Samantha Flores

Vivir con completa libertad, asumirse existente y tener la tranquilidad de que los demás te asuman, te consideren… te vean, pareciera una obviedad o un derecho del que todxs gozamos por mero nacimiento. Pero no es así. Las personas trans, por ejemplo, además de vivir un camino tortuoso hacia el reconocimiento y la aceptación personal –a través de la búsqueda de un cuerpo, una apariencia o un pronombre con el que se identifiquen y se sientxn cómodxs– tienen que lidiar con una sociedad que hace ver su lucha como un capricho, que lxs ignora, que lxs aplasta. Pero nada ha sido en vano, y no todo pinta tan mal. En 2009, la activista transgénero Rachel Crandall, propuso y fundó el 31 de marzo como el Día Internacional de la Visibilidad Trans, con el propósito de celebrar y remarcar el valor de la vida de manera abierta, sin miedo y sin prejuicio. Un punto de partida hacia la reivindicación de los derechos y la igualdad de las personas trans en todo el mundo. Pero la lucha no es, y no ha sido nada nuevo. Y muchas han sido las voces que han gritado al unísono cosas como “paz y libertad”, como “amor”, términos que son parte fundamental en el léxico de una persona de la que tuvimos la dicha de conocer, y que, es un ejemplo de dignidad y experiencia.

 

Hoy celebramos, reconocemos y nos ponemos de pie ante la lucha, que de una u otra nos confiere a todxs. Conoce a Samantha Flores, a través de la siguiente entrevista.

 

Alberto Rebelo

 

 

“Me han calificado de muchas formas: marica, jota, mariposón, rara, monstruo, enferma y así podríamos seguir y seguir con la lista de descalificativos”, fue una de las frases más duras que escuché decir a Samantha Flores la segunda vez que me reuní con ella —la primera fue en la sesión fotográfica que ilustra estas páginas—, seguramente porque fue un recordatorio de muchas de las palabras con las que fui descalificado alguna vez. La mujer transexual probablemente más longeva de la Ciudad de México aceptó hablar de un camino que ha significado un paso gigantesco en la lucha por los derechos de quienes pertenecemos a una comunidad que históricamente ha sufrido los embates de la violencia, la discriminación y el odio: la comunidad LGBTTTIQA (Lesbiana, Gay, Bisexual, Travesti, Transexual, Transgénero, Intersexual, Queer y Asexual). ¿Y cuál es ese paso? Salir de la penumbra de la transexualidad, salir a las calles —como lo hizo durante la Marcha del Orgullo 2019 en la Ciudad de México— con una comitiva de adultos mayores y jóvenes a protestar por una mejor calidad de vida para todos los que, después de los 60 años, no tienen nada ni a nadie a quien recurrir. Porque a sus 87 años, Samantha Flores García sabe que su vida ha sido una llena de peligro, de lucha, de romper reglas y de escribir nuevas. Samantha creció como Vicente, pero se redescubrió y se atrevió. Fue una insolente, una provocadora.

Samantha Flores

abrigo y camisa  Armando Takeda  joyería Damiani

 

Emmanuel Sandoval (ES): ¿Cuál es el mejor recuerdo de tu infancia?

 

Samantha Flores (SF): Nací en Orizaba, Veracruz, en 1932, en una familia maravillosa, con dos padres muy cariñosos. Crecí con tres hermanas y un hermano. A él, mi padre siempre lo trató como a un varón y a mí siempre me incluyó con mis hermanas y me hizo sentir una más. Recuerdo una infancia en la más absoluta y completa inocencia, de mucho amor. Después vino la adolescencia…

 

ES: Y despertaste…

 

SF: ¡Por completo! Vino esa cosa tan maravillosa que se llama despertar sexual, ese momento en la vida en la que todo te emociona, cuando todo el día andas excitado y admirando el cuerpo de otros. En primer año de secundaria conocí a mi primer novio, un atleta muy destacado. Yo tenía 13 años; él, 19. Acababa de salir del servicio militar y era guapísimo, pero a veces me pregunto cómo es que mis papás me permitían tener un “amigo” de esa edad, aunque en realidad era un muy buen muchacho.

 

ES: ¿Te enamoraste?

 

SF: Perdidamente. Un año fuimos solo amigos de manita sudada, un año más fuimos novios formales… y un día nos prometimos amor eterno. Mi despertar gay fue tan lindo: me sentía en las nubes, enamorado, inmensamente feliz. Fue una relación de tres años que se convirtió en una de las mejores de mi vida.

 

ES: ¿Y qué pasó con él?

 

SF: Entré a la preparatoria y supongo que cada quien tomó rumbos distintos, como dice la gente cuando no encuentra la razón para que una relación termine. Ése fue también un año de cambios en muchos sentidos de mi vida. Empecé a entender que el mundo gay era uno muy complicado y violento. Que nos teníamos que enfrentar al rechazo, a la violencia, al anonimato. Eso sumado a la situación social y económica de mi familia, porque aunque no queramos aceptarlo, la vida es mucho más sencilla para aquellos que tienen una mejor posición en la sociedad. Así que, imagínate, un chico de clase media baja no encajaba para nada en Orizaba.

 

ES: ¿Cómo lidiabas entonces con eso?

 

SF: Mi familia fue parte fundamental. Yo era un niño muy delicado, amanerado, era muy jotito. No había poder humano que me ayudara a ocultarme [risas]. Pero mis padres y mis hermanos siempre estuvieron ahí para cuidarme y aceptarme.

 

ES: ¿Hablaban sobre tu homosexualidad en casa?

 

SF: ¡Jamás! A pesar del amor y la aceptación, nunca fue un tema de conversación en la mesa, ni con mis padres ni con mis hermanos.

 

ES: ¿Te dolía la omisión?

 

SF: La respetaba. Imagínate, si yo tenía muchas dudas sobre mi vida, no puedo imaginarme qué pasaba por la mente de mis padres. Los tiempos eran otros y ahora entiendo a la perfección que mis padres no fueran capaces de hablar conmigo sobre lo que yo estaba experimentando, porque ni siquiera yo lo entendía al cien por ciento. Mi primer romance estuvo a punto de terminar cuando mi mamá nos pescó besándonos… ¡imagínate el shock de mi madre! Me prohibió verlo en casa, me dijo que mi padre nunca se podía enterar. A partir de ahí empecé a entender que la homosexualidad estaba prohibida y, como nos pasa a muchos, empecé a hacer todo a escondidas.

Samantha Flores

abrigo y camisa Armando Takeda joyería Damiani

 

ES: Pero tu padre lo sabía.

 

SF: ¡Claro que sí! Él era un hombre muy observador, pero su formación y su entorno no le permitían aceptar ciertas cosas, y mucho menos hablar de ellas. Pero te voy a contar una anécdota con la que casi siempre lloro. Muchos años después de que dejé Orizaba, cuando ya era Samantha, fui a visitar a mis padres. Mis amigos me hacían burla porque siempre que iba a casa me llevaba una chamarra de cuero muy grande que me cubría el pecho y una peluca corta de color negro; me decían que ya me iba de Peter Pan [risas]. En esa ocasión, la puerta de entrada de casa de mis padres estaba abierta y entré sin avisar. Mi papá estaba viendo la televisión y ni siquiera volteó a verme, simplemente dijo: “¡ay, eres tú hijo!, pensé: ¿quién es esa muchacha tan guapa?”.

 

ES: ¿Lo tomaste como el momento en el que te aceptó?

 

SF: Fue el momento más importante de la relación con mi padre…

 

ES: ¿Qué pasaba por tu mente antes de ser Samantha? ¿Cuándo empezaste a sentir esta necesidad de cambio?

 

SF: Durante mis años en Orizaba no tuve ningún conflicto con la transexualidad. Fueron años en los que viví mi sexualidad de una manera un poco fallida [risas], mi novio era muy bruto en la cama y yo no sabía nada. Descubrí el amor, eso sí, pero Samantha en aquel entonces no existía, o al menos yo no me había enterado de que ella posiblemente había estado ahí desde un principio. Pero te puedo decir algo: en aquel entonces me sentía como un monstruo de dos cabezas y tres brazos. El brazo podía esconderlo, pero la segunda cabeza no. Creo que ese conflicto te explica cómo me sentía en aquel entonces. No sabía que se trataba de algo más que mi sexualidad, no lo entendía, hasta que me enfrenté con una realidad distinta.

 

ES: ¿La realidad de la Ciudad de México?

 

SF: Sí. Al terminar la preparatoria me vine a la capital un año. En ese entonces conocí a un chavo adorado que bien pudo haberse convertido en el hombre con el que pude haber pasado el resto de mis días. Fue mi único novio formal y el hombre que me enseñó todo lo que uno podía haber aprendido cuando tienes 19 años. Me cuidó, me enseñó la ciudad, y me amó como yo lo amé. Ese año en México entendí que había realidades muy distintas a la mía. Vi cómo los hombres gay interactuaban, me fasciné con las chavas trans tan fabulosas y bellas, cómo salían tan seguras a la calle, pero ni me imaginaba que algún día Samantha iba a llegar a mi vida.

 

ES: ¿Cuándo descubriste entonces que Samantha existía?

 

SF: Después de ese año me regresé a Orizaba. En 1957 me vine definitivamente a México. Estudié en la Escuela Bancaria Comercial y mi vida era la típica de un hombre que intenta ser anónimo. En una fiesta de carnaval en Querétaro fue la primera vez que me vestí de mujer. Xóchitl, una mujer que en aquel entonces hacía las mejores fiestas del país, nos invitó a mí y a otros cuatro chavos a que nos convirtiéramos en sus embajadoras para el día de su coronación. Evidentemente pensé que estaba loca, pero lo hice.

 

ES: ¿Qué pasó cuando te viste al espejo esa primera vez vestida de mujer?

 

SF: Tenía unos 25 años cuando eso sucedió. En ese momento era pura pachanga, pero claro, ahí viene el cambio. Era un chavito bonito, y cuando me vi con esa peluca, las pestañas y el maquillaje, me quedé maravillada con mi apariencia. Me sentía hermosa, divina y fantástica, pero hubo un cambio mucho más profundo que el externo de mi apariencia.

 

ES: ¿A qué te refieres?

 

SF: Al cambio de actitud de los chavos. En aquella época, una persona definió muy bien lo que pasaba entonces: durante el día eras el maricón que evitaban, pero al caer la noche, la chava a la que buscaban. Ya entonces los chavos me veían diferente, me invitaban a bailar, y me sentía mucho más confiada. Me di cuenta de que había mucha gente con dos cabezas y tres brazos, y eso me ayudó a poco a poco aceptarme más y quererme más.

 

ES: ¿Cómo era el clóset en aquel entonces?

 

SF: ¡Gigantesco! Por más maricona y obvia que fueras, todas estábamos en el clóset. No se hablaba de esto, pero era tan emocionante salir a caminar por las calles e intercambiar esa miradas discretas y apasionadas. La Avenida Juárez era un lugar muy gay, pero todos disimulábamos que no sabíamos nada. Los baños y las partes de atrás de los cines eran los lugares en los que podíamos ligar más o menos a salvo, lejos de la policía.

 

ES: ¿Le tenían miedo a la policía?

 

SF: Le teníamos pánico a la cárcel. El problema con la policía siempre fue, y sigue siendo, la extorsión. Era prácticamente imposible que llegáramos al torito, como le dicen ahora; cuando llegaban las redadas de policía, todas perdíamos joyas y dinero. Afortunadamente, nunca pisé la cárcel.

 

ES: Pero la violencia se vivía todos los días y de distintas formas.

 

SF: Me duele decir que eso no ha cambiado mucho. La diferencia es que, en aquel entonces, además de la homofobia, no había un sistema de protección para la comunidad LGBT. Es por eso que todo esto pasaba de noche. Las vestidas no salíamos de día, éramos animales que se soltaban por las noches [risas].

 

ES: ¿Cuál fue tu primer nombre de vestida?

 

SF: Samantha. Siempre he sido Samantha.

 

ES: Tu vida nocturna como Samantha ya era aceptada y validada, pero ¿cómo fue tu encuentro con la sociedad que vive de día?, por decirlo de alguna manera.

 

traje Alfredo Martínez camisa propiedad de la estilista, zapatos CH Carolina Herrera

 

SF: Fue un encuentro muy doloroso. Cuando Samantha ya formaba parte de mis días y mis noches, salí a buscar trabajo. El rechazo fue inmediato. Hasta que me topé con un bar maravilloso en San Ángel al que iban todas las estrellas de aquel entonces de Televisa. Yo estaba al frente del lugar, recibía a todos los clientes y durante la noche me encargaba que los VIP se sintieran en casa. Un día, uno de los empleados me faltó al respeto. El dueño nunca se había dirigido a mí como Samantha, pero ese día, después de que él había entendido que mi condición física o preferencia no tenían nada que ver con mi capacidad laboral, salió a defenderme y dijo: “a la señora Samantha no le vas a faltar al respeto. Ella tiene toda mi confianza y se hace lo que ella dice”. Todo cambió a partir de ahí.

 

ES: ¿Dejaste de ser invisible?

 

SF: Nunca dejamos de ser completamente invisibles, ésa es la realidad. Empezamos a buscar cierta validación, y conforme la vamos obteniendo, sentimos que somos aceptados, pero no te puedo asegurar que los demás nos están viendo realmente.

 

ES: A los cambios que ya estabas experimentando, se sumaron los cambios y tratamientos físicos. ¿Cómo fue ese proceso?

 

SF: No es un tema del que hable tanto. ¿Qué te puedo decir? Cuando tienes dos cabezas y tres brazos, duele más tener que vivir con esas deformidades que someterte a un proceso en el que finalmente vas a tener lo que te hace falta y te vas a deshacer de lo que simplemente te detiene a ser tú.

 

ES: ¿Hasta qué punto llevaste la transición?

 

SF: Hasta el punto en el que me sentía cómoda, sin arriesgar mi vida, sin someterme a procedimientos dolorosos, sin tener algo que no se viera natural. Punto y aparte.

 

ES: Ok, punto y aparte. ¿Cómo fue crecer, enfrentarte a los cambios sociales, al crecimiento de la comunidad LGBT+?

 

SF: Es interesantísimo. Viví tres cuartas partes del siglo pasado, y ya llevo mis buenos años en este siglo. Soy una mujer que aprende, que se interesa y que actúa. Durante la crisis del VIH/SIDA en los 80 y 90, muchos de mis amigos perdieron la batalla. Quienes estábamos de pie y gozábamos de buena salud, teníamos que hacer algo. Quedarnos callados y estáticos era casi como ser otro virus mortal. Súmale que ya para esas fechas yo estaba casi en mis 60 y me aterrorizaba ver que muchos de mis contemporáneos no tenían absolutamente nada ni a nadie. Yo estaba en ese mismo espectro. La diferencia es que yo había sido muy ordenada durante mi juventud y sabía que de hambre no iba a morir, pero para muchos no había alternativa.

 

ES: Así empezaste tu carrera como activista.

 

SF: Me gusta pensar que mi activismo empezó desde antes, pero sí, formalmente empecé a organizarme con gente muy querida para crear algo formal, una institución que brindara apoyo indispensable a la comunidad y a nuestros hermanos que estaban muriendo a causa del VIH/SIDA.

 

ES: ¿Y por qué adultos mayores?

 

SF: Porque volvemos al tema de la invisibilidad. La realidad en México es que las personas de la tercera edad somos invisibles. Las tasas de abandono son altísimas y la cantidad de gente que muere a causa de no tener los medios indispensables para sobrevivir. Y si los adultos mayores somos invisibles, quienes pertenecemos a la comunidad LGBT+ somos inexistentes. Por eso trabajé tan duro para crear mi proyecto altruista [Asociación Civil Laetus Vitae, fundada en 2012] y poner algo a la lucha por salir adelante, por la igualdad y por el derecho a ser visibles.

 

ES: Es un paso fundamental en el futuro de la comunidad LGBT+, porque no nos detenemos a pensar en la posibilidad de llegar a la tercera edad, o al menos quiero creer que falta mucho para ser un anciano.

total look Isaac Rankuroi joyería Damiani

 

SF: Eres joven, pero te aseguro que, cuando menos lo esperes, estarás en los 60, 70 y 80. Esto es para las generaciones que vienen detrás de la mía. Este proyecto se mantiene gracias a gente joven que entiende y es empática con la causa del adulto mayor. Mi deseo más grande es que tengamos más casas como ésta, más espacios seguros para que los viejos del país tengamos lo indispensable.

 

ES: A tus 87 años, ¿sientes que te falta algo por hacer?

 

SF: ¡Todo! Doy gracias porque tengo fuerzas, porque tengo vida, porque he experimentado el amor más puro y la tristeza más amarga, porque…

 

Después de poco más de una hora de conversación fuimos interrumpidos. Ese día había sido preparado, además, para celebrar el cumpleaños de Samantha. La sorpresa estaba lista en la sala de la fundación, y sus más cercanos colaboradores y amigos estaban ansiosos de celebrar la vida y obra de Samantha Flores. Ésa que fue llamada marica, jotita, enferma, rara, esa persona que sobrevivió a la discriminación y la violencia; ésa que para muchos rompió las reglas, esa mujer es ahora querida por miles, apoyada por una comunidad cada vez más tolerante, pero, para muchos, ella sigue siendo un monstruo de dos cabezas y tres brazos.


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