
Quizá todos deberíamos llevar uniformes. Quizá, después de todo, ya lo hacemos
Advertir que existe al menos una exposición dedicada al repaso histórico de uniformes, es un buen punto de partida para preguntarnos sobre las intersecciones entre la moda, la historia y las conductas sociales de una determinada época. Detrás de las telas camufladas, las boinas o la falda tableada —del campo semántico y el lenguaje estricto de la indumentaria— hay un sistema que tiene mucho en común con la moda. Militares, guerrilleros, estudiantes de escuelas católicas, cocineros, policías… todos los uniformados conservan su energía mental para un propósito más elevado que ésta, pero que al final, y a pesar de ser conceptualmente opuestos, encuentran características coyunturales. ¿Qué es lo que atrae a la moda de los uniformes y viceversa?
Esta vestimenta proporciona el confort de la alineación, la indiferencia ante la extravagancia, la creatividad y connotaciones de identidad. Lo sabía tanto Karl Lagerfeld como Anna Wintour con sus predecibles atuendos. Así también lo hace suponer Carolina Herrera con su camisa blanca de cuello alzado. Yohji Yamamoto, Ricardo Tisci, Michael Kors y Giorgio Armani, vestidos completamente de negro como si hubiese un uniforme de “creador”, y fuera ése. El uniforme es la utilidad, pero en el proceso y la intención está la magia.
Estos se han adaptado a los tiempos —como la materia a la que hacemos referencia— hasta llegar a su versión actual, no sin antes pasar por manos de diseñadores con título en moda, e incluso de artistas. Reconocemos la clásica casaca militar, a los marinos, a los policías de azul marino que vemos en las calles, pero también la iconicidad de las meseras de los restaurantes, sobre todo uno que se encuentra casi en cualquier punto de la Ciudad de México. Fue la mano del renombrado pintor y escultor guatemalteco Carlos Mérida, que creó el uniforme de las meseras de Sanborns. Esto según los rumores que se han difuminado en la prensa nacional. Según una versión contada por algunas meseras, este vuelco nacionalista sucedió en 1985, cuando Grupo Carso compró el restaurante y estandarizó los uniformes en todas las sucursales del país. Actualmente, el atavío está conformado por huipil, cofia, blusa blanca y falda. De inspiración indígena, de trajes tipicos de Nayarit, Puebla y Oaxaca.

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Decir que son “icónicos” no es un recurso gratuito. Para muchos, quizá encarne mejor que ninguno las referencias folclóricas que dibujan a este país. La historia dice que a inicios del siglo XX, fue diseñado por Francis Davis, que no era precisamente un diseñador, sino un hombre de buen gusto, coleccionista y comerciante de arte popular. Davis era estadounidense, quizá por eso es que resulta tan mexicano…
Vale la pena entonces hablar del trabajo que Carla Fernández hizo para otro restaurante de identidad mexicana. Hablamos de túnicas, mandiles, culottes, pantalones y camisas en tonos negros y grisáceos, entintados sin petróleos ni sustancias artificiales que en el ámbito gastronómico, Carla creó para el personal de Pujol, en una colaboración que no podría ser más fortuita, tomando en cuenta la mirada contemporánea que ambos nombres han proyectado a nivel internacional sobre las diferentes técnicas ancestrales de México. Desde luego, no es la primera vez que la moda mexicana presta sus servicios a la uniformización de una determinada práctica.

fotografía propiedad de Pujol ©Claudio Castro

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A finales de junio pasado, Lorena Saravia firmó los nuevos atuendos de Aeroméxico. En un comunicado, la aerolínea hace notar que “Lorena transformó los uniformes de las y los sobrecargos con un toque clásico, minimalista y elegante”. Con esta entrega, Saravia reinterpreta la imagen característica de este rol en los años 60, cuando estaba enfocado en las mujeres, pero ahora abordado también desde el lado masculino. Y lo hace a partir de capas con aperturas laterales, geométricas; una sutil pero necesaria adición de bolsillos funcionales y aires utilitarios combinados con la consistente línea estética, entre las geometrías puras y detalles de poder en los puños o los hombros. Lo cierto es que Aeroméxico, como pocas empresas mexicanas, ha visto en las propuestas nacionales una oportunidad de dimensionar a su personal con el valor agregado de ciertas líneas de diseño.

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Ya desde 2008 su colaboración con Macario Jiménez para la realización de una nueva imagen de vestimenta le valió el reconocimiento de The Aviation Museum and Library, en San Francisco. Esto significa que sus diseños fueron considerados unos de los mejores de la historia de la aviación. Durante 2016 fueron exhibidos en la muestra “Fashion in Flight” en el San Francisco Museum. Posteriormente Alejandra Quesada vistió a las sobrecargos en siluetas bodycon y jerseys de acentos preppy en el lado masculino.

fotografía propiedad de Aeroméxico
La moda con rasgos utilitarios se ha convertido en una tendencia global. Sacai, de Chitose Abe, ha absorbido el ánimo militar con capas impermeables y chalecos femeninos, provistos de una buena cantidad de bolsillos. En Colombia, la propuesta “Ropa de trabajo” se define como una marca “por trabajadores para trabajadores” que incorpora la estética de la austeridad disciplinaria a siluetas minimalistas conformada por boilersuits, t-shirts, overalls y discretos culottes. Como toda ola creativa y de consumo, esta inclinación por los uniformes proviene de comportamientos sociales, como la búsqueda de exitosos CEOs y directores creativos por enfocarse más en las decisiones laborales que en sus atuendos.
Paralelamente, la Guardia Nacional entra en vigor en México y comienzan a teñir ciertas zonas del país con sus uniformes en gris camuflado, y boinas atravesadas por cuadros blancos y negros. El gobierno declaró sólo haber comprado las telas, mientras que la confección está a cargo de la Fábrica de Vestuario, para luego ser manufacturados por el personal de la Secretaría de Defensa Nacional.
A través de los años, la historia de la moda en México se ha ligado a las fuertes necesidades de orden, equilibrio y administración. Los uniformes dotan de estos valores a aquellos que los portan y probablemente todos deberíamos llevar uniformes. Quizá, después de todo, ya lo hacemos.
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