artista, pero en el epicentro del arte moderno mexicano… tal vez no tanto como Lily-Rose.

Estudió en la UNAM, en la ENAP —ahora FAD—, y después en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Vivió en lugares como Bali, Japón e Indonesia, alimentando una mirada que mezcla lo cotidiano con lo discursivamente maximalista. Su obra se caracteriza por la recontextualización de objetos rezagados, por explorar lo intrascendente y dotarlo de peso. Porque si lo piensas, en este mundo hay más intrascendencia que trascendencia. ¿Para qué hablar de las pirámides de Giza o de María Antonieta, cuando también podemos hablar del papel de baño colgado o de cómo se pela una cebolla? Experiencias más vigentes, más universales, más nuestras.

Onion Crown, 1994

 

La obra de Orozco es un archivo de humanidad. Las casi gemelas Mátrix Móvil y Dark Wave (2006) y la delicadeza estoica de Onion Crown (1994) —una cáscara de cebolla— lo demuestran. Pero para mí, una de las piezas que mejor encapsula su esencia es La DS (1993), su intervención al Citroën DS: una belleza mecánica que, al ser comprimida, alude al cuerpo orgánico, al crecimiento de un tomate, al embrión de una gestación. Ver cualidades orgánicas en la máquina despierta una sensación familiar y extraña a la vez, como si presenciaras un momento íntimo de la ingeniería.

La DS (1993)

 

Su técnica de recontextualización enaltece lo ordinario, repiensa el valor estético del hoy, inspira el impulso estúpido de decir: “yo podría haber hecho eso”. Refleja mi rostro en mis propios ojos, veo el rostro de mi perro en otro perro, replanteo mi actuar a través de puntos, formas, tickets de avión y pelotas esperando ser pateadas.

Balones acelerados, 2005

Sin título (Airline Ticket), 2001

 

Politécnico Nacional presenta casi 300 obras, entre esculturas, fotografías, dibujos, instalaciones, piezas públicas y proyectos arquitectónicos. Desde Cuatro bicicletas (1994) hasta su controversial Calzada Flotante en Chapultepec, la muestra crea un campo de juego donde las ideas se conectan por azar, por juego o por memoria.

Cuatro bicicletas (1994)

 

En el centro de todo está Gabriel, el artista que reconfigura el mundo con cajas, huesos, cebollas y puntos de color, y que nos invita a recordar que no hay cosa más radical que mirar lo cotidiano con ojos nuevos.

Dark Wave, 2006

 

Visita Politécnico Nacional en el Museo Jumex hasta el 3 de agosto del 2025 —aunque tengo la esperanza de que esta nota continúe siendo vigente mucho después de la muestra—.

 


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