Así es como se llega al éxito. Así es como te conviertes en el mejor del mundo
fotografía Khristio
estilismo Ana Luisa Blumenkron y Emmanuel Sandoval
maquillaje y pelo Danna Lombardi
video René Zorrilla
toda la joyería Iker Ortiz
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Moscú, Rusia, 2018. El bailarín tapatío Isaac Hernández subió al escenario del mítico Ballet Bolshoi para recibir el Premio Benois de la Danse como Mejor Bailarín. Su capacidad física, su talento, la fuerza —brutal y cruda— de sus pies y sus brazos, la altura de esos saltos y su poder sobrehumano para poder interpretar los ballets que Rudolf Nureyev había creado con la firme intención de que nadie pudiera replicarlos, entre muchos otros logros, llevaron a Isaac a ese punto: ser el mejor bailarín del mundo. Pero llegar hasta ahí también significó pasar por un tortuoso camino. La insolencia de bailar ballet en el Guadalajara de los 90, de salir de su casa a los 13 años, de seguir adelante luego de dos complicadas cirugías —una de ellas de espalda, a los 15 años—, de entrenar prácticamente cada día de su vida, de dejarlo todo, de ser un nómada, de tener la firme convicción de enorgullecer a su padre —su primer maestro—, de convertirse, en 2015, en el bailarín principal del English National Ballet, de tener la convicción y el deseo de ser simplemente el mejor.
Isaac llegó puntual —12 h del 20 de junio— a nuestra cita para capturar estas imágenes. Estaba en México, por menos de 96 horas, de las cuales había invertido casi tres cuartas partes en responder, una y otra vez, las mismas preguntas a la prensa. “Estoy agotado, pero estas fotos me emocionan mucho”, me dijo mientras lo preparábamos para su close up. Hablamos un poco sobre los looks que usaríamos y le dije que si algo no le parecía, me lo tendría que decir sin vergüenza. “Soy muy serio, pero cuando algo no me parece, no me quedo callado. Confío en ustedes, además me encanta la revista”. Había muchas cosas de las que quería platicar con él, pero sin duda un tema importante era el Benois de la Danse.
Emmanuel Sandoval (ES): ¿Quién fue la primera persona en la que pensaste cuando escuchaste tu nombre en la ceremonia en la que obtuviste el Prix Benois de la Danse el año pasado [2018]?
Isaac Hernández (IH): En mi papá [Héctor Hernández, bailarín]. Él es la persona con la que he compartido la mayor cantidad de sueños en esta profesión. Pasábamos cuatro o cinco horas diarias hablando sobre los diferentes escenarios y teatros del mundo, y no era tanto estar ahí recibiendo el Benois lo que me hizo pensar en él, sino estar ahí de pie en el escenario del Bolshoi lo que me hizo recordar esos grandes momentos con mi padre, soñando, imaginándome que algún día estaría ahí y en otros escenarios de los que él me hablaba cuando era niño. Esa noche fue un recordatorio de lo maravillosa que fue mi infancia practicando por horas en el patio de mi casa en Guadalajara.
ES: A diferencia de muchos niños que sueñan con ser artistas, fuiste afortunado porque tus padres tienen una formación artística, lo que te facilitó tu éxito actual.
IH: Cuando se trata de danza y en especial del ballet, en el México de los 90 creo que era verdaderamente extraño que un niño varón quisiera dedicarse a eso. No es culpa del mexicano creer que el ballet es para mujeres; creo que es una cuestión de educación artística la que le impide a México y a otros países entender que el ballet es un arte y que, al igual que otras expresiones, tanto hombres como mujeres podemos hacerlo. Es más, simplemente en México, por ejemplo, la gente no veía ballet. Pero como lo acabas de decir, mis padres nunca fueron un obstáculo, sino todo lo contrario, para que yo lograra llegar hasta este punto en mi carrera, pero no significa que eso me ayudara a ser exitoso. El camino que he tenido que recorrer ha sido muy difícil. Los sacrificios son demasiados.
IH: Al día siguiente de la premiación en Moscú leí los comentarios, vi las noticias y me di cuenta de que en México había sido toda una celebración, que se consideraba un logro nacional, y que definitivamente se convertía en un parteaguas de lo que es la figura del bailarían en nuestro país. Fue emocionante y sorprendente entender que mi triunfo se había convertido en un triunfo colectivo, en una celebración en la que todos podían participar y de la que todos se sentían orgullosos.
ES: ¿Era la validación que te hacía falta, la de tu país?
IH: No pienso así. Mis padres nos enseñaron a mis hermanos y a mí [Isaac es el séptimo de 11] que buscar la validación o aceptación de los demás es innecesaria. Ellos siempre nos educaron con la consigna de perseguir sueños, de trabajar muy duro, de ser disciplinados y, en especial, de respetar a los demás, pero siempre con el propósito último de ser y hacer lo que verdaderamente nos colmara de felicidad.
ES: ¿Ésa fue la mejor enseñanza de tu padre?
IH: Mi padre era un maestro exigente. He pisado grandes escenarios, he sido discípulo de los mejores bailarines y maestros y he trabajado con los mejores de la industria, pero lo que aprendí con mi padre es la razón por la que llegué hasta este punto. Mi papá se había olvidado del ballet los últimos 20 años de su vida, así que sus enseñanzas iban más apegadas a los sentimientos, las sensaciones, a cómo expresar y mover mi cuerpo para lograr un objetivo. Eso me hizo muy consciente de lo que podía hacer con él y de lo que finalmente iba a ser capaz de expresar frente a un público. Creo que esa técnica tan especial es la que me ha ayudado a ser diferente, a poder capturar la esencia de una emoción con mis piernas, con mis brazos y con cada uno de mis músculos. Así es como he interpretado todo lo que me han enseñado a lo largo de todos estos años: que el cuerpo no es sólo una máquina poderosa, sino también un delicado sistema, un medio para transmitir todas las emociones posibles.
ES: Hablas de los grandes con quienes has compartido el escenario. Mikhail Baryshnikov fue el director artístico de Don Quijote, presentado por Ópera Roma. Cuéntame de esa experiencia.
IH: ¡Uf!, ¿qué te digo? Estuve nervioso a cada paso del proceso. Él es un monstruo en el escenario, un perfeccionista obsesivo que, además, es el más compartido de los bailarines a los que he conocido. Es de esas personas que no sólo te van a exigir, sino que te van a decir cómo lograrlo. Él me contó sus secretos en el escenario, sus trucos, esas herramientas que lo llevaron a la perfección absoluta. Trabajar con él fue irreal.
ES: Dicen que bailar libera. ¿Es cierto?
IH: ¡Claro que sí! Creo que quienes bailamos somos afortunados. Liberar toda esa emoción a través del cuerpo es algo único. Piensa si alguna vez te has puesto a bailar libremente en tu casa, cuando nadie te está viendo y puedes hacer cualquier locura. Los bailarines tenemos ese permiso, de mover nuestros cuerpos de una forma distinta, de liberarnos, de permitirnos ser alguien más, de interpretar. Bailar es perderte en un momento, dejarte llevar por la energía.
Queríamos que las imágenes fueran capturadas en un teatro, queríamos que Isaac nos diera una muestra de su habilidad y potencia, pero no fue necesario que lo viéramos actuando en un escenario —tampoco posible porque al primer bailarín del English National Ballet le tienen prohibido poner en riesgo su salud—, pero ahí, en los pasillos estrechos de Casa Habita en Guadalajara, Isaac rompió un poco las reglas.
IH: Es algo muy complejo. No podría explicarte en qué pienso cuando bailo. El entrenamiento de ballet es algo muy físico porque entrenas a tu cuerpo a adaptarse a cambiar constantemente. Creo que son tus músculos los que piensan cuando estás en el escenario, tu cerebro sólo es el motor que te hace recordar el más mínimo de los movimientos. Si eres un buen bailarín técnico, no tienes que pensar en nada: el reto es crear un personaje, la motivación te la tiene que dar el personaje al que estás interpretando, la música es la que tiene que llevarte por el escenario, ése es un reto y a lo que todos los bailarines aspiramos: a ser intérpretes.
ES: ¿Cuál ha sido el reto técnico más difícil de tu carrera?
IH: El Romeo y el Don Quijote de Nureyev. Estas dos piezas son virtualmente imposibles de reproducir; él las creó para que sólo él pudiera interpretarlas, y encima de todo hacía hasta 30 funciones seguidas; yo hago dos y siento que me estoy muriendo [risas].
ES: ¿Cómo ha moldeado tu vida esta profesión?
IH: El ballet me ha enseñado a buscar la perfección y a entender que la única forma de lograr algo es cuando se trabaja tan duro que duele. Como bailarín te encuentras constantemente teniendo esta lucha interna con tu propio carácter, con tus impulsos, con el deseo de alejarte, de descansar, pero es impresionante cómo el ballet te regresa al camino, a esa búsqueda de lo perfecto, de lo óptimo. Todos los días haces la misma rutina y tú decides qué tan bien vas a hacer cada paso, cada movimiento. Como bailarín debes tomar decisiones inmediatas, una tras otra, sin pensar. En el escenario no hay ni un segundo que perder, y tampoco en la vida.
En posición, Isaac mantenía los ojos abiertos, muy abiertos. Su respiración era pausada, pero firme, se escuchaba el aire entrar y salir de sus pulmones. Al escuchar la palabra acción se incorporaba, con una fuerza desmesurada, con una exactitud milimétrica. “Hagámoslo de nuevo”, dijo una y otra vez. Veía las imágenes que Khristio y René [fotógrafo y videógrafo respectivamente] habían capturado, y pedía intentarlo de nuevo. Repetía exactamente el mismo ritual, repetíamos las tomas.
ES: ¿Te arrepientes de alguna decisión que has tomado en tu vida?
IH: No realmente. Tal vez haría algunos ajustes, pero cada paso que he dado me ha llevado hasta este lugar.
ES: A lo largo de tu carrera has tenido fuertes lesiones que estuvieron a punto de terminar con tu camino. ¿Por qué decidiste luchar?
IH: La misma situación me llevó a no querer darme por vencido. Las lesiones y las cirugías fueron tan dramáticas que simplemente eso me daba ánimos para echarle ganas. No podía creer que a los 15 años mi carrera, que ni había empezado, iba a terminar. De ahí tomé fuerzas porque quería llegar a mi objetivo.
“Perdón, pero de ninguna manera me voy a quitar los calcetines. ¡Tengo los pies destrozados!”, me dijo Isaac —enérgico— el día en que tomamos las fotografías de esta historia.
Es bien sabido que quienes dedican su vida a la danza sufren de eso: lesiones y molestias físicas constantes. Isaac me lo confirmó: “Todos los días me duele algo; el dolor es fuerte, pero te acostumbras a él. El día en que me retire, dejaré de sentirlo”. Me explicó además que esas molestias, que se sienten como piquetes, como golpes a “puño cerrado”, como si te hubiera pasado un camión encima, son incluso adictivas, y que cuando pasan un par de días —nunca son más de dos— sin entrenar, le parece extraño sentirse tan bien. Cada músculo, cada extremidad… incluso la cara duele.
La tolerancia al dolor es parte del trabajo de un bailarín profesional —Isaac también es un atleta— y hay que ser un insolente para llevar al cuerpo a límites incluso peligrosos. Para ser un verdadero bailarín.
ES: ¿Qué es el ballet para ti?
IH: Es un arte muy noble que pone a prueba los límites físicos del cuerpo humano, y si logras dominarlo, puedes crear algo maravilloso y único. Lo que hacemos es moldear y armar un instrumento, y cuando sales de la escuela, tienes la responsabilidad de crear algo especial con tu cuerpo y compartirlo con el resto del mundo. Por eso quiero que la gente se acerque a estas expresiones, que lo vean con sus propios ojos para que entiendan por qué el ballet es tan especial.
ES: ¿Por eso nació Despertares?
IH: Entre muchas otras razones, sí. Yo deseaba que México se convirtiera en una capital latinoamericana del ballet, de la danza. Despertares nació con la finalidad de enfrentar a la gente con la grandeza y belleza de las mejores compañías del mundo, de los espectáculos más grandiosos, pero además de ofrecer una plataforma [Despertares Impulsa] para descubrir talentos mexicanos y llevarlos a recorrer el mundo.
ES: Este año Despertares llegó a su fin por múltiples factores.
IH: Me duele mucho, pero sí. Este año fue un milagro salvar la edición. Logramos un donativo privado para lograrla, pero la incertidumbre económica y la falta de apoyo del Gobierno Federal nos llevaron a tomar la decisión de que Despertares tenía que llegar a su fin. Obviamente, cuando ves el impacto tan fuerte que un proyecto como éste tiene en la vida de las personas, es difícil aceptar que se tiene que terminar, pero estoy enfocado y mentalizado a que éste sea sólo el principio, y espero que podamos retomar la idea en algún momento.
ES: ¿Qué sigue en tu carrera?
IH: Me quedan pocos años de actividad. Normalmente la vida activa de un bailarín profesional termina a los 35 años, así que voy a sacar lo mejor de mí en estos seis años, y después voy a disfrutar mi tiempo [risas], voy a buscar proyectos para que el ballet en México sea lo que me encantaría que fuera: una fuerza cultural que nos coloque en el mapa. Quiero que México dé más bailarines exitosos, que seamos un ejemplo.
ES: ¿Vas a trabajar tan duro como entrenas ahora?
IH: Incluso con más fuerza. Con atrevimiento, con insolencia, como se llama la edición de esta revista. Así voy a trabajar por el ballet en México.
Así es como se llega al éxito. Así es como te conviertes en el mejor del mundo.
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