Bárbara Mori

#XVAÑOS192

0409
texto David Miklos
fotografía Fabiola Zamora
estilismo OTTERO
maquillaje Gus Bortolotti
pelo Octavio León
realización de video Gabriel Selassie y Emilio Ordóñez
asistente de fotografía Sarid Maldonado
asistente de estilismo Gabriel Costantini
retoque digital Ahue Huete

toda la joyería Panthère de Cartier

Uruguaya de nacimiento, Bárbara Mori, actriz mexicana reconocida y reconocible se encuentra en Montevideo, ciudad capital en la que, entre otros asuntos, visita a su abuela de 102 años.

 

Bárbara tiene 45 y se encuentra en un momento crucial de su vida, en la que ha vivido lo que parecen decenas de vidas, desde su origen humilde y su crecimiento dentro de un hogar violento, hasta el éxito desmedido cuando protagonizó a Rubí, personaje de telenovela con el que el público la identificó hasta hacerla sentir que Bárbara como tal no existía, pasando por ser madre, luego abuela, hoy una mujer enamorada tanto de la vida como de su pareja, escritora de un guion que, más pronto que tarde, dirigirá para así darle vida a su ópera prima.

Su papel más reciente es el de Carmen en Perdidos en la noche (2023), la nueva película del director mexicano Amat Escalante (Barcelona, 1979; creció en Guanajuato), reconocido por su crudeza en el tratamiento de la condición humana, un sutil provocador, luego no tanto, de nuestros miedos más profundos.

 

Y es sobre el miedo que, cada uno ante la cámara y en las pantallas de nuestras computadoras, Zoom mediante, Bárbara y yo comenzamos a platicar.

 

“Tengo 45 y viví muchísimos años de mi vida con miedo a todo”, responde Bárbara cuando le pregunto por su miedo más profundo; un miedo, me dice, a que “el mundo supiera que yo no tenía ningún valor absoluto porque, en su momento, crecí con un chingo de creencias que se generaron en mi infancia y que me hicieron creer que yo no valía”.

 

“Tenía miedo de que el mundo se diera cuenta de eso”, añade, “pero después, a los 30 años, empecé a trabajarme y a enfrentar mis miedos, a descubrir por qué sentía y por qué pensaba esto. Hoy, gracias a Dios, ya no lo tengo. Tampoco le tengo miedo a la muerte ni a ese tipo de cosas. Más que nada, mi temor tiene que ver con la seguridad y la estabilidad de mi hijo”, concluye Bárbara sobre esta primera pregunta.

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De la mano del miedo, vienen las fobias, y Bárbara sabe muy bien qué y por qué padecía una en particular: “Hace 20 años estaba en casa de una amiga —en ese momento no le tenía miedo a los gatos, no me gustaban, pero no les tenía miedo—. Ella tenía una gatita ciega y andaba rondando por ahí, se me acercaba y yo la hacía para allá. Mi amiga la metió a la cocina para alejarla un poco y, en la tarde, cuando íbamos a salir de la casa, abrió la puerta de la cocina y la gata se me vino encima. Me puse muy mal, como si un tiburón me hubiera arrancado la pierna, y sólo me había rozado; me puse a llorar y a gritar incontrolablemente, me surgió un ataque de pánico y me quedé en shock. Ahí surgió mi fobia a los gatos. Desde entonces, cada vez que me acercaba a un gato o viceversa, me daban ataques de pánico, y así fue durante 15 años de mi vida, hasta que empecé a atender el miedo en terapias, y me di cuenta de que la fobia al gato estaba totalmente relacionada con un trauma que viví en la infancia.”

 

Conocedora de sí misma, Bárbara no tiene recato en compartir su experiencia vital, la raíz no sólo de sus miedos, ahora conquistados, domesticados, y de esa fobia inicial: “Crecí en constante pánico. Toda mi infancia tuve pánico porque mi papá era muy violento y me lastimaba mucho. Cuando me salí de casa de mi padre —me escapé a los 17 años—, dejé de tener ese pánico, pero como mi cuerpo creció con él, le hacía falta esa sensación. De alguna manera ese trauma se trasladó a los gatos, y ahí se generó la fobia. Hasta que no entendí de dónde venía, no la pude trascender”.

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“Hoy”, cuenta Bárbara, “tengo un gato en mi casa que tiene tres años, y lo amo”.

 

¿Te da miedo la fama?, le pregunto. ¿Te da miedo ser reconocida?

 

“Muchos años tuve ese miedo. Ahorita estoy en un lugar en el que me siento completamente feliz, en paz y satisfecha con el lugar que ocupo en el mundo, pero durante muchos años me daba pavor la fama porque te quita libertad e independencia, la gente cree que te conoce. En ese entonces, las noticias decían cosas inventadas sobre mí, y tenía mucho miedo a que la gente me reconociera.”

 

“Cuando hice Rubí, esta novela que fue súper exitosa hace 20 años, la fama que alcancé fue tan cabrona que, de pronto, salía a los centros comerciales y las personas se juntaban, me pedían fotos y me empujaban”, cuenta. “Me acuerdo de una escena en la que salí del cine en la Ciudad de México y había muchos fans afuera, gritándome: ‘¡Rubí, Rubí, Rubí!’ con mucha excitación y, por lo mismo, me querían agarrar, me lastimaron a mí y a mi hijo, que era muy pequeño en aquella época.”

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“Fue así que le agarré un pavor absoluto a la fama y, también, mucho miedo al éxito”, confiesa. “He ido descubriendo que le tenía miedo al éxito por la exposición al mundo, pues crecí con este desamor, con este sinsentido, con una sensación de que yo no valía, y sentía que si yo me exponía al mundo, el mundo se iba a dar cuenta de eso.”

 

Hoy podemos decir que vives, usando la expresión popular, “sin miedo al éxito”.

 

“La verdad sí, entre terapias y ayahuascas —que llevo 15 años haciendo—, he recorrido todo un camino con la medicina ancestral bastante hermoso que me ha ayudado a entender que el ser humano es mente, y que toda la estructura mental que desarrollamos a través de las experiencias que vivimos constituyen conceptos, ideas y creencias que son las mismas que nos limitan a experimentar la vida, las mismas que nos limitan a ponerle miedo a todo.”

 


Tú sobreviviste un cáncer. ¿Cómo fue? En el momento en el que te dan el diagnóstico, ¿qué sientes? ¿Cuál es tu primera reacción?

 

“Me voy a morir”, responde Bárbara a rajatabla, sin parpadear.

 

¿Literal? ¿No hubo ni medias tintas ni nada?

 

“No, directamente eso”, me responde. “Tenía 29 años y el doctor que me hacía el Papanicolau cada año me dijo: ‘Oye, los resultados… Necesito que nos veamos para platicar’. Fui a su consultorio y me dijo: ‘Tienes cáncer.

 

Tienes cáncer en el cuello del útero’. Cuando escuché la palabra cáncer, pasó por mi mente la muerte, obvio, e inmediatamente después mi hijo, que en ese entonces tenía nueve años.”

 

“Le pregunté al doctor: ‘¿Me voy a morir?’, y me dijo: ‘No, todavía estás a tiempo, te podemos operar. Necesitamos ver si no te abarcó la matriz, si te la tengo que quitar. No te vas a morir. Primero te tengo que operar y después vamos viendo si hay necesidad de hacer quimioterapia’. En ese momento, tenía un boleto para irme a Canadá a estudiar inglés, era viernes y me iba el domingo. Ya tenía todo pagado, la escuela, todo. Y le dije al doctor: ‘Entonces cancelo mi viaje’. Me dijo: ‘Vete y cuando regreses te opero. No hay necesidad de operar ahorita, no estás en un lugar terrible’.”

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“Me fui a Canadá con cáncer”, cuenta Bárbara, “viajé con mi enfermedad y estuve allá, en el salón de la escuela, estudiando, y fue una experiencia muy, muy dura, porque atravesé todo ese proceso sola. Pero aprendí muchísimo y para mí el cáncer fue un gran maestro. Me enseñó a valorar lo que tenía en el presente, porque en ese entonces no tenía las oportunidades de trabajo que me hubiera gustado tener. Vivía una constante insatisfacción. Estuve dos meses con la enfermedad en mi cuerpo, atravesando todo eso sola. Al paso del tiempo me di cuenta de que la pregunta correcta no es el por qué yo, sino el ‘¿Para qué me está pasando esto? ¿Qué tengo que aprender de esto? ¿Qué me viene a enseñar?’.”

 

“Pienso que las enfermedades son síntomas de emociones no resueltas en nuestro cuerpo”, dice Bárbara, “y hay que meterse a hacer el trabajo para saber qué está pasando y poder sanar. Eso detonó el querer empezar a buscar respuestas dentro de mí.”

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“Regresé a México, me operaron y todo salió bien; tengo mi matriz, no me la tuvieron que quitar. Siento que todas las experiencias, sobre todo las duras y las malas, son experiencias para que aprendas quién eres. Cada uno va formando una identidad y desarrollando una creencia de lo que somos a partir de lo que necesita el mundo de nosotros, pero en realidad, si quitas todo esto y te vas adentro, descubres quién eres, y lo que eres es mucho más grande de lo que piensas.”

 

Hemos hablado del miedo profundo, de las fobias, de la enfermedad, y le pregunto si le da miedo desaparecer, en un sentido amplio.

 

“Creo que eso es un concepto mental”, responde. “Los miedos que cargamos los seres humanos están totalmente relacionados con el miedo a la muerte, con el miedo a no estar, a desaparecer. Éste surge a partir de la identificación con la mente, porque cuando estás en el momento presente, aquí y ahora, puedo tener miedo a que mi hijo no le vaya bien o que le pase algo, pero eso realmente ahorita no está pasando: lo que es real es tú y yo en este instante, y en este momento no hay que tener miedo.”

 

“El trabajo interno que he hecho todos estos años, me permite estar en paz absoluta. Si me muero ahorita, lo que realmente pienso es que trasciendo: mi alma trasciende, mi espíritu trasciende, no sé hacia dónde, pero hacia algún lugar. Se muere el cuerpo, pero mi alma y mi espíritu seguirán su recorrido. Eso me emociona muchísimo, me emociona la vida más allá de lo que conocemos los seres humanos.”

 

“El entendimiento del concepto de vida más allá, de lo que somos aquí, me lo ha dado la medicina ancestral, la ayahuasca”, añade. “Llevo siete años trabajando con ella. Cuando te enfrentas a esta medicina, te muestra cómo funciona tu ego, cómo funciona tu mente y te desmantela, reconoces y descubres que el ego y la mente no son lo que tú eres: lo que tú eres es una conciencia de inteligencia que va más allá de nuestro proceso mental y de razón. Eso me dio mucha tranquilidad: saber que no soy mi mente ni mis pensamientos, y que si me tengo que ir, me voy feliz y emocionada para ver qué sigue.”

 

Entiendo, le digo a Bárbara, que dejar huella te tiene sin cuidado.

 

“Es que siento que dejar huella es una idea de la mente”, responde, “pero cuando te desidentificas de tu mente, sólo queda el ser, y el ser es y será siempre.”

 

¿Compartes algún miedo con tu familia? Como madre, como abuela, como pareja, le pregunto a Bárbara.

 

“En mi familia hay varios patrones de comportamiento muy nocivos y destructivos. Pero mis hermanos y yo hemos hecho un trabajo para no repetir las conductas hacia nuestra descendencia, porque muchas veces las repetimos inconscientemente, y eso perpetúa el comportamiento del ser humano a través de los linajes y de la familia.”

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“El miedo que podría compartir con mis hermanos y mi madre es que esto no se transforme y siga hacia nuestros hijos y nietos; hay una responsabilidad de limpiarles el camino para que vivan y atraviesen sus propios retos en la vida. Aparte siento que el mundo ha evolucionado a un lugar muy aterrorizante, pero al mismo tiempo muy bello y transformador, y las generaciones que están debajo de mí no cargan con todos estos condicionamientos que nosotros sí y que impiden la propia evolución del ser humano.”

¿Te da miedo el cine de Amat Escalante? ¿Qué te dicen de Amat y su tratamiento de la realidad? ¿Cómo lo viviste tú?

 

“No me provocan miedo sus películas. Sé que es un director sumamente crudo que retrata la realidad que muchas veces nos da miedo ver, pero creo que ese cine también es necesario y que debemos ver aquellas cosas que nos dan pavor; porque si no las vemos, no las podemos enfrentar ni trascender. Entonces, no es miedo: su cine me da una absoluta claridad de lo que somos, de lo que es el ser humano. Aunque a lo mejor a mí no me ha pasado lo que a sus personajes en sus películas, sobre todo en las anteriores, porque con Carmen, el personaje que hago en Perdidos en la noche, me identifico muchísimo porque es actriz y famosa, y carga todo eso.”

 

¿Qué detectas que le da miedo a los demás, pero a ti no?

 

“El miedo a la muerte y a las enfermedades. He atravesado varias enfermedades y la he librado. Tengo una enfermedad en el oído derecho, no lo sabe la gente porque no lo comparto mucho, pero esta enfermedad se me desarrolló hace ocho años. Mi papá no escuchaba con ambos oídos y mi abuelo tampoco, es hereditario y no tiene cura. Podía perder la audición. Pero no me dio miedo, dije ‘Okay: que venga lo que sea’. Con el cáncer aprendí que hay que aceptar: si te resistes a ello, duele, sufres y se hace la vida más difícil. Entonces, con el diagnóstico del oído, pensé: ‘A ver qué aprendemos de esto, y si dejo de escuchar, ya veré cómo construyo mi vida a partir de ser sorda’. La enfermedad no ha avanzado más. Los seres humanos tenemos el poder de sanarnos a nosotros mismos, siempre y cuando descubramos el poder inmenso que tenemos dentro de nosotros y sepamos cómo utilizarlo. Vengo de la pobreza. Cuando inicié mi carrera como actriz, me empezó a ir muy bien y generé dinero; me compré una casa, tengo estabilidad gracias al trabajo que he hecho, pero tampoco me da miedo perderlo. Sé vivir en la pobreza. Mucha gente tiene miedo a no hacerla en la vida, pero trabajo desde los 14 años y me siento absolutamente realizada.”

 

Hemos hablado de la mente, de los sentidos, de manera accidental con esto que me acabas de contar del oído, le digo a Bárbara, pero más allá de eso, hay una experiencia humana que solemos compartir todos en mayor o menor medida que es el amor. Es una cosa imposible de agarrar, muy difícil de definir. ¿Te da miedo amar o ser amada? ¿Has vivido una experiencia en donde haya sido tanto que no se pueda, no sé…?

 

“El miedo que tuve toda mi vida, me impulsó y me empujó a buscarme, a atravesarlo, a enfrentarlo. Gracias a esa búsqueda, descubrí el valor en el ser humano que soy, desarrollé el amor propio, que es la herramienta más valiosa que he aprendido en mis 45 años”, responde Bárbara. “En la relación con mi papá aprendí que el amor era maltrato, violencia, agresividad: yo pensaba que el amor era eso hasta que descubrí que no, pero eso fue hasta muy avanzada mi edad, porque desde los 20 hasta los 39 años estuve relacionándome con parejas que, de alguna manera, me abusaban o maltrataban. Eso era lo que yo pensaba que era el amor y me relacionaba con este tipo de hombres; siempre existió la toxicidad o maltrato, una guerra de egos. Entendía el amor de esa forma: conflicto y maltrato, hasta que encontré la pareja que tengo actualmente. Fernando es un ser humano maravilloso que, cuando llegó a mi vida, sentí que era el primer hombre con el que estaba que me da lecciones de vida a través del amor y del respeto al otro, a través de honrar mi proceso y la persona que soy, a través de no quererme cambiar: es un amor absoluto, profundo y puro que no sabía que existía.”

 

“Pero me daba miedo perderlo, era demasiado bello para ser real”, continúa Bárbara, “vengo de una serie de experiencias dolorosas, donde sufrí muchísimo y donde hubo mucho miedo alrededor de la experiencia del amor. Venía de un tren de pensamiento de ‘no merezco las cosas, no valgo’. Llevamos seis años y sigo pensando que es absolutamente hermoso lo que vivimos”, subraya, “y el miedo se fue desvaneciendo en el momento en que me di cuenta de que merecía estar con ese hombre.”

Finalmente, la actriz me cuenta el momento actual de su vida, su proyecto más ambicioso y, por ahora, íntimo.

 

“En la pandemia escribí mi primer guion y lo hice inspirada en Fernando, quien un día llegó y me dijo: ‘¿Qué sueños tienes que no has cumplido todavía?’ Le dije que quería dirigir, pero aún no estaba lista, que me tenía que preparar. Él me dijo: ‘Si no lo empiezas a hacer ahora, nunca vas a estar lista. Escribe tu historia, así la diriges, aprendes, y el día que quieras hacer otra película, vas a tener todo este recorrido como directora’. Así que me puse a escribir de lo que conozco, de lo que viví. Mi película está inspirada en lo que me pasó de niña, se llama Más fuerte que el miedo”, dice Bárbara, más sonriente que nunca. “Es una película que habla de la historia de dos chiquitas, una de seis años y otra de nueve, que viven con un padre alcohólico y, de pronto, la mamá desaparece de la casa y las niñas se van, se escapan en busca de la mamá y empiezan una trayectoria y una aventura para encontrarla. En Más fuerte que el miedo, lo que sugiero como guionista y directora, es mostrar el amor que las impulsó, a pesar del miedo, a ir en busca de la madre.”.

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