Sin miedo a caerse: Segunda parte

Podemos encontrar un sinfín de retos que potencialmente nos paralizan. Desde la aceleración de la disrupción medioambiental y las transformaciones políticas, a la inseguridad y violencia. El miedo es un sentimiento compartido, casi comunitario. Al mismo tiempo, las personas que crean, que emprenden, que defienden nuestros derechos y que cuestionan, nos recuerdan que existen posibilidades infinitas de construir nuestros caminos, que lo que queremos lograr es posible. Los siguientes personajes hablan del miedo como un motor para materializar los sueños.

 

GABRIELLE, Diseñadora de moda @GabrielleVenguer

Gabrielle Venguer creció en una casa creativa: su mamá, artista; su papá, arquitecto, y sus hermanos, en la gráfica y el cine. De niña jugaba a hacerse muñecas con retazos de tela y pintaba con su mamá. Al buscar separarse del arte pero seguir un camino creativo, encontró los textiles y la moda; cumplió 18 y entró a estudiar Diseño Textil en la Universidad Iberoamericana. Al salir tomó diferentes cursos buscando especializarse, y finalmente ingresó a un curso de verano intensivo de diseño en Central Saint Martins, en Londres. “Me impresionó lo que pudieron sacar de mí en tres semanas y me obsesioné con irme a estudiar allá. Si eso había logrado en poco tiempo, una temporada más larga podría potenciar mi conocimiento. Para lograrlo trabajé en diferentes cosas y luego hice solicitudes en las universidades londinenses, pero todas me rechazaron inicialmente.”

 

Muchos dudaban de su capacidad creativa, le cuestionaban su trabajo y estilo, hasta que consiguió entrar —primero a un curso y luego a un posgrado— al Graduate Fashion en Saint Martins. El proceso la confrontó hasta que encontró una voz muy suya. “Viéndolo en retrospectiva, no tenía idea de lo que estaba haciendo; hice el oso presentando mi trabajo varias veces, pero trabajé tres veces más que los demás para comprobarme que podría crear mi propio universo.” Al terminar tuvo la posibilidad de una entrevista para la maestría en tejido de punto del Royal Collage of Arts, en la que fue aceptada y becada.

 

“Aprendí a crear de manera más experimental y a no tenerle miedo al error; a apreciar que en la moda suceden cosas inesperadas que pueden llevar a buenos resultados.” Al terminar sus estudios, se volvió complicado seguir viviendo en Reino Unido y empezó su regreso a casa. Durante la pandemia comenzó a jugar con un montón de telas traídas de diferentes fábricas; luego encontró una costurera y empezó a colaborar con un estilista. El resto se fue dando de manera lógica. “La marca me ha enseñado a confiar y a ver el proceso presente, voy un paso a la vez y haciendo pequeños cambios para mejorar, en mi espacio o en mi proyecto”, dice. Se ha ido corriendo la voz y el crecimiento ha sido muy cercano.

 

“Aquí crecí con más prejuicios. Antes de irme, yo y mis contemporánexs queríamos pertenecer, vestirnos en colores menos llamativos y de estilos más homogéneos. Cuando volví de Londres me encontré con que la gente estaba mucho más abierta a experimentar con su estilo y con el color. Siento que somos una nueva generación integrada por voces muy únicas; hay espacio para todos. Estamos cambiando la noción del diseño mexicano contemporáneo, que de cierta manera era discreto y neutro. Creo que tener un universo propio es lo que te hace poder ofrecer algo al mundo. Todo está ahí para todos, pero es distinto cómo lo usa cada quien. Hoy el mundo nos volteó a ver y nosotros como diseñadores tenemos algo muy claro qué decir.”

 

“No quiero definirme, quiero siempre sorprender. Mi nueva colección retoma puntos de mi tesis de maestría. En ella se busca que las prendas generen distintos sonidos bajo el entendido de que con ellas se puede crear magia; distintos estados de conciencia que se impulsan a través de la música, el olfato y los sentidos. Las cosas que nos salen naturales y fáciles son las más valiosas y ahí descansa el ADN de mi marca.”

 

“Mi miedo más grande es a la inmutabilidad y a la muerte. Me da miedo perderme todo lo que sucede en la vida. De experimentar más, de ser joven más tiempo, de amar más; a veces me da nostalgia el presente porque sé que se acaba. Pero diseñar me da vida, vivir para las ideas es un privilegio muy hermoso y lo valoro. Muchas veces estuve frustrada con sentirme limitada, pero ahora creo que contagio el valor de que, a través de mis prendas, puedes encontrar una seguridad que no sabías que tenías, un alter ego al que mis clientas acuden y que es parte de ellas mismas.”

 

MICHELLE, Directora de cine @mgarzacervecera

Michelle Garza Cervera siempre supo que quería dedicarse al cine. Creció en una casa de padres diseñadores industriales, en medio de un círculo de espíritu creativo. De las visitas constantes a exposiciones de arte e idas al cine, se encontró con una disciplina que le apasionó. Tomó clases de video y al mismo tiempo encontró el punk. “Hubo una rama del cine que me pareció más cercana, que tiene que ver con el horror y esta filosofía contestataria única de la pantalla grande. El cine de John Waters o Greg Araki y películas como Velvet Goldmine o Breakfast on Pluto me hicieron ver que el cine también comunica la rebeldía que yo estaba sintiendo. Como adolescente, con inseguridades y miedo, este arte me hacía sentir que también podía hacerlo, que no se necesitaba una megaproducción y que no pasaba nada si me equivocaba. Cuando entré al Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), desde los primeros ejercicios empecé a jugar con estos géneros: ficción, fantasía, horror. Sentí que podía hacer cine sin filtro, sin pretensiones. Sin el peso de que tenía que hacer ‘arte’.”

 

Sus procesos creativos son variados, no surgen siempre bajo una misma estructura. “Es raro voltear para atrás e identificar la semilla que origina la idea, varía; a veces es una imagen, la curiosidad de un tema; pero me doy cuenta de que en mis cortometrajes y ahora con Huesera, hay elementos que repito. Y aunque ha habido una evolución y el trabajo en sí ha cambiado mucho, hay una constante de retratar a un personaje en un sistema familiar opresivo, en el cual una fuerza natural lo ayuda a liberarse. Encuentro en aquello que da miedo una fuerza liberadora; de pensarlo como antagonista, termina siendo el aliado del protagonista para escapar de una situación violenta. Creo que como seres humanos evadimos muchas situaciones que, cuando las enfrentamos, se vuelven fuerzas liberadoras. La gente cree que a los amantes del cine de horror nos encanta estar asustados, la muerte y la sangre, pero tiene que ver más con que despierta nuestro instinto de supervivencia. Te dan ganas de seguir viviendo, te emociona que el personaje logre escapar del asesino o del monstruo —recuerda un impulso básico.”

 

Huesera, su primer largometraje, ahora nominado a 17 premios Ariel, es una película de terror en toda la extensión de la palabra. Se orquesta para generar situaciones verdaderamente estresantes; un ejemplo único del cine mexicano reciente. Para Michelle, este ambiente se genera cuando lo familiar se vuelve extraño; cuando desconoces algo tan tuyo como el hábitat al que perteneces, tu hogar, y surge un elemento bastante espeluznante. “En Huesera quisimos representar cómo el mundo familiar, que tendría que ser armonioso e idílico, se vuelve ajeno. Valeria, interpretada por Natalia Solián, siente que se parte en pedazos mientras tiene que hacer creer que todo está bien, porque al parecer lo sobrenatural está sólo en su cabeza. Es un choque entre realidad y expectativas; de construir una familia, de cumplir nuestro destino como seres humanos, de que cómo una mujer se tiene que volver madre. Cuando le perdemos el miedo a salirnos de las dinámicas que tendrían que darle sentido a nuestra existencia, nos enfrentamos a un vacío, a una incertidumbre terrorífica. Nos encontramos con el sinsentido de nuestra propia vida.

 

En cuestiones estructurales, para Garza es básico saber cuándo ocultar información y cuándo revelar un secreto que haga que se mantenga la tensión de la película. En lo técnico, Huesera tiene una relación con el sonido muy peculiar. “La extrañeza del mundo de Valeria cambia con el sonido, distorsionamos algunos factores cotidianos para potenciar la ansiedad, y el cuerpo representa ese reflejo interno. Una fractura o el sonido de los huesos nos genera una respuesta desagradable instintiva.” Y en el fondo, la película problematiza este rol incuestionable de maternar en México, en medio de estructuras sumamente machistas y desigualdades sistemáticas. “Defendí mucho que se contara la problemática de la maternidad desde una óptica de la mujer en Latinoamérica. Estamos acostumbrados a las historias de terror y maternidad con discursos endulzados, en los que ésta es casi un instinto de todas las mujeres, y terminan siendo violencia hacia ellas, hacia su cuerpo, su capacidad de elección. Incluso El bebé de Rosemary, aunque me encanta, termina apoyando la idea de que no importa que tu hijo sea el diablo, tu esposo te haya traicionado y hayas sufrido abuso: por el puro instinto de ser madre serás incapaz de huir. Hablar de otras formas de maternar sigue siendo tabú e incómodo, pero quería hacer un análisis de género con la propia historia y los personajes; está intrínseco en el tono de la película.”

 

A Michelle le interesa alejarse de formas hollywoodenses del género y acercarse a un horror cercano. “A veces las películas mexicanas quieren replicar narrativas del terror estadounidense, como si nosotros tuviéramos preparatorias de largos corredores o casas con sótanos y áticos. Para mí era más importante ver el choque de distintas clases medias, representar una manera de ser adolescente en la Ciudad de México y partir de lo específico para llegar a lo universal.”

 

PAOLA, Fundadora de @CavanegraWineclub

 

Paola Azcárraga llegó al vino natural por casualidad. Mientras vivía en Nueva York, observaba la creciente tendencia de su desarrollo y se interesó por saber más sobre el tema. Se fue volviendo experta. Ahora mezcla esta pasión con toda su experiencia en Marketing —estudió en la Iberoamericana— y luego hizo la maestría en NYU. Mientras vivía en Nueva York se dio cuenta de la popularidad del vino natural; del vino naranja, de ánfora, del pèt nat. Al regresar a México en 2020 cayó la pandemia y todo se detuvo. Después de estar fuera por siete años, no encontró muchos espacios de vino natural en México. Le pareció una gran oportunidad y así abrió, primero, el club de vinos. “Cavanegra empezó como un club de vinos a través de una membresía a la que te suscribes para recibir dos o tres botellas de vino natural al mes, las cuales llegan acompañadas de una ficha técnica en la que puedes conocer acerca de su sabor, sobre los taninos, el cuerpo o la acidez de cada uno. El punto es introducirte a este universo y que puedas ir detectando cuáles te gustan más, cada paladar es diferente.”

 

El concepto de Cavanegra es que, para saber de vinos, debes conocer y probar muchos. El hecho de que funcionara bajo suscripción, es que al cabo de un año puedes probar 36 vinos diferentes que te ayudan a saber qué sabores sí te gustan y cuáles no —eliminando prejuicios sobre estos—. “La gente que a veces dice: ‘el vino siempre me cae fatal’, es probable que se refieran al tinto de muchos taninos, pero acá pueden probar otra gama distinta. Es un conocimiento que también puede ser intimidante —llegar a un restaurante y ver la variedad de la carta de vinos, las regiones y las uvas— y para nosotros es importante explicarlo con peras y manzanas. Dar información fácil y útil para que, además, la gente entienda lo que se está produciendo en las distintas regiones del mundo y en México. El vino natural se caracteriza por tener la menor intervención humana posible, estamos muy acostumbrados a las producciones masivas e industrializadas, y algo muy valioso de este producto es que se centra en su origen, en los procesos con los que se hacía hace cientos de años y en producciones pequeñas. Hay un cuidado extremo de la uva y en muchos casos se centran en que la vid se desarrolle dentro de su propio ecosistema.”

 

De ahí creció a la tienda online con entregas a toda la República, bajo la misma idea: dar información útil y puntual sobre cada etiqueta. “Lo pensé como un wine for dummies y volvió a tener una reacción positiva, lo que me motivó a abrir el showroom y de ahí nos mudamos a esta tienda hace seis meses.” El espacio actual en el Callejón de Salamanca, en la colonia Roma, alberga una pequeña barra y exhibidores con decenas de etiquetas divertidas de vinos naturales, dándole una decoración espontánea al ambiente, aunque el club de vinos sigue siendo una pieza clave del proyecto. “Ha sido muy emocionante verlo crecer y darnos cuenta de toda la gente que está suscrita alrededor de la república, y de que prueban vinos que probablemente no escogerían al entrar a una tienda. Intentamos quitarles el miedo y que se avienten a probar sabores inesperados.”

 

Muchas etiquetas que integraron inicialmente al proyecto eran contactos que Paola trajo de Nueva York, pero acá la selección la hizo junto a Angie Cediel (sommelière de La Docena), quien también la ayudó a darle forma a la información. Con el tiempo fue creciendo la red con distintos productores e importadores; ahora tienen muchos vinos de diferentes regiones, países y tipos de uva, y la lista siempre se actualiza. “Este tipo de producto también depende más de las condiciones climáticas y puede cambiar de un año a otro. Tratamos de informar que su valor radica en la no intervención artificial, en su proceso manual.”

 

El vino natural forma parte de una intención más grande de distintos productos y procesos por desacelerarse, por analizar la forma en la que se fabrican industrialmente y entender que nuestros alimentos llevan tiempo y ciclos de crecimiento normales. “Se nos olvida cuestionar también el proceso. Muchas marcas llevan generaciones creando vino y ahora están buscando innovar. El vino natural nos invita a hacer consciente el acto de abrir una botella y servirnos una copa, a tomarnos el tiempo y disfrutarlo, entender su proceso y que no sólo es mejor para el planeta, sino para quienes lo toman.”

 

NATALIA, Artista y activista @PaydeManzanita

 

Comienzo a platicar con Natalia Martínez Mejía mientras se viste para su retrato. Me dice que desde niña todo le ha quedado chico: la ropa, los espacios y las categorías por las que se define —aunque es licenciada en Artes Audiovisuales en la U de G, desde niña ha estudiado teatro—. Al acabar la carrera, salió un poco hastiada del curso y regresó a seguir estudiando artes escénicas. Junto a varixs colegas formó un grupo llamado Arrogante Albino. Uno de los integrantes es el artista visual Héctor Jiménez y él lxs empezó a jalar al mundo del performance y las artes visuales. “Arrogante Albino es un laboratorio por medio del cual nos entrenamos física y creativamente, nos reuníamos cada fin de semana, pero se detuvo temporalmente durante la pandemia. Al verme sola, empecé a experimentar por mi cuenta y al mismo tiempo descubrí la teoría gorda. Comencé a leer cosas que me rompieron los sesos y me hicieron darme cuenta de que llevaba un tiempo usando el cuerpo como un acto político. Descubrí que tenía muchas cosas qué decir al respecto, a través de él: mi cuerpo para generar provocación. Siento que, a partir de esto, mi práctica creció exponencialmente, arrancó un tren que ya no puedo parar.”

 

Junto con otras amigas creó una comunidad llamada la Red 4G (Gordas, Gritonas, Guerreras, Globales), con quienes hizo un videoarte y un fanzine de cartas para sus niñas internas. “Ahora es básicamente una red de apoyo. Nunca había tenido un grupo de amigas gordas y ha sido muy importante para mí encontrarme con otras que tienen las mismas experiencias que yo. Todo me ha ayudado a generar este personaje actual que desarrollo en el performance. Me nombro artista visual porque estoy entrando también a la escultura, objeto y fotografía.” En Queer, una exposición presentada en Oficina de Proyectos Culturales en Puerto Vallarta, Natalia muestra una serie de imágenes, video y una silla que ella creó con la forma de su torso. “Todo es sobre mi cuerpo, sí estoy obsesionada conmigo misma, pero, hasta ahora, me parece lógico no hablar por nadie más. La autoetnografía es lo único que me hace sentido.”

 

Sus procesos se resuelven acompañados de miedo y ansiedad. “Soy una persona que tiene miedo todo el tiempo, pero trato de controlarlo. Imagino mi ansiedad como una esfera que existe a mi lado en el espacio, la vuelvo un objeto que se separa de mi cuerpo para poder lidiar con ella. Mi metodología es la suma de mi preparación previa y de referentes que me inspiran.” La pieza que realiza con el corsé rosa y las cintas (en la foto) remite a la obra de Michaela Stark. “También trabajo desde el deseo y el capricho, de lo que se me ocurre; cantar una canción o deformar mi cuerpo, todo termina en un laboratorio. Lo pruebo con mis amigxs, pido sus opiniones y voy editando. Soy muy fiel a mi intuición, a veces necesito primero bajar las acciones y luego voy reflexionando las razones por las cuales llego a ellas.”

 

En su residencia en Estudio Teorema, hizo dos días de acciones distintas; jugar con miel y embarrarse waffles o bañarse de betún. “Pensaba en la relación de los cuerpos gordos con la comida. A mí me ha costado trabajo conciliar la idea de que soy una gorda que puede comer pastel enfrente de la gente. Esa idea terminó en que me convirtiera en pastel y me comiera a mí misma. Un acto cínico, pero con sentido del humor; una respuesta para lidiar con el trauma y con el sentimiento de ser juzgada y de estar expuesta. Pienso en que, claro, la gente espera a que me coma el pastel para juzgarme, o si me ven comer una ensalada, se sienten aliviados, incluso si ninguno de los dos escenarios es real.”

 

“He visto cómo mi cuerpo se deforma, contra mi voluntad, para poder entrar a las prendas que el sistema me impone. He llorado frente a los vestidores por la frustración de tener que caber en un pantalón; así fue mi adolescencia. Ahora que el propósito de mis piezas es llevar mi cuerpo a formas raras, hago un proceso de expiación de mis antiguas creencias. Juego con las expectativas hiperfemeninas de princesita con las que soñé, y ahora me concedo salir de ellas y transformarlas, de hipersexualizarme y al mismo tiempo comunicar la presión y la incomodidad.”

 

A pesar de haber atravesado dos operaciones y de que tiene una experiencia particular con el dolor, Natalia no busca crear una óptica victimizante. “Quiero adueñarme de mis narrativas, de cómo decido que mi cuerpo se vea, mientras que voy construyendo seguridad en él. Sé que hay gente que describe mis imágenes como grotescas, lo cual me parece muy fuerte. Pero decidí apropiarme de ello y digo que hago grotesco cute. Si no quieres ver esta lonja llena de celulitis, la vas a ver cubierta de glitter.”

Lee la primera parte de “Sin miedo a caerse” aquí.


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