El encuentro cinematográfico: Avilés, Márquez, Citarella y Beristáin

Celebrando la nueva temporada de Mubi Podcast: Encuentros

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texto Zunshu
fotografías cortesía de MUBI , Gonzalo Morales , Viridiana e Yvonne Venegas

El cine es un arte crucial, una disciplina casi antropológica que además de estudiar y retratar formas de vida, encapsula épocas y se convierte, con el tiempo, en retratos que serán revisitados por las generaciones por venir.

La creación de un largometraje requiere la participación intencionada de mentes detrás de la cámara, donde la dirección juega un papel indispensable al momento de materializar las narrativas en pantalla. Estamos en ese emocionante e inminente tiempo donde las mujeres toman la batuta para contar esos relatos que siempre debieron ser contados; un punto y aparte del mundo en el que alguna vez vivimos, donde contar estas historias parecía casi imposible.

 

El podcast “Encuentros”, de Mubi, temporada tras temporada reúne a las figuras más destacadas del cine hispano para generar conversaciones donde diseccionan el arte cinematográfico. Sumándonos a la celebración por el estreno de su nueva temporada, entrevistamos a cuatro de las voces que forman parte de esta séptima entrega: Laura Citarella (Trenque Lauquen, 2022), Alejandra Márquez Abella (Las niñas bien, 2018) Natalia Beristáin (Ruido, 2022) y Lila Avilés (Tótem, 2023). A las 4 directoras se les hicieron las mismas preguntas, que hablan de nuestra inquietud por explorar sus puntos de vista en esta narrativa que se amalgama en un diálogo colectivo: el encuentro detrás de la cámara.

Lila Avilés, fotografía por Yvonne Venegas



Zunshu (Z): ¿Cómo fue que llegaste al “podcast” “Encuentros”?

 

Laura Citarella (LC): Sabía de la existencia de estos podcasts desde hace tiempo. Mientras planeábamos mi episodio, surgieron muchos nombres en nuestra búsqueda por encontrar a la persona ideal para dialogar conmigo. En ese tiempo, fui jurada en un festival y le di un premio a la película de Lila (Avilés); pensé en ella y dije “bueno, sí, es perfecto para este momento”. Me entusiasmó mucho porque siendo ella una directora mujer latinoamericana, sentía que podríamos hablar un día entero y no pararía la conversación.

 

Alejandra Márquez Abella (AMA): Estoy aquí porque me invitaron, pero ya se habían tardado, porque esta es la temporada 7. Llevo escuchándolos y siendo fan mucho tiempo atrás; estoy muy feliz porque para mí ha sido una herramienta muy interesante para aprenderle a otros realizadores, a otros colegas, para inspirarme, enojarme también, pero la verdad, estoy muy contenta.

 

Lila Avilés (LA): Fue una invitación muy linda. Vino de Laura Citarella, que es una genia, y nos hemos hecho muy buenas amigas. Es lindo cuando te toca coincidir con una persona con la que sientes afinidad, que te fascina su cine. Como siempre digo: ‘soy cineasta, pero ante todo soy espectadora’. Me encanta poder conversar en un mismo lenguaje.

Alejandra Márquez, fotografía por Viridiana

 

Z: He observado que hay cineastas que nacen y cineastas que se hacen. ¿En qué momento te diste cuenta de que tu vocación era el cine y cuándo comenzaste a nombrarte ‘cineasta’?

 

LC: No sé, supongo que fue bastante temprano. Hay una especie de confusión en el lenguaje: muchas veces la gente que produce películas no se considera cineasta. Yo, ya siendo productora, me consideraba cineasta. Creo que eso empezó a definirse más cuando empecé a trabajar. Estudié cine, hice la carrera, dirigí cortos, produje… hice de todo. Pero cuando sales de la universidad y empiezas a hacer películas que circulan por el mundo, ahí es cuando llega esa confirmación de sentirte cineasta.

 

Para mí, ese momento llegó con el encuentro con “El Pampero Cine”, el grupo al que pertenezco —me cuesta desvincular a este colectivo de la actividad que hago—. En ese encuentro empezó a forjarse mi noción de ser cineasta, no importa si dirijo o no, porque las películas son un acto comunitario.

 

AMA: Híjole, creo que hace tres días, no creas que es algo fácil de decir. Es como llamarte artista, creo que siempre tuve esa voluntad de contar cuentos, eso siempre me gustó. Vengo de una familia que valoraba mucho eso, y luego me clavé mucho con la fotografía fija.

 

Algo pasó con esos dos chips, como que se juntaron en mi cabeza y ya nunca más se separaron. Nunca volví a hacer sólo escritura o sólo fotografía. El cine se volvió el medio indicado, ha sido un camino en el que he estado pensando y trabajando por casi 20 años, así que, pues, si no lo era, ya me hice.

 

Natalia Beristain (NB): Para mí ha sido todo un proceso. Desde adolescente, recuerdo que alguna vez saliendo de una muestra en la Cineteca, dije: “quiero hacer eso. Fue como un llamado, el momento en que decidí que quería hacer cine. Eso me llevó a entrar a la escuela de cine, a pelear por un lugar —porque no lo conseguí en el primer intento—, estudiar la carrera, graduarme, y luego luchar por hacer mi primera película, mi segunda película…

 

En el camino trabajé mucho como directora de casting y como continuista, explorando el quehacer cinematográfico desde otros ángulos. Y, realmente, hasta hace no mucho, quizá más a partir de mi experiencia con la televisión, comencé a ejercitarme más en el set. Entendí que ser directora también implica trabajar con equipos diversos, incluso con personas que no necesariamente elegiste o con las que sientes afinidad.

 

Fue entonces, después de recorrer todo ese proceso, que finalmente pude llenar una de esas fichas de ocupación y escribir “cineasta”, y por primera vez, sentirme en pleno derecho de llamarme a mí misma así.

 

LA: No sé, siempre he sido muy loquilla. Desde chica, veía una película y ya estaba haciéndola con mi prima, haciendo una obra de teatro, siempre me ha gustado todo lo relacionado con el arte: las payasadas, lo teatral. Si no era pintando, era actuando; si no era actuando, era dirigiendo. Siempre estaba haciendo algo y eso me entretenía, me hacía pasar el rato. Al final, era una forma de juego, algo muy lindo.

 

No quiero ser la persona del horror en las redes sociales, pero creo que de niña jugabas más, tenías que divertirte de alguna forma, y ese tipo de juegos son hermosos. Lo sigo teniendo, aunque siempre he tenido un ímpetu por la fotografía. Estudié teatro, pero sentía que me faltaba algo, algo no encajaba hasta que di el paso, hasta que finalmente supe que el cine era lo mío.

 

Aún no filmaba La camarista (México, 2018), pero ya sabía que era cineasta. Nadie lo sabía, pero lo sentía. Después de La camarista, pude ponerme el birrete, ya podía decir: “Soy cineasta”. Fue un momento muy bonito, y la película tiene un cariño especial para mí. Al final, siempre estuvo en mis venas.

Natalia Beristáin, fotografía por Gonzalo Morales

 

Z: ¿De qué manera el cine vive contigo día a día, independientemente del oficio de hacer películas?

 

LC: Bueno, es parte de la vida, porque hay algo clave en la forma en que desde El Pampero hacemos las películas. Me pasa con los proyectos que he hecho, como Trenque Lauquen (Argentina, 2023), El Affaire Miu Miu (Argentina, 2024) e incluso Las Poetas (Argentina, 2019), donde se mezcla mucho lo personal. En esas películas aparecen mi hija, mi marido, yo misma, mis tíos, mis padres, hay una constante de registrar la propia vida. El cine va hacia la vida y la vida hacia el cine, es algo que pasa todo el tiempo. Uno está filmando constantemente, incluso cuando se va de vacaciones y lleva la cámara. Es un compromiso constante con el quehacer cinematográfico. Para mí, no es que el cine sea un paréntesis en mi vida y después venga mi vida; no lo veo como un trabajo. Es algo que ya forma parte de mí, es un hábito, una cotidianeidad. 

 

AMA: Me pasa algo curioso: cuando estoy filmando, nunca sueño, no tengo sueños en absoluto. Me preocupaba mucho por esto, pero ya entendí que es un espacio de fantasía. Cuando filmo, en realidad estoy soñando, poniendo en ese espacio lo que deseo, lo que me asusta, lo que me inquieta… lo que me trae revolucionada. Este tren de pensamiento me ha permitido entender también por qué lo hago, por qué me importa. Es un ejercicio con el que quiero seguir relacionándome.

 

NB: Siempre he sido una gran espectadora, algo que heredé de mi familia.

 

Hoy, la vida no me da el tiempo que tenía en mi juventud para ver varias películas a la semana, aunque a veces sí puedo. Ahora, veo más cine infantil, gracias a mi hija, lo que me ha llevado a encontrar narrativas en esos géneros que son sorprendentes y que abren nuevas posibilidades.

 

Para mí, el cine es una constante, un referente, una forma de entender el mundo. Es una manera de asomarme a otras latitudes. Está presente en mi conversación diaria, en mi manera de mirar el mundo.

 

LA: El cine está en todas partes. Somos parte de esa generación que entendió todo a través del cine. La vida misma la entendíamos con las películas que veíamos, ya sea en la Cineteca, en la televisión, o las que veíamos con un tío que, loco por el cine, grababa películas en blanco y negro todos los fines de semana. Había momentos en los que no sabías cómo expresarte con ciertas personas y pensabas, “esto nos está pasando como en esa película”, y de repente entendí que se volvía un código de comunicación. Es muy lindo, ¿no? El cine para la soledad, para la gratitud, para la comunión, para todo.

 

Z: Así es, qué bella forma de verlo, al final siempre se entrelaza la vida misma con la pantalla.

 

LA: ¿Cuál es tu película favorita? 

 

Z: “El bebé de Rosemary”. La encontré hace poco en un mercado de segunda mano en Super 8. Ahí la tengo. Y tú, ¿cuál es tu película favorita?

 

LA: Ándale, esa me gusta, es una locura, esa película no envejece. Yo no tengo una favorita en particular, la respuesta cambia todo el tiempo; tengo películas favoritas de este año, del año pasado, y van cambiando constantemente. Laura Citarella me gusta mucho, Trenque Lauquen es bien chida, se toma el tiempo para la exploración, me gusta mucho que ella no sólo es directora, sino también productora, así como yo.

Laura Citarella, cortesía de MUBI

 

Z: El cine tiene el poder de transformar a quienes lo ven y a quienes lo crean. ¿Cuál ha sido el cambio más significativo que el cine ha producido en ti?

 

LC:  No sé exactamente qué ha cambiado en mí, pero el cine trae consigo una serie de experiencias y amistades que no hubieras tenido de otra manera. Conoces lugares que no conocerías si no fuera por el cine, exploras cosas que no habrías explorado si no fuera por él. En ese sentido, el cine abre un mundo de elementos, de novedades. Y creo que llega a niveles de intensidad tan altos que las amistades que creas a través del cine tienen algo único. Hay una intensidad en lo vincular, porque la experiencia de hacer una película es casi milagrosa, épica. Trabajas muchísimo, y cuando lo logras, hay algo que se genera en lo grupal, en la disciplina, en la actividad misma. Es una experiencia llena de vitalidad, casi mágica, donde un montón de cosas se encuentran y funcionan. Eso te da una forma de amistad y de vínculo que, al menos para mí, no había experimentado de ninguna otra forma. Claro, tengo vínculos de toda la vida, pero el cine intensifica esa experiencia, refuerza esos lazos y esas amistades.

 

AMA: Es una gran pregunta, pero difícil de contestar. Cada proyecto tiene un alma que se instala en la vida real. Lo ves en los rodajes, en las producciones: si la película trata sobre burocracia, todo se vuelve burocrático; si trata sobre violencia, todo se vuelve violento. Siempre hay algo que la película quiere enseñarte. Pero quizás lo que más me ha enseñado el cine es la generosidad y el amor que implica liderar a tanta gente.

 

Ser la líder de un proyecto cinematográfico es tener que expresarte con respeto y claridad ante cientos de personas. Y creo que eso, en sí, te hace mejor persona, a veces. Pero, en mi caso, ha sido algo que me ha hecho pensar mucho en esas dinámicas sociales.

 

NB: El cine, en su quehacer y en su manera de verse, debería ser entendido como un acto colectivo. Vivir la experiencia de ver una película en el cine no es lo mismo que verla en una pantalla en casa, en la intimidad, con solo tú mismo reflejándote. La experiencia colectiva, en un lugar oscuro rodeado de desconocidos, sintiendo algo similar, incluso sin necesidad de dialogarlo después, tiene algo mágico. Así lo entiendo yo.

 

Eso es algo que aprendí con el cine: el poder de lo colectivo, y cómo éste poder siempre nos recuerda lo que de él emana. Recientemente, al trabajar en “Ruido” con las madres buscadoras, algo que les aprendí y que les agradeceré siempre es que me enseñaron que, a pesar de todo, el gozo es un acto de rebeldía. Eso fue muy poderoso.

 

LA: El cine me ha dado todo. O sea, fui una Lila antes y una Lila después. Es muy lindo tener la virtud de trabajar en lo que uno ama. Entonces, espero quedarme por un buen rato.

Z: Al entregar tu trabajo al público, ¿crees que su percepción altera la forma en que tú misma lo ves?

 

LC: Sí, obvio, la gente tiene una relación propia con los materiales. Para mí es importante generar trabajos que permitan que quienes los vean tengan una relación personal con ellos. No quiere decir que uno trabaje para que los materiales se interpreten de tal o cual manera, pero sí dar elementos para que haya una relación propia con lo que se está viendo.

 

Me interesa trabajar con materiales democráticos que abran y permitan huecos donde cada quien pueda entrar. Las películas, rápidamente, empiezan a ser del mundo mucho más que de una o de quienes las hicimos, y eso está bueno. Las películas se abren al mundo, vagan, y ya no te pertenecen.

 

Personalmente, tengo una mirada muy crítica respecto a mis propios materiales. Cuando vuelvo a ver una película en la que fui directora, pienso: “Esto ya no lo haría de esta manera”. Tengo una mirada que nunca puedo ver desde afuera, porque fui parte de un proceso muy profundo para que esa película se termine, pero sí empiezo a ver cosas que antes no veía. Eso es muy impresionante. A partir de lo que le pasa a otra gente o lo que escribe la crítica, empiezo a ver aspectos en las películas que antes casi desconocía de los materiales.

 

AMA: Híjole, creo que es rarísimo, ¿sabes? Justo tengo un ejemplo con Las Niñas Bien. Hace como un mes y algo, la pusimos en el cine y tuve que verla de nuevo. No puedo volver a ver mis películas, o sea, las vuelvo a ver, pero sufro, me dan cringe, no puedo. Pero ahora que pusimos Las Niñas Bien, había una nueva generación viendo la peli, una generación muy joven, queer, mucha banda encontrándose con la película. Para mí fue claro, eso era una nueva lectura de algo que tenía un sentido hace cinco años, que ahora tiene otro, y que quizás en 15 años tendrá otro. Eso no lo controlo ni lo pensé; no quise hacer un ícono, para nada, pero está sucediendo, y al verlo dije: “wow, qué locura cómo se van agregando capas”. Al final, el cine es un retrato de un momento histórico, y poder hacerlo es increíble.

 

NB: Quizá no radicalmente, no desde el corazón, pero sí, saber otras perspectivas te hace entender otras cosas que no habías visto. Afortunadamente, las películas están ahí para que los espectadores las vean, y eso también es bien chido. Al final estás poniendo tu punto de vista del mundo allá afuera y eso va a resonar de manera distinta contigo, conmigo, con ella… y también va a depender del día y el momento en el que estemos transitando cuando veamos ese proyecto. Por eso es tan novedoso, por eso la conversación nunca se agota.

 

Me ha tocado, con distintos proyectos, estar en estas sesiones de preguntas y respuestas al final de una proyección, y de pronto alguien dice algo que jamás había notado, pero me resuena y me hace reflexionar. 

 

LA: Como cineasta uno sueña con encontrar un eco, con llegar a los espectadores, ya sea en las salas de cine o en las plataformas. Lo importante es conectar, incluso si tu película es de nicho y tiene pocos espectadores. Claro, todos soñamos con un alcance mayor, pero eso no debe cambiar la esencia de las historias, que siempre nacen desde adentro, con lo que uno realmente quiere contar.

 

Es lindo cuando ese eco se amplía. A veces, te sorprende lo que las personas encuentran en tus películas recuerdos, decisiones, emociones inesperadas. Con “La camarista”, por ejemplo, alguien me dijo que le inspiró a volver a tocar jazz, y eso te llena el corazón. No se trata de hacer cine para un grupo específico, se trata de hablar y que las historias lleguen a quienes tengan que llegar. Ese intercambio, ese reflejo, te impulsa a seguir buscando, a descubrir nuevas historias. Y es maravilloso cuando esa búsqueda no se detiene.

Z: ¿Qué historia o tema consideras que aún está pendiente de contar en el cine, y por qué crees que es importante abordarlo?

 

AMA: Siento que no es solo una cuestión de qué historia o qué tema o qué personaje, sino de cómo. No sólo se trata de llegar a un lugar con tu vestidito y decir las cosas que te importan, sino también de cuestionar tus propias formas de decir esos discursos. Lo primero que se me ocurre es lo más hegemónico, patriarcal, porque mi educación visual y mi educación —a pesar de ser mujer y de tener una experiencia humana distinta—, está atravesada por herramientas muy hegemónicas, propias del sistema.

 

Yo misma tengo que estar todo el tiempo cuestionando que la forma también debe acompañar o contradecir los discursos, y eso es un poco lo que pasa en mis películas. Me gusta contar historias de personajes con los que no estoy de acuerdo, pero la cuestión está en cómo vas tejiendo una narrativa que quieres cuestionar. Las formas no son las mismas cuando quieres alabar a alguien que cuando quieres cuestionarlo.

 

Tenemos que seguir encontrando formas de cuestionar lo que creemos que no podemos cuestionar. No solo tenemos que poner en la pantalla lo que queremos ser, lo que queremos ver, lo chingón, lo que nos parece bello. Creo que hay que poner lo que nos incomoda, lo que nos saca de onda.

 

Eso es algo que está pasando cada vez más y en primera persona. Ya no solo vemos historias de mujeres que están siendo victimizadas, como la clásica narrativa. Pienso en The Substance, que está ahora tan hot. Claro, estamos hablando sobre la opresión a partir de la belleza, pero desde una perspectiva en primera persona. ¿Cómo se siente eso en primera persona? No es decirte: “Ay, mira, la pobre está sufriendo porque la oprimen”. No, es tú, tú cómo te percibes como monstruosa. Y eso sí creo que es un cambio de paradigma.

 

NB: Híjole, no sé si hay algo pendiente, al menos no desde mi óptica. El cine ya lleva suficiente tiempo allá afuera como para haber transitado muchos de los temas. Si nos vamos hasta la antigua Grecia, al origen de la narrativa occidental, los temas centrales siguen siendo los mismos, ahí están.

 

Lo que realmente cambia es la forma en que se narran, cómo se cuentan hoy y cómo imaginamos que podrían contarse en el futuro. Lo humano, los micro universos, nunca pierden relevancia, porque siguen resonando con quienes somos. Así que, ya veremos…

 

LA: Uy, no. Si la supiera, ya me la aventaría… es tan complejo. Yo creo que lo más importante que tenemos que hacer es pensar mucho en las nuevas generaciones.

 

Hay que fomentar darle libertad a los realizadores. Creo que hay un camino muy virtuoso con esta diversidad que se tiene hoy. No por nada cada vez hay más y más mujeres directoras, pero también hay grandes hombres directores, y como bien se dice, la unión hace la fuerza. En este cuello de botella de la diversidad, para que haya más historias, también tiene que haber más libertad.

Z: ¿Qué legado buscas heredar como cineasta a las generaciones por venir?

 

LC: No busco un legado deliberadamente, pero sí me interesa transmitir una inquietud. Como docente, trato de motivar a los jóvenes cineastas a descubrir el lenguaje del cine, ya que hay mucho por explorar. A veces, siento que el cine está en una especie de estancamiento, que la gente consume lo que le dan sin buscar más. El cine necesita movimiento, ir a una sala, vivir una experiencia colectiva. Creo que los cineastas tenemos la responsabilidad de hacer cine para el cine, no para los mercados o la realidad, sino para mantenerlo vivo. No busco dejar un legado, solo hacer que el cine siga vivo.

 

AMA: Creo que hay que permanecer siendo raro, rara. Ser mujer en esta industria ya no es tan extraño, pero lo era, todavía hace unos años. Algo en mí me empujaba a querer ser más masculina, sentía que esa era la única posibilidad para las mujeres de entrar al cine. Todo tenía que ser relevante, de la misma forma que lo es en el mundo de los hombres, y lo relevante en el mundo de las mujeres no era importante en el cine.

 

Para mí fue una decisión estética. desde “me voy a ir en vestido al set”. No me importa, yo no tengo por qué ponerme unos cargo-pants si no me gustan. ¿Por qué tengo que ir a un lugar vestida como no soy y no quiero? Y claro, eso te costaba, porque no te respetaba nadie. En el set tenías que ganarte el respeto a través de tu inteligencia, de tu claridad, de tu definición.

 

Aguantar y decir, ‘no, así soy, ¿por qué voy a cambiar mis ideas, mi personalidad, mi todo por querer encajar?’ Más bien, esto tiene que encajar a lo que yo tengo que decir.

 

NB: Ay, no sé, ninguno en particular. No entiendo el quehacer cinematográfico como eso, pero sí como una manera de tender puentes y de poner piedritas que van pavimentando experiencias y que van reflejando el mundo que nos toca habitar, y eso como un ejercicio de memoria siempre me parecerá importante, eso es bello.

 

LA: Creo que lo más bonito es cuando encuentras esas conexiones, esas sutilezas que hacen que te sientas más afín a alguien, esa es, quizás, una forma de legado. No busco dejar una huella deliberada, pero si en algún momento alguien se siente movido por algo que hice, ya sea a través del cine o de otro medio, eso es valioso. A veces lo que te mueve es el cine, pero otras veces es algo mucho más pequeño, como una conversación o una reflexión. Me han llegado a decir, “estudié sociología tras ver tu primera película”, y eso me parece increíble, porque muestra cómo algo que compartes puede generar una reacción en otro, un impulso hacia algo más grande.

 

Al final, todos somos parte de una cadena. Es como cuando vas caminando por la calle y ves un sticker en un poste que te hace pensar profundamente. Ese sticker fue puesto por alguien que, tal vez, vio, leyó, vivió algo, y a ti te genera algo nuevo. De alguna manera, esa cadena de pensamientos y acciones pueden ser el legado que uno deja. No importa lo pequeño o escondido que sea, las conexiones entre personas son las que hacen que las ideas sigan fluyendo, y eso es lo que me gustaría heredar: ese impulso de conectar, de mover a otros a pensar, de crear, de cuestionar, de no quedarse con lo que ya está dado. Y si puedo ser parte de ese ciclo, entonces el legado está en marcha.

La temporada 7 de Mubi Podcast, Encuentros, ya está disponible en todas las plataformas de streaming, así como en en lacorrientedelgolfo.net, acompañados de materiales complementarios. Conoce más en mubi.com


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