El rey del mambo...
fotografías cortesía de Asociación de Amigos, Coleccionistas y Melómanos de Cali
Dos palabras para comenzar: Lou Vega. ¡Guácala! Sí, Lou Vega y su cover de “Mambo no.5” es el referente más cercano que popularmente existe de Dámaso Pérez Prado para las nuevas generaciones. Alguien debería haber castigado a Vega, alguien debería de haberlo metido a la cárcel. Es como echarle agua de limón a un buen vino tinto para sangría, o ponerle salsa picante a una deliciosa pasta.
Los otros referentes son el “Mambo universitario”, “Qué rico mambo” y el “Mambo del Politécnico”, por ejemplo o quizá, las imágenes de las vedettes de los años dorados del cine mexicano, como Ninón Sevilla, cuyos cuadros musicales casi siempre iban acompañados del mambo de Pérez Prado.
Pero, pese a lo que se puede pensar, si bien el maestro Dámaso Pérez Prado era popular, no era populachero; tocaba el piano y le hacía al danzón en su natal Cuba… es decir, estaba capacitado para dirigir una orquesta, transformar una variación de danzón y superponerla al swing para generar un enorme furor llamado mambo, no solo en México, sino también en Estados Unidos. Sin Pérez Prado no se entiende el arribo de la salsa de la mano de músicos como Tito Puente y Tito Rodríguez, así como tampoco podríamos explicar el chachachá.
Al respecto Gabriel García Márquez escribió alguna vez: “Cuando el serio y bien vestido compositor cubano Dámaso Pérez Prado descubrió la manera de ensartar todos los ruidos urbanos en un hilo de saxofón, se dio un golpe de Estado contra la soberanía de todos los ritmos conocidos…”
La historia de un rey
Dámaso Pérez Prado nació en Matanzas, Cuba, el 11 de diciembre de 1917, y murió en México en 1989. Su padre fue corresponsal del periódico habanero Heraldo Comercial, mientras que su madre era maestra de escuela pública; ambos querían que Dámaso fuera médico, pero él, destinado a otros caminos, eligió la música gracias a la influencia de uno de sus tíos.
Pérez Prado estudió piano clásico, teoría y solfeo en la Escuela Principal de Matanzas, donde se graduó como maestro de piano cuando todavía estaba en la adolescencia, así que a los 16 años ya dirigía su propia orquesta: una charanga compuesta por dos violines, piano, flauta, timbal, contrabajo y cantante.
El maestro Pérez Prado y su orquesta amenizaban bailes en diversos pueblos de su provincia natal. Por si esto fuera poco, tocaba piano en una estación de radio, en cines y clubes.
El pueblo comenzó a quedarse chico, y para 1940 decidió irse a La Habana para ampliar horizontes. Por supuesto que no le fue difícil colocarse como pianista en diversas orquestas de cabaret.
Pérez Prado era ambicioso, así que a la par de su trabajo como ejecutante, era arreglista, lo que le valió que la editora musical Peer lo contratara para realizar diversos arreglos, con lo que su horizonte se expandió hasta México y Estados Unidos.
Pero no fue sino hasta que formó parte de la Orquesta Casino de La Playa, cuando el maestro comenzó a desarrollar un estilo diferente, que más tarde resultaría en el mambo que todos conocemos, el cual creó todo un nuevo estilo de baile.
En 1948 se vino a nuestro país, en donde formó su propia orquesta y trabajó para la RCA Victor. En 1951, su disco “Rico Mambo” llegó a Estados Unidos, y se convirtió en un éxito internacional. Por estas fechas, el maestro realizó una gira por nuestro vecino del norte. Según refiere Sergio Santana en su artículo “Los 90 de Pérez Prado, El Terrible Mambo”, la revista jazz Metronome calificó a su agrupación como “la orquesta de jazz con más swing del país” y la revista Downbeat le pusó “el Stan Kenton de México” mientras Newsweek lo había llamado “el Glenn Miller de México”
Hacía años posteriores, su estancia en Estados Unidos enriqueció su música, según relata Santana: “el uso del órgano electrónico cambió fundamentalmente el color mambístico que había impuesto años atrás, así como el jazz, y pasaron a ocupar parte preponderante en muchos de sus arreglos. Igualmente incursionó en el ámbito sinfónico afrocubano con “Voodo Suite” junto a Shorty Rogers, en 1954, y con “Exotic Suite of the Américas” en 1962”.
El Rey del Mambo era una persona muy inquieta por lo que no es raro saber que durante toda su carrera ensayó con otros ritmos de su propia inspiración como el suby, la culeta, la chunga y el pau pau en Estados Unidos, o el dengue, el ja, el golpe y el taconazo. Tambien creó híbridos como el rockambo, el mambotwist y el mambo a go go. Si no reconociste alguno de estos ritmos mencionados en este párrafo, es porque así fueron de exitosos. El mambo sería el emblema del músico por toda su vida.
A principios de los 50, Pérez Prado fue expulsado del país. Hay quien dice que fue por diferencias políticas, o que todo se debió a los planes del maestro, quien estuvo a punto de tocar el himno nacional a ritmo de mambo.
El éxito internacional de Pérez Prado no se quedó en Estados Unidos: su música llegó a Francia, Japón, Italia, entre otros países europeos, e incluso hasta África. En 1964, luego de una ausencia de varios años debido al incidente anteriormente mencionado, regresó a México. Y no fue sino hasta 1980 que adquirió su carta de nacionalidad mexicana. Murió años después de un paro cardíaco.
St. James Infirmary Blues
¿Qué tienen en común Pérez Prado, Eric Clapton, Bob Dylan, The Doors y Louis Armstrong? Una canción llamada “St. James Infirmary Blues”, la cual fue covereada por todos los mencionados y muchos más.
¿Por qué lo menciono? Para resaltar la visión y actitud que Pérez Prado tenía hacia la música con un ejemplo que puede sonar más contemporáneo o que va más acorde ala sensibilidad de nuestra generación: hace muchos años que el mambo dejó de ser un fenómeno pop, en su sentido de popular, para convertirse en un escaparate kitsch o en pieza de museo.
“St. James Infirmary Blues” es una conocida pieza folk estadounidense de principios del siglo XX, cuya temática y melodía continúan siendo materia para la creación musical. La canción cuenta la historia de un joven marinero que gasta su dinero en prostitutas, para morir finalmente de una enfermedad venérea en el hospital. El componente moral cambia según la época: bien puede ser sexo, drogas o algún otro vicio.
¿El creador del mambo?
Pese a lo que pueda pensarse, existen discusiones acerca de la invención del mambo. Hay quienes aseguran que Pérez Prado no fue el creador del ritmo, pero no se niega que fue quien lo llevó a la cumbre.
Al parecer todo fue culpa del músico Benny Moré, quien aseguró, en el tema “Locas por el mambo”, grabado junto a Pérez Prado en México, que el inventor del mambo era un “chaparrito con cara de foca”, es decir Pérez Prado.
Resulta que el mambo surgió como una modificación rítmica y orquestal del danzón mambo o ritmo nuevo, como se le conoció inicialmente. Básicamente, era un ritmo sincopado que apareció en 1938 —De la inspiración de los hermanos Orestes López e Israel López, miembros de la Charanga de Arcaño y sus maravillas—, un añadido a la estructura de danzón tradicional.
Curiosamente, en una nota publicada por el periódico El País en 1988, cuando Pérez Prado ingresó en el hospital en vísperas de su muerte, se hizo mención de una disputa que tuvo con su hermano: “En diciembre de 1983 murió Milán Pantaleón Pérez Prado, hermano de Damaso. Con su muerte se revivió la vieja polémica que ambos hermanos sostuvieron sobre la paternidad del mambo. Y que incluso los enfrentó ante los tribunales. Dámaso calificó a su hermano de usurpador y le acusó de cantar y plagiar cientos de sus composiciones.”
Y parafraseando a Pablo Picasso, pregunto: los buenos artistas copian, ¿los grandes roban? En fin, lo que es cierto es que Dámaso Pérez Prado lo enriqueció, lo hizo a la vez popular y sofisticado, influyó en la moda de su tiempo como en su momento lo hizo del rock, y más adelante la música electrónica.
Este artículo se publicó en nuestra edición impresa no. 15 [2011]
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