Hugo Sánchez… y la repetición

La convivencia del éxito y el fracaso: una reflexión

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texto Juan Carlos Martín
fotografía Emmanuel Campos

En un momento de aburrimiento aplastante, al lado de una chimenea y con la lluvia interminable de fondo —una escena de cuatro personas que parecía más un encierro forzoso que un buen rato al lado del fuego—, decidimos disfrutar un rato de conciencia alterada. La operación se repitió unas tres veces, y al transcurrir el tiempo, se hizo evidente que el efecto de sensualidad y armonía que perseguíamos no se manifestaría nunca. La droga tuvo el efecto contrario: de pronto estábamos los cuatro, metidos en un cuarto de hotel, en un estado de incontinencia verbal. La plática nos llevó a la revista 192, y en ese momento pensé en la idea del fracaso como un tema posible para el siguiente número. La sociedad promueve el éxito porque es visto como algo bueno; ¿no sería interesante reflexionar acerca del fracaso y hacer un número de la revista que explorara la idea del fracaso como aprendizaje?

 

El tema se quedó gritando en mi mente. Tal vez el fracaso era esa gran diferencia entre la intención y la realización. Una ecuación que podría escribirse así: intención-expectativa-realización.

Semanas más tarde, me confirmaron que el siguiente número de 192 sería sobre el fracaso; días después me comentaron que necesitaban entrevistar a un deportista; horas más adelante me preguntaron qué pensaba sobre Hugo Sánchez, y luego de algunos minutos, si me gustaría entrevistarlo. Segundos pasaron y respondí que sí.

 

Pensé que el fracaso es un camino intrínseco en la búsqueda de cualquier sueño: el fracaso te sucederá y te provee con la sabiduría necesaria para obtener ese sueño. El fracaso es conocimiento y el conocimiento es éxito. Me acordé del artista John Baldessari, que le decía a sus alumnos: “El arte nace del fracaso. Tienen que probar cosas. No pueden sentarse ahí, aterrorizados por la posibilidad de cometer un error o de no estar en lo correcto diciendo: ‘no haré nada hasta producir una obra de arte.’ El fracaso, por de nición, nos lleva más allá de aquello que asumimos conocer: Nos obliga a cruzar una frontera hacia lo desconocido”.

 

Al escribir este artículo atravesé momentos de enorme ansiedad; me preocupaba no tener nada valioso que decir, consideraba que no era lo su cientemente bueno para hacer esta entrevista. Pensaba: ¿realmente quiero publicar algo que la gente no va a leer?¿Quiero hablar de mi propio fracaso? ¿En qué momento acepté? Me asustaba mi propia vulnerabilidad como escritor. ¿No sería irónico fracasar en mi artículo sobre el fracaso?

 

El martes 16 de agosto me presenté puntual, a las 3 de la tarde, en casa de Hugo Sánchez. Estaba nervioso. Al pensar en Hugo, miles de recuerdos aparecían en mi cabeza. El primero era de 1975, cuando mi padre, un converso del buen futbol, nos había llevado a ver a la Selección Pre Olímpica jugar en la Bombonera de Toluca. Era el primer partido que yo veía en un estadio fuera del DF. Recordé cómo viví con tanta admiración y dolor la carrera de Hugo en los Pumas. Le voy al Cruz Azul y Hugo era una verdadera pesadilla para las defensas azules. No sólo eso: en su último partido en México, en 1981, los Pumas habían vencido al Cruz Azul en la nal (4 a 1), con un golazo de Hugo. Luego, en su etapa con el Real Madrid, que coincidió con mi etapa en la escuela de cine, me escapaba todos los miércoles a mi casa para poder ver los partidos de la copa de Europa, que se jugaban a la una y media de la tarde, para luego regresar corriendo a las clases vespertinas.

 

Hugo había tenido un impacto en mi vida muy fuerte, representaba lo extraño, lo inusual: un jugador mexicano de futbol con éxito en Europa. En una época anterior a la globalización, esto parecía un milagro y, como todos los mexicanos, también me rendí ante su enorme talento y su mentalidad ganadora.

 

A las 3:20 de la tarde apareció Hugo en su casa. Venía del gimnasio. Rápidamente nos saludamos y nos hizo un recorrido veloz de su espacio. Allí estaban los cinco trofeos ganados como Pichichi de la liga española; su botín de Oro ganado en la temporada 89-90 con 38 goles —cifra que empataba la máxima cantidad de goles anotados que ostentaba Telmo Zarra desde 1951—. Estaban también colgadas fotos de su padre vestido de futbolista; de Horacio y Héctor, sus hermanos; un cuadro de Hugo con los distintos uniformes de los clubes donde había jugado: los Pumas, el San Diego Soccers, el Atlético de Madrid, el Real Madrid, el América, el Rayo Vallecano, el Atlante, el Linz de Austria, los Dallas Burns y el Celaya. Habían retratos de su hijo, Hugo Sánchez Portugal, muerto de manera trágica; fotos que Hugo nos mostraba diciendo, “que en paz descanse”. Me dolía escuchar esto siendo padre de dos hijos.

 

Hugo se metió a bañar y nos pidió esperarlo; tuve tiempo de sentir nervios y de revisar mis notas. Apareció bañado y sonriente. Rápidamente me hizo sentir cómodo, y con una disposición sorprendente, se sentó a platicar conmigo.

 

Juan Carlos Marin (JCM): ¿Qué piensas de la palabra fracaso?

 

Hugo Sánchez (HS): Es una palabra que intento no utilizar nunca. Es una palabra fuerte que puede afectar tu confianza.

 

JCM: ¿Cómo descubriste el deporte?

 

HS: Desde niño tuve facultades y dones para destacar en el deporte, pero sobre todo en el futbol, ya que mi padre y mi madre eran deportistas. Mi padre jugó en el Asturias y el Atlante, como delantero, de manera semiprofesional, porque en esa época no se ganaba buen dinero en el futbol. Era mecánico automotriz y tenía que mantener a una familia numerosa, éramos seis. Mi madre se dedicaba al hogar.

 

JCM: ¿A qué edad llegaste a los Pumas?

 

HS: A los 11 años, cuando mi padre y mi madre me dieron el visto bueno para poder tomar autobuses porque tenía que ir a Ciudad Universitaria a entrenar con las fuerzas básicas de los Pumas. Empecé en la cuarta infantil, luego la tercera infantil, en todas las categorías tuve la fortuna de ser el máximo goleador de esos torneos.

 

JCM: ¿Es cierto que tu hermano Horacio no te quería llevar a que te probaras con la selección preolímpica?

 

HS: Horacio era preseleccionado en la selección Olímpica para Múnich 72. Daba entrevistas, salía en televisión, le pedían autógrafos… me le quedaba mirando y decía: quiero ser como mi hermano. Se me quedó grabado el deseo de ir a los Juegos Olímpicos.

 

Cuando Horacio regresa de Múnich, le insistí para que me llevara a probar a la selección y ver si me aceptaban. Es gracioso porque le lavaba el coche, le boleaba los zapatos, le hacía una cantidad de gestiones para que se animara a llevarme. Cuando se hartó de mí, me llevó. Tenía 14 años. Al llegar con Alfonso Portugal y Julio Larios, Horacio les dijo: “bueno, traigo a mi hermano para que le hagan una prueba”, y ellos, volteando a todos lados le preguntaron: “¿y dónde está tuhermano?”.Estaba al lado de él,estaba tan niño y tan poco embarnecido, que le dijeron a Horacio: “¡¿él?!”. El más joven en ese entonces era Víctor Rangel, que tenía 16 años, yo tenía 14. Me hicieron la prueba y me lucí, metí cuatro goles. La etapa de la selección olímpica fue muy bonita, de los 14 hasta los 17 años. Estuve en los torneos de Cannes 74, 75 y 76; en los Torneos de Toulón 75 y 76; en los juegos Panamericanos de 75, donde ganamos la medalla de oro. En Cannes 75 ganamos el campeonato que en ese entonces era considerado como el Mundial Juvenil. Luego vinieron los Juegos Olímpicos en Montreal. Esa etapa me dio mucha experiencia y con anza, me dio esa cultura que te dan los viajes, y al mismo tiempo no dejaba de estudiar, que era la condición de mi madre y mi padre. Al llegar los Juegos Olímpicos, llevaba 80 partidos internacionales. La experiencia de jugar en unas Olimpiadas fue fantástica por la convivencia, por la competición. Lamentablemente no clasi camos en la primera ronda, y fue una frustración no haber avanzado más. Pero llegar a los Olímpicos ya era un éxito porque no éramos profesionales. Me hice profesional con Pumas en 1976.

 

JCM: ¿La gimnasia olímpica en qué momento entró en tu vida? Siento que la gimnasia te dotó de algo como delantero que yo no había visto antes.

 

HS: Qué bueno que me recuerdas. En ese entonces, cuando vivía en la colonia Jardín Balbuena, era hiperactivo, muy inquieto, el deporte me gustaba mucho. Quería honrar un mensaje de mi madre cuando me dijo que tenía que ser el mejor en todo: el mejor hijo, el mejor hermano, el mejor padre, el mejor esposo, el mejor futbolista, el mejor estudiante… He intentado ser el mejor en todo. Seguramente no lo he sido, pero he estado cerca de ser el mejor en algunas cosas, y con esa mentalidad crecí.

 

JCM: Hay algo que me gustaría platicarte. No podemos hablar de iconos, genios o Mavericks sin hablar del fracaso, porque todos lograron grandes cosas, pero atravesaron grandes fracasos. Edison cuenta que le tomó 10,000 intentos descubrir el foco; dice que no fracasó esos 10,000 intentos, sino que aprendió 10,000 maneras nuevas de probar algo. Y habla de cómo los héroes, los ídolos que viven el fracaso, lo hacen de una manera fácil, porque su necesidad de éxito es tan fuerte que el fracaso no los detiene.

 

HS: El hecho de querer ser el mejor en todo, indudablemente, hace que la labor y el trabajo sean mayores. No he conocido otro método mejor que las repeticiones, así como bien dices de Edison y sus 10,000 intentos. He estado cerca. El remate de chilena, por ejemplo, es un remate que mi padre hacía. Yo estaba muy chico aún, veía que mi padre hacía la chilena, y un día le pregunté: “oye, ¿y ese remate?”, “pues es una chilena que vi”, “y quién la hizo”, “pues un chileno”. Entonces, en honor a mi padre decidí hacer de la chilena mi remate favorito. Desde los cuatro años empecé a agarrar la pelota y hacía ¡pum! Hacía chilenas donde fuera. Repetía, repetía y repetía, al grado que se me quedó, no una manía, pero sí la costumbre de quedarme después de los entrenamientos media hora, una hora u hora y media, perfeccionando la chilena. Querer ser el mejor me hacía repetir cada remate o cada jugada que necesitaba entrenar, y eso me dio la tranquilidad, la seguridad, de que cuando venían los partidos y se presentaba una situación similar a lo que ya había entrenado, se me hacía muy fácil y cómodo hacerlo. Creo que lo de las repeticiones es el mejor ejercicio para superarse uno mismo.

 

JCM: Jorge Valdano describe cómo tu personalidad y la seguridad en ti mismo, eran tan fuertes que eras capaz de reconocer tus limitaciones para potenciarlas mediante la sabia práctica.

 

HS: Jorge es muy profundo en sus análisis y es muy certero en sus comentarios. Es un tipo que ha destacado. Tengo muy buena relación con él.

 

JCM: Todas las sociedades conocen el fracaso mejor de lo que quisieran admitirlo: romances fracasados, carreras fracasadas, políticas fracasadas, ideologías fracasadas, injusticias, humanidad fracasada…

 

HS: Nunca me gustó utilizar la palabra fracaso o fracasar, me daba miedo sentir que esa palabra invadiera mi cuerpo. Siempre la rechacé. Ahora que estás utilizado la palabra fracasar, siento que no entra dentro de mi libro, de mi biografía.

 

JCM: Bueno el fracaso y el éxito son parecidos porque en ambos casos es la diferencia que hay entre la intención y el logro.

 

HS: No cumplir las metas no signi ca realmente un fracaso; a lo mejor es porque no se estuvo capacitado ni preparado para conseguir el objetivo trazado. He sido muy cabezón desde niño: meta que me propongo, meta que tengo que cumplir. Si es algo que depende de mí, no paro hasta conseguirlo, pero si es a nivel equipo, tristemente tampoco entra el tema del fracaso, porque no depende solamente de ti, sino de un grupo de gente que está contigo. El hecho de no haber conseguido un título importante con la selección mayor, por ejemplo, todavía me duele. El futbol mexicano no está como para que lleguemos a esos alcances de ganar una copa América o un Mundial. Me siento profesional como muchos otros profesionales que hemos destacado de manera individual, pero no a nivel colectivo. No hemos tenido el respaldo ni el apoyo de México, y tuvimos que irnos fuera para demostrar que nuestro alcance era más que lo que nos estaban permitiendo lograr en nuestro país.

 

JCM: ¿De dónde viene la confianza en ti mismo?

 

HS: Hay esta anécdota que siempre cuento: un día mi padre estaba en la casa jugando dominó con sus compadres; volví de jugar en la calle y entré a saludar. Mi padre dijo: “Hugo, ¿cómo te fue?”, “muy bien, papá”. Me dijo: “¿jugaste?”, “sí”, “¿Y cómo quedaron?” Le respondí: “ganamos 19-5”, y preguntó: “¿y cuántos goles metiste?”, “metí 12”, “eso me gusta, hijo”. Entonces él, presumiendo a su hijo, les dijo a sus amigos: “¿saben quién es este niño?”, y respondieron: “pues tu hijo Hugo”. Él contestó: “no, este niño va a ser el mejor jugador mexicano de todos los tiempos”. Me quedé sorprendido mirándolo a él, y dentro de mí, me dije: “ya verás que no te voy a dejar mal con tus amigos y lo voy a conseguir”. Se convirtió en una jación, una meta, un objetivo. A partir de ese momento hice cosas todos los días para ir mejorando y no defraudar a mi padre.

 

JCM: Fracasar es traicionar tus habilidades, y tú las depuraste para llegar a donde querías estar. Volvamos a los 70. ¿Quién te bautizó como el Niño de Oro?

 

HS: Fue Gustavo Ramos Galán, que en paz descase, periodista mexicano del Esto. Estaba en el torneo de Cannes en 75, donde salimos campeones, fui el máximo goleador y considerado el mejor jugador del Torneo. Gustavo Ramos Galán en su crónica dice que un periodista francés me cali có como el Niño de Oro, en francés no sé cómo se diga.

 

JCM: L’enfant d’or.

 

HS: Mira cómo es el malinchismo mexicano. Gustavo Ramos Galán pensó: “si bautizo a Hugo Sánchez como el Niño de Oro mexicano, no va a tener tanta trascendencia; voy a inventar que un periodista francés fue el que lo dijo”. Y se quedó para siempre.

 

JCM: Tu mayor cualidad como futbolista tal vez sea la ambición, además de la técnica, la velocidad mental y la potencia.

 

HS: Creo que la mentalidad me ha ayudado muchísimo, además de los genes, la educación, la cultura, los estudios. El tema psicológico in uye mucho en el aspecto humano. Si mentalmente no estás preparado, es difícil aguantar tensiones o situaciones de presión muy elevadas, y eso te lo va dando la experiencia y la cantidad de partidos, los viajes, momentos importantes que vas viviendo y, luego, los años.

 

JCM: Vamos un poquito antes, al Mundial de 78 con la selección mexicana en Argentina.

 

HS: José Antonio Roca, que en paz descanse, es otro de mis padres deportivos. Si no hubiera sido por su visión de crear una selección joven —la selección más joven de ese Mundial, promedio de edad 23 años—, no habríamos tenido la experiencia de vivir uno. Después de ese Mundial fue cuando vino mi boom a nivel europeo. Regresé a México para seguir madurando, y eso me permitió llamar la atención en España con el Atlético de Madrid. Tenía que decidir entre el Arsenal y el Atlético, pero quería terminar mi carrera de Odontología como agradecimiento a mis padres por haberme dado el apoyo en mis estudios. Tener una carrera me iba a permitir salir al campo sin temor a una lesión, pues tenía el respaldo de una profesión. No entraba con miedo a la cancha; al revés, entraba para divertirme.

 

JCM: ¿Quiénes fueron tus maestros?

 

HS: Todos los entrenadores que he tenido. Desde las fuerzas básicas.

 

JCM: ¿Qué te impactó más de todos ellos?

 

HS: Mi padre trabajaba todo el día en el taller mecánico; llegaba siempre tarde y muy cansado. Veía un rato la televisión, cenábamos juntos y se dormía. Los entrenadores que tuve, en cambio, los tomé como padres, porque cuando tenía que preguntar algo relacionado con una situación de hombre o de padre a hijo, les preguntaba a ellos.

 

JCM: ¿Qué deportista contemporáneo tuyo te empujó a ser mejor?

 

HS: Maradona. Resulta que cuando yo estaba en Pumas, surgió un año antes la noticia de que Maradona se iba a jugar al Barcelona y su costo era de un millón de dólares. Un directivo mexicano, Arnoldo Levinson, dijo: “si Maradona vale un millón de dólares y se va al Barcelona, Hugo Sánchez, en cualquier equipo, vale un millón de dólares también”. Entonces se creó una especie de competencia, de pique, y eso me ayudó. Es una referencia de competición como la pueden tener Messi y Cristiano Ronaldo.

 

JCM: ¿Cómo fue tu llegada al Atlético de Madrid? ¿Sientes que esos primeros años difíciles en el Atlético te dieron la fuerza para sobresalir como lo hiciste después?

 

HS: La gente decía: “queremos futbolistas, no mariachis”. Me daban cali cativos porque no había ese prestigio, había que ganarlo. Me costó mucho convencer al público y no paré hasta lograrlo, al grado que tuve que renunciar a 50% de mi sueldo con el Atlético de Madrid, porque me querían regresar a México. He tenido inicios en equipos que han sido muy difíciles…

 

JCM: ¿Esas di cultades te obligan a sacar lo mejor de ti mismo?

 

HS: Claro, te comprometen a poner más dedicación y más entereza para que haya ese convencimiento, para demostrar lo que sé que valgo.

 

JCM: Y luego llegas al Real Madrid y todo empieza a funcionar. Es la quinta del Buitre, es un equipo maravilloso. A ese equipo sólo le faltó ganar una Copa Europea.

 

HS: Si, nos faltó la Champions. Fue una tristeza porque estábamos en una etapa muy bonita del Real Madrid que fue llamada la segunda época dorada después de la de Di Stefano, Gento, Rial, Kopa. La Quinta de los machos, ganamos cinco ligas seguidas, la uefa, tres supercopas: una Copa del Rey, ademas de los títulos individuales que gané.

 

JCM: Y cuando viniste a México en 86, ¿qué pasó? ¿Es cierto que había jugadores que no querían que vinieras? ¿Que Aguirre y Tomás Boy no querían que vinieras?

 

HS: No, ellos no tenían ese poder.

 

JCM: ¿Cómo vives tu llegada? Siento que Argentina fue campeón del mundo en el 86 cuando Bilardo le dio el gafete de capitán a Maradona y se lo quitó a Pasarela.

 

HS: Los jugadores se le hincaron a Maradona para que aceptara y fuera el capitán. En cambio a mí me pedían que no lo fuera.

JCM: ¿Cómo lo viviste?

 

HS: Me dieron ganas de mandar a la mierda a todos. Cómo podían tener esa mentalidad tan estúpida de pedirme como favor que renunciara a la capitanía…

 

JCM: ¿Te lo pidieron los jugadores? Fue el caso inverso de Maradona. ¿A eso le llamas desilusión más que fracaso?

 

HS: Fracaso de ellos. Me estaban pidiendo que me bajara a su nivel para que el celo y la envidia fueran menores.

 

JCM: Estamos en México en el 86. ¿Qué sientes cuando fallas el penalti frente a Paraguay? ¿Es otra desilusión?

 

HS: Me liberé del calificativo de que era un robot perfecto que metía goles y que no fallaba; me sentí ser humano otra vez.

 

JCM: Luego viene el partido contra Alemania, que es un partido donde México dominaba, y te atacaron los calambres. Decidiste no tirar ningún penalti al final.

 

HS: No podía. Jamás había sentido algo así…

 

JCM: ¿Qué sentiste en el 90 cuando se anunció que no íbamos a ir al Mundial por el problema de los cachirules?

 

HS: En el 90, cuando gané la Bota de Oro, era mi mejor momento. Me dieron ganas de cambiarme de nacionalidad para poder competir con otro país, y lamentablemente, por culpa de los dirigentes imbéciles, no pude ir a ese Mundial.

 

JCM: Hay una frase que dice: Lo más rápido que fracaso, lo más rápido que aprendo.

 

HS: Creo que es parte de la vida misma. Cuando comienzas una aventura y no te sale bien, no es fracaso, le llamaría intento. Pero insisto hasta que me salga bien y, cuando pasa, lo valoro mucho más.

 

JCM: Y tiene que ver con el esfuerzo también y con la persistencia.

 

HS: Y con el orgullo, la constancia y la perseverancia; con abrir las barreras que te están obstaculizando lograr tu objetivo. Todo eso se llama estrategia.

 

JCM: Ángel Capa dijo: “Pagué un boleto en el Bernabéu para ver exclusivamente a Hugo Sánchez, sólo a él, no me interesó el partido, así que me puse detrás de la portería. Me di cuenta de que Hugo iba al revés de la jugada: si todo iba por la derecha con Michel, Hugo giraba y se ponía del otro lado. Si la pelota iba hacia Gordillo, Hugo giraba y se ponía del otro lado. Quiere decir que cuando lo encontraban, lo hacían de frente a la portería. Para todos aquellos que hablan de los delanteros que juegan de espaldas a la portería, me di cuenta con Hugo Sánchez, que el que juega de espaldas a la portería, es porque no sabe jugar”.

 

HS: Él es muy inteligente y muy observador. Me gustan las personas observadoras porque para conseguir algo hay que tener una estrategia y sacar ventaja. Lo que yo hacía era sacar ventaja de los defensas: cuando la pelota iba por la izquierda, yo me iba por la derecha —los defensas iban a estar viendo la pelota y no a mí—, y cuando ya venía al centro y los defensas me volteaban a ver, me desplazaba. Como no me veían porque estaban de espaldas, entraba de atrás para adelante para ganarles la posición, y cuando querían reaccionar, era demasiado tarde.

 

JCM: Valdano dice sobre Hugo: “es una persona de no hacer muchos amigos, sino de concentrarse en su esfuerzo personal para predicar con el ejemplo en todos los partidos y entrenamientos”.

 

HS: Creo que es difícil tener amigos. Si todos somos honestos y since- ros, nos sobran dedos de las manos para contarlos. Yo era buen compañero, buen profesional, por mi equipo daba todo. Pero amigos, ami- gos son muy poquitos, y el que diga lo contrario, está mintiendo.

 

JCM: Cuéntame un poco lo de Mejía Baron en el 94 contra Bulgaria. Era un partido que México dominó; estaban los mejores tiradores de penaltis de México en la banca —Hermosillo, Benjamín Galindo y tú; Zague estaba muerto por el lado izquierdo, tu calentando por un tiempo que pareció in nito…

 

HS: Había un expulsado, Luis García. Los Búlgaros querían que ter- minara el partido porque sabían que nosotros estábamos acechando cada vez más su portería. Cuando terminó el partido, mi amigo Stoichov me dijo, ‘¡uff! no sabes el miedo que nos entró en el cuerpo cuando te vimos calentando; si hubieras entrado, habríamos perdido el partido. Dile a tu entrenador que gracias porque de haberte metido, estábamos derrotados psicológicamente.’

 

Mejía Barón se bloqueó y ésa fue la situación. Hubo algunas indicaciones de terceras personas que dijeron que ya no metiera a nadie. Nunca había visto a un entrenador que en 120 minutos, en una Copa del Mundo, no hiciera un solo cambio y encima con 10 hombres.

 

JCM: ¿Cómo es diferente la satisfacción de un entrenador a la de un jugador, en qué se diferencia la experiencia?

 

HS: Como jugador se disfruta más ser campeón. He trazado la trayectoria de mi vida usando como modelos a Beckenbauer, Platini, Johan Cruy , gente que ha dejado un legado. Jugador, entrenador, analista, comentarista y directivo, estoy esperando dar el paso grande cuando termine mi etapa de entrenador; si llega alguna propuesta interesante de algún equipo, tal vez en México, en Europa, no descarto aceptarlo. Mientras, sigo como analista y comentarista. Estoy a gusto, con menos presión y ganando más dinero que si estuviera entrenando a un equipo. Tengo más tiempo para estar con mi familia, para hacer otro tipo de cosas como una película documental que acabo de terminar.

 

Su representante lo llama por teléfono y le comunica que ya van tarde; al ver mi reloj me doy cuenta que el tiempo ha transcurrido con una velocidad inaudita, han pasado dos horas desde el inicio de la plática. Hugo nos mira amable, pero nuestro tiempo ha concluido. Tomamos el elevador y mientras descendemos 12 pisos, le hago una última pregunta.

 

JCM: ¿Tienes un pensamiento final acerca del fracaso?

 

HS: Creo que no lo siento. Todo lo que dependía de mí, pude conseguirlo, o casi todo: jugar con un equipo, estar en una Selección —eso te da a un nivel particular de metas y objetivos—. Me da miedo utilizar la palabra fracaso porque nunca lo he vivido, o me da miedo sentirlo y lucho contra eso.

 

Nos damos un apretón de manos, nos sonreímos. Bajo del elevador y Hugo continúa hacia el sótano; las puertas metálicas se cierran, veo su rostro desaparecer tras ellas. Me subo a un taxi, es un día nublado. En el trayecto pienso acerca de mis fracasos: el fracaso de esta entrevista con alguien que no piensa en el fracaso, el fracaso de mi película, el fracaso de mi matrimonio, el fracaso de algunas amistades, el fracaso cotidiano. Pienso en el increíble poder que se libera cuando no obtienes aquello que deseas y encuentras una manera de mantenerte feliz.

 

El taxi atraviesa la ciudad lluviosa y agradezco que me hayan empujado a hacer esta entrevista. Finalmente, pienso en todo lo que me han enseñado mis propios fracasos y en cómo siempre han sido el principio de algo nuevo. Me perdono.


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