La visión de la música

Música y performance

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texto Tony Moxham

Para nosotros, seres de la actualidad, resulta difícil pensar que hubo un tiempo en que la música tenía que ser tocada en vivo y al momento, ya que nosotros siempre podemos invocarla en el celular cada que se nos antoje escucharla (o verla). Pero, hasta muy avanzado el siglo xix —y durante todo el resto de la historia de la humanidad—, no había manera de registrar el sonido, así que la música debía tocarse cada vez que alguien quisiera escucharla.

Algunos consideran que la vista es el principal sentido de percepción, y la manera en la que, de manera más directa, obtenemos nuestra cosmovisión. Pero quizá la audición sea un sentido aun más importante. El sonido se ve afectado particularmente por el ambiente. En la vida, todos los aspectos del medio ambiente determinan lo que escuchamos. Nunca hay silencio, sólo diferentes formas de ruido ambiental. Y no hay una diferencia clara entre las artes visuales y la música con respecto a la manera en que el cerebro reacciona antes a ambas. En psicoterapia, el arte está más conectado a las emociones y a las asociaciones personales, mientras que se dice que la música detona memorias. Una de las primeras cosas que suceden cuando la música ingresa al cerebro, es que se detonan los centros de placer, los cuales liberan dopamina, el neurotransmisor responsable de hacerte sentir feliz.

 

La adición de un componente visual a la música es algo que esperamos naturalmente y que entendemos como normal desde las primeras manifestaciones de cultura y civilización. La mayoría de nosotros no puede pensar en una pieza musical sin tener que visualizar a sus músicos tocándola, o al video musical correspondiente, o al menos el aspecto físico del artista que la toca normalmente.

 

En sociedades de la antigüedad, la música cumplía un papel ritual con el fin de conservar la tradición oral y la historia, y en cada ejecución se renovaba y se transformaba mediante el toque personal de los artistas.

 

UN POCO DE HISTORIA

 

El aspecto visual de la ejecución y el teatro hicieron posible transmitir información sin depender de la lengua, reforzándose el mensaje con la propia carga emocional y la sutileza de la música y de la canción misma. La música, en sus inicios, era necesariamente visual. Durante la Edad Media, se utilizaba principalmente como un acompañamiento al canto, y no fue sino hasta alrededor del año 850 de nuestra era, que la notación musical comenzó a desarrollarse, aunque las partituras modernas, como las conocemos, no serían utilizadas sino hasta el siglo XIV, cuando se hizo posible para cualquier músico tocar una pieza completamente desconocida simplemente leyendo su composición en el papel.

 

La música de cámara fue una de las primeras manifestaciones de la música fuera de la Iglesia, e incluía la visión de servir como un fin para el entretenimiento y el placer, en contraste con justificar su propia existencia como un medio para satisfacer una necesidad ritual o para conservar la historia o la información. Esto, naturalmente, se dio en sincronía con la invención de la prensa y el aumento en la velocidad del alfabetismo. Se le llamó música de cámara porque era escrita para ser ejecutada en las cámaras (habitaciones) por sólo unos cuantos músicos. Pero, tal como la música religiosa —que estaba reservada principalmente para una audiencia de aristócratas—, la música de cámara continuó siendo un pasatiempo de la élite.

 

Este tipo de acto musical evolucionó en el siglo XVI a lo que hoy se conoce como ópera, la cual era exclusiva de las cortes reales. Para principios del siglo XVII, la demanda de la gran aristocracia motivó la creación de temporadas “públicas”. La música se veía como una forma de arte, y requirió así espacios para audiencias cada vez más grandes, que necesitaron ensambles también mayores, que estuvieran en par, acústicamente, con la superficie de los auditorios; así evolucionó el concepto de la orquesta.

 

Cuando pensamos en música popular, el legado de la ópera nos envuelve. Por supuesto, de la ópera heredamos el concepto de la diva, y la idea de las habilidades vocales extraordinarias, que se ve en el presente en estrellas tan diversas como Adele o Nicki Minaj, pero quizá es aún más importante decir que la ópera fue el punto de partida del video musical como lo conocemos hoy en día. La ópera es la primera forma de expresión musical que requirió de los artistas habilidades en teatro, danza, diseño de escenarios, moda, un acompañamiento musical de proporciones sinfónicas, actuación dramática, espacios de comedia… y, si bien nos va, de una apariencia agradable. Después de todo, la atención de la audiencia está concentrada en el rostro de la diva. La evolución de la ópera y sus inicios en la Italia barroca han dejado una huella indeleble de los excesos que hoy en día esperamos de la música popular en general. Y también fue la popularidad de la ópera la que originó la construcción de auditorios más grandes. Tal como hoy los estadios deportivos les deben su existencia a los anfiteatros romanos, como el Coliseo, la mayoría de los auditorios clásicos —desde la Scala en Milán al Royal Albert Hall de Londres; a la Opera House de Sydney, y a los escenarios de Coachella, en California— deben sus orígenes a la ópera y a la primitiva función de la música en la religión, lo cual derivó en el escenario moderno, una pseudoevolución del espacio ritual conocido como altar. Ultimadamente, también nos trajo al artista musical moderno, que está compuesto en igual medida por talento y narcisismo, lo cual se explica por haber crecido tanto con los requisitos físicos que demanda la industria musical contemporánea, como con la emoción de presentarse en el escenario ante cientos de miles de ojos puestos en su ser. Algo así podría generar uno que otro gran ego.

 

En su tiempo, Mozart era reconocido tanto por su carisma, excentricidad y su poco ortodoxo estilo, como por las composiciones que más tarde cimentarían su legendaria posición.

 

MOZART

 

Cuando la ópera encontró una audiencia mayor en Europa, apareció un niño cuyos padres decían que era un prodigio musical. Su nombre era Wolfgang Amadeus Mozart. Su talento era tan desmedido que, para la edad de cinco años, ya había empezado a componer, y era diestro en la ejecución de piano y violín. Al ser descubierta su destreza por su padre, comenzó a viajar por Europa sin descanso, visitando la corte de diversas casas reales europeas, y su reputación crecía cada vez más, incluso al punto de estar al borde de asegurarse una posición en la corte real de Habsburgo, pero el intento falló debido a la resistencia de la emperatriz María Teresa de emplear a personas “inútiles”. Al poco tiempo ya estaba siendo financiado por un buen número de mecenas de la aristocracia, con una reputación tan grande, que el mismo Haydn le dijo a su padre: “Se lo digo frente a Dios, y como un hombre honesto, que su hijo es el más grande compositor que yo haya conocido”.

 

Para cuando tenía alrededor de 25 años, Mozart daba conciertos presentándose como solista, a menudo en locaciones extrañas debido a la falta de espacios profesionales para la ejecución de su música y por la falta de recursos; a veces podía presentarse en una habitación grande dentro de un edificio de departamentos, otras en el salón de un restaurante. Mozart cimentó así su popularidad. Para este punto, él y su esposa adoptaron un estilo de vida más suntuoso —vienen a la mente los clichés de rockstar—; se mudaron a un lujoso departamento y enviaron a su hijo a una escuela en el extranjero. Compraron un piano, una mesa de billar y tenían sirvientes en casa. Pero su éxito fue breve y no pudieron seguir el paso a sus gastos aristocráticos. Al final de su historia, Mozart murió sin un centavo, pero el reino de su fama apenas comenzaría. Doscientos veinticinco años después de su muerte, en 2016, apareció un box set de 200 CDs, con 15 mil minutos de su música: sin duda el box set más extenso de toda la historia de la música. Es verdad que el CD ya se siente viejo hoy, pero basta imaginarse que, para escuchar toda esa música, se necesitarían 10 días y medio de streaming sin descanso. De esa magnitud fue su genio y lo prolífico de su creación. Murió a la edad de 35 años, después de componer más de 600 piezas.

 

Quizá Mozart no fue el sabio que muestran en Amadeus, pero sí era un músico algo egocéntrico, extravagante, inteligente y con estilo; en esencia, todo un rockstar del siglo XVIII. Sobre su voz, su esposa escribió: “era la de un tenor, hablaba suave y cantaba con delicadeza, pero cuando algo lo emocionaba, o cuando sentía que era necesario, se volvía una voz muy poderosa y energética”. Él vivió en el epicentro de la sociedad musical vienesa. Disfrutaba los billares y el baile, y amaba las mascotas. Tenía un canario, un estornino, un perro y un caballo para montar de forma recreativa. Además, tenía un inusual cariño por el sentido del humor escatológico, lo cual se puede apreciar en las cartas que sobreviven. Todo lo anterior fácilmente podría describir a un buen número de rockstars de Los Ángeles en los 70.

La cantante Jenny Lind no tenía otra opción para promover sus talentos más que presentarse a cantar en vivo.

 

PERFORMANCE

 

Con el colapso de la aristocracia en el siglo XIX, la música y el performance pudieron penetrar a un público más grande, el de la clase media; por lo tanto, las salas de conciertos y de ópera crecieron proporcionalmente. Así como Mozart fue quizá nuestro primer rockstar, la cantante sueca Jenny Lind fue quizá nuestra primera popstar, promovida al estrellato por P.T. Barnum como “la Nightingale sueca” en una marea publicitaria como si se tratara del próximo concierto de Lady Gaga. Pero, a diferencia de Gaga el día de hoy, la única manera en que se podía escuchar la voz cantora de Lind —y de capitalizar la aparente “rareza” de su talento— , era cantando en público, algo que ella hizo con gran afán. Su tour con Barnum la hizo acreedora a 350 mil dólares de la época. Nosotros jamás conoceremos la belleza de su magnífico don vocal, ya que no fue posible grabarla durante su vida, pero los críticos del momento calificaban su rango tonal y la belleza de su voz de la misma forma en que hoy escuchamos elogios hacia intérpretes como Mariah Carey, poseedora de una voz de la que se habla más en términos atléticos que artísticos. Sin embargo, la ejecución presencial era clave para el momento, y toda la producción y promoción que recibió su talento musical resultaron en una empresa muy rentable.

 

Estos días es prácticamente imposible pensar en música popular sin que exista una visualización simultánea de la misma. Y es casi imposible también hacer música pop que no cuente con un componente visual o con algún tipo de personificación en el escenario. Mientras que la música clásica y la ópera siguen siendo muy populares, raramente se les ve como parte del Zeitgeist, ya que el pop tomó el lugar de las dos. Es un género que consume todo. Así como la ópera fue capaz de crear un espectáculo de performance que incorporaba un gran arreglo de componentes más allá de solamente la música, el pop contemporáneo se ha expandido para abarcar cada vez más nuestros sentidos, y tomar más de nuestro tiempo. Los músicos pop del presente están tan inmersos en la necesidad de su performance, que las colaboraciones se han vuelto ya la norma para ellos. Muchos hacen equipo con estilistas, diseñadores de moda, artistas del maquillaje, fotógrafos y directores de arte para extender el alcance de su ejecución más allá de su persona física. Algunas estrellas como Elvis Presley o Whitney Houston se pusieron en manos de managers y especialistas en imagen, quienes invariablemente acuden a tácticas de moldeo de personalidad para hacer que la música de los artistas suene y se vea como debería.

 

David Bowie por Brian Duffy, 1973.

 

David Bowie casi pierde la línea entre el performance y la realidad a principios de los 70, después de haber sido devorado por el personaje escénico que él mismo creó.

 

BOWIE

 

A principios de los 70, David Bowie, un adolescente liberal bien educado, con un gusto espongiforme por la contracultura, llevó todo esto más allá de lo que había hecho la mayoría de los artistas de la época. Después de su primer hit en 1969 con la canción “Space Oddity”, desarrolló personajes escénicos conceptual y visualmente complejos, que estaban asociados a canciones en específico y a periodos determinados de su carrera. La presencia de estos personajes se extendió a todas las facetas de la vida y obra artística del músico. Él vivía como sus personajes. Para mediados de los 70, esto alcanzó un clímax visual mediante las innovadoras colaboraciones de Bowie con maquillistas, diseñadores de moda y gurús del teatro, quienes le permitieron ejecutar una visión que era tan elaborada visualmente que desde entonces ha sido difícil de superar. Es tan fuerte el legado en el escenario de David Bowie, que resulta imposible separarlo de su música. Desde el principio de su carrera creó una mezcla entre estos dos conceptos, y lo hizo tan bien que ahora resulta esencial comprender esto para entender su música. Bowie echó para afuera una personalidad rockera para adoptar una colectividad de personajes históricos, outsiders, aliens y artísticos, los cuales ocuparon distintas fases de su carrera, de la misma forma en que un actor del escenario adoptaría papeles, o en la que un artista o un escritor explorarían temas específicos en el cuerpo de una obra.

 

Al día de hoy existen pocas imágenes más icónicas en la historia de la música popular que el bello rostro de Bowie dividido por un relámpago, como aparece en la portada del álbum Aladin Sane, creado en colaboración con el artista del maquillaje argelino Pierre La Roche. El trabajo de La Roche, aunque legendario por su creatividad dentro de la industria de la moda, no era precisamente tan conocido como el de Bowie, pero de todas maneras se le consideraba como un artista en el punto más alto de su profesión. Su colaboración resultó eléctrica. Este tipo de trabajo creativo en equipo entre artistas musicales y otros creativos visuales ahora se ha vuelto un lugar bastante común, ya que muchos músicos encuentran su propio talento carente a la hora de llenar las expectativas del público moderno.

 

Bowie también trabajó con el maquillista australiano Richard Sharah a mediados de los 70, con quien creó el icónico look de Pierrot. Como La Roche, Sharah era toda una estrella entre los insiders del mundo de la moda, y de hecho su trabajo ayudó a definir lo que después se convertiría en el look oficial de la totalidad del movimiento New Romantic de principios de los 80. El trabajo de Sharah, justo como el de Bowie, resultaba siempre único, ya que el artista era ligeramente daltónico. En muchos casos, Sharah creaba su propio maquillaje, y por lo tanto el trabajo que hizo con músicos como Bowie se asemejaba más a una sesión de pintura en vivo, o al performance art, que algo que tuviera que ver solamente con belleza o vanidad.

 

Contact sheet para a portada del álbum “Heroes”, por Masayoshi Sukita, 1977.

 

Eventualmente dejó el maquillaje, los disfraces y la teatralidad, para retirarse un tiempo antes de regresar al público con “Heroes”, cuando dejó los personajes para convertirse en un “músico profesional”.

 

Para la mayoría de los músicos populares de finales del siglo pasado, el acto en vivo se había vuelto un elemento clave de su creación. David Bowie tomó ventaja de esta situación, ya que la televisión y el video estaban en su infancia y, de 1969 a 1975, sus personajes escénicos se volvieron protagonistas de la conversación, al mismo nivel que la propia música que ejecutaban. Junto con otros artistas glam de la época, llevó el concepto del disfraz, del maquillaje y del drama escénico a otros niveles. Lo potenció justo en un momento en que la televisión a color comenzaba a penetrar en todas las casas de clase media de manera masiva. Para entonces, Bowie, que había elevado el arte del performance a alturas insospechadas por medio de su virtud y de sus estelares colaboraciones visuales, se había extenuado con el cambio. El performance devoró su vida para convertirse en algo de tiempo completo, las 24 horas del día, sin importar si él estaba físicamente arriba del escenario o abajo.

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