Hace un año, en una casona porfiriana de la colonia Roma, Golden Goose plantó las raíces de un proyecto que no se limita a vender: HAUS CDMX se erigió como un espacio de exploración, comunidad y oficio, un hogar para la imaginación que ha redefinido lo que significa habitar una marca.
Desde su apertura, la casa ha funcionado como punto de encuentro entre el origen veneciano de Golden Goose y la energía creativa de la Ciudad de México. No es una boutique, es un manifiesto vivo: una red de habitaciones —La Biblioteca, La Cocina, El Vestidor, El Jardín— que tejen relatos con objetos locales, piezas de archivo y mobiliario hallado en viajes por Italia y Estados Unidos. Cada estancia invita a tocar, a oler, a leer, a conversar: a participar, más que a mirar.

En el corazón de la casa late su taller de Dream Makers, donde los visitantes pueden personalizar por completo sus tenis, bolsos o prendas. Aquí, el proceso no se oculta: se revela. El cuero, los herrajes, las tipografías, los remiendos visibles y las pátinas se construyen frente a los ojos del público con materiales cuidadosamente seleccionados. Cada pieza se vuelve testimonio de un diálogo entre el artesano y quien la porta. En este espacio, el desgaste es memoria, no defecto.


A lo largo de este primer año, HAUS CDMX se ha consolidado como un dispositivo cultural: un lugar donde el retail se mezcla con la creación, la conversación y la ciudad. La casa ha albergado clubes de lectura, talleres de flores y fragancias, cenas con chefs invitados, y noches de escucha donde el sonido es parte del ritual. En cada actividad, la casa reafirma su espíritu: abrir las puertas, generar comunidad, ralentizar el tiempo.


En un contexto donde la velocidad dicta el consumo, Golden Goose celebra la pausa. La casa de Colima 160 —codiseñada junto al arquitecto Michel Rojkind— demuestra que la arquitectura comercial puede tener alma: mosaicos hidráulicos, maderas, anaqueles y memorias que dialogan con el presente. Este aniversario celebra la permanencia. HAUS CDMX ha logrado lo que pocas marcas consiguen: convertirse en parte del tejido cultural de la ciudad. Entre el sonido de una máquina de coser, una charla improvisada o el olor del cuero recién trabajado, la casa sigue recordando su promesa: comprar menos, cuidar más, y volver a creer en lo hecho a mano…

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