La belleza ya no es una meta de perfección ni una medida exacta que se ajusta a un solo molde. Hoy se vive como una fuerza que desarma imposiciones y favorece singularidades. Es libertad, tránsito, cambio; un diálogo de autoexpresión y congruencia entre lo que sentimos y lo que proyectamos. Sentirse bonita no sigue un guion: aparece en una experiencia íntima y vibrante, en hablarse con amabilidad, de caminar con presencia, de habitar el cuerpo con memoria y propósito. Este año, Lancôme cumple 90 años de encarnar esa idea: celebrar la felicidad a través de la belleza. Noventa años de desafiar expectativas, reinventarse y permanecer.

Para explorar cómo ha cambiado la noción de belleza a lo largo del tiempo, conversamos con cuatro mujeres de distintas generaciones. Claudia Ramírez, Naian González Norvind, Natalia Solián y Concha Orvañanos comparten la manera en que su mirada sobre sí mismas se ha expandido: la belleza como un territorio intangible, profundamente cultural y vivo; la edad como ofrenda; el cuidado como un acto político y personal.

Como directora y fundadora de Yakampot —proyecto textil que usa como un vehículo para contar la historia de las raíces mexicanas—, Concha entrelaza belleza, calidad, tradición y diseño. Pero su espíritu creativo no se detiene ahí. La necesidad de exploración la llevó a fundar Kēntro, una práctica física que combina fuerza, resistencia y cardio. En ella, ha volcado por años su pasión y expertise sobre movilidad y principios de movimiento, convencida de que el cuerpo es un territorio aun más profundo que cualquier mapa cultural.

En toda su singularidad, la noción de belleza de Concha empieza en la presencia. “Cuando te habitas, te adueñas de ti”, e inicia la conversación citando a la filósofa francesa Simone Weil: “Ella explicaba la belleza como un experimento de lo que es eterno y concebía la feminidad en relación con la belleza, la justicia, el amor y la verdad”. Concha coincide en que la belleza es también parte de lo femenino, “es como una necesidad que no estás cómoda si no está ahí; si la belleza es experimentar lo eterno, no está definida en forma, sino que es lo que perdura y es innegable e infinita”, afirma.

Cuando se siente más bella es en la espontaneidad: cuando una carcajada —o un llanto liberador— irrumpe sin aviso. Cuando el cuerpo suelta peso y ella se siente libre, conectada con lo que realmente le da plenitud. No es cuestión de estar feliz o triste, sino de hacer lo que ama —moverse, escuchar música o pasar tiempo con sus hijos—. “A lo que dedicas tu tiempo libre es fundamental, y cuando lo dedicas a lo que te gusta, ahí hay belleza.”

Y así como su naturaleza, la noción de lo que significa habitarse ha cambiado con el tiempo. Hace unos meses, tras una cirugía para retirar implantes mamarios, vivió un momento que la confrontó brutalmente: quitar la venda y no reconocerse con el reflejo en el espejo. El trabajo desde entonces ha sido entender que su valor no está en una forma física. “Lo bello es respetarme, nutrirme, habitar mis pensamientos, reconocer mi fuerza y mi sensibilidad. Cuando haces algo trascendente para ti, dejas de fijarte tanto en tu forma y te sientes más a gusto contigo”.

Mirarse sin prisa es, para ella, un acto confrontativo. Requiere sostener la mirada hasta llegar a lo más vulnerable, reconocer tus miedos… y descubrir que allí también habita la fuerza. “Al mirarte así, aprendes a no huir de ti misma.”

En su día a día, el silencio y el descanso no son lujos, sino necesidades. Meditar le permite reconocer su esencia, y en el silencio encuentra algo que siempre está disponible: un umbral hacia sí misma. “El descanso es amor propio.” Habla de la piel como un mapa que guarda recuerdos de la niñez y de la vida entera, que la conecta con el paso del tiempo y con el valor de cada instante.

Sus primeros recuerdos de belleza son casi siempre capilares: adoraba que la peinaran. A los cinco años, convencida de que podía arreglarse sola, terminó con un peinado imposible que hizo reír a su madre. El paso del tiempo le ha enseñado que cuidar el cuerpo es un acto de amor —por la vida, por uno mismo y por los demás—, y que toda relación con él requiere escucha. Su belleza más íntima se manifiesta cuando nadie la mira, en la capacidad de gozar el momento y sentir que todo está bien. Entre sus gestos de autocuidado, el movimiento es indispensable: “Me reinicia, me centra y me enseña algo todos los días”. En el movimiento encuentra una forma de arte: una manera de reconocerse en la fuerza y la vulnerabilidad, más allá de la forma física.

“Lo bello es respetarme, nutrirme, habitar mis pensamientos, reconocer mi fuerza y mi sensibilidad.”

Para Concha, bienestar y presencia se resumen en una sola palabra: coherencia. A su yo más joven le diría que se escuche, que dedique tiempo a lo que le gusta, que siga retándose y que no deje de esforzarse nunca. En diciembre de 2024, aceptó un reto monumental: la carrera De mar a mar, en Baja California, cruzando la península corriendo tres días. La experiencia fue un recordatorio de la pequeñez humana frente a la naturaleza, pero también de la grandeza que habita en la determinación. “Somos chicos y somos grandes”, resume. Puede ser dualidad —la humildad y la potencia— la que, en el fondo, define su manera de habitarse.

Blush Blush Subtil de Lancôme, vestido plisado Nin Studio vía IKAL Store, arnés Sandra Weil,

joyería aleación con baño de oro Cefeida, zapatos de piel Archivo Lo De Pech 

Déborah Uranga lleva años de escribir y editar textos sobre belleza, bienestar, arte y cultura en distintas publicaciones. Como publicista de cine, traza estrategias de comunicación diferenciadas. Fan declarada de los hermanos Dewaele y de las investigaciones estéticas acerca de cómo es vivir en esta era de extinción masiva.

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