Un vértigo que afirma la belleza de la transformación
texto Zunshu
estilismo Sophia Garduño
maquillaje Ana G de V
pelo Maximiliano Olivares
locación Casa Pani
toda la ropa Aerie
La evolución no es accidental, es un estado permanente, y Paulina Dávila la enfrenta siempre con un paso por delante. Transparente y firme, su oficio le abre espacios de exploración y transformación; se entrega a interpretar sin dejar de sostener una identidad y unos ideales profundamente arraigados. Ideales que rechazan la reproducción automática del mundo heredado, que reconocen la fuerza de lo comunitario y entienden que el arte tiene un valor tanto social como íntimo, donde lo masivo y lo personal se entrelazan, pero siempre regresando a la raíz de lo propio.
Los personajes de Paulina son un punto y aparte de su cotidiano; la construcción de cada uno se intuye en su mirada y en su manera de habitar el espacio. Aunque se transforma frente a la cámara, nunca pierde la autenticidad que la define cuando las luces se apagan. Para esta entrevista, responde nuestra videollamada desde una terraza rodeada de naturaleza, con el cielo despejado y sentada en una silla Acapulco, con su gato Humo recostado en el hombro: un escenario que, de alguna manera, condensa el tono de la conversación que sigue.

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Zunshu (Z): Más allá de los créditos y los papeles, hay un recorrido íntimo que toda actriz transita: el de construirse a sí misma. Me gustaría que me cuentes cómo empezó ese viaje para ti. ¿Qué fue lo que encendió la chispa de dedicarte a actuar y cómo ese impulso te trajo a México? No desde los datos, sino desde las emociones, los momentos y las decisiones que marcaron ese camino.
Paulina Dávila (PD): Desde muy joven supe, sin necesariamente entender lo que eso implicaba, que quería ser actriz. Tenía una inquietud por la identidad y la transformación, una especie de histrionismo natural y una curiosidad muy grande. Desde chiquita jugaba mucho con mi imaginación y me di cuenta de que la actuación podía ser un vehículo para imaginar aún más. Mi camino lo he trazado con trabajo duro y mucha voluntad, sin perder de vista mis objetivos.
Siempre estaré agradecida con México. Ha sido un país lleno de oportunidades y hoy lo llamo mi hogar. Aquí mi carrera ha florecido, aunque eso también implica estar lejos de mi familia: no se puede tener todo. Empecé en Colombia, estudié Arte y me tomó tiempo dar el primer paso hacia la actuación. Ser actriz se sentía como un sueño guajiro, así que estudiar Arte parecía la segunda opción más lógica.
Cuando le dije a mi familia que quería estudiar Actuación, no confiaban del todo en que fuera un empleo realista. Mientras cursaba Artes Visuales estudié Actuación de manera paralela y, antes de graduarme, ya había empezado a trabajar como actriz.
Mi primer proyecto fue en México: todavía estudiante, tuve un casting por Skype con Fernando Frías. Así fue como vine por primera vez. En esa experiencia, algo dentro de mí me dijo que aquí había mucho más para mí, y ahora, después de haber recorrido este camino, un pedacito de mí ya se siente mexicano.
Z: Tu historia es una de transformación. En ese proceso de descubrimiento y evolución, pienso mucho en cómo es emigrar, porque no implica sólo un traslado físico, sino también una transformación interna. ¿De qué manera estos cambios han moldeado tu manera de mirar y de encontrar belleza en lo cotidiano?
PD: La transformación y la flexibilidad están muy presentes en mi vida. Creo en el poder de dejarte afectar por lo que te rodea, y la actuación tiene mucho que ver con eso. Esta constante pasión por descubrirme una y otra vez es lo que me hace enamorarme de lo que hago: me permite explorar distintos lados de mí. Vivir y descubrirme con libertad siempre ha sido muy importante, y al final, eso permea todo lo que hago.

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Z: Cuando estás en el proceso de construir un personaje y este llega a ti, no es sólo una creación unilateral: el personaje también te transforma. ¿Recuerdas alguna ocasión en la que un papel te haya mostrado una forma distinta de ver la belleza, ya sea en ti misma o en el mundo que te rodea?
PD: Cien por ciento. Veo belleza todo el tiempo y en todos lados: en las cosas, en las personas, y por ende, en los personajes. Para mí hay una conexión profunda entre la espiritualidad y la belleza. Es algo abstracto, pero me guía por el mundo: seguir lo bello, buscarlo. Lo bello, para mí, es subjetivo.
Cuando hablo de belleza, no me refiero sólo a lo estético, sino a algo más complejo, quizá menos evidente. Creo que es un asunto interesante y completamente ligado a lo que hago. Los personajes me obligan a mirar y a confrontarme: a ver partes de mí que a veces me cuestan, que no tenía claras o que ni sabía que existían. Siempre es un proceso de autorreconocimiento, porque un personaje bien construido funciona como un espejo. No hay otro lugar más claro para verte para delimitar tus propios límites frente a los del personaje.
Cada quien aborda la construcción de un personaje y este oficio de manera diferente. A veces, mientras trabajo en él, no tengo tanta claridad; sólo en retrospectiva reconozco y entiendo las pequeñas cosas que me dejó. Incluso aprender algo nuevo forma parte de hacer un personaje.
Sí creo que hay una relación directa entre lo que es bello y lo que destaco en los personajes. Esa transformación de la que hablábamos está presente tanto en mi vida personal como en mi carrera de actriz.
Z: Me quedó muy grabado cuando mencionaste que el arte es un espejo, que refleja, pero también, por decirlo así, un faro que ilumina zonas desconocidas. ¿Cuándo fue la última vez que un personaje te permitió descubrir algo que no habías notado antes?
PD: Creo que cada personaje es un proceso de integración: integrar partes de ti que no necesariamente están afuera o que simplemente no reconocías. Diría que el último proyecto que filmé a principios de este año, una película que se llama Santita, implicó irme a una búsqueda y acceder a un mundo que antes no conocía tan a profundidad. Me obligó a mirar mi propia historia en relación con los temas que transitaba mi personaje y, de alguna manera, fue un proceso de sanación muy poderoso para mí, algo que nunca me imaginé. Nunca pensé que a través de un personaje iba a sanar una parte de mi historia.
Es difícil hablar de eso sin spoilear, pero fue un proceso de mucho aprendizaje, de entender mi propia relación con los asuntos que atraviesa el personaje, que son esenciales en ella y, en menor medida, en mí. Tuve que encarnar a alguien con una experiencia muy distinta de vida.

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Z: Hablando de los personajes que has tenido a lo largo de tu carrera, has interpretado a mujeres de diferentes épocas y contextos… ¿Qué te enseñan estas vidas prestadas sobre la manera en que la belleza se narra y se entiende en distintos tiempos y lugares?
PD: Por ejemplo, en la serie Chespirito: sin querer queriendo (2025), interpreto a Graciela, una mujer de una época muy diferente a la mía, más cercana a mi abuela que a mí. Eso me ubica y me hace reconocer las oportunidades que he tenido por ser mujer en mi tiempo, en contraste con las de una mujer de otra generación. Hacer el paralelo con mi abuela también me permitió acercarme a la vida de este personaje a través de la experiencia de mi propio legado femenino.
Muchas mujeres comparten ciertos rasgos; Graciela y mi abuela dedicaron gran parte de su vida a criar hijos y al hogar, lo que definió su relación con la feminidad y con el mundo. Verme desde ese lugar, incluso desde cómo se expresaba estéticamente esa feminidad —el sacrificio, los procesos, los tiempos— me permitió valorar la libertad que hoy tengo para moverme por el mundo como quiero. Mujeres como Graciela tenían exigencias muy particulares con su aspecto físico; hoy podemos decidir y no regirnos por las mismas reglas.
El proceso con Graciela fue bonito también porque me permitió darle lugar a su vida y honrar lo que implicaba ser mujer en esa época: imaginar su rutina, su corporalidad, los zapatos, la ropa, los tiempos. Para mí, hoy la comodidad y la libertad personal pesan más que cumplir con un canon estético. Fue una reflexión interesante sobre cómo se vivía y se percibía la feminidad entonces, comparado con mi propia experiencia contemporánea.
Z: Me parece muy valioso lo que señalas sobre cómo estos rituales y procesos de belleza han evolucionado: ahora la belleza puede ocupar un segundo plano, y para nuestra generación hay más facilidad de pensar en la belleza interior, en uno mismo.
PD: Sí, hay una relación con una belleza más democrática, con más maneras de abordarla. Cada quien tiene la posibilidad y la libertad, si su contexto lo permite, de explorar la belleza desde distintas perspectivas. Esto refleja una libertad más contemporánea, aunque claro, todavía hay contextos donde las reglas son más rígidas. Incluso hoy vemos movimientos digitales que buscan revivir estándares antiguos, como las tradwifes. La variedad es enorme; hay quienes deciden volver a cómo eran antes.

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Z: Sí, es muy interesante cómo los algoritmos están constantemente definiendo y redefiniendo la manera en que uno mismo puede expresarse o sentirse, ¿no? Estando en esta industria, ¿cómo cuidas tu identidad interior, esa que no se ve en cámara, para no perderte entre tantas voces: los requerimientos como actriz, la opinión pública y los personajes que interpretas.
PD: Es curioso, porque para mí funciona así: nunca siento que me pierdo a mí misma. Trabajo en función de algo, me pongo una máscara y juego con ella, pero siempre tengo claro que es un oficio con sus reglas. Cuando regreso a casa y me conecto con mis cosas, mis libros, mis velas y mis personas cercanas, es fácil volver a mí misma.
Estar en esta constante transformación también es ser yo. Por ejemplo, después de un proyecto muy intenso, siempre busco la naturaleza y lo mínimo: paso de estar todos los días maquillada a no usar ni una gota. Desde lo más superficial hasta lo más profundo, es una manera de tomar distancia del set y de la industria y reconectarme con otras cosas.
Ir al mar, al campo, a la naturaleza me ayuda a centrarme y a volver al presente. A veces me voy tan lejos que, al regresar, cuesta retomar el ritmo de los castings y reuniones; me toma tiempo reconectarme con la vida cotidiana. Creo que lo más difícil y lo más importante es poner todo en su justo lugar: trabajar de esto, pero mantenerlo sano.
Lo que más me ayuda es soltar, volver a lo básico, a lo tangible… volver a mi esencia. Quizá porque crecí rodeada de naturaleza, esa conexión es vital para mí. Últimamente me doy cuenta de que, en un mundo que va tan rápido, lleno de tendencias que se suceden una tras otra, encontrar paz en estos lugares es esencial.
Mis rituales incluyen ir a Colombia, al mar, a la naturaleza; despojarme de maquillaje y ropa, andar cómoda, despintarme las uñas, cortarme el pelo o cambiar de color: son procesos simbólicos de volver al neutro, a mí misma.
Z: Totalmente. Hablando de todo este cúmulo de experiencias dentro y fuera de los sets, el tiempo y la experiencia transforman la manera en que nos vemos y nos mostramos. Si pudieras conversar con la Paulina que dio sus primeros pasos en set, ¿qué le dirías sobre la belleza de la paciencia, la evolución y el oficio?
PD: Híjole… Le diría que sea paciente, que no se desespere, que todo llega a su tiempo. También le daría ánimos y le diría que está bien ser diferente, que está bien no encajar en todos los moldes, que está bien no complacer a todo el mundo y que haga las paces con eso.

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Z: Actuar implica una entrega emocional que muchas veces el público percibe como algo impalpable, invisible, pero poderoso. ¿Cómo es para ti lidiar con esa vulnerabilidad y encontrar la belleza en el propio acto de actuar?
PD: Para mí, actuar tiene mucho que ver con estar en servicio: al servicio del personaje, del director o de la idea general que se quiere contar. Hay una parte de actuar que no es completamente propia: aunque creas tu personaje, surgen cosas inesperadas. Estar al servicio de algo más te da una libertad diferente para entrar en contacto con aspectos profundos de tu propia vulnerabilidad y utilizarlos en función de algo mayor.
Me considero una persona muy sensible y en contacto con mi vulnerabilidad. Cada personaje exige cosas distintas; no todos te tienen que gustar o ser correctos para ti. En ese sentido, cada uno me guía y me indica por dónde ir. Algunos resultan más fáciles de empatizar, y conectar con sus emociones fluye de manera más orgánica.
Creo que la belleza también está en aceptar que nunca es igual; ningún proceso con un personaje es igual a otro. Hay aspectos prácticos, como el desglose del guion o entender su lugar en la historia, y otros intuitivos, que tienen que ver con encontrar el camino para abordar al personaje.
Z: ¿Cómo encuentras el camino adecuado para cada personaje? ¿Por dónde empiezas? Entendiendo la historia de lo que vas a interpretar, ¿qué es lo que te dicta el camino a seguir?
PD: Creo que lo más importante es partir del texto, de lo tangible, de lo que está escrito. Ese es siempre mi punto de partida. Según la naturaleza del personaje, empiezas a descubrirlo poco a poco. Al principio, puede dar vértigo: ves escenas que no tienen nada que ver contigo y piensas “¿cómo voy a hacer esto?”; las herramientas para abordarlo aparecen a medida que lo conoces.
Para mí, primero trato de entender de dónde viene el personaje, qué lo motiva y qué lo lleva a actuar así dentro de la historia. A partir de ahí, hago una especie de mapa o ruta. Siempre trabajo con libretas: además del guion, voy anotando pistas del comportamiento, lo que es importante, detalles que el personaje no dice, pero que están implícitos. Es un trabajo detectivesco.
Hoy en día tengo más herramientas, pero no podría decir que tengo una sola técnica. Analizo desde distintos niveles: racional, emocional, mental, espiritual y físico. Amo el set, amo filmar y amo actuar. Me siento dichosa en el proceso creativo: la preparación, el descubrimiento y la creación, el trabajo de mesa, todo me fascina.
Además, es un trabajo colectivo: confrontas tus decisiones con el director y con otros, y hay muchas cosas que tú no ves y que alguien más percibe. Esa colaboración, esa posibilidad de hacer algo de la nada gracias al esfuerzo y la creatividad de un grupo, es para mí simplemente bellísimo.

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Zunshu es diseñador industrial, aunque alguna vez se imaginó arquitecto; en otra ocasión probó suerte como stylist, artista, comentador y fotógrafo. Hoy mezcla un poco de todo aquello que alguna vez lo tentó. Apasionado de la moda, el cine, las conversaciones profundas y del diseño accidental de las ciudades —pero no le pregunten demasiado sobre ninguno de esos temas, es un apasionado casual—. Forma parte del equipo editorial de 192.
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