
El deseo se vuelve tensión y el género se descompone
fotografía Natalia Martín
La moda, en su expresión más transgresora, se convierte en un poderoso lenguaje que desestabiliza las convenciones y nos obliga a repensar los límites de la masculinidad. A través de ella, un grupo de diseñadores contemporáneos, cuya especialización es el menswear, se levanta para desafiar las normas establecidas, utilizando la cultura, el tiempo y la pasión como un medio para explorar la identidad, el cuerpo y el género en toda su complejidad. Sus creaciones, lejos de la monotonía de las tendencias, se transforman en un manifiesto no sólo visual sino físico que incomoda, provoca y cuestiona, al mismo tiempo que reflexiona sobre el tiempo presente y lo inmortaliza en cada colección, foto y decisión empresarial.
Estos diseñadores, como verdaderos escritores de la moda, se sumergen en las profundidades de la introspección, la liberación y la creación de espacios seguros donde la individualidad se celebra sin restricciones. Su labor convierte la moda en una ventana hacia un futuro donde el deber ser se desvanece y la libertad individual se convierte en el nuevo paradigma que la moda mexicana necesita.
En el paisaje incierto de la moda contemporánea, donde el exceso y la ironía coexisten con la nostalgia de la sastrería clásica, hay nombres que parecen operar como fracturas en la narrativa. Víctor Barragán es uno de ellos. No porque rompa el sistema —eso sería un gesto demasiado predecible—, sino porque lo disloca, lo deja tambaleante, lo despoja de sus certezas y lo devuelve como un cuerpo alterado, a veces desmembrado, a veces grotesco, pero siempre inquietante. Barragán no diseña ropa; diseña tensiones.
Desde sus primeras colecciones, la obra del diseñador mexicano ha sido un campo de batalla en el que la masculinidad se fragmenta, se expone, se ridiculiza o se sublima. “La masculinidad en mi trabajo es un espacio de exploración. Puede ser agresiva, vulnerable, exagerada o completamente rota. Me interesa cómo la moda toma estos códigos y los desarma, los exagera o los convierte en otra cosa”, señala Barragán. ¿Diseña para hombres? ¿Para nadie en particular? ¿Para un futuro donde los géneros son sólo una categoría obsoleta en el inventario del capitalismo? “Nunca he pensado en mi ropa como menswear o womenswear. Diseñar menswear hoy puede significar muchas cosas, pero creo que es más interesante cuando no está limitado a una idea tradicional de masculinidad”, explica. En su trabajo se hacen presentes signos que se multiplican y se desplazan: torsos desnudos, referencias mexicanas, piel y licra en un mismo susurro de provocación, referencias al erotismo industrial de los 80 mezcladas con guiños a la cultura popular más camp. Barragán toma la figura de la persona —esa estatua que la moda ha tratado de preservar con formas rígidas y patrones predecibles— y la vuelve porosa, inestable, incómoda.
Pero si su discurso sobre la masculinidad —o el cuestionamiento de ello— ha sido subversivo, lo que realmente perturba de su obra es su mirada sobre el cuerpo. En un sistema que todavía glorifica la armonía y la funcionalidad, Barragán impone una estética de lo descompuesto. “No pienso en género como una estructura rígida cuando diseño. Me interesa más la forma, la actitud y cómo una prenda puede transformar a quien la usa”, comenta. Sus piezas a veces parecen no encajar, como si hubieran sido diseñadas para un organismo aún en construcción. No es casual que muchas de sus imágenes publicitarias recuerden a las cirugías plásticas, a la carne modificada, al cuerpo como un campo de experimentación violento. “La moda hoy es puro consumo visual. Todo es rápido, desechable y sobrecargado. En mi trabajo, intento reflejar esa sensación, pero también cuestionarla”, dice el diseñador. Aquí, el “bello ideal” de la moda se desmorona para dar paso a una fisicalidad más cruda, casi quirúrgica.
“México está en todo lo que hago, aunque no de una forma obvia o folclórica. No me interesa la nostalgia, sino la realidad de México hoy: su caos, su brutalidad, su belleza, su ironía.”
Es en este punto donde la relación de Barragán con la cultura pop cobra un matiz singular. Mientras otros diseñadores recurren a los íconos de la nostalgia para construir relatos reconfortantes, él los dinamita, los hace grotescos. “La cultura pop es un material con el que me gusta jugar, pero no me interesa reciclarla de forma vacía. Prefiero deformarla, sacarla de contexto, hacerla grotesca o absurda”. Sus referencias no son un homenaje, sino una distorsión. Una imagen de la infancia se puede convertir en una pesadilla visual; un guiño a la elegancia de los años 90 puede terminar en una secuencia de hiperviolencia o en una escenografía decadente que parece salida de un VHS con intervención de Inteligencia Artificial encontrado en un mercado negro. “A veces la gente se incomoda porque ve algo familiar en un lugar inesperado, pero eso es lo que lo hace interesante”, agrega Barragán. La estética del horror y el exceso no son aquí un adorno ni un capricho visual, sino una forma de decir lo indecible: que el deseo, la identidad y el poder están siempre ligados a la brutalidad, al artificio y a la muerte.
Para Barragán, la moda no es sólo un reflejo de la cultura, sino su síntoma más oscuro. A través de sus colecciones, podemos leer el presente y sus fracturas: la masculinidad en crisis, la fascinación por lo digital y lo obsceno, la obsesión por el cuerpo como un espacio de transformación y mutilación. “México está en todo lo que hago, aunque no de una forma obvia o folclórica. No me interesa la nostalgia, sino la realidad de México hoy: su caos, su brutalidad, su belleza, su ironía”, afirma el diseñador. No es casual que su trabajo sea recibido con tanta resistencia en México, donde el mainstream de la moda sigue atrapado en la reverencia por la “artesanía” como único discurso válido, o en la adopción acrítica de tendencias extranjeras. “En EEUU, mi trabajo a veces se ve como exótico o subversivo, pero en México puede ser incómodo o hasta irreverente. Me interesa esa fricción, ese punto donde la gente no sabe si sentirse atraída o rechazada”, explica. Barragán no encaja en esta narrativa porque su trabajo no busca enaltecer ni reconciliar, sino exponer, exasperar y, en el mejor de los casos, hacer dudar.
Si su moda es política, no lo es en el sentido panfletario de la palabra, sino en su capacidad de desestabilizar los códigos visuales con los que habitamos el mundo. Su exploración de la violencia —no sólo la explícita, sino la estructural, la social, la simbólica— incomoda porque nos recuerda que la moda, más que un simple juego de formas, es un espejo de nuestras obsesiones y nuestros miedos más profundos. “Las críticas me parecen interesantes porque revelan más sobre quién las hace que sobre mi trabajo. Si algo incomoda, es porque toca una fibra sensible. No diseño para agradar, diseño para provocar algo, lo que sea. Si la gente reacciona con rechazo, también es válido”, comenta Barragán.
Barragán es el menswear después del cuerpo, después del género, después de la lógica. No un futuro prometedor, sino una advertencia, una grieta. Un recordatorio de que la moda, como todo sistema de representación, no es más que un artificio frágil a punto de colapsar.
#FacesHomme192
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