Ayer acabé de ver La casa de las flores. Con un formato de corta duración, el proyecto más reciente de Manolo Caro junto a Netflix, no es formalmente un sitcom, pero tampoco una serie completamente dramática. A lo largo de 13 episodios, la historia cuenta la vida de la familia De la Mora. El drama se desata al enterarse que el padre tenía “casa chica”, luego de que encuentran a su amante muerta en el negocio familiar.
Además, la serie marca el regreso de una de las actrices más importantes del país, Verónica Castro, quien sorprende por su capacidad de adaptarse a un lenguaje que está lejos de ser el de las telenovelas que la consagraron y que le exige también ser una mamá contemporánea. Una figura que se cuestiona y que se presenta imperfecta, llena de errores que confunde con buenas intenciones. En una línea parecida, Cecilia Suárez interpreta a la hija mayor de la familia, Paulina. Ella es la que mantiene el orden y cuida el reino, con una personalidad -y acento- difícil de querer en los primeros capítulos, pero a medida que acumula fuerza, termina ganando a la audiencia. Con tantas preguntas inconclusas, esta serie merece una segunda temporada pronto.
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