Este proyecto surgió durante mi primer viaje sola como mochilera por Bolivia y Perú hace algunos años. Mi intención fue documentar el estilo de vida de las regiones a las afueras de la ciudad. Al observarlas me di cuenta que tenían algo en común: el aislamiento. Habitar y trabajar el campo conlleva una vida más solitaria. En medio del contexto que estamos viviendo a nivel mundial a causa del coronavirus, el tema del confinamiento social es el que llama mi atención; cómo se ha convertido en un efecto colateral que cada día nos pesa más, que afecta nuestra salud física y mental, y que, en el mejor de los casos, nos obliga a buscar maneras auxiliares para sobrellevarlo. ¨Solos¨ llega de nuevo a mi vista de una forma precisamente oportuna. 

Ésta es una reflexión sobre nuestra relación con el entorno, la necesidad humana de conexión como sinónimo de bienestar. Así mismo, el tipo de entorno juega un rol importante: estar encerrado entre cuatro paredes en la ciudad, no es lo mismo que estarlo en el campo, el mar o la montaña, definitivamente no es igual. Comparar ambas realidades no es sencillo, sobre todo porque somos seres de costumbres, punto clave de esta reflexión. Sea o no el aislamiento una decisión propia, los seres humanos buscamos reducir el estado de riesgo-sufrimiento (superviviencia), y por ello tendemos a adaptarnos. En este caso, la soledad en la que estas personas viven muy probablemente no representa un desafío de la manera en que lo es para nosotros. Pero seguramente lo sería si tuviesen que verse obligados a cambiar su estilo de vida por uno citadino, en el que el acelerado y hasta tumultuoso ritmo de las comunicaciones y las relaciones sociales, podría resultarles hostil e intolerable. Sólo que en esta oportunidad el peso de la balanza del desafío social se ha inclinado más hacia un lado: el nuestro, los humanos del concreto.

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