“Si Chanel liberó a la mujer, Yves liberó a la moda, la desacralizó”, escribió en alguna ocasión la escritora francesa Edmonde Charles- Roux. ¿Llevó la alta costura a la calle o viceversa? En realidad no importa la respuesta, porque de lo que no cabe duda es de que Yves Saint-Laurent concibió el armario de la modernidad, protagonizado por el esmoquin femenino, y revolucionó la industria —desde los huesos— con el prêt-à-porter.

Yves tenía esa célula del inconformismo al statu quo, de las supuestas reglas —que aprendió de su gran maestro monsieur Christian Dior— que se habían establecido a lo largo de la historia de la moda, una que vino a sacudir con sus ideas y rebeldías.

A Saint-Laurent le debemos, entre muchas otras piezas icónicas, la túnica, el blusón marinero y el traje de chaqueta. Le debemos la ruptura con lo femenino en su versión más clásica y pura (ambos adjetivos son debatibles para definirlo), pero, sobre todo, le debemos la revolución que inició para igualar los sexos y para que la mujer se sintiera poderosa y atractiva al mismo tiempo.