Happiness Through Beauty: Natalia Solián

La belleza de la identidad

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texto Déborah Uranga
fotografía Fabiola Zamora
video Emilio Ordoñez para Mad People
estilismo Eva Bernal
maquillaje Isra Quiroz
pelo Clo Reyna
iluminación Juan Luis Lemus
retoque digital Ahuehuete
asistente de fotografía Susan Ades
asistente de estilismo María José Chavelas
asistente de video Oscar Sotomayor
locación Foro León
equipo de iluminación PK Casa de Renta

todo el maquillaje Lancôme

La belleza ya no es una meta de perfección ni una medida exacta que se ajusta a un solo molde. Hoy se vive como una fuerza que desarma imposiciones y favorece singularidades. Es libertad, tránsito, cambio; un diálogo de autoexpresión y congruencia entre lo que sentimos y lo que proyectamos. Sentirse bonita no sigue un guion: aparece en una experiencia íntima y vibrante, en hablarse con amabilidad, de caminar con presencia, de habitar el cuerpo con memoria y propósito. Este año, Lancôme cumple 90 años de encarnar esa idea: celebrar la felicidad a través de la belleza. Noventa años de desafiar expectativas, reinventarse y permanecer.

Para explorar cómo ha cambiado la noción de belleza a lo largo del tiempo, conversamos con cuatro mujeres de distintas generaciones. Claudia Ramírez, Naian González Norvind, Natalia Solián y Concha Orvañanos comparten la manera en que su mirada sobre sí mismas se ha expandido: la belleza como un territorio intangible, profundamente cultural y vivo; la edad como ofrenda; el cuidado como un acto político y personal.

Natalia Solián ha demostrado que la autenticidad no es una pose, sino un estado de presencia que se filtra en todo lo que hace. Su papel protagónico en Huesera (2023), de Michelle Garza Cervera, le valió una nominación al Ariel como Mejor Actriz. En televisión, ha sido parte de No voy a pedirle a nadie que me crea (2023) y Familia (2023), ambas de Netflix. Ahora, se prepara para el estreno de Oca (2024), ópera prima de Karla Badillo que llegará al Festival Internacional de Cine de Toronto, y de Las locuras (2025), de Rodrigo García. Un abanico interesante de personajes dramáticos y de terror. En lo que le gustaría que siga, en sus deseos como intérprete, late la idea de encarnar a una superheroína profundamente mexicana, una figura justiciera con raíces propias.

 

Hablar con Natalia es adentrarse en un territorio donde belleza y autenticidad se confunden. Para ella, la belleza comienza cuando una persona logra asumir, con honestidad y sin disfraces, lo que es. No se trata sólo de lo físico, sino de conocerse, amarse y aceptar el conjunto de aspiraciones, atracciones y compromisos que nos definen. Ese vínculo empezó en su infancia, pero en la adolescencia se quebró. “Como muchos, crecí creyendo que había patrones obligatorios que seguir, y he invertido años de adultez en desaprenderlos. A veces hay que ‘descrecer’”, resume, consciente de la paradoja.

Parte de esa reconexión pasa por el movimiento. “El deporte”, dice, “me da una sensación de vitalidad que asocio directamente con la belleza”. Pero también existe en ella un lugar para la quietud: instantes de contemplación pura, en los que apaga todos los circuitos de la mente y se permite simplemente estar, sin juicios. “En esa pausa, siempre surge algo bello”.

 

En su camino como actriz, tuvo que enfrentarse a la autoexigencia casi punitiva que la formación profesional le dejó marcada. Aprendió, no sin dificultad, “que no se trata de una carrera de caballos y que hay momentos cuando el cuerpo es frágil y debes dar oportunidad de habitar eso para enriquecer tu complejidad”. Desde ese aprendizaje, también practica el no ser tan dura con ella misma. “El llanto es una herramienta poderosa para dejar la crueldad. Hay que saber habitar la tristeza”, afirma.

 

Pero no es tan sencillo. El silencio y la calma no forman parte natural de su temperamento; tiene que recordarse que no todo es resistencia y aguante. Las crisis físicas o emocionales la han obligado a reconocer sus límites y a ejercer su agencia de otra manera: “es soportar, pero también respirar, sentir y ceder”, comparte.

 

Hablar de su piel es, para ella, hablar de identidad y de memoria. “No es sólo tu contenedor, sino cómo te presentas al mundo. Desde asumir ser morena —y con ello, mi origen— hasta aceptar que todas las emociones que no proceso van a explotar en mi piel, y cómo eso tiene que ver en mi autoconocimiento. Cuando descubrí que el autocuidado es un ritual, cambié mi vida. Despertar en calma, lavarme la cara, ponerme cierta crema…”. Pequeños gestos que son actos de presencia.

La maternidad también la reconfiguró. Después de parir a su hija, Juliana, tuvo que desmontar las estructuras que había construido alrededor de su cuerpo. “Un parto te resetea”, dice. “Antes buscaba encajar en estereotipos; después, la ternura hacia mí misma me alcanzó por fin: después de amamantar por tres años, me causó un “shock” ver mis pechos en el espejo. Probé todos los tratamientos que se te ocurran, hasta que aprendí a aceptar que mi historia estaba ahí, inscrita en la piel”.

 

Si pudiera hablar con su yo más joven, le pediría paciencia, autocompasión y menos juicio. Recuerda su adolescencia en Culiacán, una sociedad muy manerista, como una etapa marcada por la presión de encajar. Se obligó a escuchar música regional para agradar, o a adaptarse al canon corporal que su familia esperaba. Incluso aceptó tener una fiesta de 15 años, pero impuso sus reglas: “Lo hice desde un lugar de furia, casi con la intención de que todos la pasaran mal”, reflexiona. Hoy entiende que aquel rechazo era, en el fondo, una afirmación: lo que buscaba no era encajar, sino ser fiel a sí misma.

 

La movilidad, por último, es una de las formas más claras en las que Natalia experimenta la belleza. Antes que actriz, quiso ser bailarina. El ejercicio, más que un mandato estético, es un espacio de control personal y cuidado. Cada vez que su cuerpo entra en esa disciplina física, siente que está siendo leal a su querer más profundo. Y ahí, en esa lealtad, se reconoce bella.

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Déborah Uranga lleva años de escribir y editar textos sobre belleza, bienestar, arte y cultura en distintas publicaciones. Como publicista de cine, traza estrategias de comunicación diferenciadas. Fan declarada de los hermanos Dewaele y de las investigaciones estéticas acerca de cómo es vivir en esta era de extinción masiva.

 

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