
Lo masculino, lo tierno y lo feroz...
fotografía Fabiola Zamora
estilismo Sophia Garduño
grooming Isra Quiroz
asistente de fotografía Sarid Maldonado
locación Voraz
toda la ropa Louis Vuitton Primavera-Verano 2025
Raúl Briones no solamente es un actor extraordinario. Lo mismo inunda los teatros con su presencia magnética que recibe Arieles por sus papeles inolvidables. En el año 2024, La cocina, de Alonso Ruizpalacios, recorrió el mundo y también así lo hizo Pedro, el personaje principal a quien Raúl Briones da vida —una vez más, de manera tan conmovedora como violenta.
Curiosamente, este personaje ejerce una masculinidad tóxica, nada más lejos de quien lo interpreta. Rulo se adorna con flores y usa barba, se viste de rosa, se cuelga moños y no niega su voz grave y masculina… pero llegar a expresarse tan libremente no ha sido un viaje fácil.
Pedro, según nos cuenta, es el personaje más liberador que ha interpretado; lo hizo tocar sus límites e ir hacia adentro, además de indagar profundamente en sus dolores. ¿Será entonces que es cierto que para liberarnos hay que hacer un viaje a nuestras heridas?
Ilse Salas (IS): He sido testigo de tu evolución como actor y como colega. Lo he disfrutado mucho y lo voy a seguir disfrutando. Voy a irme atrás: ¿Qué encontraste de liberador en la escuela de teatro, qué heridas te dejó y cómo llegaste ahí?
Raúl Briones (RB): Nuestra generación se está redefiniendo. Lo que éramos, en qué creíamos, qué tanto de eso hemos transformado y también qué tanto la industria nos acota, nos transforma y nos limita. En ese sentido, la escuela fue muy liberadora porque no tenía ningún referente de nada, ni actoral ni cultural ni intelectual. Entré a la carrera con mucha fe, mucha apertura, y desde una fluidez muy orgánica.
Una de las grandes problemáticas de las escuelas de actuación, y en general de la educación, es la uniformidad. De las cosas que más limitaron fue mi origen, mi código postal y mi código dramático. Ahí es donde surgen mis dolores, mis sueños y mis miedos. En búsqueda de una especie de “neutro”, lo cual es un punto de partida en la actuación, te obligan a olvidarte de ti. Luego, cuando sales a la vida profesional, lo que te piden es que seas tú, y lo único que le puedes ofrecer a la industria, a la actuación y a cualquier camino artístico, eres tú, tu visión única de la vida y tu energía única en el mundo.
IS: Al inicio de tu carrera, ¿encontraste lo que soñabas? ¿Qué es lo que más te sorprendió del camino?
RB: La actuación, desde el teatro, te ofrece otras posibilidades porque recurre a convenciones muy diferentes a las del cine. En el teatro, y la forma en la que lo estudiamos, nos pusieron la obligación de tener que ampliar nuestro rango y la no limitación de “yo puedo ser el rey de Dinamarca, al igual que un albañil de Tlaxcala”. Creo firmemente en la actuación como posibilidad de contar historias sin fijarnos en los estereotipos, fenotipos y toda la organización de la sociedad.
Pero el cine sí recurre a los estereotipos, e incluso es la fábrica de los estereotipos —no en un sentido necesariamente negativo—. Las distintas cinematografías de las ciudades y de los países se van renovando en la medida en la que integran nuevos estereotipos en su catálogo y que funcionan durante determinada época. Luego esos estereotipos se agotan y meten otros nuevos, es cuando aparecen otros rostros, otros colores de piel, otras alternativas.
No quiero decir vicio porque me parece una idea muy virtuosa la de no creer que te puedes encasillar por el tipo de físico que tienes. En un principio creía que podía hacerlo todo y lo intenté. Estuve en esos castings triple A para publicidad o para comedia romántica. Y tuve que empezar a investigar por qué no me tomaban para estos proyectos. Descubrí que había una organización de los estereotipos distinta a la artística, que tiene que ver más con posturas políticas, con dinero y con las audiencias a las que va dirigido tal producto. Entonces dejé de sufrir; me reconcilié con la energía que proyecto.
Luego está esto otro, que la cámara sí nos lee de una determinada manera. Soy un pan de dulce en la vida, pero la cámara me lee con ángulos muy filosos —tengo un rostro muy angular, muy dramático—, entonces me dan villanías, malosos y malvados, y todo bien. Decidí explotar mi fenotipo en pro de mi economía, muy consciente de que estas reglas tienen que ver con el dinero y con lo político.
IS: ¿Crees que tenga que ver con un sistema patriarcal concretamente?
RB: Definitivamente, porque el cine siempre ha estado cercano al poder, y quién entra o quién sale, son los grupos hegemónicos, y el patriarcado es un hombre blanco. Es como si te dijeran que tú eres un triángulo y que la puerta es un círculo. A lo mejor en un círculo sí cabe un triángulo, pero se entiende la metáfora geométrica.
El chiste es que te tienes que transformar sufriendo, porque en el fondo tienes que hacer un trabajo doble: negar tu energía, negar tu realidad e intentar acomodarte en un cajón que te ofrece el sistema. Si entiendes la dinámica, no sufres. Pero definitivamente tiene que ver con el patriarcado… ¿Quién es, qué tipo de cuerpos, qué tipo de rostros, qué tipo de formas son las que están siendo representadas? Mientras el sistema patriarcal no necesite de otros estereotipos para su beneficio, no va a ampliarse el catálogo.
IS: Incluso pienso que la diversidad que empieza a haber, es también en beneficio del sistema. En mi caso, por ejemplo, que no soy un pan de Dios, me ofrecían el papel de niña rica porque soy güera de ojo verde, aunque no saben que no soy niña rica y que mi mamá es maya de Campeche, pero mi “fisicalidad” no les permite verme en otros lados. Siento que es un sistema patriarcal en donde los productores, los dueños de los “streamers” y el último de la pirámide, es un hombre blanco al que llevamos años comiéndonos lo que él cree que es bello, que es bueno, que es villano, etcétera. Como actriz, me costó darme cuenta de que era parte de ese sistema.
Tú tienes un viaje con la masculinidad, y no sé cuándo se inició. ¿En qué momento entendiste que la masculinidad tóxica era la que te ponía tantos frenos?
RB: Siempre me dolió la masculinidad de la forma en la que me hicieron creer lo que era ser hombre —que es una sola y que es ese hombre blanco—. Todo hombre tiene que aspirar a convertirse en ello, aunque sea imposible.
“El gran secreto está en que los hombres, primero que ser hombres, son personas. En la medida en la que se acerquen a la persona que son, van a darse cuenta de cuáles son los mandatos de masculinidad que operan en ellos.”
IS: Y cuando eras chavito ya sentías que…
RB: Sí. Cuando era chavito me ponía del lado de las morras, por ejemplo, en su manera de divertirse, que tenía que ver con el color, con el maquillaje, con el hablar de ellas mismas desde una forma que los hombres no tenían. Los hombres era jugar futbol, trepar los árboles, ver quién es más fuerte, quién es más ágil, quién es más rápido, siempre buscando ser el número uno y nunca en un sentido de colectividad o grupo. Sentía un refugio con las niñas. Pero al estar con ellas era bulleado por los niños. Siempre fui (hasta hace poco) muy obediente —obedecía a mis maestros, a mi mamá— y obedecía al sistema en la idea de que soy hombre por el simple hecho de tener un pene; entonces tenía que irme al grupo de los otros que son iguales a mí, aunque me parecía mucho menos atractivo a nivel expresivo, ya ni siquiera por el género.
En ese momento de mi vida no entendía nada en torno al género, sólo sabía que era como ellos, pero me gustaba comportarme como ellas. Crecí en un barrio en donde tampoco tenía muchos referentes —Cuajimalpa, en la Ciudad de México—, y la única persona que disentía del género era la señora mujer trans de la estética, que es a la que se le permitía transgredir el género porque se fue hasta ese otro extremo de la expresividad.
Si estás en medio, si tu performativa es ambigua, no es permitido. Pero si eres el personaje y la caricatura, y te transformas y te pones tetas y te pintas, entonces es muy claro que eres eso.
IS: Además, antes no existía el concepto de no binario.
RB: No existía. ¿Tú te acuerdas de Ranma 1⁄2? ¿Viste alguna vez esa caricatura? Es un anime japonés en donde el personaje protagónico se transformaba en mujer con el agua fría y se transformaba en hombre con el agua caliente. Eso era lo que yo aspiraba en la vida en términos de la transformación, pero con todo y los genitales. Porque la idea en biología era: sexo = género, cuando no es así. Entonces la inquietud estuvo, pero no tenía ni la forma de nombrarlo ni los referentes visuales. Fue hasta el CUT cuando llegué a conocer otro tipo de personas que se expresaban diferente, que incluían otro tipo de gestos, de colores, además de una cuestión de dinero y de clase social, porque cuando no tienes para comer, tampoco tienes para expresarte demasiado. Una vez que empecé a tener un sueldo —que me ofrecía la posibilidad de comer, leer, ver y vestirme como me gustaba—, empecé a darme cuenta de que siempre me había vestido obedeciendo a algo… porque tampoco había tenido mucha opción. Una vez que tuve alternativas, vi que había una gama enorme en la performativa del género. Fue el performance, desde la modificación del exterior, lo que hizo modificar el interior.
IS: En ese sentido, ahí sí fue liberadora la escuela, para encontrar tu forma de expresarte y sentir que perteneces, porque al final siempre queremos pertenecer a algo.
RB: Sí, pero en la escuela la libertad tenía que ver más con una cuestión estética, de cómo funciona la escena. Todavía lo veía desde una perspectiva escénica. Fue después cuando me di cuenta de que el maquillaje en la actuación, por ejemplo, estaba muy de la mano de mi necesidad de maquillarme desde la infancia, que no me había atrevido por todas las voces patriarcales que rigen el interior de cualquier persona peneportante. En el fondo hay una especie de cofradía de todos los hombres de tu vida que, a la hora en que vas a disentir del género y dices: “me voy a maquillar”, aparece el abuelo, mi primo, mi tío, mi papá, el amigo que dice “no llores”. Aparece también la película que viste del hombre hegemónico, el Marlboro a caballo en medio de la fogata en color sepia. Hay un montón de referentes que están regulando el comportamiento masculino para que no disientas de él, porque disentir de él es una traición al género y, por lo tanto, te conviertes en una mujer, y como el patriarcado es misógino, eres menor.
IS: Es muy curioso, porque ciertamente tu “fisicalidad” es muy masculina, pero te adornas femeninamente. Eso me parece fantástico y sigue haciendo cortocircuito en la ficción. ¿Te divierte o te duele hacer personajes con masculinidades tan tóxicas como los que te ha tocado hacer? ¿Encuentras algo de ti en ellos?
RB: Encontraba. Creo que Pedro (La cocina, México, Estados Unidos, 2024) fue el último que todavía alcancé a medio disfrutar. Pero Pedro es una tragedia en cuanto a la construcción del hombre. Es un hombre muy sensible, pero el sistema lo está bombardeando constantemente para que vuelva a ser el hombre insensible que el sistema necesita que sea. Por eso él está en medio de la cocina con el corazón roto y llorando, porque el amor que estaba persiguiendo le acaba de poner en la cara que efectivamente no quería tener un hijo suyo, que no es lo mismo a que no lo amara. Pero para que entiendas eso, necesitas tiempo y contacto con tus emociones. A él le está cayendo el veinte de lo que le pasa a nivel emocional, al mismo tiempo que tiene al chef detrás gritándole “go back to work”! Regresa a la línea. Y él regresa. Entonces, cuando viene la mesera a discutirle el personaje que el sistema le está obligando a ser, explota porque él dice “esto es lo único que soy y esto es lo único que tengo”. De alguna forma es el gran grito del hombre. “Este cuadrito en el piso es mío, este uniforme soy yo, este reconocimiento de ser el cocinero de los cocineros, y haber conquistado a la güera”.
IS: Hablando de “La cocina” —que ya se puede ver en plataforma—, yo lo leo así: Pedro es un personaje con una masculinidad tóxica y me hace preguntarme si tanto dolor se convierte frecuentemente en resentimiento social y toxicidad.
RB: Creo que sí, porque como decíamos hace rato, el patriarcado es un hombre blanco y Pedro jamás va a ser ese hombre blanco, pero el sistema le está diciendo que tiene que serlo. Dependiendo de la distancia, por eso la intersección es tan hermosa, porque la intersección te sitúa en el mapa de las opresiones. El hombre blanco es el que está en la cima, pero también hay el hombre blanco que a lo mejor es neurodivergente y el hombre blanco que tal vez es trans neurodivergente y luego es blanco, pero es de Rumanía, no de Alemania. Entonces, qué tanta distancia existe entre tu yo masculino y el hegemónico, es lo que te llena de frustración y, eventualmente, vas a encontrar un pretexto, el que sea, para convertirte en ese hombre blanco y ejercer su poder. Porque en el fondo, lo que ofrece el patriarcado es un boleto de impunidad y todo mundo quiere ocupar esa vacante, la del opresor en lugar del oprimido.
IS: Si vienes de un entorno doloroso y con tantas heridas, cuál sería el camino para no convertirte en una bomba exprés de dolor, resentimiento y toxicidad. ¿Cómo ha sido el proceso de asumir una masculinidad sana y libre? ¿Quiénes consideras que han sido tus “aliades”?
RB: Lo encontré en el feminismo, porque el feminismo permea los circuitos culturales. Es una conversación que está vigente y en búsqueda de encontrarle solución a los dolores que nos atraviesan. Profundizando en torno a un camino artístico, humanista, el feminismo ha sido un camino para entender una parte importante del dolor y la opresión que han sufrido las morras a lo largo de la historia.
Recurrí al libro La guerra contra las mujeres, de Rita Segato, que hace un análisis en torno a las muertas de Juárez y el común denominador en ellas. Había signos en los asesinatos, que hacían pensar que no lo hacían varias personas, sino una sola, un mismo pensamiento. Y es ahí donde ella habla del mandato de masculinidad. No creo que todo hombre que descubra qué pasa con el mandato de masculinidad tenga que convertirse en una persona no binaria o descubrir que lo es. Eso tiene que quedar muy claro, porque ese es el miedo de muchos hombres: “si empiezo, me voy a ir al otro extremo”.
IS: Es desde tonterías como recomendar a un masajista hombre a mis amigos y “no hombre, no”. Siempre me burlo y les digo: “¿qué? ¿te da miedo que se te mueva por ahí el pene? Y si sí, ¿qué?” Hay muchos condicionamientos.
RB: Es que sí rige su pensamiento. Yo, tratando de huir de ese mandato de masculinidad y de entender cómo operaba en mí y en qué momento mandaba, descubrí algo fundamental. Dije: “Aclaremos las cosas. Cuando nací, la mujer ya había sido cosificada, yo no la cosifiqué. Ya había espectaculares que me obligaban a consumirla y yo sólo estaba siguiendo esa línea, pero me estoy dando cuenta de que eso está de la verga. ¿Cómo se cosifica a la mujer? La conviertes en un consumo sexual del hombre”. Y entonces pensé en el pene. ¿Por qué al pene se le llama el miembro viril cuando un brazo es un miembro, una pierna es un miembro? ¿Por qué éste es viril? Al ponerle a un miembro, un pedazo de carne de un cuerpo entero, el símbolo de la virilidad… y todo lo que representa la hombría se concentra en ese pequeño pedazo de carne. Cuando aceptas que sólo una parte de tu cuerpo es importante, también te estás cosificando. Entonces si yo quiero descosificar a la mujer, primero tengo que descosificarme.
El gran secreto está en que los hombres, antes que serlo, son personas. En la medida en que se acerquen a quienes son, van a darse cuenta de cuáles son los mandatos de masculinidad que operan en ellos. En mi caso es el no binarismo lo que me ofreció la salida más hermosa, espiritual, corporal. Si tú sigues creyendo que lo más importante de tu cuerpo es lo viril, cuando tengas que tomar una decisión en un grupo como individuo, sólo le vas a dar la razón a los otros penes, porque no estás dialogando como persona, estás dialogando como pene.
IS: En la serie [“La liberación”] hablamos de cómo a nosotras nos ponen el condicionamiento de ser santas, inmaculadas, incorruptibles, incapaces de contradecirnos. Si eres feminista, se les olvida que eres persona también y que, como tal, estás todo el tiempo cometiendo errores, cambiando de opinión y, muchas veces, a nada de corromperte. Es muy pesado cargar con eso. Como cualquier postura política es complicada de sostener, porque pareciera que no puedes cambiar de opinión.
Actualmente, con las redes sociales, se hacen públicas nuestras posturas. Tus posturas políticas las has expuesto y eso conlleva un montón de cosas tanto chidas como horrendas. ¿Cómo ha sido tu viaje en ese universo de exponer lo que piensas en situaciones que pueden ser controversiales?
RB: Siempre me había mantenido distante a la palabra activista porque creo que una persona activista muere defendiendo a las mariposas monarca o a los ríos. Somos personas públicas y nuestro alcance tiene mucho poder. Empecé a usar las redes sociales de forma que tuviera una carga política o activista, hasta que tuve un número de seguidores suficientemente importante como para creer que mi opinión llegaría a una audiencia, y que el impacto de mis posturas políticas tendría algún beneficio para la sociedad. Mi radicalización fue a través del genocidio en Palestina. Ahí fue donde ya no me importó nada porque era muy claro el lado que yo quería tomar en ese tema.
Me ha servido mucho más de lo que creía, sobre todo en las nuevas generaciones, las cuales se han acercado a mí constantemente, sobre todo a señalar y a darme las gracias por no quitar el dedo del renglón sobre estos temas. Pero he perdido mucho trabajo. Sí sentí una distancia conforme venía la lógica de mi carrera, que es muy subjetivo porque también rechazo muchas cosas, y tampoco es como que trabajara cada ocho días como para decir “ahora ya no tengo”. Todo el año pasado, por lo menos, estuvo difícil, no llegaron tantos castings —aunque todo eso puede ser paranoia.


IS: Tristemente sí afecta al trabajo, porque otra vez, ¿quiénes son los que dan el trabajo? Pues estos hombres que no quieren que te metas en pedos, que no quieren que seas conflictivo, que cualquier cosa que parezca rebeldía ya es “actor problema”. Entonces cuando no tienes una herencia, pagas renta, colegiaturas y todo, es difícil. ¿Cómo se nivela, cómo sigues siendo tú usando tu poder de convocatoria para cosas en las que crees?
RB: No quiero que se me defina por eso. No soy únicamente mis ideas políticas. Asumo la responsabilidad de tener una audiencia y que haya personas que me escuchan y me siguen, pero realmente no creo que convenga que te definan como artista ni como activista, ni como nada. En el momento en el que la vida sólo gira en torno a eso, es donde cualquier persona tiene que decir “momento, necesito contrastes, necesito ir a vivir la vida y ver crecer la hierba y no pensar en la política de ningún tipo”. Porque sí lastima y es antinatural lo que está pasando en torno al consumo digital. Ningún ser humano del pasado, ni el cerebro, ni el nivel de empatía de cualquier persona, alcanza para meter en tu corazón todos los conflictos del mundo. Te lastimas muchísimo si empiezas a pensar en el Congo, en Haití, en Palestina, y no hay manera de que salgas con salud emocional y mental de ahí.
IS: Además hay una virulencia cabronsísima. Parece que te quejas de una cosa y te reclaman por no quejarte de las otras 100. Por un lado, te piden que tengas una opinión pública o una postura política clara, y luego te exigen que calles y no opines.
RB: Lo que me ha funcionado es olvidar y discriminar, y asumir la responsabilidad de que en este momento estoy trepado en un tema que podría parecer de moda. Y qué horror que un genocidio sea moda. Hay personas activistas que están luchando. No puedo luchar todas las luchas, porque también, en ese sentido, tiene mucho que ver con el narcisismo y con la idea de ser todopoderoso y alcanzar a salvar al Congo con tus manos y cantando el “Cielito lindo”. No creo que vaya por ahí.
IS: ¿No crees que tenemos el riesgo, algunas personas, de parecer que tenemos autoridad moral? He estado platicando con amigos que juzgan trabajos que elegí o yo juzgo el trabajo que el otro eligió. Y luego me siento mal de haber juzgado, porque no sé si tienen que pagarle el hospital a su mamá y por eso lo aceptaron.
RB: Qué bueno que lo compartes, porque es muy difícil que alguien se libere de la superioridad moral, pero, ¿de qué otra forma se emite una opinión condenatoria respecto de algo que no te hace bien en torno a tus códigos morales? No tengo nada que ver moralmente con un genocida, o por lo menos quiero creer que es así, y estoy tratando de acomodarme en todos los lugares que me alejen de eso.
No creo que haya ninguna revolucionaria ni ningún revolucionario que no tenga una soberbia enorme. Porque estás intentando salvar algo, una idea política, espiritual. Y hay que hacerse cargo y responsable de la fe que uno tiene en sus propias ideas, al grado de que puedes convertirte en una persona soberbia.
IS: Es algo que, como actor o actriz, estamos acostumbrados a analizar: los errores y las sombras del otro. Cuando estás actuando, la idea es que no juzgues. Vas a interpretar a esa persona y tendrías que quitarte para poder habitarlo. Idealmente eso nos tendría que ayudar para entender esto que dices, “tengo soberbia y furia porque son un motor”. Yo, que me asumo como feminista, creo que la furia sí ha sido un motor y he roto con un chingo de condicionamientos sociales porque estoy emputadísima. Ahora, ¿cómo la transformo?
RB: Hay un libro —no recuerdo cómo se llama— de una pedagoga a la que le preguntaban sobre el conflicto y cómo los resuelve. Y decía: “el conflicto es fundamental para la sociedad, pues hay momentos en donde necesitamos reaccionar únicamente desde lo emocional, y entonces subirte a esa ola de furia, dolor o enojo, para poner un límite que de otra forma no te atreverías”.
Si todos fuéramos políticamente correctos, nadie se atrevería a poner una mano en la mesa y decir “me estás lastimando”. Reconocer ese diálogo con las emociones también es algo que llevamos rato intentando negar. Y de nueva cuenta volvemos al sistema patriarcal, que niega las emociones de las personas —primero en ellos como vatos—. Entonces, cualquier reacción emocional primero va a ser juzgada como un impulso histérico, neurótico, exagerado, y se le va a adjudicar al femenino, porque la sociedad ha articulado la idea de que sólo son ustedes [las mujeres] quienes pueden reaccionar de forma emocional, porque son seres emocionales que no se controlan.
IS: Cuando el nivel de furia, motor, sombra está muy encendido, ¿qué es lo que te serena y en dónde encuentras calma? ¿Cómo liberas tu rabia y tus dolores?
RB: En la naturaleza, estar junto a la hierba. Yo me saturo muy rápido de lo social, entonces me voy al bosque o regreso a Tlaxcala o voy al pueblo de mi familia. El origen de mi familia es campesino, y la forma en la que las personas que trabajan la agricultura se relacionan con la vida, es mucho más práctica porque obedece a las leyes de la naturaleza, a las estaciones del año, a las temperaturas, a lo que se consume en tal lugar, a dónde nace el sol en esta parte del cerro, a la observación de lo concreto: aquí y ahora. No llovió, no hay cosecha; si llovió, sí hay cosecha. Hay que comer un borrego, hay que matar a un borrego, hay que desollar a un borrego, hay que cocinar. No hay mucho diálogo filosófico, ni intelectual, ni activismo. Y ése es mi origen y no me es ajeno. Me es ajeno en la medida en que tuve que migrar a un centro urbano y alejarme de lo rural para acceder al progreso. Volver a esas dinámicas y ver a mi familia me recuerda de qué tamaño son realmente mis problemas. Ésa es la forma de regularme.
IS: ¿Hay algún personaje que hayas interpretado y que haya sido particularmente liberador?
RB: Pedro (en La cocina). Es un parteaguas, es un antes y un después y un cierre de un montón de procesos que vienen desde la escuela, y de la relación con Alonso [Ruizpalacios], y de sus propias intenciones y expectativas en torno a ese proyecto. Lo que Pedro es en sí mismo —que es una gran metáfora, no es un personaje realista—, se sale completamente de cualquier tipo de carácter que tenga cualquier paisano que ande rolando por el mundo, porque no pueden ser como Pedro. Porque los deportan o los corren o los matan. Dejar entrar a ese personaje ficticio fue reconocer que, efectivamente, ya tenía rato que no estaba performando el género masculino desde el mismo lugar que cuando empecé a entender la vida.
Construir a Pedro fue pura ficción. Fue: “puta, otra vez hay que entrarle a un personaje que se va a poner a golpear la pared porque quiere convencer a su morra de que no aborte”. Por mucho que tenga razón, de nuevo es este hombre que soluciona sus problemas o golpeándose a sí mismo o golpeando a alguien más. No mames, ¿no? Pero luego, ya dejándolo entrar, sí terminaron de drenarse muchos residuos de lo que considero un caballo de Troya en cualquier movimiento que disienta del género masculino.
En mi interior, opero desde donde me hicieron operar y enseño lo que me enseñaron. Pedro me ayudó a gritarle al sistema cosas que no me había atrevido y a terminar, de una vez por todas, de obedecerle al sistema e intentar ser. Y para eso hay que desobedecer… al género, al símbolo de la paternidad, a la sociedad, a tu directora, a tus referentes, pero siempre buscando la construcción.
“En una búsqueda de seguir profundizando en torno a un camino artístico, humanista, el feminismo era un camino muy atractivo para entender una parte importante del dolor. En este caso, del dolor y la opresión que han sufrido las morras a lo largo de la historia.”
IS: No ser un actor eficiente que hace lo que le piden, sino tener algo más.
RB: Retomando lo de la escuela, hay algo que tiene mucho que ver con la clase y es que, la gran mayoría de los directores de este país no dirigen, mandan. Es muy confuso entender si te están dirigiendo o te están mandando. Lo que termina generando que, en lugar de ser disciplinado, eres obediente. Pero te hacen creer que es lo mismo bajo un sistema patriarcal que, justamente, rige las cosas a través de la obediencia y el control. Y los directores dirigen patriarcalmente.
IS: Es lo más piramidal que existe. Como un trabajo militar, dicen “sí, señor”, todavía.
RB: Hablaba con un fotógrafo de que a las mujeres, en algunos contextos, también se les dice “sí, señor”. Y me acordé de Una película de policías, en donde una comandante me corrigió cuando le dije “sí, señora”. Me contestó: “sí, señor… es de más respeto”. La comandante Mónica. Yo me callé la boca y dije: “comandante, usted tiene toda la razón”, no tengo nada que discutir aquí, pero fue muy shockeante.
IS: En “La liberación”, que estrenamos a la par que “La cocina”, hablamos de la llave del privilegio, que es reconocerlo y no usarlo para tu propio beneficio. Yo tengo el privilegio de ser blanca; ya sólo por mi color de piel se me abrieron un montón de puertas, y ni sabía que existía este concepto, hasta adulta. Empezaste a reconocer tu privilegio sólo por ser hombre, que definitivamente es un privilegio, pero al no ser un hombre que cumple con los condicionamientos de machito o la masculinidad tóxica, también te tienes que colar hacia los sitios de poder usando tu privilegio.
RB: Quisiera interpretar personajes no binarios, me encantaría que me dieran personajes más diversos, pero, por un lado, sé cómo me lee el mundo y, por el otro, como persona no binaria no me siento mal de performar al mundo todavía desde el masculino. Entiendo que dentro de la comunidad trans o la trans no binaria, hay quien no soporta no performar desde su expresividad no binaria o más femenina. En ese sentido, soy muy consciente de cuándo hablo como hombre y cuándo hablo como persona no binaria. No puedo llegar con mi tío en San Miguel la Caldera a decirle todes. Porque ahí el que estaría mal soy yo. Es como el inglés. No te vas a poner a hablar en inglés con la persona del mercado. Pero lo importante es no negar el privilegio y estar en diálogo con él, porque todas las personas tienen, en algún punto o en otro, un privilegio. Sobre todo si eres vato.
IS: Tu sentido del humor es un tesoro. ¿Te ha servido para moverte mejor y más feliz por el mundo?
RB: Más bien ha sido al revés, y tiene mucho que ver con el trauma. Reconozco muy bien que empecé a actuar desde el trauma. En un ejercicio de actuación descubrí un despertar espiritual que me drenó emocionalmente. Lo primero que se me reconoció y se me aplaudió en la carrera de Actuación fue mi fuerza y mi seriedad —por mi entereza, dureza y disciplina—. Y al ser una persona de 21 años que llegaba de San Cosme Xaloztoc, fue “ah, entonces eso es actuar”. Yo resolvía siempre desde la seriedad y la dureza. Y me pagaron por eso. Pero después me di cuenta de que no, que justo en el drama están las candilejas. Son las dos versiones de la vida. No puedes olvidar ni la una ni la otra. Por mucho que tu acento sea más hacia los tonos oscuros, serios en la vida, tienes que estar abrevando del abrevadero de la comedia y de lo absurdo. Sólo así va a funcionar; si no, no tienes lectura, no hay contraste. Es difícil, porque la industria nos regula, nos acota y nos obliga.
IS: Eso es concretamente nuestro oficio. Me cayó en cuenta otra herida: cuando me decían “el día que tengas hambre vas a ser buena actriz”. Así pasé cuatro años en el foro con Margules. Tenía el reconocimiento del maestro, pero cuando empecé a ganar dinero, tenía una culpa eterna. Así de, chale, mientras mejor me vaya, quiere decir que más me alejo de ser lo que siempre soñé, que es ser una buena actriz.
RB: Claro. Hay que tomar en cuenta que Margules era un refugiado de guerra —desde ahí daba las notas ese señor—. También tiene que ver con reconocer y empezar a desmarcarnos de nuestros maestros. La cocina me lo mostró muy claramente. El carácter de Pedro… y esa fue dirección de Alonso: “recuerda que también Pedro es este otro lado luminoso, juguetón, jocoso, porque si no, no mames, éste es un psicópata que va a matar a todo el mundo en la cocina al minuto dos”. Y lo que me aterraba era darme cuenta de un límite, sobre todo lo olvidado que tenía el juego. ¿Dónde quedó esa pinche premisa de que la vida, los géneros, están dialogando constantemente? ¿Por qué me estoy tomando esto tan en serio? Pues porque a mí me dijeron que yo era un actor serio.
IS: Para concluir. ¿Qué quieres hacer ahora? ¿Con qué sueñas?
RB: Sueño con dirigir, con escribir. Estoy escribiendo unas series con Natalia García Gras. De las mejores directoras de este planeta y con un nivel de entendimiento del humor poco explorado en México. Tiene una forma muy particular de narrar a sus personajes desde un absurdo muy bonito.
Estoy dando clases en la Pohualizcalli, la Escuela de Cine de Iztapalapa. Comparto cátedra junto con Mercedes Hernández, que está muy de la mano del movimiento social al que pertenece Clara Brugada, que es un viaje político que quiero apoyar, porque me parece muy chido lo que ha hecho en torno a las utopías.
Quiero volver al pueblo de mi familia, al rescate de su archivo histórico, que tiene mucho que ver con la identidad, la soberanía cultural y la defensa de los territorios, que no se defienden desde otro lugar que desde el arraigo y la pertenencia, y el reconocimiento de que en algún punto, sobre todo en este viaje neoliberal, se nos prometió que la idea de la superación en los pueblos era migrar a las ciudades y eso desfondó de talento a los pueblos. Se secaron los ríos, se acabaron los bosques y hay un montón de ingenieros, pero nadie está volviendo con ese conocimiento para inyectarlo en los pueblos de origen.
Mi sueño en este momento es la docencia a través del teatro y las artes plásticas.
Ilse Salas es actriz, productora e imaginera feminista.
Ediciones anteriores

Circus Obsession
top Dafne Per Se short Fatima Minana suéter Rubearth short Fatima Minana bolsa y corbata The River […]

Libre albedrío y otros actos de supervivencia
Retratar la llegada segura de la muerte puede resultar en algo sombrío, triste y nada esperanzador. Como […]

Alonso Ruizpalacios
Alonso Ruizpalacios es, sin duda, uno de los artistas mexicanos más completos. Ha logrado formarse como actor, […]

Andrés Jiménez: Crear espacios seguros
El mundo de Andrés Jiménez es uno donde la moda y la música fluyen con naturalidad, sin […]

Laura Carrillo: Sobre la feminidad y el diseño
Susan Sontag tiene una frase que dice que “lo más hermoso en los hombres viriles es algo […]

Víctor Barragán: El menswear después del cuerpo
En el paisaje incierto de la moda contemporánea, donde el exceso y la ironía coexisten con la […]

Hermanos Koumori: Menswear como laboratorio creativo
Así como hay imágenes que dicen mil palabras, el método dice mucho de las personas. En un […]

Diego Zúñiga: La moda es un camino introspectivo
Vestir nuestro cuerpo es quizá una de las actividades más solitarias que existen en el mundo. A […]

Antonio Zaragoza: Diseñar el tiempo
La moda, en su expresión más transgresora, se convierte en un poderoso lenguaje que desestabiliza las convenciones […]