Hacía tiempo que no sabía nada de Ely Guerra. Un lejano Zion (2019) y un último concierto que inauguró el inicio de la pandemia (Vive Latino, 2020 y su 13 de marzo, inolvidable) y fue todo. Ely Guerra no está presente en las redes sociales, ni hizo streaming alguno; así que, en un periodo de distancia total, el tiempo pareció esconderla. Pero una vez teniéndola de frente —esta entrevista fue gratamente presencial—, la conexión es inmediata: la escritura que salva, la creación incesante como refugio y trampolín, la disciplina para ser libres, la transición natural de la edad. Hubo plática para rato…

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Danaé Salazar (DS): Eres una mujer #alrevés en el sentido de que tu cuestionamiento (pensamiento) no cesa. Tu creación no cesa. No eres una mujer común. Ese personaje tiene que venir de algún lado. ¿Cómo fue tu infancia? ¿Hubo algo en tu formación que te detonó a ser como eres?

Ely Guerra (EG): El asunto familiar siempre tiene consecuencias en cualquier momento de nuestra vida. Considero que mis papás han sido cada uno un personaje muy fuerte. Mi papá como atleta (era jugador en los Rayados de Monterrey y después fue director técnico) al que siempre observé de lejos, y que formó en mí una disciplina. La condición del atleta y el respeto que manifiesta hacia el cuerpo, siempre me interesó.

Mi mamá, en cambio, simboliza la cercanía que yo no tenía con Alberto (mi padre); ella tiene una personalidad muy bella, abierta, es una anfitriona y cocinera increíble. Mi mamá me comparte que cuando ellos vivieron en Monterrey, el equipo tenía muchos jugadores brasileños y ella aprendió el idioma y a disfrutar de la música brasileña. Para ella, mi cercanía a la música viene de ese momento tan especial y tan musical, porque en mi casa no se escuchaba música.

Pude aprender lo mejor de ambos y, sin lugar a dudas, a la edad de 15 años —que fue cuando salí de casa de mis papás— y con las herramientas que me habían dado, pude lidiar con broncas, con las grandes pruebas que no tenían nada que ver con la protección de tus padres. Estas dos energías sólidas, fuertes, me permitieron construir este personaje que soy y tomar decisiones pequeñas y otras muy significativas que me ponen en donde estoy hoy.

DS: ¿Y tu llegada a la música, entonces, cómo fue?

EG: Realmente fue un poco accidentada, porque en mi casa no se escuchaba música, no era algo que estuviera circulando a mi alrededor. Lo que yo percibía eran las letras: escribir y leer. Creía que iba a ser escritora. En la escuela descubro la música, entonces, ¿por qué no escribir canciones? Lo que yo quería era contar mis historias o lo que estaba viviendo, entonces, entendí: “¡Voy a escribir canciones!”. Te estoy hablando desde la mentalidad de una niña, porque mi primer canción hecha y derecha, que me atreví a cantar y que entendí como canción, fue a los nueve años, cuando también descubrí mi voz. Pero previo a eso ya traía un discurso personal de: “Quiero escribir y quiero contar historias”. De los 9 a los 17 años escribo más de 200 canciones… claro, fueron 200 canciones que nadie escuchó.

Pero fue complejo porque estamos hablando de un periodo muy vulnerable en un hogar donde no había música. Creo que salir a los 15 años fue parte importante de esa toma de decisiones.

DS: Eliud Kipchoge dice que la disciplina y el trabajo te dan la libertad. ¿Qué piensas de eso después de haber tenido una formación al lado de un atleta?

EG: La disciplina es como un poder absoluto, inclusive hay que tener disciplina para descubrir quién eres. Para mí el valor principal de la disciplina no tiene que ver con un trabajo duro innecesario, sino con una actitud, un respeto e inclusive una ética, una escala de valores. Hay cuestiones que te van a permitir ser disciplinado simple y sencillamente porque estás respetando algo a donde quieres llegar. En cualquier actividad, la disciplina debería ser atractiva, aunque nos cueste trabajo.

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En ese sentido, creo que el arte debe ser libre, la expresión artística tiene que ser un músculo que actúa desde una libertad. Comprometerte en el trabajo a través de una disciplina para formarte, para tener un espacio donde servir a los demás, debe ser, sin lugar a dudas, un espacio absolutamente libre. Hablando nuevamente desde una perspectiva atlética, eso fue lo que a mí me enseñó la conducta de Alberto: mi papá era siempre un personaje disciplinado que entendía que para llegar a una meta había que hacer cosas previas, había que trabajar, y a mí eso me quedó muy claro cuando lo llevé a la música.

Al menos en mi generación (porque hablo de lo que conozco), el músico parecía un asunto de flojera, era un símbolo de fiaca y cierta holgazanería, y no de trabajo. Para mí era un concepto totalmente contrario en una búsqueda de hacer música libre. ¿De qué me servía hacer canciones que yo no pudiera cantar a los 50, cuando las escribí a los nueve años? En mis discos hay algunas canciones que escribí a los 12 años. Hoy las puedo cantar sin ningún pudor, porque es real, porque hay un vínculo real, entonces creo que eso demuestra que el arte tiene que ser libre y disciplinado. No hay otra forma de llegar a un lugar de éxito personal.

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DS: ¿Qué representan para ti los rituales? ¿Dentro de tu escala de valores se encuentran el ser perspicaz y constante?

EG: En mi opinión y en mi práctica sí tengo muchos rituales porque considero que la motivación puede estar en cualquier lugar. Para sentirnos motivados puede haber muchos disparadores, pero la fuerza de voluntad es la que se alimenta a través de los hábitos, y un hábito es el que habla de tener control y disciplina. Eso me parece muy importante con las nuevas generaciones: siento que tienen un criterio extraño de que no hay que hacer esfuerzo en nada.

Esforzarte te hace bien y te hace útil. Tú empezaste nuestra conversación hablando de decisiones. Uno de los aspectos que nos va a mantener siempre bien a los seres humanos es poder de decidir. Si te quitan el poder de decisión, te mueres.

DS: La literatura empata con la música como pilar en tu vida. Sin duda varias de las grandes enseñanzas de tu vida vienen de ahí, lo cual, hablando del lado amable de los rituales y los hábitos me lleva a la siguiente frase de Pessoa: “Sabio es el que monotoniza la existencia, puesto que entonces cada pequeño incidente tiene un privilegio de maravilla”. ¿Qué piensas?

EG: No nos gusta creer que la rutina, que es sinónimo de tener hábitos, tiene un brillo muy especial, son espacios luminosos que nos permiten conocernos a nosotros mismos. Resumiría esta frase en la cuestión de maravillarnos por quiénes somos, porque casi siempre nos maravillamos por quiénes son los demás. Nos gusta ver en los demás aquellas cosas de las que quizá sentimos que carecemos. Encontrarte a ti mismo no es fácil; de hecho, es la tarea más difícil. Tengo 10 años soltera, sé que estoy en el extremo de estar demasiado sola, pero es parte quizá de lo que ocurre con mi mundo interior y de esta necesidad de escribir o de transmitir ideas. O simplemente de crear. No puedo estar quieta sin estar creando, y cada vez que hago algo nuevo entro en este mundo de generar una emoción de maravillas.

Es ese ritual de permitirme estudiar, estudiar, estudiar y después llevar a cabo una idea, hacerla florecer… ¡Paga bien! A lo mejor pues sí, sacrifico muchas otras cosas. Pero estoy de acuerdo con que el mundo ahorita justamente ofrece un sinfín de cosas increíbles que han creado otros seres humanos, las cuales han estado guardadas creando… y a veces me pregunto: “¿Qué será? ¿Que algunos nos guardamos para crear y otros tienen que disfrutarlo por nosotros?” No lo sé. También es una forma bonita de verlo. Habrá unos que vienen a la vida a disfrutarlo y literalmente a recibir lo que otros están fabricando. Pero me maravillan muchas cosas del poder de la creatividad, es donde más encuentro luz y donde más puedo apoyarme.

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DS: Creciste musicalmente en una época de predominancia machista. Aun así no te callaste, no te has callado… Al final la voz, siempre la voz…

EG: Mira, yo arranco firmando un primer contrato en 1992, donde ni siquiera había (hablo literalmente de la plataforma pública), mujeres que estuvieran firmadas en disqueras, que cantaran sus propias canciones. Creando música desde sus trincheras estaba Rosa Adame en La Lupita, o Rita en Santa Sabina, Julieta (Venegas) en Tijuana No. La realidad es que a mí me tocó ser una especie de feminista sin utilizar el label de feminista. No fue sencillo. Para los demás era muy extraño explicar todo lo que hacía: era extraño para el tipo que te firmó en la disquera que quisieras tener cierta actitud, era extraño para aquellos verte medio guapa y que tú realmente no estuvieras interesada en mostrar tu físico. Todo fue siempre una batalla. Llegué a estar a rape por demostrar una actitud, para decir: “No hablemos más de mi físico, hablemos de lo que vine a hacer que es cantar y hacer canciones”. Este tipo de actitudes hablaban sin lugar a duda de una postura, pero claro, ésa era la punta del iceberg. Lo más importante es lo que está a profundidad y muy por debajo, que casi nadie lo ve y que casi nadie entiende. De alguna u otra manera, sí fui y fuimos creadoras de la escena musical que está ocurriendo ahorita para la mujer.

Sin lugar a duda fuimos esa gran base, porque en ese momento defendimos cosas que para muchos eran indefendibles. En mi caso no tuve nunca que coger con nadie. Realmente era una postura de liderazgo y una postura de —como te dije al principio— respetar una escala de valores, de saber a lo que quería entrarle. Sí fue complicado porque teníamos que estar en lucha todo el tiempo. Recuerdo muchos enfrentamientos incómodos en los que salía ganando porque mi postura era inamovible.

Mira la historia y la entrevista completa en nuestra edición impresa número 51. Suscríbete aquí recibe dos ediciones de Revista 192 al año.

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