
“La luz es canija, como la vida. Para un fotógrafo lo es todo.”
fotografía Toni François
Pedro Valtierra tiene una mirada firme y un trato gentil. Es observador, sabe escuchar y piensa antes de hablar. Sabe lo que quiere decir y a quién quiere decírselo. Desde joven comprendió que su compromiso estaba con lo social: documentar lo que sucede sin una agenda política.
Su talento no se limita a la disciplina, la intuición o la fortuna. También radica en su capacidad de reconocer sus vulnerabilidades y transformarlas en fortalezas. Asegura que el periodismo es el mejor oficio del mundo, y su trayectoria lo confirma: es uno de los fotoperiodistas más relevantes de América Latina.
Pedro es el tercer hijo en una familia de 11 hermanos que migraron de Zacatecas a la CDMX. Fue albañil, pintor de brocha gorda, boxeador… pero el oficio que más le gustó fue ser bolero, el que le llevó a la fotografía. Solo necesitó estar en el lugar y el momento adecuados. Cuenta que un día faltó el bolero que les daba grasa a los del Estado Mayor, y él sí estaba ahí… desde entonces entró a Los Pinos, primero a bolear zapatos, luego como ayudante en el laboratorio de revelado y, el 20 de abril de 1975, lo nombraron fotógrafo profesional de la presidencia, con Luis Echeverría Álvarez.
Aprendió a fotorreportear sobre la marcha, forjado en el rigor, la disciplina y la entrega. Se formó entre periodistas y fotógrafos que lideraban los medios más influyentes de su tiempo, absorbiendo su ética y su mirada aguda. No es un improvisado, aunque su trabajo se nutre de la espontaneidad.
En 1977, Pedro Valtierra entró al periódico El Sol de México, y en 1984 asumió la jefatura de fotografía en La Jornada, un diario que apenas comenzaba a abrirse camino. En 1986, convirtió en realidad una idea largamente gestada: fundar una agencia de fotografía con autonomía financiera, capaz de formar a nuevas generaciones de fotoperiodistas. La llamó Cuartoscuro. Y en 1993 publicó el primer número impreso de la revista homónima, concebida como un espacio de difusión para la fotografía documental mexicana. Desde entonces, la revista ha mantenido su presencia ininterrumpida, consolidándose como un referente en el fotoperiodismo, al igual que su fundador.
En su ejercicio profesional, Pedro Valtierra nunca ha distinguido entre un instante histórico que “merece” ser registrado y aquellos que reflejan simplemente el pulso de los tiempos. Para él, esa distinción no tiene sentido. En su lugar, dedicó su lente a documentar algunos de los acontecimientos más relevantes de la historia mexicana y fue presidente de la Sociedad de Autores de Obras Fotográficas de 1988 a 1991.
Ahora, en tiempos de redes sociales y fake news, cuando la proliferación de imágenes y los contenidos generados por inteligencia artificial problematizan la búsqueda idealista de la “verdad”, surge una pregunta: ¿cómo mantener una mirada crítica en una sociedad dominada por el espectáculo y la normalización de la violencia y el horror?
Pareciera que Valtierra se ha formulado esta pregunta desde siempre, y que ha encontrado respuestas en los rincones más convulsos del mundo. Revoluciones, terremotos, protestas electorales y luchas por los derechos humanos, movimientos sociales que han cambiado el curso de la historia… Todo eso y más ha pasado por la lente de este fotógrafo que además de retratar la realidad de la que es testigo, también explora la condición humana.
“La fotografía sigue siendo esencialmente igual. No es el teléfono ni la cámara. La cámara es sólo una herramienta, así como tampoco una pluma Montblanc escribe una nota. Si hay creatividad, puedes hacer lo que sea.”
Déborah Uranga (DU): Me gustaría empezar por que me cuente: ¿cuál fue la pulsión vital que sintió para dedicarse a esto? ¿Qué fue eso que le provocó enamoramiento?
Pedro Valtierra (PV): Conocí el laboratorio de fotografía en 1972 y me enamoré. Ahí estaban una ampliadora y había técnicos que eran muy buenos impresores. Aventaban la foto desde una esquina y caía, como en tobogán, en la tarja. Ese acto me encantó, parecía un ritmo de ballet.
Me encantaba estar ahí. Les ayudaba desde a limpiar y ordenar, me granjeaba la posibilidad de aprender. Tenía 16 años y no fui más allá del pensamiento elemental. El hecho de entrar encandilado, venir del sol y entender que, desde la oscuridad, poco a poco, la imagen se va aclarando y vas viendo las cosas, el olor a químicos… Todos esos elementos me embrujaron. A partir de ese momento, ya no existió cosa más importante para mí que la fotografía. Me enamoré de ella a partir del cuarto oscuro.
DU: ¿Y cómo continúa esa historia de amor? Porque sus fotos son más que captar un momento y el revelado. Tienen el poder de contar una historia.
PV: En mi experiencia, eliges la que mejor narra el momento de la foto. Ahora he estado re-revisando mis fotos del temblor de 1985 y noto que mi perspectiva cambia un poco entre lo que escogí entonces y lo que escojo hoy; ahora veo con más calma.
¿Cómo edito? Siempre con la disciplina de periodista. En el fotoperiodismo debes seleccionar muy rápido para entregar una selección de cinco, seis fotos, no más. Entonces, eliges en función de la imagen que mejor cuente la historia.
DU: Después de retratar la realidad de este país y de otros lugares en guerra, ¿cómo se siente ahora? ¿Cómo ve al Pedro de antes?
PV: Me da un poco de miedo cómo me veo y cómo me ven. A veces me pregunto si estaba mal, pero, no. Sólo que era joven, inquieto y con ganas de hacer todo. Me tocó un momento muy importante del continente, del mundo, en el que había una concepción distinta. No digo que fuera mejor que la de ahora; cada generación, cada época, tiene su virtud y mérito. Yo viví lo mío.
¿Cómo me veo? Acelerado. Me cuestiono, no de manera dura, pero siempre pienso: “si hubiera estado un poquito más tranquilo, más relajado, ¿hubiera hecho cosas mejores?”. No lo sé, porque la vida ocurrió así. Pero, creo que aproveché todas las oportunidades que tuve. Viajé, puse de mi dinero cuando no había manera de que el periódico lo hiciera, trabajé gratis… Tenía muchas ganas de hacer las cosas. Hay un compromiso con el ejercicio periodístico y, hasta cierto punto, un compromiso social. No soy militante de ninguna organización de ningún tipo, pero sí hay un compromiso con mi oficio. No me arrepiento de nada. Viví lo que tenía que vivir, pero sí hay momentos en que dimensiono las cosas que hice y…
DU: ¿Cómo hace para mantener compostura y esa disciplina periodística al registrar una guerra, un temblor, eventos que entonces y ahora son dolorosísimos?
PV: Era ordenado y tenía claro que quería ser periodista. Sabes que puedes morir en alguna cobertura, pero, vas y no te arrepientes. Obvio, cuando empiezan los balazos, ahí sí la piensas. Entonces, ¿cómo le hice? Nunca fui a un psicólogo [risas]. A estas alturas del partido, a veces pienso si debería, pero… uno es lo que es. Pienso en el pasado, en cuando era niño, y me río de mí mismo. Tampoco me puedo lacerar.
Siempre he cuestionado mi trabajo… nunca en exceso porque, finalmente, lo hecho, hecho está. Técnicamente, pienso que no era malo, sin llegar a la vanidad ni a la exageración. Aprendí a dominar el oficio y tomaba muy pocas fotos, realmente, porque así me educaron.
¿Cómo era yo? Estaba muy loco, en el sentido más creativo de la palabra. Todavía, de pronto, me acelero… pero bueno, así me veo en la historia. No para trascender, sino como ser humano, con todos los defectos. Uno tiene muchos errores, pero siempre tuve muy presente la responsabilidad que tenía con quienes verían mis fotos. Sabía que debía ser muy serio, muy responsable con lo que tomaba y con lo que mandaba. Toda tu historia te va formando, te va haciendo comprender las cosas.
DU: Pero, estando en pleno campo de batalla, ¿cómo le hizo para no ceder al horror de lo que veía a su alrededor y sacar la foto?
PV: Siempre supe que tenía que controlarme. Pero fue a partir de una experiencia con Jaime Avilés, un compañero en la primera vez que estuve en Nicaragua, que entendí por qué. Estábamos en una barricada sandinista y el ejército se acercó a unos 200 metros en una tanqueta con ametralladora y empezaron a disparar. Jaime salió corriendo para meterse a una casa que estaba cerca… los soldados lo vieron. Los guerrilleros gritaron, “el mexicano enloqueció”. Jaime cometió un error que le pudo haber costado la vida.
Desde ese momento, entendí que lo primero que debes hacer cuando empieza una balacera es no entrar en pánico. Eso es lo número uno. Dos, saber dónde estás y qué está pasando. Tres, tener tu cámara lista, pero no tirar en automático. Tenerla lista, pero cuidarte, cubrirte; no hacer locuras. Es algo que se me dio desde el principio: controlarme, contar, tener la conciencia de que podía morir, sin entrar en pánico. ¿Cómo vas a retratar esa circunstancia? Pues, como es la realidad (y no como ves en una película), primero te cubres. Luego, ves qué hay y qué puedes retratar.
En otra ocasión, estaba con Susan Meiselas [corresponsal de la agencia Magnum] haciendo un reportaje. Bombardeaban el barrio Las Américas, en Managua, aunque era zona ya liberada y controlada por sandinistas. Susan y yo salimos antes del toque de queda porque, de lo contrario, si te encontraba la policía o el ejército, te disparaban, te detenían, te mataban… De pronto, nos empiezan a disparar. El ejército se acercaba y nosotros corrimos, cubriéndonos con las paredes. Un guerrillero me empujó y se me cayeron las cámaras. Al caer, quedé cerca de un tronco que usé para cubrirme. Había intercambio de tiros con un francotirador que me tenía en la mira. Me quedé ahí, tirado inmóvil. Las balas pasaban a unos 30 centímetros de mí… las escuché silbar en el aire. No podía hacer fotos, no podía moverme… en ese momento pensé: “Voy a morir”.
No sé exactamente qué pasó después, pero, finalmente, el francotirador cayó. Salí corriendo, recogí mis cámaras y los guerrilleros nos llevaron a un gimnasio improvisado como hospital donde presencié escenas muy fuertes. En la guerra tienes que estar controlado siempre. No puedes acelerarte, no puedes perder la cabeza. En estos lugares, además, no puedes usar flash para tomar fotos. Un destello podría delatar tu ubicación y provocar un bombardeo. Tampoco puedes iluminar con lámparas. Todo debe hacerse con extremo cuidado. Así es como aprendes a controlar el miedo para poder hacer fotografía en esos momentos.
DU: ¿Cree que el fotoperiodismo en guerra era más para hombres que para mujeres?
PV: No sé si estaba más orientado a los hombres, porque sí hay fotógrafas importantes que han sido corresponsales de guerra. Pienso que, tal vez, era el momento que vivíamos. En la guerra había más presencia masculina, pero también había grandes fotógrafas, como Susan Meiselas, quien valía por 10 hombres. Fue un personaje clave en la fotografía internacional, y en Centroamérica tuvo un papel fundamental. La corresponsal de The Washington Post era mujer. En fin, había una representación femenina importante.
La menor presencia de mujeres tenía más que ver con la historia de la sociedad y con los roles asignados, que con la capacidad. En ninguno de los periódicos donde trabajé sentí que hubo discriminación. En Uno Más Uno hubo una ruptura con el modelo tradicional. Christa Cowrie fue la primera jefa de fotografía. Marta Zarak fue a fotografiar la guerra. La redacción tenía muchas mujeres, donde Carmen Lira Saade era jefa de información. En otros periódicos, como Excélsior o El Universal, sí había menos mujeres fotógrafas. Pero en Uno Más Uno y en El Sol de México ya estaban ahí. Sus fotos estaban ahí. Con el tiempo, más mujeres comenzaron a tomar su lugar en el periodismo y en la fotografía de guerra.
Yo vi otro mundo. Pero, son estas nuevas épocas en las que las mujeres periodistas empiezan a empoderarse.
DU: ¿Qué transición social nota en eventos como marchas feministas o del orgullo gay?
PV: No se vivían como ahora. Me acuerdo de que en las marchas del orgullo gay había participación de mujeres. Uno Más Uno era el único periódico que cubría eso y me tocaba a mí, cada año. Protestas, reclamos, una marcha… No había mucha gente, pero para mí era muy importante, como periodista, hacer un registro.
También me tocó hacer, para The New York Times, un reportaje con Tim Golden —que hoy está tan de moda— para sacar fotos sobre el asesinato de gays en Chiapas. Fue una racha de 26 o 27 asesinatos. Entonces, sí era muy complicado, había mucha inseguridad y nos la jugábamos en aquellos años. Y nunca vi a otros periodistas que registraran o fotografiaran; tampoco escribían sobre esos temas. Muchos voltearon para otro lado.
DU: Usted también registró el zapatismo. ¿Se sintió en riesgo ahí?
PV: Se siente ese riesgo en todos lados y sí estaba muy peligroso en Chiapas. Fue un movimiento que sorprendió a todo mundo. A los periodistas más, porque no esperábamos que hubiera aquí un movimiento de esa naturaleza. Chiapas es el estado que más he retratado desde 1978. Entonces, cuando vino el zapatismo, me sorprendió mucho. Sabíamos que había movimientos ahí, pero no había la certeza y nunca lo había visto. Se sentía mucho miedo y el ejército estaba muy nervioso. Los periodistas podemos circular guardando todas las formas, pero de pronto, el ejército se puede enloquecer. O la misma guerrilla… Entonces, pues, sí hay temor, hay miedo.
DU: Es autor de esa imagen tan potente de la mujer tsotsil empujando al soldado en Chenalhó, por la que ganó el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, y que ha dado la vuelta al mundo. ¿En algún momento interpretó esta imagen como una lucha de poder? No necesariamente de género, pero también de poder dentro de esa dinámica.
PV: No fue la razón por la que tomé la fotografía, pero, evidentemente, se percibe en el ambiente. En esa imagen, las mujeres van al frente, no los hombres. Eso es algo común en las comunidades indígenas. Las mujeres suelen ser más fuertes porque caminan más, porque sus actividades requieren resistencia, son aguerridas. También son quienes garantizan la seguridad. Enfrentarse así al Estado, al ejército, es un acto significativo. Claro, también había instrucciones del Estado de no intervención porque había periodistas. Si hubieran estado solas, las habrían golpeado o incluso matado.
Cuando tomé la foto, no lo hice con la intención que mencionas, sino para documentar la manera en que protestaban. Si hubiera sido un hombre en la misma situación, también habría tomado la foto. Sin embargo, no habría tenido el mismo impacto viral. Cuando la imagen se publicó en la portada de La Jornada, Carmen Lira me llamó llorando y me dijo: “Esa foto es hermosa. Muchas gracias”, y la publicó. Al día siguiente, la imagen encabezaba una marcha en Nueva York en apoyo a los zapatistas. Fue justo después de la masacre de Acteal. ¿Recuerdas? Cuarenta y seis muertos.
Sí, hay una lucha, una reivindicación, una fuerza en la mujer. En las comunidades indígenas, aunque no siempre, se percibe un matriarcado o, al menos, una influencia muy fuerte de las mujeres. Antes era aún más evidente.

Mujeres de X’oyep. Enero 3, 1998. Un grupo de mujeres exige a los soldados abandonar el campamento de X’oyep donde se habían refugiado después de la matanza de Acteal. Ésta es la imagen que se convirtió en una emblema de diversas luchas.
Recuerdo que en Guatemala hice un reportaje con la guerrilla para Uno Más Uno. Había 20 guerrilleros y vi que dos eran mujeres. Ahora, al revisar mis fotos, me doy cuenta de que había más guerrilleras que guerrilleros, y que en ese momento no lo noté. Era algo normal para ellos. La jefa también era una mujer.
Tuve una exposición en la UNAM titulada Ellas, las que luchan. Siempre he trabajado cerca de mujeres. En África estuve con guerrilleras del Sahara, donde las mujeres fueron la principal fuerza en la lucha armada. Recuerdo que hablamos de la liberación femenina. Cuando ves estos fenómenos, te das cuenta de que esta lucha no comenzó ayer. En Francia, el feminismo tenía mucha fuerza, pero las guerrilleras saharauis se enfrentaban a una contradicción con las francesas. Decían que “no es lo mismo debatir la liberación desde un café que hacerlo con un AK-47 en las manos”. La jefa de ellas tenía 22 años, y el comandante, 27.
Respecto a la foto [de Chenalhó] y la pregunta: sí, representa el empoderamiento y la protesta de la mujer. Me he cuestionado muchas veces por qué hice esa fotografía. Soy agnóstico, pero pienso que algún chamán me protegía, porque estuve ahí en el momento justo para captarlo.
DU: ¿Cree que la tecnología ha hecho mejores fotógrafos?
PV: Pienso que la tecnología nos ha rebasado. Es muy peligroso. No estoy en contra de los avances, pero sí de que la tecnología nos manipule… y nos manipula muy feo. La tecnología facilita todo, pero no hace mejores fotógrafos. Ahora hay más fotógrafos, sí, pero nos convierte en fotógrafos automáticos.
La fotografía sigue siendo esencialmente igual. No es el teléfono ni la cámara. La cámara es sólo una herramienta, así como tampoco una pluma Montblanc escribe una nota. Si hay creatividad, puedes hacer lo que sea. Dicen que García Márquez escribió Cien años de soledad con un lápiz y que no tenía con qué sacarle punta.
La foto sigue siendo un instrumento. Se hace con la cabeza y con el corazón. Tienes que sentir, pensar, buscar el ángulo. Ahora veo talleres de fotografía con iPhone, pero eso no es aprender fotografía. La tecnología nos domina, pero debemos dominarla, aunque no sé si se pueda ahora, con la inteligencia artificial.
DU: ¿Cómo surgió Cuartoscuro, la agencia y la revista? ¿Cuál es la importancia de tener un registro impreso? ¿Cuál es la relevancia de seguir imprimiendo hoy, en 2025?
PV: Dicen que lo que no se imprime, no existe, ¿no? Lo que no se fotografía, tampoco. Me siento muy orgulloso y contento de tener una revista impresa. Salimos con la idea de hacer un espacio para fotógrafos mexicanos, para publicar su trabajo, básicamente. Hemos publicado casi a 6,000 fotógrafos, en su mayoría mexicanos. ¿Cuánto vamos a durar? No lo sé. No sólo por el factor digital, sino porque la gente ya no lee. Tampoco hay que dramatizar. Así es la vida. Me duele, pero la vida te enseña a ser realista.

Mujeres en el camino. Chiapas, 1980. Un grupo de mujeres tsotsiles durante sus actividades cotidianas en la comunidad.

Idalia. Estelí, Nicaragua, julio de 1980. Idalia, una combatiente del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), durante la conmemoración del primer aniversario del triunfo de la Revolución Popular Sandinista.
DU: ¿Cómo seguir haciendo relevante el poder de una imagen ante este mar de información y desinformación?
PV: Es difícil, la competencia es muy fuerte. Es complicado ganar estando inundados de información que no es cierta. Nosotros apostamos a la calidad, a la ética. ¿Cómo nos va a ir? Quién sabe. ¿Cómo lo vivo? Con temor, con cierto desánimo, no para dramatizar.
DU: En Todos Santos, Baja California, tuvo la exposición “Una mirada a México a través del fotoperiodismo y la alfarería” en conjunto con su hija, Perla Valtierra, y hablaron de las similitudes que se pueden encontrar entre sus oficios. ¿Cómo le fue?
PV: Me pareció un ejercicio interesante porque fue con mi hija. Desde niña, siempre estuvo y viajó conmigo, y me siento muy orgulloso de que ella haya desarrollado su trabajo, tan creativo en la cerámica. Viajábamos por el país en carro y nos la pasamos muy bien. Fue una niña muy inquieta. Ese encuentro me hizo reflexionar que ella creció en medio de la fotografía, de mi trabajo. Yo siempre le hablaba del país, de nuestra cultura, de la gente, del respeto, de la luz, de los amigos, del cielo. Nos poníamos a ver el cielo y las nubes. Pero nunca me imaginé que fuera ella a hacer todo eso, y estoy contento, orgulloso.
“La luz es canija, pero también es la vida. Para un fotógrafo lo es todo.”
DU: Entonces, ¿sí ve la posibilidad de dirigir su mirada hacia el arte?
PV: Yo siempre traigo mi cámara. Salgo a la calle y hago una foto, dos fotos, y me cuestiono, porque lo mío es el periodismo, es lo documental, es la gente, son los temas, es la inquietud de la sociedad, el reclamo.
Me hicieron una exposición en Madrid, la misma idea que pasó en Todos Santos. Muy interesante. La gente entendió muy bien toda esta historia. Pero voy a esas ciudades y me siento mal haciendo fotos como turista, no es lo mío. Tal vez son, estéticamente, más bonitas, pero no me satisfacen; no les encuentro un sentido, un propósito. Falta el punch, que son los temas sociales, el reclamo de la gente, la protesta. Claro que me cuestiono qué haré. ¿Cine? Puede ser. O, tal vez, agarrar reportajes tranquilos. Ahora tengo planeado hacer una cosa en Zacatecas sobre el maíz. Reviso mi vida, y pienso: “Es que siempre estuve muy acelerado”. También me lo dice la gente. No puedo parar.
La fotografía es un acto maravilloso. Por ejemplo, yo soy de Zacatecas. De pronto digo: “esos cielos me hicieron fotógrafo”. He llorado de ver el cielo nada más… la inmensidad del cielo azul que te traga. De niño me daba miedo ver el cielo azul porque sentía que me iba a comer, como todo es tan desértico. Yo dibujaba muy bien y tengo aquí mis dibujos. En algún momento publicaré un libro de mis dibujos y mis poemas. Horribles [risas]… pero quiero dibujar. También quiero escribir, me gusta mucho, pero no he encontrado el tiempo.
DU: ¿Tiene fotos de personas que admire o sean referencia para usted?
PV: Cuando empecé, mis referentes eran fotógrafos-periodistas. Tenía contacto directo con figuras como Nacho López y Héctor García. Me fascinaban sus historias y sus fotos me parecían extraordinarias. Los admiraba profundamente por su manera de trabajar. Cada uno tenía su estilo y siempre los veía buscando la foto; admiraba su proceso. Cuando veía sus fotos, pensaba: algún día quiero hacer una imagen así.
DU: ¿Qué fotógrafas mexicanas recuerda y admira?
PV: Admiré mucho a Mariana Yampolsky. Admiro a Graciela Iturbide y a Lola Álvarez Bravo. También valoro la persistencia de Christa Cowrie como fotógrafa.
DU: En muchas entrevistas ha dicho que como fotógrafo sufre. ¿Sigue sufriendo?
PV: Sí, se sufre mucho en esta profesión. No hablo de un sufrimiento de congoja, sino de la angustia que provoca el querer capturar la imagen correcta. Soy muy exigente conmigo mismo. Si una foto no me convence, me atormenta, aunque no lo diga en voz alta. Tal vez no sea sufrimiento como tal, pero sí una angustia permanente, un estado de ánimo constante.
DU: ¿Se acuerda de cuándo le perdió el miedo a la luz?
PV: Todavía no se lo pierdo. La luz es canija, pero también es la vida. Para un fotógrafo lo es todo. Mi mentor en Los Pinos fue el fotógrafo Manuel Madrigal, a quien yo le ayudaba a revelar. Hablamos mucho. Fue un hombre tranquilo, culto. Trabajó en la revista Siempre! donde conoció a grandes intelectuales y fotógrafos. Me enseñó con paciencia y me dio consejos. “Tienes que tomar pocas”, me decía. “No dispares a lo loco. Esto no es una competencia. Es por calidad, no cantidad. Dispara cuando realmente lo necesites. No es cine, no dispares sin pensar”. Siempre insistió en eso.
Un día me dijo: ‘“Tú serás fotógrafo cuando le pierdas el miedo a la luz”. Fue un momento particular, en el que me enseñó una cámara y me mostró el diafragma y la velocidad, sin decir más. Me dio un rollo Kodak de 400 ASA y una hoja en blanco. “Anota la velocidad y el diafragma que uses”. No me explicó nada más. Tenía una semana para tomar un rollo entero; me pareció una locura. Me dejó aprender por mí mismo. Mucho tiempo después entendí que esa fue la mejor manera de aprender: razonar y aprender cuál fue el error por mí mismo, en lugar de que te resuelvan el problema antes de experimentarlo. Así fue como empecé a perderle el miedo a la luz… ¿Miedo o respeto a la luz? Antes era miedo, ahora es respeto.
DU: ¿Como al mar?
PV: Sí, como al mar. La luz es maravillosa. Hay momentos en que ves una luz perfecta, hermosa, que quisieras atrapar. Pero a veces solo la observas, sin cámara, sin foto. Son imágenes que quedan para uno. Tengo esa reflexión sobre la luz, los atardeceres y las fotos que no tomas. ¿Dónde se quedan? Se quedan conmigo. Las guardo, las respiro. Porque la fotografía también es eso: respirar. No es solo disparar sin pensar.
Déborah Uranga editó la versión mexicana de Harper’s Bazaar por varios años y, desde entonces, escribe y edita de moda, diseño, arte y cine para distintos medios. También trabaja como publicista para cine y estrategias de marca. Es feminista y le interesan las investigaciones estéticas acerca de cómo es vivir en esta era de extinción masiva.
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