No hay nada peor que ser joven y no darse cuenta: desaprovechar la valentía e ingenuidad que da el amor para dejarse ir. La primera vez que lx invité a salir, me mandó a volar sin saber que volar y hacer volar ideas que limitaban mi forma de quererlx era lo único que hacía desde que lx conocí.

Antes del encierro obligatorio, tumbadxs en el pasto de la escuela, tomó mi mano y se acostó sobre mí. Supe de la nada que también sentía cariño por mí y que tampoco entendía cuál era la mejor manera de defenderlo. 

Entonces vino la sana distancia. ¿Sana para quién? 

Enfermé de no volver a verlx; pero luego apareció (como espantando un estornudo) su propuesta: “Vamos a vernos. Paso por ti. Tocaré el claxon 3 veces. Sacarás tu coche. Lo pondrás al lado del mío. Recorreremos el desierto que alguna vez fue ciudad juntxs.”

¡¡¡!!!  ¡¡¡!!!  ¡¡¡!!!

Subí al auto. Salí de casa. Nos bajamos la máscara para sonreír. Y cómo si alguien hubiera dado un disparo o agitado una bandera, pisamos al mismo tiempo el acelerador para iniciar una carrera sincronizada que no sé cuándo va a terminar. En uno de los dobleces del camino, la radio pensó conmigo:

¿Quién detiene palomas al vuelo,

 volando a ras del suelo?

Mujer contra mujer.