
Hablar de arquitectura es hablar de cultura, diseño, color, creatividad; un campo donde la imaginación se cruza con la lógica para dar vida a espacios que, en ocasiones, parecen desafiar todas las leyes de lo prudente. Construir algo que antes habitaba en la mente, es un acto profundamente humano: una respuesta a nuestro deseo de explorar nuevos mundos, ensayar otras formas de habitar y reconfigurar la manera en que vivimos, compartimos y sentimos. Celebrar esta disciplina es, también, reconocer su alcance social, su impacto político y su profundidad antropológica.
En México, una de las figuras más influyentes en esta conversación es el arquitecto Javier Senosiain, creador de obras icónicas como el Nido de Quetzalcóatl, la Casa Nautilus y la Ballena Mexicana. Arquitectura orgánica, le llaman, un lenguaje que se inspira en las formas de la naturaleza —líneas curvas, siluetas abstractas, perímetros redondos y colores vibrantes— para generar construcciones que no sólo se mimetizan con su entorno, sino que lo abrazan y lo potencian. Más que edificios, sus proyectos son hábitats emocionales, refugios que exploran la conexión entre el humano y su paisaje, entre la materia y el espíritu.
La obra de Senosiain habla sobre la necesidad de las personas de desarrollarse en espacios que no son completamente rectos; la naturaleza del humano no es vivir en una caja o relacionarse a través de ella, sino explorarse a través de las irregularidades. En su proyecto Conjunto Satélite, una zona residencial levantada en los años noventa en las afueras de la Ciudad de México, cuatro casas redondas, como cápsulas de tierra fértil, se camuflan entre el pasto y los árboles en una pequeña colina de Ciudad Satélite. Desde fuera parecen burbujas gigantes o nidos de otro mundo, y desde dentro, todo se siente suave, envolvente, irregular, como un vientre. Aquí no hay ángulos rectos ni líneas duras: todo fluye.
Lo interesante de este conjunto —además de su forma peculiar— es su capacidad de mantener una frescura en el ambiente —por los jardines— y la manera en que traduce una idea muy íntima: la necesidad de vivir en un espacio que se sienta más cercano a la naturaleza, a lo orgánico, a lo emocional. Las ventanas son redondas, los techos tienen pasto, y los interiores parecen tallados más que construidos. Hay pisos de barro, muebles integrados en los muros, azulejos en formas libres, y una distribución que busca la comodidad no desde el diseño convencional, sino desde la experiencia misma.
Este año, a propósito de su 30 aniversario, una de esas casas se abre por primera vez al público a través de CasitaMX, una plataforma que ha comenzado a reunir estancias con valor arquitectónico y de diseño en México —con esta acción, la plataforma inaugura su sección “Serie de íconos arquitectónicos”—. La idea es simple pero poderosa: permitir que más personas puedan vivir —aunque sea por unos días— dentro de una obra de arte. Y es que eso es lo que es esta casa: una escultura habitable, un experimento de formas suaves y materiales cálidos. Estar en el Conjunto Satélite te hace cuestionar cómo debería sentirse una casa, cómo debería abrazarnos el espacio cuando estamos dentro.
Reserva tu estancia en el Conjunto Satélite en www.casitamx.com
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