He pasado caminando, en taxi y en coche por los mismos lugares de siempre. A veces juego en mi mente a probar si ya me sé los nombres de las calles que recorro, trazo un mapa imaginario de por dónde voy que parece seguirme desde arriba. Siempre admiré cómo al platicar con mi abuela o mi papá conocían la ciudad a la perfección, yo creo que en cada espacio iban guardando una historia.
Ella, quién vivió en los años treinta en Madero a unas cuadras del zócalo, y luego veinte años después en Tonalá, en la Roma, podía hacer una conversación de sobremesa de horas sobre los cambios que la ciudad de México había experimentado y ella en ésta. De cómo se entubaron los ríos y se fue yendo la gente a los desarrollos como Satélite o al sur al Pedregal y San Jerónimo. Y es que la ciudad tiene esa virtud de volverse propia, de ser un personaje más en una anécdota, a veces el principal. Deleitarse a cada segundo y saborear todos tus momentos. Así se vive el verdadero lujo. Hoy, parte de mi itinerario diario es descubrir otras formas de disfrutar del camino.
Hace unos días iba de camino a una cena, en una de esas noches que prometen ser irrepetibles. Seis amigos y yo platicábamos sobre algo que ya no recuerdo. Solo tengo la imagen vaga de ir recostado sobre los asientos de piel, cuando en la avenida Álvaro Obregón, un letrero de neón decía: “Todo lo que puedes imaginar es real”. Nos detuvimos un momento. Hubo quien hizo una foto y quien como yo, solo se quedó observando. Acababa de llover y las luces se reflejaban sobre el pavimento mojado, hacía un poco de frío. Paso varias veces por ahí y no lo había visto, creo que nunca había volteado. Sin saber bien qué era seguimos nuestro viaje.
Supe después que aquella era una pieza de Olivia Steele, y es parte de The Beauty Project. Una iniciativa que busca embellecer el espacio público, exponiéndote forzosamente a ser consumidor de arte donde no lo esperas: en la calle. Otra pieza más, del artista AEC Interesni Kazki, se encuentra muy cerca de la de Olivia, justo en el cruce con Insurgentes; pero la primera de una serie que continúa en proceso, fue Escaleras al sol, de Retna, en el edificio Cuauhtémoc en Tlatelolco.
No estamos acostumbrados a platicar sobre los recorridos, el espacio por el que transitamos y el tiempo que invertimos para llegar a dónde queremos pareciera una nube borrosa que no forma parte de nosotros. Lo que estas piezas de arte hacen es discutir la belleza como un acto colectivo e inesperado, que aprecias a medida que avanzas, que pueden hacer que te detengas un momento. Si me preguntan cuál es mi mayor lujo, diría que el tiempo, así que esta manera de romper la rutina y dedicar un par de minutos a ver algo que puede o no parecerte bello, es un amuse-bouche en medio del caos.
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