Dress to get attention: Los chicos del club
fotografía David Franco
invitados Posse, Sigfrido, Yolanda y Quintos
Hoy más que nunca, lo propio se difumina para trazar nuevas formas de ser. El género y el canon, la moda y la norma están a disposición de quienes gustan desconfigurarse y aportar nuevos dotes a su individualidad. Vestirse para llamar la atención, para ser escuchados, para ser lo que siempre han querido y jugar con los roles, es una radiografía parcial de los chicos del club, que, si algo tienen claro, es que su única intención es ser libres y expresarse a través de lo que llevan puesto. Pero hay más en el interior.
A gran escala, la suya no es una manifestación fortuita. Históricamente llevan el oxígeno de la cultura “ball” en la sangre, llevan tatuado el estigma de lo no convencional y lo excéntrico, son aliados del drag, el punk y la vida underground. La moda y el arte son parte de su espíritu —la moda, sobre todo— y alguna vez los excesos y el desmadre los llevaron por un camino turbulento, que casi acaba con ellos. Aunque no son oriundos de un lugar en específico, sí hay un statement de que los primeros y los más famosos Club Kids nacieron en Nueva York.
Si raspamos un poco en la historia inmediata —albergada casi en su totalidad en internet—, vamos a dar con nombres como los pioneros: Leigh Bowery, Michael Alig y James St. James, con registros en video como los famosos talk shows de Joan Rivers, Richard Bey y el show de Geraldo, que entre el 90 y el 95 reunieron a un montón de personalidades club kid como Richie Rich, Amanda Lepore —que con el tiempo se convirtió en una gran estrella y musa de David Lachapelle — y RuPaul, que hoy tiene un monopolio televisivo drag queen en Estados Unidos (Ru Paul’s Drag Race), con algunas representantes en Latinoamérica, y sin duda es una de las figuras drag más importantes del mundo.
En el cine hay películas de culto como Party Monster, basada en hechos reales y en el documental Party Monster: The Shockumentary, ambos sobre la vida y el conflicto de Michael Alig, y Ángel Meléndez —su dealer—, a quien asesinó y fue parte también de los chicos del club de su época, éstas son las cintas club kid por excelencia. También están documentales como Limelight, o Studio 54 y Paris is Burning —que, aunque en otros terrenos, son testimonios de los primeros hervores de la vida en los clubes nocturnos de Nueva York—.
En la literatura están, entre muchos otros: Dressing the Monster y The Darkest Tunnel de Ernie Glam —otro contemporáneo del movimiento— y Disco Bloodbath de James St. James, además de las memorias de fotógrafos como Alexis Dibiasio. Pero fue Michael Musto, el periodista, quien de primera mano escribió la crónica más importante y cercana del fenómeno, porque estuvo ahí, junto a Michael Alig y su bando, documentando cada fiesta y siendo vocero del movimiento.
La historia mediática de estos chicos —según Ernie Glam— comenzó en esencia después de la muerte de Andy Warhol, en el sótano de un club alrededor de 1987, ese suceso despertó inquietudes y depresiones en la escena joven, creativa y underground de Nueva York. En ese momento Michael Alig se dio a conocer por promover una escena de fiestas donde el mensaje era una fiebre de diversión descarada: alcohol, admisión gratuita y drogas para los miembros de su club. Entonces los medios de comunicación voltearon a ver esa escena. A pesar de que se llevaba una minuta como un secreto a voces de su existencia, los medios se encargaron de su propagación. Los club kids en ese entonces eran un montón de jóvenes “disfrazados” que organizaban fiestas sin control, algunas clandestinas, y se mostraban a sí mismos como celebridades de la noche. Era imposible no darse cuenta de lo que estaba sucediendo: las fiestas pasaron de los clubes más famosos a ser realizadas en restaurantes de comida rápida, debajo de puentes y en lugares aislados. A veces incluso duraban poco más de una hora porque el alcohol se agotaba, o la policía llegaba para disipar el desorden. Entre escándalos y malas decisiones, y el evidente agotamiento de los chicos, la escena de “los grandes” se fue apagando, pero los testigos se quedaron ahí, en los periódicos y después en los tabloides —más tarde en internet— al alcance de las generaciones siguientes que pudieron haberlos tomado como registros de una época pasada y con final feliz, pero para los curiosos y simpatizantes se convirtió en un movimiento que estimuló un despertar en el new rave que trajo a los Club Kids al ruedo.
Por ahí de 2004, en Londres se celebraron fiestas como Boombox, que venía de otra corriente equiparable al club kid, pero en Inglaterra. En España, las generaciones que proceden de la Movida Madrileña también hacían fiestas, y más tarde nacieron colectivos como “Que trabaje Rita”, que ha viajado por el mundo presentando el talento de sus integrantes. En México, el rave de los 90, la música pop y las discotecas y antros de los dosmiles, el punk y el underground del centro, las noches de lugares como el extinto Malva Club y una escena transformista que se divide en dos —la del cabaret, que desde hace décadas existe con artistas de la noche, transformistas e imitadores, en el centro y la periferia de la ciudad, y un concurso drag llamado La Carrera Drag de la Ciudad de México, liderado por Paris Bang Bang [uno de los personajes drag más populares e importantes de la ciudad de México]— amalgamaron y sazonaron una escena que se ha venido cocinando a fuego lento, y que hoy vive en espacios inclusivos y diversos como Rico Club, Marrakech Salón, La Purísima, el no extinto y aguantador 9 de Amberes y Bar Oriente entre otros, y un menú de fiestas itinerantes de música techno y mezclas, como Traición, Pervert, Bonita, Travestia y Por Detroit, que celebran la diversidad sexual y se presentan también como plataformas para la exhibición de performance: el ecosistema ideal para que esta manifestación, la materia prima de este texto, exista y se propague.
Hasta aquí la historia es el parteaguas, pero ¿qué hay en el interior? Más allá de lo convencional que suena “un grupo de jóvenes influenciados por otro grupo de jóvenes que salen de fiesta”, travestirse y salir a la calle en un país como éste es tener agallas. De por sí la noche es un lugar para romper las normas. En la vida nocturna prospera la celebración de la libertad, de la rebelión y la lucha contra la opresión. Pero los paradigmas actuales como la inclusión y la abolición de la heteronorma son la virtud que hoy más que nunca presumen estos artistas, que incluso ganan dinero con lo que hacen y se divierten a la par.
Es importante aclarar que más allá de las convenciones sociales del género o la orientación sexual, ser un club kid en México es anteponerse a las tradiciones, a la idiosincrasia, y hacerle frente a la excesiva violencia, al clasismo, el machismo, la homofobia, la transfobia —y otras fobias— independientemente del mensaje que cada uno de los chicos tenga, incluso si no tiene un mensaje preciso.
En el pasado ser club kid era lo más cercano a estar en un mundo de fama y fantasía, del estrellato y los reflectores, pero también de los excesos y los finales tristes. Hoy estos chicos —en su mayoría— son una estructura pacífica colocada en un punto borroso de la escala social, no importa si se es rico o pobre, o de clase media, no importa de dónde vienes o a dónde vas, no importa lo que tienen entre sus piernas, porque incluso no hace falta saber qué está detrás del maquillaje y las pelucas, sino lo que cada uno construye con su propio lenguaje.
Hoy los club kids son más ambiciosos, y muchos son artistas reconocidos por el enorme talento que tienen para autocrearse, autocriticarse, y hacer una crítica de la sociedad. Los más reconocidos del mundo firman con marcas y diseñadores para aparecer en sus campañas, o asistir a sus fiestas. Pero también hay artistas, dj, bailarines, diseñadores, maquillistas, profesionales, profesionistas, homosexuales, transexuales y heterosexuales. Básicamente, esta era de la diversidad ha hecho de esta generación una generación que se disfruta a sí misma, más abierta, y que es activa y consciente de la problemática social; ahí es donde muchos de sus mensajes se direccionan y los representan a través de lo que usan, de la música que bailan o los mensajes que comparten en sus redes sociales, pero lo más maravilloso es que todavía son entes dentro de una escena que interactúa, que busca ser auténtica consigo misma y con los demás, y logra seguir transgrediendo, pero no sólo por una apariencia física escandalosa, sino por un mensaje integral. De ahí que su insolencia inspire, y que la percepción pública de sus vidas y apariencia importen poco, pues el simple acto de travestirse es transgredir, y atreverse a transgredir es dejar una huella en el mundo. Ahí es donde habita la importancia de un movimiento sin reglas que se viste para llamar la atención, pero no la atención hacia ellos, sino la nuestra hacia nuestro entorno. Hacia una sociedad que disfrute la vida, y se olvide de los estereotipos.
¿Serías capaz de usar esos tacones?
…
(*) “I always had hopes of being a big star. But as you get older, you aim a little lower. Everybody wants to make an impression, some mark upon the world. Then you think, you’ve made a mark on the world if you just get through it, and a few people remember your name. Then you’ve left a mark. You don’t have to bend the whole world. I think it’s better to just enjoy it. Pay your dues, and just enjoy it. If you shoot an arrow and it goes real high, hooray for you”.
— Dorian Corey
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