Vivir con uno mismo es insportable
adaptación Danaé Salazar
fotografía Fernando Marroquín
intérprete Andrés Almeida
Daría mi vida por lograr la melena de unicornio perfecta, en tonos pastel y bien eléctrica. Me gusta el glitter y la seda, el drama y la palabra reventada. Más o menos con esta envoltura llegué a mi nueva casa. Vivir conmigo a veces es insoportable. Eso no lo sabía Marcos cuando me invitó a que compartiéramos departamento y fuéramos roomies. Llevamos casi un año en el vaivén de bancarse (a la argentina) mi depresión y mi bipolaridad. Yo, por otro lado, he tenido que ceder a no comer chile y aguantar a milímetros de la asfixia sus canciones de Taylor Swift en la mañana, y que sea un troll.
Apenas un año y en eso, traz, la cuarentena.
Mi fiesta de cumpleaños sucedió en el entreacto del confinamiento y, de tratarse de criaturas místicas en Tulum, pasó a ser una cena para dos en la terraza del departamento. Marcos se puso a hornear desde la tarde y usó su preciado y escaso dulce de leche sin azúcar para hacer mi pastel. Yo me pintaba el pelo de rosa una vez más y me ponía un vestido de gala mientras él acomodaba la mesa con el delivery del sushi que mis hermanas cómplices habían pedido como regalo. Me tomó fotos en la alberca, nos preparamos unos gins y brindamos por simplemente estar.
Un día, Marcos empezó a sentirse mal: le dolía la cabeza, tenía dolor muscular y fiebre. Llamamos a la Línea Epidemiológica y nos hicimos el test. Marcos dio negativo y yo salí positivo. No entendíamos nada. Pasaron los días y empezó a sentirse mejor, yo nunca padecí porque soy asintomática. El aislamiento se volvió estricto y durante semanas no pudimos salir. Entre las noticias, los trabajos que se reducen y la locura de no ver a nadie más que por pantallas, nuestros días comenzaron a ser más hermanados. Cada vez que me pasaba de drama queen y me tiraba al piso, él se reía y se burlaba de mi similitud teatral con Verónica Castro y Marimar.
Dentro de la locura serial que compartimos, agradezco tenerlo a él como compañero de batalla, pues aunque sea un obsesivo de la limpieza se ha resignado a ver pelos de unicornio en el suelo y no enfurecer, celebra mis dates virtuales y se toma a bien el personaje con bata de seda que lo acompaña en la mañana, más cuando amanece con toda la pila del mundo cantando “You Need To Calm Down” y girando con la gracia de quien tiene pies ligeros.
Es el amigo que siempre quise tener, un compañero de guerra que te cuida la espalda, que te salva de la muerte. Es mi testigo de vida. Aún en el encierro, cuando todas las noches antes de dormir le pregunto: “¿Y mañana qué vamos a hacer?”. Él siempre responde: “Lo mismo que todos los días, Pinky, tratar de conquistar el mundo”.
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