En San Miguel se detiene el tiempo. Durante años hemos leído cómo este pueblo —encallado en el bajío mexicano— con aires de ciudad, se ha ido ganando un lugar entre los destinos turísticos de primer nivel alrededor del mundo. Solo hace dos años, la publicación Travel + Leisure la nombraba como “La Mejor Ciudad de Mundo”. 

Vivir San Miguel es permitir que el tiempo se detenga. Pocas ciudades entienden el servicio y la hospitalidad como ésta, una ciudad lista para recibir a los visitantes y hacerles sentir especiales en todas las maneras posibles. En 20 años, San Miguel se ha construido una reputación como destino sibarita, más allá de su valor histórico y arquitectónico.

Recorrí las calles del pintoresco, de la mano de dos tapatías enamoradas de la Ciudad: Julia y Renata, que llevaban a Garage Dos Casas, la tercera edición de Albergue Transitorio en San Miguel —un bazar itinerante de diseño nacional contemporáneo—. Garage Dos Casas, es el espacio alternativo del hotel botique Dos Casas, emblema del lujo del lugar. Ese día, caminamos por todo el pueblo, tomamos un par de tragos en Cumpanio y comimos uno de los legendarios chicharrones del Jardín Allende. En solo unas visitas, Julia y Renata se han convertido en un par de veteranas sanmiguelenses. Localizan bien las mejores tiendas y las más particulares cantinas; el mejor puesto de tacos —justo enfrente del templo de San Francisco—, y el tesoro mejor guardado de San Miguel: El mural inconcluso de Siqueiros en el Centro Cultural Ignacio Ramírez El Nigromante. Ahí nos contaban lo que ellas consideran el lujo: hacer lo que les apasiona. Y claro, en el universo contemporáneo de la inmediatez, la pasión es un lujo. 

La pasión por el servicio en San Miguel no se limita a lugares como el restaurante Áperi o el Hotel Dos Casas. El respeto por la hospitalidad es tal en cada tienda de diseño, cada café, cada cantina y hasta el puesto de hot dogs contra esquina de La Coronela, encargados de convertir el cotidiano en un instante inolvidable. 

Los sanmiguelenses son anfitriones por naturaleza. Naturaleza que ha sufrido los embates de la situación del país en las últimas semanas. No es un secreto que la percepción de seguridad de la ciudad ha decaído, y esto ha generado desconcierto entre visitantes y empresarios locales. Hasta hace no muchos meses, San Miguel de Allende parecía ajeno a las situaciones de seguridad que había atravesado el estado de Guanajuato. Ahora, la joya de la corona ha quedado vulnerada, dejando una pregunta en el aire, ¿es San Miguel de Allende todavía seguro?  

Esa noche, después de recorrer San Miguel de Allende de la mano de las diseñadoras, cenamos en Áperi: una cocina sencilla, cercana y perfectamente ejecutada nos dieron pie a platicar un poco de los tropiezos. La convivencia —y los cocteles— hicieron que las anécdotas fluyeran con facilidad. Julia y Renata habían sufrido más de uno y, como uno puede ver, siempre lograron recuperarse. Cuando el resto de la mesa les preguntó cómo lograban seguir de pie, su respuesta fue “trabajando”. “Aún cuando nos llegamos a quedar sin nada, lo único que quedaba era despertarnos al día siguiente y trabajar”, convirtiendo la constancia y la resiliencia en su mejor atributo. 

San Miguel de Allende se ha hecho resiliente: no se detiene. Incansable para sus visitantes, dispuesto a detener el tiempo por unos días, unos meses o unos años y crear un momento. Como el resto del país, está enfrentando situaciones complicadas con colaboración y dignidad. Y lo está logrando. Porque, como bien dicen las diseñadoras tapatías-sanmiguelenses por adopción, sólo queda trabajar. Y en San Miguel, lo saben.