Hace una semanas lanzamos el proyecto “Mentes confinadas”. Nuestra idea era descubrir de qué forma se habían adaptado nuestros invitados al albergar sus oficinas en casa durante la contingencia. Si bien nos compartieron un poco de ello, el resultado fue más bien una serie de reflexiones muy personales sobre la experiencia del confinamiento y cómo conllevan la “nueva” realidad de estos tiempos.
Sabemos que hay más experiencias, historias y anécdotas; es por eso que decidimos hacer un volumen dos y descubrir nuevas reflexiones de otras mentes confinadas.
Tonatiuh López, escritor.
Nunca me he sentido parte de nada, ni habitante de ningún lugar. Desde pequeño la movilidad ha sido un imperativo: había que salir de casa para buscar la vida. El lugar en el que nací, un lugar atravesado por la miseria y la violencia, no era considerado precisamente como un sitio idóneo para la permanencia. Había que seguir los pasos de los que huían. Perder el contacto con la propia realidad. Dejarla atrás. No volver. Hacer las voces de Orfeo, evitar a toda costa voltear si se quiere salir del infierno y salvar el amor. Aprendí entonces que el hogar se llevaba a cuestas, como los caracoles a sus conchas, y como consecuencia la casa (el espacio físico) pasó a un segundo plano y devino una atadura que procuraba más angustia que descanso. Así conduje mi vida hasta hace unos meses, cuando el mundo vio nacer un organismo sin vida con el talento para paralizar la nuestra.
Cuando los noticieros lanzaron la alarma yo ya llevaba unos meses encerrado. Me hacía cargo de una depresión que negaba fuera clínica (condición hereditaria según el psiquiatra) y cuya raíz encontraba en mi imposibilidad económica para planear el siguiente movimiento. Pensé que no sería difícil adaptarme a las nuevas reglas sanitarias y sólo me preocupé porque ahora no tendría amigos que ver, personas con quienes hablar, carne que tocar y labios que besar en mis días con hambre, deseo y fuerza. Bastaron unas cuantas semanas antes de que considerara (razonablemente) que estaba perdiendo la razón (o perdiéndome en mi consciencia). Entonces empecé a imaginar (delirar es quizá un mejor término) que mi casa (el espacio físico) ponía en marcha una serie de mecanismos para arrojarme al mundo, a la calle, si quería mantener la sanidad y la vida.
Toda una maraña de absurdos pensamientos ocupaba mi mente mientras llegábamos al pico en la curva de contagios, dejando como una opción no viable salir a la calle, cambiar de panorama. No estaba seguro de querer ser un bugchaser (cazador de bichos [enfermedades]) que corre riesgos para no comprometer su placentero modo de vivir (o encontrarse con la muerte). Supongo que el lector se preguntará qué tiene esto que ver con una reflexión sobre el encierro, ¿qué importan los delirios egoístas de un individuo melancólico cuando se supone que tenemos que hablar de los modos en los que la humanidad descubre maneras de garantizar el bien común o por lo menos el de nuestra más cercana comunidad? ¿De verdad está pasando esto último?
Supongo que lo que quiero es lanzar una suerte de justificación que sirva no sólo como una ficción de la estructura que conserva mi pensamiento sino como acompañamiento para algunos otros “locos” que andan sueltos por ahí. A los que el encierro los condena a soportar una vida que apenas en otras circunstancias podían sobrellevar. No se trata de insanidad mental, ni social, ni económica, espero. El recorrido de mi mente en estos últimos días tiene que ver, creo, con que ella y mi cuerpo anticipan que el mundo que está por venir (el mundo que me pisa los talones y me agarra por los hombros para que no pueda correr, ése en el que mis deudas se han duplicado, en el que he perdido el sentido de mi trabajo y la voluntad de ceñirme a las “oportunidades” de ganancias), es un mundo que ya me había dejado fuera antes de que todo esto ocurriera.
Para aquellos para los que sin duda el mundo por venir será un tanto más complicado que aquél que en inicio nos dejó fuera, para ellos escribo. Porque las casas (los espacios físicos) seguramente serán más difíciles de sostener, o siquiera construir; pero para nosotros (las ratas, las palomas, las cucarachas, las jotas, lxs locxs, lxs ladronxs circunstanciales y algunos otros seres a los que ningún encierro logrará invisibilizar y que solemos ser confundidos con los rostros del mal), el hogar siempre ha estado afuera. La vida la hemos hecho en la calle buscando a otros como nosotros, haciendo la ciudad nuestra. No teman. No hay infierno que supere nuestro incendiario origen. Estamos preparados. No hay cubrebocas que nos vaya a silenciar, ni careta que pueda ocultar nuestros ojos que da pánico soñar, ni químico sanitizante que nos elimine. Para nosotros, sobre todo, también escribo. No obstante, tomemos precauciones y cuidemos nuestra vida para lograr hacernos del mundo juntos. Respiremos. Somos la octava plaga. @tonatiuhlj
Éste es un fragmento de El destierro. El encierro. El destierro., de Tonatiuh López. Para leer el texto completo, da click aquí.
Diego Mur, director y coreógrafo de Nohbords.
“Desde el privilegio que tengo de poder escribir esto desde casa, y con la preocupación de ser un bailarín y coreógrafo que dirige un proyecto propio e independiente [Nohbords], sin subsidios ni fondos gubernamentales, me he dedicado a pensar en alternativas que nos ayuden como grupo a generar nuevos ingresos, lo cual es siempre complicado porque dedicarse a la danza contemporánea en este país es sinónimo de precariedad.
Estos días han sido poco productivos a nivel de entrenamiento físico; mi cuerpo no responde ni se logra adaptar a una rutina que le permita sentirse activo como lo era en su normalidad, no hay interés, anímicamente mi cuerpo no atiende esa necesidad, pero mi mente explora un terreno más interesante y está colocada en un lugar bastante positivo, uno que encuentra la importancia de la reflexión: sobre mi individualidad, sobre Nohbords —y quienes forman parte del proyecto— y sobre el entorno en general.
He tenido la oportunidad de cuestionarme, de reconocerme, de analizar mis ideales como creativo, escribir ideas para futuras piezas, plantearme otras posibilidades de creación, pensar en nuevas formas estéticas y métodos de producción. Pero lo más importante, he pensado en mi cuerpo como herramienta de trabajo, como motor principal de expresión y contenedor de todo lo que me construye como individuo. Creo que esta comunión que tengo con mi “yo” a solas, desde un lugar tan íntimo que se desprende de cualquier pretensión, ha sido vital para mí y mi postura ante esta situación de confinamiento.”
“Dedicarme a la danza me ha brindado la oportunidad de reconocerme en otras personas y entender el valor de otro cuerpo y su construcción, su contexto y cómo lo habita cada uno. Creo que es un buen momento para recordar la importancia de la pausa en nuestro interactuar o conectarnos con otros, entendiendo ésta como una acto de respiración, de ser pacientes, de prolongar el tiempo para poder accionar —con mayor conciencia y prudencia— la espera, la quietud y el reposo… y es que sin duda es lo que necesitamos presenciar y normalizar en nuestra experiencia colectiva como individuos.” @diegomur_
Ana Jimena Ramírez, fundadora de Sersana.
“(Re)flexiones de Covid. Mis días pasan en modo (re), así como el modo avión. Me (re)planteo todos los días desde un lugar diferente, siempre desde adentro. Mientras el espacio se reduce, la mente se expande. La movilidad se limita y la actividad se desborda; curiosamente las posibilidades parecen infinitas. Despierto, respiro, pauso por contados segundos… y continúo mi vieja/nueva rutina. Agua tibia con limón, café, el desayuno de Pablo, que preparo al tiempo que cuento en mi mente los segundos en plancha que observo desde el Instagram live de @sersanamethod y nunca logro hacer a esa hora, Google Classroom, trabajo detonado vía WhatsApp, todos los dispositivos electrónicos conectados al mismo tiempo en cada rincón de la casa. Multitasking desbordado (e incomprendido por el compañero de arraigo), jornadas largas llenas de locura. Así los días, mis días, todos.
Desorden es mi nuevo orden, y mi estructura cambia por segundos. Benditos audífonos inalámbricos, bendito internet. Puedo tender camas, lavar ropa, cocinar y tener junta con mi equipo de marketing al mismo tiempo; confieso que me resulta casi terapéutico e incluso placentero realizar estas actividades todas a la vez. De pronto, entre sábanas e intentos fallidos de homeschooling, experimento una explosión de creatividad; que más bien es implosión porque en confinamiento hay que invadir lo menos posible el espacio que se comparte… y me pongo a trabajar.”
“Respiro y (re)conecto una vez más… conmigo, con los demás, con el encierro que no me sabe a encierro (porque soy brutalmente afortunada) pero que hay que nombrar así for the record. Intento hacer el ejercicio, ahora mental, de no engancharme en discusiones estériles —internas y externas— que piden lo imposible: ser mejor, hacerlo mejor. Pensarme un día a la vez sin esperar nada más que lo que venga en crudo de cada momento, me da paz. Decidí subirme a la ola de conciencia —individual y después por consecuencia colectiva— para de pronto descubrirme sorprendida e incluso emocionada por la (re)definición de prioridades y necesidades, a partir de observar(me) y sentir(me). Se (re)acomoda la vida.
La cercanía que se puede establecer desde la lejanía física es sorprendente. Nunca me había sentido más acompañada. Aquí desde mi resguardo, he conocido y conectado con más gente que en cualquier otro momento a través de mi proyecto Sersana y su (re)invención digital.
A veces pienso que no hay a donde regresar; si la vida es solo momento presente, estamos siempre donde tenemos que estar. Agradezco todo todo el tiempo. Agradezco la vida y respeto su vulnerabilidad. Agradezco el contacto con la naturaleza y la sencillez en las cosas, que llegó para quedarse como muchos otros aprendizajes diarios. Sigue faltando tiempo, igual que antes y que siempre. Me falta también el contacto físico, y sí, siento que ese hueco no se llena con nada. Sin miedo, sin prisa, no cuento días, escribo aprendizajes y anécdotas, respiro y continúo.” @ajsersana
Gina Jaramillo, promotora cultural y locutora de radio.
“Ya no sé ni en qué día vivo. Muchos tenemos esa sensación, han pasado seis o siete semanas desde que todo cambió. Estoy preocupada. El tiempo se volvió líquido, cobró otra dimensión, tiene otra textura. Lo mismo sucede con las relaciones humanas. “Esta pandemia”, dice Rita Segato, “nos ha venido a recordar la necesidad de la co-presencia y co-corporalidad, la importancia de la comunicación física, no verbal, la del cuerpo del otro. Es un inequívoco pensar que la distancia física no es una distancia social”.
En una tarde calurosa de domingo en la Ciudad de México, confluyen el aroma de los panes recién horneados y el relato de una familia que se inicia en la cocina reinventando una receta tucumana, de fondo [en la calle] se escucha una alegre marimba al ritmo de “Las Chiapanecas”, es mi canción favorita, así que bajo corriendo y coloco un billete doblado dentro de un sombrero de paja. Uno de los músicos me sonríe con los ojos detrás de un cubrebocas negro y le digo: “muchas gracias, me alegraste la tarde”. Rápidamente le cuento con orgullo que mi familia es de Comitán, Chiapas. Empieza “Cielito Lindo” y nos despedimos entre risas. “¡Hasta pronto, paisanaaaa!”. Y sigue tocando.”
“Una de las ventanas de mi departamento da a un hospital, una clínica muy pequeña que recibe pacientes con Covid-19; escuchamos las sirenas de las ambulancias a cualquier hora. He visto con mis propios ojos varios cuerpos dentro cápsulas plásticas, cuerpos muertos, víctimas de la peste. Mis vecinas han organizado tandas de comida para los familiares de los enfermos y una colecta de sillas y banquitos para que puedan por lo menos sentarse y comer algo nutritivo.
Es 30 de abril y una de mis mejores amigas manda al chat un mensaje tentador: “¡Vamos, mayo, sí se puede!”. ¿Se puede? Me pregunto para mis adentros. Termino de leer ese mensaje y viene mi hija de 6 años a decirme que preparó un show de circo en la hamaca. Asisto puntual al espectáculo en la sala y con cada vuelta se me sale un: “¡ay, cuidado!”, “¡heey, más lento!” Y me grita con energía: “Mamita, te preocupas demasiado”. @ginajaramillo
Maripili Senderos, makeup artist.
“A pesar de que ésta no es la primera vez que me encuentro sin la posibilidad de salir debido a circunstancias dolorosas que he vivido, esta vez —a diferencia de los encierros pasados—, me siento a salvo. A salvo conmigo, con mis pensamientos, con mis sentimientos, con mis heridas, sin más compañía que mis dos gatos. Y como la semilla, que mientras está bajo tierra dentro de un espacio obscuro, está protegida —y aunque pudiera parecer un proceso lento, es el tiempo exacto y perfecto para poder generar raíces, raíces que van a sostener lo que florezca—, la planta será la culminación de un proceso donde el sistema, el alma, el amor y la energía trabajan al unísono permitiendo una nueva forma de vida.” @maripili7
Conoce a los invitados de Mentes Confinadas Vol. 1
Ediciones anteriores
Drive your Story
Nuestras historias de vida nos moldean, nos definen. El coraje, el hambre y la pasión son los […]
Cuatro: alteración del cuerpo y la mente
Diego Vega presenta su nueva pieza: CUATRO, dirigida y producida por Vega en colaboración con la banda […]
#ComunidadGucci: Vacuna vs. Covid
Gucci se ha sumado al objetivo planteado por Unicef. A través de un reto de 21 días […]
Nohbords: Dorje
NOHBORDS, el proyecto de danza contemporánea y arte visual dirigido por Diego Mur, presentará DORJE —estrenada el año pasado […]
Museo Jumex está de vuelta
El Museo Jumex reabrió sus puertas el pasado 18 de agosto. Son tres las exposiciones con las […]
Pin-tó: Thai to Go
PIN-TÓ Thai to Go, el nuevo proyecto de la chef Somsri Raksamran (Galanga Thai House y Kiin Thai-Viet […]
Amores Modernos
Amores Modernos, del cineasta Matías Meyer, se convierte en la primera película mexicana en ser preestrenada —en […]
Art in Times of Corona
Porque la distancia ahora se vive y se siente distinta. Porque ahora, más que nunca, durante este […]