Historia de una silla en un jardín secreto

Un objeto complejo y diverso que ha sido concebido con el único propósito de ofrecer reposo y quietud

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texto Fernanda Sela
fotografía Fabiola Zamora
maquillaje y pelo Mónica Marquet
modelo Ali @ The Face
todas las sillas Clásicos Mexicanos
todas las prendas HUA lingerie
locación Casa Ortega
asistente de fotografía Juan Luis Lemus

En el inventario del diseño nacional hay cerca de 100 sillas diferentes. Hubo un momento en el periodo de la arquitectura y el diseño modernos en el que los representantes de estas disciplinas, además de concebir espacios imponentes, crearon también su propio mobiliario en concordancia. Pero como en todo, el paso del tiempo arrasa y se lleva consigo los objetos que constituyen una memoria. Para evitar que esto suceda, el primer capítulo de Clásicos Mexicanos, proyecto que rescata el diseño moderno nacional, se enfoca en este artefacto que se convirtió en el objeto fetiche de todo arquitecto y diseñador del siglo XX.

 

“Es como el sueño dorado de cualquier historiador”, dice el curador Aldo Solano, “porque muchas de estas piezas existen únicamente en un plano, en una radiografía histórica, en una revista o en una foto”. Ahora el propósito es reeditarlas y reinsertarlas en el presente para reconocer su importancia. Piezas de mobiliario que hasta hoy habían sido olvidadas, están siendo recuperadas y refabricadas para que no se pierdan. “Si dejamos pasar más tiempo, ya no va a haber nadie que nos pueda informar sobre los diseños, porque no hay un registro de muchos de estos muebles que ni siquiera estaban patentados”, dice Mónica Landa, directora de la galería donde venden las piezas.

 

En un escenario idílico como la Casa Ortega, construida por Luis Barragán en 1942, la silla, un objeto complejo y diverso, que ha sido concebido con el único propósito de ofrecer reposo y quietud, cambia su función inicial, y en su lugar da pie a un juego en el que el cuerpo interactúa con libertad absoluta.

 

Silla Cofran S2C, Armando Franco, 1955

 

Esta silla, hecha en piel de vaqueta tensada y madera torneada, necesita de un tercer elemento —la persona que se sienta— para alcanzar su forma final. Cuando está en uso, la piel en tensión completa el diseño.

 

Silla México, Diego Matthai, 1970

 

Responde a las necesidades de su tiempo: el año 1970 y la búsqueda incesante de la modernidad, que trajo consigo el uso de nuevos materiales. En este diseño, un clásico, la madera de una silla tradicional con asiento de palma es sustituida por acero inoxidable brilloso.

 

Silla Vallarta, Ricardo Legorreta, 1972

 

Es una variación de una silla tradicional mexicana, en la que los materiales originales —madera de pino con palma tejida— se respetan, pero son vistos con los ojos de un arquitecto moderno. Están hechas en el taller original y forman parte de la colección de mobiliario Vallarta, que Legorreta diseñó para vestir los hoteles Camino Real en Ixtapa, Cancún y Puerto Vallarta, junto con otras piezas como lámparas, tumbonas y comedores.

 

Sillas para El Eco, Mathias Goeritz, 1953

 

Cuando Goeritz diseñó El Eco, en su momento un centro nocturno y sala de exposiciones, hizo únicamente dos piezas de mobiliario: una silla para el bar y otra para el comedor. Con los años, este diseño que bien podría ser una traducción del lenguaje artístico de Goeritz, se convirtió en una especie de objeto de culto que hasta hoy ha podido recuperarse. La bailarina Pilar Pellicer realizó un performance interactuando con la pieza cuando el museo abrió sus puertas en 1953.

Los jardínes deberían ser casas y las casas jardines

 

Barragán llegó a la colonia Tacubaya para hacer un jardín. Empezó a construir esta casa en 1940, pero la realidad es que la historia comenzó mucho antes. El arquitecto realizó un largo viaje a mediados de los años 20, y ese viaje le cambió la manera de ver: descubrió otros espacios, otros paisajes, conoció los jardines que Ferdinand Bac presentó en la Exposición Universal de París, y visitó también la Alhambra en Granada. Se interesó por primera vez en los jardines. Entonces regresó a México, y después de un periodo largo de trabajo, encontró el terreno ideal para hacer uno propio.

 

El resultado fue Casa Ortega, que, si bien no fue su primera obra, sí su primera casa, una que construyó para habitarla él mismo, donde vivió de 1942 a 1947, y en la que experimentó con todas las ideas que durante años había acumulado en la memoria, y que más adelante repetiría en las casas siguientes y culminarían en su lenguaje arquitectónico más conocido, las obras barraganescas.

 

No sólo los muros en colores contrastantes —rosa y anaranjado—, el juego en la secuencia de espacios y los puntos de luz son un indicio de este estilo, sino también el jardín. Siguiendo los recuerdos que tenía sobre los jardines encantados, Barragán dedicó la mayoría del terreno a un espacio vivo y verde para la naturaleza. Su función va más allá de ser un respiro. El jardín rodea, acoge al hogar y lo reconcilia con el entorno: “Los jardines deberían ser casas y las casas jardines”, dijo alguna vez.

 

En México no tenemos la cultura de los jardines, como dice el dueño actual, así que ahora el propósito es invitar a la gente a que conozcan éste, que es una imitación del paraíso en la tierra. Desde hace seis años la casa está abierta al público para visitar los interiores y los jardines, con previa cita.

 

IG @casaortega_1942

 

Sillas para El Eco. Mathias Goeritz, 1953.


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