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Kintsukuroi es una palabra en japonés que define el hecho de arreglar la cerámica rota o resquebrajada con un barniz de resina mezclado con oro o plata. Según esta filosofía, la vida de un objeto no termina al romperse: la reparación se trata no sólo de una segunda oportunidad, sino de una oportunidad para embellecerlo aún más. La reparación se vuelve parte de su historia. De esta forma, Perla Valtierra encontró su camino, y ahora se dedica a crear objetos de cerámica funcionales, bellos y contemporáneos.
Perla vive en París con su esposo Bernabé, que es nariz. Desde un tren, nos platica que juntos han trabajado en algunos proyectos, pues la cerámica y el perfume se llevan bien. “Nos gusta pensar que los dos hacemos alquimia, de diferentes maneras”, dice Perla, quien desde un taller de 4 x 2 pasa sus horas experimentando con materias primas para inventar nuevas líneas y formas. A distancia colabora con proyectos en México, más recientemente, diseñando una vajilla para Quintonil, del también mexicano Jorge Vallejo, considerado como uno de los 50 mejores restaurantes del mundo.
Su primer acercamiento al mundo de la cerámica fue en los últimos semestres de la Universidad, donde, a pesar de que el propósito de la clase era trabajar con moldes y hacer piezas en serie, ella experimentaba con esmaltes y temperaturas. Se trataba del Laboratorio de Cerámica del Centro de Investigaciones de Diseño Industrial de la reconocida Emma Vázquez, que ha visto entre sus filas a varios de los ceramistas del país. “El taller te genera muchas ganas de trabajar. Aunque algunas cosas están muy definidas para los alumnos. Se enseña una sola técnica que es el vaciado, por ejemplo, porque hay que hacer objetos en serie. No se trata de arte ni de piezas únicas, ni siquiera artesanía; hay que pensar en producir de manera industrial y con acabados controlados. La ventaja de esto es que estas piezas regularmente salen bien, y fácilmente puedes tener una terminada”. Su proyecto final para esa clase fue el ahora famoso molcajete de cerámica, pieza que ganó la Bienal de Cerámica Utilitaria del Museo Franz Mayer en 2008.
Así, con su primera pieza, que ya denotaba la elegancia que la seguiría hasta el día de hoy, Perla Valtierra trajo hasta nuestros días (estéticamente hablando) uno de los instrumentos más antiguos e importantes de nuestra cocina. En este momento nació su apetito por trabajar con este material y conocer el abanico infinito de posibilidades que representa crear con las manos.
Después, no por coincidencia, llegó su primer cliente en forma, cuando la tienda de diseño mexicano Mob inauguró un restaurante. En Fonda Mayora, que abrió sus puertas hace dos años, todos los elementos debían estar fabricados en México, y Perla fue la indicada para crear las vajillas. “La producción local todavía está limitada. Básicamente los que producen en la Ciudad de México a restaurantes interesados en este tipo de objetos son el Taller Experimental de los Díaz de Cosío, en Coyoacán. En mi caso, Jesús Irizar quería que usara, a toda costa, barro Zacatecas para Fonda Mayora. Le dije: ‘La verdad, creo que esto no va a funcionar’. Pero él respondió muy firme: ‘Lo vamos a intentar’. Y a partir de eso empecé a hacer pruebas de barro Zacatecas en diferentes temperaturas”. Finalmente, usaron un estilo de barro en temperatura media que es muy resistente y se acopla a las necesidades de uso que tiene un restaurante.
Los estudios de Perla también incluyen un año de cerámica en La Cambre, escuela de arte de Bruselas, pero al tener problemas con el idioma y falta de guía por parte de los docentes, terminó decepcionada y decidió comprar un horno y ponerse a trabajar por su cuenta. No tardó en empezar sus propios proyectos con tiendas en París, en la embajada de México en esa misma ciudad, y en otro restaurante, Bouchery. “Les he hecho de todo, aunque en realidad muchas cosas se han adaptado de las piezas que tengo de línea. Me han pedido algunas de repuesto, porque las de los restaurantes siempre se rompen, y es normal, pero todavía tienen piezas de 2012 que han envejecido muy bien. Por eso me gusta mucho ir a comer ahí, me emociona ver que todavía tienen un tazón o un plato”.
Después entró al programa Modern Design and Traditional Craftsmanship and Culture en Japón, un lugar con una profunda tradición en cerámica, donde pasó nueve meses. “Me interesa mucho la cultura material y cómo los objetos son diferentes en cada país; cómo evolucionan y cambian las estéticas con el tiempo”. Allí conoció gente que cree más en el trabajo artesanal que en grandes tiendas como Ikea, además de otros procesos y maneras de trabajar que la animaron a seguir en este camino.
Durante esta década, Valtierra ha experimentado con diferentes materiales y en distintas latitudes. “La cerámica es la tierra cocida cuando la quemas y se transforma. La diferencia es que con la pasta de Zacatecas haces tus propias mezclas con diferentes compuestos. El barro que normalmente usan en las comunidades, es barro tradicional que a lo mejor sólo mezclan con arena; es más natural, por decirlo de alguna manera, y tiene un proceso más orgánico… A veces digo que la tierra y el barro son como nosotros. Un belga es muy diferente a un africano, un japonés a un mexicano o un francés. Todo cambia”. Y continúa: “En Japón, por ejemplo, hacen barro en alta temperatura y le llaman cerámica. La gente dice que para que algo sea cerámica tiene que ser fino, como cuando compras un plato de una marca como Haus, por ejemplo; en cambio, el trabajo de Kythzia Barrera y el Colectivo 1050˚, en Oaxaca, no es visto como cerámica porque es más rural. En realidad, es por el tipo de cocción y porque el barro es un material más barato”.
La cerámica es un material muy noble y amable y se trabaja con las manos; es de caprichos o incluso de humor, porque hay cosas que un día salen perfectas y otro día muy mal. Hay un diálogo en todo el proceso. Es un material de mucho aprendizaje, incluso a veces terapéutico, que requiere un tiempo para trabajarla. El ritmo que marca este material difícilmente es comprendido por un proveedor y, en estos años, Perla también ha aprendido a tomar las cosas con calma. “Mi ritmo siempre es diferente y constantemente estoy trabajando en diferentes proyectos. Desde octubre tengo el taller en mi casa en París. Generalmente estoy sola, trabajando con un ritmo y un proceso muy diferentes”.
Sin embargo, en el futuro le gustaría tener un taller en México, donde está la mayoría de sus clientes. “Desde que regresé de Japón, experimento con barro local y materias primas de Zacatecas, Oaxaca y el Bajío. Lo que hago en Zacatecas, no lo puedo hacer en el Bajío ni en Oaxaca; cada lugar es distinto, y es lo atractivo también: cada uno tiene sus necesidades y sus bondades”. El objetivo de lo anterior es conocer las propiedades de los diferentes materiales bajo diferentes temperaturas. “Puede ser barro natural como de maceta o de piñata, pero si lo quemas a alta temperatura, logra un acabado diferente; tiene el poro más cerrado y es mucho más resistente. Entonces, una de las razones es para conocer las propiedades de los materiales y cómo cambian, porque mi manera de diseñar es básicamente a partir de las materias. Me gusta primero clavarme mucho en la investigación y luego experimentar con los materiales”.
Para finalizar, Perla nos platica sobre el proyecto con Vallejo. “Hemos hablado de los diferentes platillos para los que está destinada cada cosa. Los demás restaurantes seleccionan platos generales, pero Jorge quería una vajilla exclusiva. Jorge es increíble y ha sido muy paciente, me dio carta blanca para hacer lo que quisiera”. Entonces fue a comer varias veces para pensar en términos de diseño y color, además de analizar la carta y encontrar las formas y tamaños necesarios para cada cosa. Así, Perla se dedicará a hacer unos 80 platos de cada pieza, algunas en Zacatecas, otras en el Bajío, Oaxaca y la Ciudad de México. Su inspiración para este proyecto proviene de las piezas prehispánicas —y algunas coloniales— del Museo de Antropología e Historia. Mucho de su trabajo en Quintonil tiene que ver con los alimentos, se trata de los ingredientes y la comida mexicana. “En Quintonil no nada más te llevan un platillo distinto, sino que la intención es que cada uno dé una sensación distinta. A mi parecer, nuestra cocina luce mucho más en barro quemado a alta temperatura, o los que cambian de tonalidades y tonos tierra”.
Cada uno de los proyectos de Perla habla de un lenguaje y una latitud distinta. Por medio de diferentes alternativas de producción, nos cuenta distintas historias. No importa si algunas de ellas vienen por episodios, o incluso en varios volúmenes, Perla crea en soledad piezas con alma, con sabor a México, pero también a Japón, a Bélgica y a Francia, y a donde sea que se dirija a continuación. Se trata de historias de contraste, de investigación, de artesanía. Su trabajo es joven y está vivo y, con suerte, podremos tener un pedacito de él en nuestra vida cotidiana.
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