A los nacidos en el desierto nos acompaña una sensación de vacío
constante. Tendrá que ver con la aridez de la superficie, con la
luz cegadora que baja de un cielo con nubes escasas, con la brisa que
quema. Inmersos en un terreno desolado, las voces parecen no tener
eco y se vuelven olas apacibles en un mar también apacible.

         El paisaje despejado nos ata al suelo volviéndonos amantes
salvajes, caóticos, locos. Caminamos hasta el fin de la tierra y nos lanzamos
sin miedo. Nos arropa el deseo, tenemos la voluntad de volar,
y en un abismo lleno de sal nos perdemos. No tenemos miedo a nada.
Nos hundimos en nuestras propias mareas.

IG | @lamasdolorosa